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EL RETORNO DE LA REINA DULCE (CAPÍTULO 12)



 
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reyNiles
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MensajePublicado: Vie Nov 16, 2007 11:12 am    Asunto: EL RETORNO DE LA REINA DULCE (CAPÍTULO 12) Responder citando

Este es ya el penúltimo capítulo, el próximo viernes se termina todo, así que aprovecho de agradecer sus comentarios por anticipado, gracias por leer esta historia.

capítulo 12: la batalla final

Remontando el Gran Río los reyes y los generales encontraron una colina frente a un gran valle donde dirigir la batalla que se acercaba. Desde el oeste, el norte y el sur los halcones volaban sin descanso trayendo noticias del ejército del Rugiente. Al parecer el Cruel había dispuesto sus fuerzas de tal modo que el tenedor se cerraba justo en la desembocadura del Gran Río.
–Trae gigantes del norte armados con espadas de diez metros, vestidos todos de armadura de acero –informó un halcón de cola roja casi resollando al aterrizar.
–Los reptilianos de las selvas llevan atados a los gigantosaurios –resopló otro halcón aterrizando–, también los han apertrechado con cascos y coleras de acero con puntas.
–Renegados de Archeland llevan por delante arqueros y ballesteros –dijo un tercer halcón–. Los minotauros y hombres-reptil marchan atrás de ellos.
–Del sur marcha una columna de faunos, humanos y centauros junto a toda clase de fieras –dijo un mochuelo que apenas soportaba el sueño por ayudar a los halcones.
–Bonito panorama –Helen trató de bromear–, nada más falta que traiga brujas y demonios.
Trae brujas y demonios, majestad –habló una soberbia águila, capitán de los halcones– los guarda de reserva en la retaguardia.
Helen quiso morderse la lengua.
Todos los animales del Rugiente, desde los elefantes hasta los minúsculos ratones, se veían como bestias feroces. Su espíritu corrupto convertía hasta a las ovejas de su ejército en chacales sangrientos. Por sobre sus cabezas volaban buitres y cuervos que los halcones ansiaban destrozar, pero junto a ellos iban también halcones y águilas seducidas por el rugido mentiroso, sería una dura prueba luchar contra sus propios hermanos.
El Rugiente en persona reinaba sobre su ejército desde un palanquín abierto tirado por veinte toros. Junto a él los centauros que conocieran nuestros amigos al comienzo de su aventura montaban una especie de guardia erguidos a su alrededor. El más cercano era el centauro de pelo rojo que luchara con Niles y llevara a Susan en su lomo, se veía más espantoso que nunca, con sus cabellos y barba revueltos como si fueran llamas manchadas de sangre. Junto a él, otro centauro de cabellos negros como la muerte no cesaba de dar órdenes a su alrededor. El Rugiente mismo, echado como un león rey, sonriendo con malsana satisfacción, simplemente observaba mientras dos gatos angora echados entre sus patas no dejaban de adularlo con hipocresía.
Treinta elefantes barritaron con soberbia, y doce gorgonas respondieron con lúgubres aullidos.
–Que se castigue al elefante que inició los gritos por delatar nuestra posición –ordenó El Rugiente con displicencia–, pero guarden el castigo para después de la victoria.
Desde el norte surgió un tropel de enanos con armadura entonando cantos marciales, acompañados por trasgos que, a cambio de cantar rugían palabras incomprensibles. Los gigantes, los más confiados de todos, respondieron a los cantos con sus propios cantos, haciendo sonar sus armaduras de acero, y sólo el rugir de los gigantosaurios apagó en algo su ánimo.
Desde la colina, Helen y Hakim junto a los Tres Generales escucharon los cantos y rugidos en silencio de hielo. Cualquier cosa fuera de pelear estaba descartada.
–Ya vienen –murmuró Hakim–, con o sin Aslan, es tiempo de luchar, no queda otra.
–Para eso estamos aquí –se golpeó el pecho el General Gor.
–General Castor –dijo Helen–, usted se quedará en la colina y dirigirá la guerra, mientras los generales Gor y Jumento organizan sus tropas.
–Majestad, yo preferiría… pero si usted me lo ordena –dijo el General Castor.
–Recuerde que tiene el cuerno de Susan a su cargo –respondió Helen–, y debe coordinar junto a los halcones las maniobras de todos los batallones. Halcones y aves pequeñas llevarán los mensajes desde y hacia el frente, así como información de las tropas enemigas.
–¿Seguro que es tu primera guerra? –le sonrió Hakim con admiración.
–No hay para qué mentir en esta clase de primera vez –bromeó Helen en respuesta– ¡Pero qué pasa! nuestras tropas están demasiado calladas. Hay que bajar y animarlos antes que el ruido del enemigo les afecte el ánimo.
–¡Cierto! –admitió Hakim, y espoleó a su caballo– ¡Vamos muchacho, a reunirse con las tropas!
–Soy muchacha, majestad –le replicó su yegua con cierta coquetería.
Helen se le adelantó y cabalgó entre las tropas de monos, burros y faunos. Todos la vitorearon con gritos de afecto, mientras los faunos sonaban sus cuernos.
–Capitán –se dirigió a un centauro–, no escucho sonar los cuernos de batalla. ¿Qué esperan?
–Ya oyeron a su majestad –respondió el centauro de un fuerte grito–, ¡que suenen todos los cuernos!
¡¡¡BAAAAAAHUUUUUUU!!! ¡¡¡BAAAAAAHUUUUUUU!!! Respondieron a su vez centauros y faunos, luego los humanos y los enanos contestaron a su vez ¡¡¡BAAAAAAHUUUUU!!! Los monos a falta de cuernos, lanzaron sus alaridos de lucha, junto a los burros que sin vergüenza lanzaron al aire un poderoso ¡¡¡JIIIIIIIJAAAAAUUUUU!!! Que lejos de provocar risa, emocionó a todos hasta el fondo del alma. Los caballos relincharon hasta el cielo y los felinos, recordando que eran en cierto modo los hermanos pequeños del propio Aslan, rugieron desde el poderoso tigre hasta la más fina gueparda. Los toros mugieron, los elefantes barritaron y los perros aullaron junto a lobos y coyotes.
–Ya lo saben –arengó Hakim en medio del entusiasmo–, ¡Por Aslan y Narnia! ¡Por las vidas de todos!
–¡Por Aslan! ¡Por Narnia! –bramó el General Gor golpeándose el pecho, todos los simios contestaron a su vez.
El Rugiente bajó de su palanquín saltando con agilidad, trepó a una colina que terminaba en un corte abrupto, quedando así frente a frente con la colina dominada por el General Castor, como dos jugadores de ajedrez ante un tablero de dos kilómetros. Los dos centauros principales se le acercaron mientras sus tropas avanzaban.
–Son astutas las escorias –se burló con desprecio–, eligieron bien el campo de batalla. Que mal para ellos que no escogieran así a sus reyes.
–¿Qué ordenas, mi señor? –dijo el centauro rojo sangre.
–Avancen a sangre y sin prisioneros, ¡todos muertos! –se rió el Cruel.
En el lado contrario, los halcones volaron hacia el General Castor.
–El Rugiente ha dado orden de avanzar –le dijeron.
–Informen a los reyes y tráiganme de inmediato la respuesta –dijo–, que las tropas pequeñas se apresten a atacar bajo mis órdenes.
Hakim y Helen recibieron las noticias con aprensión. Resoplaron resignadamente antes de decidir.
–Sea lo que resulte, me alegra luchar contigo –dijo Helen.
–Igual a mí –dijo Hakim–, y sí es mi primera guerra.
Se oyó el canto lúgubre de los buitres, y luego, todo fue un griterío infernal de ejércitos en choque.

Susan y Niles treparon la colina casi sin aliento de correr, llegaron a la entrada de la cueva de donde, por el interior, un desagradable calor de humo azufroso salía como respiración de diablos. Niles levantó el escudo frente a la cara de Susan, ella, tratando de ver, lo dirigió hacia dentro. La luz de fuego daba paso a ráfagas de oscuridad. ¿Qué habría dentro?
–Siento algo hacia delante –dijo Susan.
–Tú guía –le dijo Niles–, yo te cubro.
–¡Oh no! –chilló Susan– ¡¡¡ASLAN!!!
El túnel dio paso a una gran caverna donde, en medio de un círculo de llamas rojas y negras, Aslan yacía encadenado por sus cuatro patas por firmes cadenas de acero que brillaban rojas, tensas como si quisieran descuartizarlo.
–¡Maldito traidor, lo ató con cadenas al rojo! –Susan estaba furiosa.
Aslan se veía tan quieto que Niles temió lo peor por breves momentos, luego un giro de su cabeza les reveló que estaba vivo, pero al parecer, muy débil. La mente de Niles comenzó a fraguar una solución, pero Susan se le adelantó a todo razonamiento.
–No soporto verlo así, ¡voy a sacarlo! –decidió desenvainando la gran espada, saltando con tanta energía que tomo a Niles por sorpresa.
–¡Susan, espera! –gritó luchando por recuperarse– ¡Tienes que dejar que te cubra! ¡Oh cielos!
Viendo que no lo escuchaba, Niles corrió hacia ella con suerte que logró pasarla justo cuando ella tocaba las llamas. Con el escudo al frente dispersando las llamas malignas, Niles le abrió paso, protegiéndola, ella ayudando con la espada a dispersar algunas llamas. Ambos llegaron al centro donde Aslan yacía y, a un tiempo, usaron sus armas para cortar las cadenas ardientes. Al caer la última, Aslan se incorporó, pero estaba muy débil. Susan se le acercó tratando de reanimarlo.
–Aslan, respóndeme, vamos a sacarte, ven… -susurró Susan muy angustiada. En ese momento, se sintió temblar la tierra, las llamas se apagaron dando paso a un peligro mayor ¡el piso de la cueva comenzó a desmoronarse!
–¡Aslan! ¡Aslan! –volvió a gritar Susan, tomando su pata sobre su hombro en un terrible esfuerzo por levantarlo. Aslan pareció rugir en una dura lucha por recobrarse, pero en ese instante, la roca bajo sus pies cedió. Dando un grito, Susan se abrazó al León y ante el horror de Niles, ambos cayeron al abismo.
–¡Susy! ¡Aslan! –gritó con todos sus pulmones. Vio el fondo del abismo y no los vio a ellos por ninguna parte. Entonces, tomó una decisión terrible.

Los ejércitos chocaron en un griterío fenomenal de bestias y seres mágicos; en segundos era una batahola tan infernal que los generales luchaban por hacer oír sus órdenes. Helen, desde su caballo, levantó una especie de hoja de lanza larga y afilada que hizo estragos entre los animales del Rugiente. Los monos, con los gorilas a la cabeza, cargaron contra los minotauros y otras bestias pesadas con sus solas manos, que resultaron más mortales que sus hachas. Los chimpancés, más cercanos a los humanos, levantaron unas hachas de batalla contra las espadas de los humanos enemigos. Todos los caballos llevaban lanzas largas con las que se lanzaron al galope haciendo sucumbir a cientos de enemigos.
–¡Vamos, burros! –ordenó el General Jumento en un rebuzno de mando– ¡Mi tropa, al centro! ¡Capitán Borrico, a la derecha! ¡Capitana Pollina, a la izquierda!
Hakim, desde su yegua, luchaba con un largo sable de caballería curvo de un solo filo, decapitando fieras y hombres que se acercaban demasiado. Los faunos, al ver al “jinete tornado de filos” tuvieron un medio atroz y no se acercaron. A su flanco izquierdo surgió Perseus con los faunos del ejército.
–¡Déjanos a los faunos! ¡Los traidores le pagan a quien deshonran!
Temiendo herir a los suyos, Hakim dio órdenes estrictas de no intervenir en la lucha de faunos. Entonces recordó algo grave y se acercó a Helen.
–Debemos distinguir a los nuestros del enemigo –dijo–, acordemos unas señales que todos puedan hacer.
Helen estuvo de acuerdo y en breve ya habían inventado unos códigos que se fueron pasando (con ayuda de los pájaros) de soldado en soldado. Por su parte, el Rugiente observaba todo desde su colina sin la menor pena por sus caídos. A su lado los centauros aguardaban sus instrucciones.
–Pelean bien sus guerritas de caballeros –bromeó con desprecio–, pero yo tengo el arma de los traidores, ¡la sorpresa! No me lancé a esta guerra sin tomar todas las previsiones.
–¿Doy la orden ya, mi señor? –preguntó el centauro pelinegro.
–Dala ya –sonrió el Rugiente.
Ya los faunos enemigos estaban derrotados. Perseus lanzó un grito de triunfo que fue coreado por todos. Entonces, un batallón de enanos junto a los renegados de Archeland corrieron hacia el Ejército de Resistencia portando arcos y ballestas.
–Se preparan a lanzar flechas, ¡escudos al frente y arcos listos a contraatacar! –ordenó Hakim.
Enanos y humanos parecieron preparar sus armas, pero, estando listos para disparar, súbitamente las arrojaron al suelo y sacaron otras, cortas unas y otras más largas, que tenían escondidas en sus morrales. Sólo el brillo del acero y el ojo entrenado de Hakim se anticiparon al primer ataque que retumbó como un millar de truenos.
–¡Todos a cubierto! –ordenó apenas creyendo sus oídos– ¡Esos malditos llevan armas de fuego!

Aún pálido al borde del acantilado, Niles se acercó tratando de ver el fondo, pero antes de que se lanzara le sujetó el hombro la firme pata de Aslan.
–Tranquilo Niles, estamos bien –le calmó Aslan, y le aclaró fuera de toda duda– estamos bien los dos.
–Aslan, los vi caer a los dos –dijo Niles–, ¿y Susy?
–Sí caímos, pero ya no hay que temer. La he traído conmigo –respondió Aslan.
Susan yacía de espaldas, pálida y mortalmente quieta. El fuego infernal parecía haberle quitado toda su vida, y su cuerpo tenía feas heridas de la brutal caída. Aslan se acercó a su rostro, y de sus ojos de León brotaron grandes lágrimas de amor puro. El cuerpo de Susan se iluminó, sus heridas se borraron por completo, volvió el color a su piel, pero permaneció quieta, mortalmente quieta.
–He reparado su cuerpo, pero necesita una razón para ocuparlo –dijo entonces Aslan–, ahora todo descansa en ti.
–¿En mí? –dijo Niles sin entender– ¿Aslan, qué puedo hacer?
–Sé tu mismo sin dudar –le respondió Aslan, pero conociendo la naturaleza humana, decidió ayudarlo un poco más–. Recuerda los cuentos que amaste de niño. Allí siempre están las respuestas.
Niles se acercó a Susan hasta casi rozar su frente, ¡era tan hermosa! pero más que hermosa, era todo lo que siempre soñó y estaba allí, a punto de perderla. Recordó entonces sus amados cuentos de infancia, tuvo una idea y, fiel a sí mismo sin dudar, dejó atrás toda palabrería hueca de adulto y se atrevió.
–Por favor… regresa… mi amor –rogó en un susurro, y entonces la besó en los labios.
Sus labios fríos se iluminaron como pasar de invierno a primavera en un instante sin tiempo. Se conmovió en todo su ser, escuchando desde el fondo de su alma que alguien la esperaba. Susan volvió a la vida y se encontró frente a Niles.
–Niles, ¿qué me ocurrió? –preguntó con torpeza.
–Lo que siempre soñaste –sonrió Aslan– tu príncipe, y tu primer beso de amor.
Y al ver que esta vez era Niles quien se ruborizaba, Susan rió con suavidad y Aslan sonrió con todo su infinito amor.
–Lo siento, pero debemos irnos –dijo entonces Aslan poniéndose serio–, sus compañeros los necesitan. Susan, ¿qué hiciste con tu cuerno?
–Se lo di al General Castor para que lo tocara si todo lo demás fallaba –respondió Susan.
–Muy bien pensado –dijo Aslan, y al ver el escudo en manos de Niles y la espada en las de Susan, añadió–. Se han repartido muy bien sus dones, pero ser pareja no significa ser dos mitades. Es necesario que se completen.
Sopló su aliento sobre ambos, en las manos de Susan brotó un escudo de oro brillante, y en las de Niles una resplandeciente espada del color del sol. La espada de Niles lucía con orgullo el emblema del León, sobre el escudo de Susy brillaba una unicornia azul.
–Ya están completos –dijo Aslan–, y ahora, hijos míos, monten sobre mi lomo. Debemos llegar lo antes posible al lugar de la última batalla. ¡Vengan!
Niles jamás había cabalgado sobre el lomo de Aslan; Susan lo hacía por segunda vez, pero cabalgar en brazos de su Alma Gemela le hacía ver todo como si nunca antes hubiera pasado. Aslan rugió a través del valle, y a su llamado acudieron unicornios, quimeras, pegasos y grifos que los siguieron en marcha hacia la batalla.

–¿Armas de fuego? –recibió el General Castor los desastrosos informes de las aves–. Habíamos oído de esas malditas armas industriales, pero ¿cómo se las arregló el Rugiente para producirlas?
–General, ¿qué vamos a hacer? –preguntó su hijo Capitán Castor.
–Tengo en mis manos el cuerno de la reina Susan –dijo el castor para sí mismo–, ¿debo tocarlo ahora, o esperar?
Sin esperar la decisión, el Ejército se refugiaban tras las rocas siguiendo las instrucciones de Hakim, quien junto a Helen habían descabalgado. Los tiradores del enemigo mantenían fuego constante sobre ellos, Hakim ordenaba a grandes gritos que nadie hiciera locuras suicidas.
–¿Cómo se vence contra rifles y pistolas? –preguntó Helen.
–Ese es el problema, no se vence –gruñó Hakim–, en la historia militar no hay un solo caso exitoso. Sólo nos queda combatir fuego con lo más cercano que tenemos. ¡Ordenar un lanzamiento masivo de flechas!
A la orden de Hakim, arqueros y ballesteros se prepararon para disparar en ángulo hacia arriba. La lluvia de flechas cruzó las líneas cayendo sobre los tiradores. Muchos enanos y humanos cayeron heridos, muertos o huyeron. Aprovechando la brecha Helen ordenó:
–¡Tirar al frente y refugiarse!
Nuevas flechas derribaron más enemigos, pero tras esa pequeña victoria, el fuego se recrudeció y todos los soldados debieron refugiarse.
–Que avancen disparando contra las rocas –ordenó el Rugiente con frialdad.
–Prepárense a disparar catapultas –ordenó en General Castor– y todos los arqueros de alcance largo que tengamos.
Las catapultas se cargaron y los arqueros de alcance largo, (centauros, humanos y varios monos) se alistaron a disparar. Tras la orden de fuego del General Castor, nuevos proyectiles cruzaron el cielo derribando al enemigo.
–¿Catapultas? –se rió el Rugiente–. General, mostrémosles nuestras catapultas.
–¿Qué están poniendo sobre su colina? –trató de ver Hakim.
–¡Ay no! –gritó Helen– ¡Cañones!
–¡Maldición! ¡Cuerpo a tierra! –alcanzó a gritar Hakim antes que empezaran a disparar los cañones. Siguiendo sus instrucciones, todas las criaturas se echaron al suelo cubriéndose la cara con escudos o con los brazos, los cuadrúpedos pesados (como caballos y burros) se echaron de costado con la cabeza recogida contra el vientre, logrando así minimizar los daños.
–Resistimos gracias a las maniobras defensivas del rey Hakim –murmuró el General Castor–. ¡Pero luchamos una guerra desesperada! No soportaremos demasiado frente a esas armas industriales.
Y sus dedos, nerviosos, se posaron sobre el cuerno rozándolo apenas, sin saber qué decidir.

Bajo los pies de Aslan las millas pasaron como pulgadas, Susan y Niles vieron desde lejos el campo de batalla con una inesperada claridad, que los hizo recordar cada soldado en cada posición. Aslan mismo, silencioso y serio durante todo el viaje, les habló muy de prisa:
–Los dejaré junto a sus hermanos para dirigir la batalla. Recuerden lo que vieron, ¡es imperativo que tomen las decisiones correctas! Cuando escuchen mi rugido, el Ejército de Narnia se levantará, pero esa será la primera victoria. La victoria definitiva será mucho más dura. Susan, recuerda tus tesoros; Niles, recuerda quien eres.

Algunas aves valientes tomaron piedras sin esperar órdenes y las arrojaron desde el aire sobre los rifleros. Fue una victoria al principio, pero luego los tiradores apuntaron al cielo, cazándolas como patos de temporada. Hakim no desaprovechó su sacrificio, mientras las armas se dirigían al cielo ordenó disparar las flechas al frente, así provocó una gran mortandad. Luego al apuntar los rifles al frente, los soldados del Rugiente se encontraron con otra lluvia de piedras desde el cielo.
–¡Bien! ya los tenemos ocupados –celebró Helen.
–Pero es muy pronto para ordenar una carga –opinó Hakim–, debemos reducirlos más si queremos avanzar con éxito.
–¡Majestades! –gritó un halcón– ¡El enemigo instala unos raros cañones delgados sobre su colina!
–¡Otra vez maldición! –rugió Hakim– ¡Ametralladoras!
Las máquinas de disparo sembraron el terror en el Ejército de Resistencia. Habían soportado con ánimo el trueno de pistolas y cañones, pero el incesante tronar de las ráfagas de ametralladora y la mortandad sobre el campo los hicieron vacilar. Hakim, mordiéndose los labios, sólo atinaba a ordenar refugiarse y esperar, refugiarse y resistir lo más posible, pero sabía en su corazón que era una lucha imposible.
Helen, sin reír ni llorar ni decir palabras fáciles, sólo acertó a sonreír con cansancio tomando su mano, dejando todo en manos del destino.

Entonces las criaturas de Aslan llegaron al campo de batalla en un griterío triunfal. El propio León, con su majestuoso salto, pasó junto al General Castor que sólo vio una ráfaga de oro y luego un resplandor como el sol cabalgando hacia los reyes. Susan y Niles desmontaron a toda prisa junto a Helen y Hakim, que los abrazaron sin falso pudor. Entonces Aslan sopló sobre los cuatro.
–Muy bien, rey Hakim; muy bien, reina Helen –dejó que ambos abrazaran su melena unos instantes, sobretodo a Hakim, que sin verlo realmente hasta entonces, había luchado sin dudar–. Ahora voy a rugir. El resto descansa en ustedes.
Avanzó sin temor de las ametralladoras hacia el campo enemigo y allí, con el rostro hacia el sol, lanzó un potente rugido que atravesó todo el cielo callando las armas de fuego. Comprendiendo Quien Era, el Ejército de Resistencia de Narnia sintió amanecer un sol en el corazón, mientras el ejército del Rugiente se amedrentó.
–¡¡¡ASLAN HA LLEGADO!!! –vitorearon sintiendo que la fuerza les volvía– ¡¡¡ASLAN HA LLEGADO!!!
–¡Mi señor! ¡Es Aslan! ¿Qué vamos a hacer? –dijeron los centauros del Rugiente, llenos de temor.
–Yo me encargo –contestó el Rugiente con desprecio–. Ustedes dirijan la guerra.
Y de un salto, el Maldito bajó de su colina, brillando más y más rojo de fuego mientras se acercaba a Aslan, que lo esperaba con serena bondad. Rugiendo con los dientes al frente, el Rugiente saltó sobre Aslan que lo rechazó de un fuerte golpe de zarpa que retumbó, como un trueno, sobre todo el campo de batalla.
–¿Aún no aprendes que yo siempre vuelvo? –preguntó el Rugiente con arrogancia.
–¿Y tú no aprendes que yo nunca me voy? –respondió Aslan con tranquilidad.
Lo siguiente fue una lucha de leones de proporciones cósmicas. Ambos rugían y se daban zarpazos como verdaderos leones; pero cada golpe retumbaba en el cielo y la tierra como si fueran truenos de invierno, el aire alrededor de ellos se volvió un torbellino, helado como un glaciar y ardiente como un volcán en cosa de segundos. La tierra tembló y una gran roca se desprendió, flotando sobre el campo con ellos encima como un extraño campo de duelo singular. Desde la roca se escuchaban poderosos rugidos seguidos de golpes atronadores cuya potencia provocaba inmensas ráfagas de viento.
–¡Aslan tiene al Rugiente! –exclamó Niles apenas pudo recuperarse del espectáculo– ¡Ahora es cuando debemos atacar de frente!
–¡Recuerda que ellos tienen ametralladoras! –dijo Susan–. No voy a permitir una carga suicida que sacrifique miles de soldados.
–¡Cierto! –afirmó Hakim–. Si pudiéramos anularlas avanzaríamos.
–Las ardillas pueden trepar esa colina sin riesgo –dijo el General Castor corriendo a encontrarlos.
–¡General! –exclamó Susan con cierto reproche– ¿Qué hace aquí? ¿A quién dejó en la colina y a quién dejó a cargo del cuerno?
–¡Perdón majestad, no pude resistir el rugido de Aslan! –se disculpó el General Castor– El cuerno y la colina están a cargo de mis hijos. Yo puedo guiar castores y ardillas contra las ametralladoras.
–Los roedores pueden trepar, pero no derribar esas armas –opinó el General Gor llegando de pronto–. Majestad, mejor envíe a los monos.
–Son demasiado grandes para evitar las balas –replicó el General Castor.
–¡A menos que alguien los cubra! –dijo Niles de improviso– ¡Y ese alguien puedo ser yo!
–¡Niles! –gritó Susan– ¿Cómo piensas detener las balas?
–Como en los cuentos –sonrió Niles, y recordando al superhéroe que más amó de niño, levantó el escudo– con esto. ¿Qué monos me siguen?
Y sin esperar respuesta, lanzó un grito de guerra y saltó en carrera hacia el frente con el escudo en alto. Los monos, tras mirar, sin dudar chillaron tras Niles.
–¡Se volvió loco! –gritó Helen.
–Nació así –dijo Hakim, con fe.
Niles corría con el escudo en alto, y las balas de las ametralladoras rebotaban en él sin dañarlo; los monos, en fila india tras él, corrían a salvo de toda bala.
–¿Qué estás esperando? –gritó el centauro rojo al centauro que ametrallaba– ¡Mátalo! ¡Mátalo!
–¡Es que no suelta el maldito escudo! –le replicó.
Niles corrió sin descanso hasta el borde de la colina, allí siguió conteniendo el fuego de las ametralladoras mientras los monos se desplegaban colina arriba.
–¡Derriben ametralladoras y cañones! –ordenó– ¡Arrójenlas colina abajo!
Gritando de furia, los monos asaltaron a los centauros derribando sus armas que se hicieron pedazos al chocar colina abajo. Loco de rabia, el centauro pelirrojo atacó a los monos que lo derribaron por las piernas y, como una ametralladora más, lo lanzaron colina abajo. El centauro pelinegro, lleno de odio, cargó un cañón contra los monos, pero al momento de jalar el gatillo lo tapó la sombra enorme de un gorila. Con una gran sonrisa, el gorila dio vuelta el cañón hacia el estado mayor del Rugiente, y de un solo tiro los hizo pedazos.
Lanzó su rugido de triunfo golpeándose el pecho, pero apenas celebraba tuvo que ponerse a cubierto de un nuevo enemigo, ¡una escuadra de miniaviones llegó al campo de batalla, disparando sus armas!
El centauro pelirrojo sólo se hirió el orgullo en la caída. Al recuperarse y ver los estragos de los monos, arrojó su cólera contra el viento, pero luego descubrió a Niles, solo al pie de la colina, y bramó enfurecido:
–¡Reyecito de los hombres! ¡Pesa ahora tu poder contra el mío!
–Di “rey por voluntad de Aslan” y la boca te queda igual –se burló Niles–, no te han mejorado nada los modales.
Bramando de ira, el centauro se lanzó contra Niles lanza al frente, pero todos sus kilos nada movieron el escudo del León; su espada de diez kilos chocó contra la reluciente espada de León sin hacer mella ni quebrar barrera, entonces la ira se enfrió en temor.
–Ya no tengo palos –recordó Niles–, mejor te rindes ahora que estoy contento.
Con sus patas de caballo y sus brazos de hombre apenas podía contener los golpes de Niles, aquel humano irritante le quitaba todos sus orgullos, ¡tenía que vencerlo! Ensayó su espada, se rompió contra la espada de oro del León. Ensayó su lanza, chocó contra su escudo. Su hacha descargó un tajo terrible, el escudo ni se inmutó y la espada cortó el hacha como si fuera queso; lleno de miedo levantó su escudo de centauro, la espada lo cortó en dos como se corta un papel.
Niles ya tenía la victoria, pero una sombra insignificante se movía a sus pies. Sin saber de donde, el miserable ratón Rípichip el tuerto saltó a su cara, dándole un mordisco feroz donde la nariz se junta con los ojos.
–¡¡AAAYYYYAAARRRRGH!! –bramó Niles, ciego y con la frente brotándole sangre.
–¡¡Mas te hubiera valido escucharme cuando te hablé a la oreja!! –se burló el ratón, con odio. Ciego de dolor, Niles luchaba por instinto contra el centauro, que envalentonado por el cobarde ataque, cargó su lanza contra el escudo, que fiel junto a la espada, resistían. Niles tuvo que sacrificar la espada para librarse del ratón con la mano libre, pues la lanza del centauro no le daba descanso al escudo. Los golpes brutales eran rechazados; con su mano libre, Niles tomó al ratón y lo apretó con sus dedos hasta que el animal, dando un grito de agonía, soltó la presa. Con la misma mano, lo arrojó contra las piedras, donde se perdió sin dejar ningún rastro.
Ciego aún, Niles quiso buscar su espada, pero el centauro tuvo un golpe de suerte. Una finta le quitó el escudo y lo dejó desarmado, entonces cargó cabalgando contra su pecho, lanza en alto. El lanzazo dio pleno en su pecho y la fuerza brutal del golpe lo levantó en el aire hasta estrellarlo contra la pared de la colina.
Aún sosteniendo la lanza, el centauro gritó, con jactancia:
–¿Recuerdas cuando me dijiste “pedazo de imbécil”?
–Por supuesto que me acuerdo… –respondió Niles levantando la cabeza como resucitando.
–…¡¡Pedazo de imbécil!! –surgiendo desde su costado, Susan completó la frase y terminó al centauro de un limpio golpe de espada que atravesó su vientre de lado a lado.
Luego Susan limpió su espada y corrió hacia Niles desesperada. Él se levantó sonriendo para no asustarla.
–No te asustes –dijo–, la chaqueta de León me protegió.
Y no tenía siquiera una rasmilladura en el cuerpo ni la piel de León parecía haberse manchado. Pero sus ojos eran otra cosa: la herida cobarde del ratón lo había cegado.
–Niles, tus ojos –gimió Susan.
–Sanarán, ahora es más importante que pelees, Susy, todos te están necesitando –contestó Niles con entereza.
–Ya es demasiado, voy a ordenar que suenen el cuerno –decidió Susan, y al primer halcón que localizó envió el mensaje–, que se toque el cuerno de inmediato, ¡no podemos resistir más!
–¡¡Que se toque el cuerno de inmediato!! ¡¡Orden de la reina Susan!! –gritó el halcón con todos sus pulmones. Otros halcones, escuchándolo, pasaron la posta hasta llegar al Capitán Castor.
Antes de que la orden pudiera llegar a la colina, Capitán Castor tuvo que hacer frente a los miniaviones que desde el cielo disparaban ráfagas de metralla y soltaban bombas. Ordenó al estado mayor refugiarse tras las rocas y puso el cuerno en manos de su hermano, el Teniente Roetroncos, al tiempo que decía:
–¡Debo coordinar una defensa contra estas aves de hierro! Tú quédate atento a la señal para tocar el cuerno.
Así, cuando la orden llegó, Roetroncos estaba casi solo en la colina a cargo del cuerno. El halcón que llevaba la orden le gritó casi al pasar, perseguido por un miniavión:
–¡Tocar cuerno!... ¡Orden reina!... ¡Susan!... ¡AAAAAGH!
Justo entonces un bombazo desde el avión explotó lanzando lejos a Roetroncos, magullado pero vivo. Apenas se levantó se llevó la mano al cuerno para cumplir la orden, ¡y descubrió que no lo tenía!
–¡Ay de todos! ¡Saltó en la explosión! ¡Debo encontrarlo! –gimió.
Capitán Castor, por su parte, ordenó a los arqueros tirar hacia los aviones, bien sabía que era absurdo si eran de acero, pero debía mantener la lucha. Milagrosamente algunas flechas funcionaron; unas atravesaron las alas creando desequilibrios, otras se trabaron en las hélices haciendo capotar al avión. Las noticias de esta victoria alentaron a Hakim.
–Si podemos derribar a esos aviones en el cielo, podemos ganar –dijo con brillo.
–¡Yo y mis halcones estamos listos a atacar! –bramó el águila capitán.
–¡Pero no con sus garras! –dijo Helen–. Lleven lanzas y flechas e intenten trabarlas en las hélices. Eviten las ametralladoras, acérquense desde arriba.
–…O si logran destruir las ventanas –dijo Hakim– anularán a los pilotos. Pero sobre todo, nada de ataques suicidas.
–¡Sea! –gritaron los halcones, despegando a cumplir las maniobras. Los miniaviones, confiados en sus armas, no tomaron en serio a las aves hasta que la primera lanza, manejada por el capitán águila, trabó el motor de un líder, que cayó al suelo con el motor en llamas. Los halcones, a su ejemplo, se lanzaron contra el resto; un halcón cola roja fue el primero en clavar su lanza contra la cabina de un avión. Al soplar el viento contra su cara el piloto perdió el control y cayó a tierra en segundos. Otras aves vieron entonces que arrojar piedras contra los vidrios era igual de efectivo, y así todas las aves del ejército acosaron a los aviones.
–¡Malditos sean! –rugió el centauro pelinegro. Estando muerto su capitán y el Rugiente ocupado en su batalla con Aslan, era el único con voz de autoridad–. No voy a esperar más, ¡que toda la reserva salga a la batalla!
Sonaron cuernos espantosos; gigantes, ogros y cíclopes con armadura de acero; enanos con armas de fuego junto a duendes y trasgos; gigantosaurios, gorgonas e hidras; brujas montadas en ramas muertas y animales armados entraron en tropel a la batalla. Susan puso la espada de Niles en su mano y levantó su escudo, al verlos en serio peligro el General Jumento lanzó un rebuzno de guerra enviando tropas hacia ellos.
–¿Qué pasa que el cuerno no suena? –gritó Susan mientras esquivaba enanos con garrotes con sus armas.
En la colina, Teniente Roetroncos husmeaba por todos los rincones con el alma derritiéndosele como hielo en la parrilla –¡Ay de nosotros! ¿Qué haré si no encuentro el cuerno?– gritaba angustiado. Frente suyo el ejército del Rugiente desplegaba toda su furia, y Aslan por encima no podía descuidarse de su enemigo.
Niles, ciego aún, luchaba junto a Susan protegiendo sus espaldas. Los burros llegaron en tropel justo cuando un batallón de trolls, dirigidos por el troll más horrible jamás visto, entraban a secundar los enanos. Sus patadas y golpes hicieron un muro alrededor de los reyes, pero algunos cayeron.
Los gigantes, despreciándolos al pasar, se dirigieron al centro de la batalla. Hasta el General Gor parecía un monito de peluche al lado de esos formidables colosos. Pero sin desanimarse, ordenó a los brazos más poderosos del ejército primate arrojar grandes piedras a las cabezas de los gigantes. El General Castor, con sus catapultas, dio órdenes similares. Hakim, con el arco se Susan, lanzó certeras flechas a los ojos, ahorrándose una cuando atacaba a un cíclope, dejándolos ciegos a merced de los simios. Helen lo secundaba con espada, ya que no tenía arco.
–Voy a intentar recuperar una ballesta –dijo con decisión.
–Mejor no te alejes –le dijo Hakim. En ese momento, la fuerte voz del General Gor se oyó tronar.
–¡¡RETIRADAAAA!! –gritó– ¡¡GIGANTE CON HACHA Y CAÑÓN!!
Los monos en masa huían de un enorme gigante armado con una larga hacha que daba golpes circulares al suelo, barriéndolos como hojas secas, mientras en su mano libre llevaba un rifle de su tamaño, es decir gigante, listo para disparar hacia el frente.
–¡No! ¡Piensa disparar hacia nuestra colina! –razonó Hakim al verlo apuntar.
–¿Qué hacemos para detenerlo? –preguntó Helen.
Hakim vio el arco de Susan, ¡no le quedaban flechas! Desesperado hizo correr sus ojos sobre el campo de batalla hasta encontrar enanos muertos del enemigo.
–Sólo se me ocurre una, ¡ayúdame! –le dijo a Helen. Corriendo hacia los enanos caídos, buscó con ansiedad un arma hasta hallar una especie de revólver, un extraño revólver narniano, pero manejable para la experiencia de Hakim. Apuntó a la cabeza rogando que no usara el hacha, disparó una vez, dos, ¡justo a los ojos! el gigante dio un alarido desgarrador, que Hakim aprovechó para darle dos tiros más dentro de la boca. Muerto ya, el gigante se tambaleó hasta caer como un tronco talado.
–¡Gigante abajo! –gritó Helen más en broma que en serio, pero su grito salvó a muchos. Luego los monos aclamaron al rey Hakim el tirador, alabándolo como a un segundo David.
En la colina, ya casi loco de angustia, Roetroncos seguía buscando el cuerno. Algo como un brillo alertó sus ojos y corrió… sólo para encontrar una moneda de plata.
Los chimpancés encontraron unos grandes troncos para atacar a los gigantes por las piernas, formando equipos de a cuatro que empujaban los troncos contra los pies de los gigantes haciéndolos caer. Ya caídos, los gorilas los remataban con rocas contra sus cabezas, en tanto los monos pequeños, despreciando sus vidas, se treparon al cuerpo para acosarlos como hormigas. Al otro lado, los burros secundaban a Susan y Niles en una terrible lucha contra trolls y ogros, los ojos de Niles no veían pero su instinto guiaba su espada. Susan, con su escudo de oro de la unicornia azul, sembraba el terror entre los ogros que caían cabeza cortada ante su empuje. La lucha entre Aslan y el Rugiente, por su parte, parecía crecer en cada golpe hasta casi partir el cielo y la tierra con su furia. ningún león parecía ceder ante el otro, transfigurados más allá del entendimiento brillaban con una fuerza que ninguna criatura podía soportar.
Ya entregado a la desesperanza, Roetroncos buscó una piedra para azotarse la cabeza, ¡y en ese instante vio el cuerno! Había rodado colina abajo por un hueco entre dos piedras hasta detenerse en un plano. Loco ahora de felicidad, se lanzó por la abertura en las piedras para agarrarlo, pero, ¡desgracia! aunque pequeño como castor, quedó atrapado entre las rocas como corcho en la botella.
–¡Nooooo! ¡Esto ya no puede empeorar! –gritó.
Susan y Niles seguían dando su vida en cada ataque, exhaustos ellos y los burros.
–¡No sé qué pasa que el cuerno no suena! –exclamó enojada– Si sigue así, vamos a morir.
–Eso ya no me importa –respondió Niles con dulzura-, te encontré, y lo encontré todo. Contigo la muerte no es muerte.
–Tal vez esa felicidad que vimos sólo es posible en el cielo… –Susan trató de bromear, conmovida.
–Entonces estará muy bien –sonrió Niles.
Roetroncos seguía luchando por librarse. Vio entonces llegar a un corderito blanco, hecho ya no de algodón, sino de nubes blancas del cielo, a pastar mansamente junto al cuerno. No sabiendo si era un cordero que hablaba, pero no teniendo otra opción, le gritó con todo su aliento:
–¡¡CORDERITO!! ¡Si eres de Aslan, por favor, sopla ese cuerno! ¡Es urgente que lo hagas! ¡Esta todo en juego! ¡Sopla ese cuerno!
El corderito pareció entenderlo. Tomó el cuerno con su pezuña, y ante el asombro de Roetroncos, se irguió como un hombre y se llevó el cuerno a la boca como si la pezuña fuera una mano, y sopló.
Y el cuerno sonó. Profundo como el mar, majestuoso como el cielo, terrible como la tormenta, dulce como la primavera y poderoso como el sol. Su sonido calló el ruido de la batalla y se extendió, incontenible, por todas las esquinas del mundo y más allá del mar.


(finaliza en el próximo capítulo) link al siguiente capítulo

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Última edición por reyNiles el Jue Ago 07, 2008 5:11 pm, editado 1 vez
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Alambil,la sra. de la paz
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MensajePublicado: Vie Nov 16, 2007 8:42 pm    Asunto: Responder citando

jajaja!!!! me encantó lo de "pedazo de imbécil"....me recuerda un poco a mi jeje Avergonzado

ke buen cap. porfin veo ke está pasando con Aslan...buen cap. Aplausos Aplausos Aplausos

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Bien sabía que algo inesperado podía ocurrir; así que ni esperanza de pasar sin que sucediera alguna terrible y temeraria aventura en los inmensos picos de estas montañas con sus solitarias cumbres y valles donde ningún rey reinaba. Por fin se encontraban atravesando un desfiladero angosto a una gran altura, bordeado por el más terrible precipicio cuyo fondo desaparecía en la neblina del valle. Allí pasaron la noche arropándose con un pedazo de cobija y titiritando de frío y pavor. (The Hobbit)
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reyNiles
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MensajePublicado: Sab Nov 17, 2007 12:09 pm    Asunto: Responder citando

Ah vamos, linda! ¿qué es eso de tratarse mal? siempre se es mejor de lo que uno mismo se cree, más valiente, más amoroso y más inteligente. Facu's Mr Green Facu's Mr Green Facu's Mr Green créeme, porque es así.

Y siempre hay una protección en nuestra vida, aunque no sea tan mágica como una chaqueta de piel de león...

¿te gusta ver al fin a Aslan en acción? a mí también. Ojalá te haya gustado la "batalla de los dos leones". Yo no estoy muy seguro de si salió tan bien como pensaba.

cariños

Rey Niles Rey

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rachel
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MensajePublicado: Dom Nov 18, 2007 10:55 am    Asunto: Responder citando

La batalla te ha quedado muy bien!

Aplausos Aplausos Aplausos

Tiene mucha acción y emoción Muy Feliz

No entiendo muy bien eso de que ambos leones tengan una batalla tan pareja...pero tal vez tiene que ver con nuestras diferencias en cuánto a la visión de dómo es Aslan, el Eterno, verdad?

COn respecto a:

Cita:
...ser pareja no significa ser dos mitades. Es necesario que se completen.


esto me ha gustado mucho más Guiño

Espero el desenlace con muchas ganas!

Bailando Bailando Bailando

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MensajePublicado: Dom Nov 18, 2007 8:33 pm    Asunto: Responder citando

Querida Rachel:

No le pongas taaaanto. Lo del combate de Aslan contra el Rugiente es un recurso literario para hacerlo más interesante. La imagen de ambos en una batalla cósmica me conmovía y... era atractivo ver a Aslan en un duelo un tanto más físico. Pero lejos de mí las ideas de Mani. Ya vez que cuando Aslan ruge en el campo de batalla, todas las tropas del enemigo empiezan a perder ánimo... el mal suele ser valentón cuando tiene la fuerza de su parte (como las armas de fuego), pero se acorbarda con facilidad cuando las cosas le empiezan a ir mal. Los hijos de Aslan, en cambio, luchan aunque tengan todo en su contra y parezca no haber esperanza.

Cita:
...ser pareja no significa ser dos mitades. Es necesario que se completen.


Me alegro que te guste esa frase. Pues siiii! Ser pareja no significa, ni ser dos mitades, ni ser mellizos ni clones, ni tampoco competir contra el otro. Significa apoyarse, darse fuerzas juntos y protegerse, recordando siempre que son dos individuos únicos. lástima que en los cuentos de hadas todo termine en la boda, cuando en la vida real es después cuando empieza la parte más difícil (ja ja) Pero bueno, creo que ellos lo harán bien en su propio cuento.

cariños

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Bethan Maleza
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MensajePublicado: Dom Nov 18, 2007 9:54 pm    Asunto: Responder citando

Un capítulo excelente!

Qué bien manejas el suspenso!, me quede sin habla con ese final.
Y me encanta como describis. Me conmovió la descripción del sónido del cuerno.

Aunque me entrsitece mucho lo de las armas de fuego Triste, no em puedo acostumbrar a la industria en Narnia. Eso es lo peor que le puede haber pasado, prefiero el invierno eterno (y eso que no me gusta el frío Guiño).

En fin, nuevamente, aplausos.

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MensajePublicado: Lun Nov 19, 2007 3:24 pm    Asunto: Responder citando

Querida Bethan:

Te entiendo, pero ánimo, ya luego todo eso se va a acabar. Y aunque suene raro decirlo, me alegro de que no te guste la industria en Narnia, pues es puro daño y cero progreso.

Siempre me gustó la idea del invierno eterno como símbolo del mal... pero una idea buena, repetida, es menos buena. Creo que elegí la industria y la contaminación porque son problemas de nuestro mundo, que se entienden con facilidad.

Lo de las armas de fuego se me ocurrió para graficar la cobardía y el abuso de parte del mal, y, como le decía a Rachel, la idea de que el mal es arrogante cuando tiene la fuerza de su parte. Una vez perdida la ventaja su arrogancia se desvanece.

¡Así que ánimo! ya sabes que cuando el cuerno suena, alguna ayuda vendrá.

cariños

Rey Niles Rey

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-Juan-
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MensajePublicado: Vie Nov 23, 2007 10:31 pm    Asunto: Responder citando

¡Muy bien, ReyNiles! Muy Feliz La verdad he estado leyendo toda la historia en estas horas, y está genial, sólo me falta el último capítulo Guiño . Es muy reconfortante imaginarse a Susan con un futuro más feliz Muy Feliz

El único error que te podría decir es que Susan montaba a Aslan por tercera vez y no por segunda (primera en El león, la bruja y el armario y segunda en El príncipe Caspian).

Suerte Guiño

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Saphira: Eso no excusa mi compotamiento contigo.
Eragon: Saphira, los miembros de una familia se perdonan entre sí, incluso aunque no siempre entiendan por qué uno de ellos se comporta de un modo determinado... Perteneces a mi familia tanto como Roran... Más que Roran. Eso no va a cambiar por nada que hagas. Nada. ¿Me oyes? ¿Eh? ¡Nada!

Pippin: No creía que esto fuera a terminar así.
Gandalf: ¿A terminar? No, el viaje no se termina aquí. La muerte es sólo otro camino... uno que todos debemos tomar.
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reyNiles
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MensajePublicado: Dom Nov 25, 2007 4:24 pm    Asunto: Responder citando

¡muchas gracias por tus comentarios, Juan! La verdad, al principio sentía que estaba yo solo con mi sentimiento, pero estos meses me mostraron que era el deseo de muchos que el final de Susan fuera feliz.

Cita:
El único error que te podría decir es que Susan montaba a Aslan por tercera vez y no por segunda (primera en El león, la bruja y el armario y segunda en El príncipe Caspian).


¡Ufa! tienes toda la razón. Ese detalle se me pasó. Apenas leí tu mensaje revisé bien y sí, se me pasó olímpicamente el detalle de que ambas montan a Aslan durante su marcha con Baco y sus bacantes... la memoria suele jugar esas bromas, quizá para recordarnos que somos seres falibles...

Una vez más gracias por tus comentarios, y aunque esta historia ya va a terminar, yo espero seguir presente por mucho, mucho más, así que ojalá sigamos conversando.

Rey Niles Rey

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rachel
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MensajePublicado: Vie Dic 28, 2007 12:59 pm    Asunto: Responder citando

Tarde, muuuuuuuy tarde vuelvo por aquí , pero bueno...fue ausencia justificada jaja:wink:

Y vuelvo a este capítulo sólo para comentar que releí tu comentario sobre la lucha de los leones y entiendo a lo que te refieres. Y me parece fantástico que no estemos lejos en nuestras concepciones sobre Aslan! Risa tonta

Bendiciones!

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