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UN CUENTO BREVE (fantasía heroica)



 
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La Barra de la Taberna

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reyNiles
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MensajePublicado: Mie Dic 19, 2007 12:39 pm    Asunto: UN CUENTO BREVE (fantasía heroica) Responder citando

Este es un cuento breve que no es de Narnia. Ojalá les guste.


EL CONSEJO Y LA ESPADA

Yinoim, el joven rubio de ojos oscuros, observó la inmensa vastedad de la Llanura, el mundo que le era conocido. De lejos la Llanura se veía familiar como todas las llanuras. Tenía grandes árboles agrupados en pequeños bosquecitos, flores, arbustos e interminables pastos. Tenía también animales de toda clase y tamaño. Vista de lejos se veía bastante familiar. Al mirarla de cerca, sin embargo, tú dirías que era una llanura muy rara. No encontrarías sus árboles en ningún libro de botánica, sus flores te parecerían de colores extraños, y sus animales; bueno, si los grandes no lograran asustarte, los pequeños te parecerían increíbles, y claro que a ninguno lo encontrarías en los libros de animales. Seguramente te parecería un mundo raro, pero era el mundo que a Yinoim le era conocido. Seguramente él te diría que tu mundo es el raro.
¿Y quién era Yinoim? Puedo empezar diciendo que era lo que tú llamarías un muchacho salvaje. Se vestía, y no mucho, con pieles de animales que él mismo cazaba y preparaba. Trepaba a los árboles por fruta, cavaba la tierra por raíces y, cuando quería carne, acechaba a un animal comestible y lo atrapaba. El mundo salvaje era su hogar, no su lugar de vacaciones, sino su mundo de todos los días. Se preocupaba de las cosas de los muchachos salvajes: beber de los ríos cuando tenía sed, conseguir comida y evitar que se lo comieran.
–¡Tiiiiiiiuuuuuuiiiiiit! –cantó un pajarito a sus espaldas. Conociendo bien al pajarito, Yinoim le cantó respondiendo– ¡Tiiiiiiiuuuuuiiiiit!
–¿Están cerca? –preguntó una jovencita pelirroja de la edad de Yinoim, quien era en realidad el pajarito que acababa de silbar. Se llamaba Yenia, y era también una muchacha salvaje. Vestida también con pieles de animal y habituada a ese mundo salvaje como Yinoim, ya que ambos se conocían de niños.
–Casi encima –respondió Yinoim– los oigo detrás de aquella zanja. Vamos a tener que acercarnos con mucho silencio.
Los dos muchachos se arrastraron como un par de lagartijas con una gracia difícil de creer, pero natural si has crecido cazando y acechando por quince años de tu edad.
Los seres que acechaban no se tomaban la molestia de ocultarse, falta no hacía, pues eran grandes como caballos y a simple vista poderosos. Parecían muy afanados buscando algo a ras de suelo, olfateando y rascando el suelo con sus patas delanteras, al parecer muy molestos, pues sus patas traseras eran enormes, por lo que agacharse no les era agradable en absoluto. Al agacharse, además, sus colas largas, gruesas, musculosas, se movían en todas direcciones golpeando sin querer a algún compañero.
Todos aquellos seres gruñían muy enojados. Eran un grupo compacto de a lo menos veinte, y como dije, cada uno era grande como un caballo. Entonces uno se alzó, oliendo el aire en dirección a los muchachos, y otro tras él, se levantó también. Aquellos seres caminaban en dos patas; pero no como humanos, sino como caminaron algunos dinosaurios, con dos patas musculosas balanceadas por una poderosa cola. En mucho parecían dinosaurios estos grandes seres, pero no eran reptiles. Estaban cubiertos de pelo marrón y gris, y sus cabezas tenían hocicos largos y orejas anchas, semejantes a un lobo, un zorro o algo similar a estos animales.
Yenia y Yinoim contuvieron la respiración al ver que uno de esos seres miraba directamente hacia donde se ocultaban. En su interior, se mordieron el aliento deseando que aquel ser siguiera sus asuntos, pero el ser no dejó de mirar hacia ellos. No podía verlos, pero empezó a tomar aire profundo y soltarlo con mucha lentitud. Los estaba oliendo.
Entonces el ser se acercó. Sus fuertes patas daban largos pasos. Fue directo hacia donde se encontraban los chicos.
Abrió su hocico, y de su garganta surgió... una voz de mujer.
–Salgan de ahí los dos. Yenia, Yinoim, sé que están detrás de esos árboles.
Yinoim saltó resignado, y sin temor, sonriendo, se acercó a la gran criatura.
–Está bien, nos descubriste. No quería espiarlos. Perdón... mamá.
Y la criatura, sonriendo con dulzura, se acercó y besó a su querido hijo, mientras Yenia se acercaba y recibía otro beso de la gran criatura. Entonces otro de esos seres, menos cariñoso, rugió con cansada voz de varón.
–¿Vienen a ayudar? Si es así, bien, pues el bosque ya no entrega nada, ¡nada! No queda una sola huella de lo que mató a ese humano infeliz.
–Yerio, no vuelvas a decir “humano infeliz” delante de mi hijo y mi sobrina –dijo entonces la madre de Yinoim con voz muy severa.
–Perdón, mi joven jefa –agachó la cabeza el otro ser esperando una tormenta.
–Paz, Yerio –dijo Yenia–. Nadie salió cortado.
–Están todos nerviosos por el duro trabajo –dijo entonces la madre de Yinoim, cuyo nombre, para decirlo desde ahora, era Caneya–. La petición del Kord del castillo se convirtió en una tarea odiosa. No es cosa de broma una muerte en nuestras tierras. Humanos y ter-ols hemos sido amigos desde ya largos siglos, y un ter-ol, como ustedes saben, es fiel a sus amigos, aunque los amigos dejen de estar a la altura. Somos un pueblo que respeta su palabra, no la cambiamos cuando vienen tiempos malos.
–Sí mamá –apoyó Yinoim– somos los nobles ter-ol, aire y agua de sus amigos; hierro y fuego de sus enemigos.
Todos los pueblos de la Llanura conocían a estos seres como los nobles ter-ol. Temidos por su fuerza, pero respetados por su sentido de lo justo, su lealtad y, sobretodo, su gran respeto por todas las criaturas. Yinoim y Yenia se sentían tan unidos a su pueblo que a veces les costaba recordar que eran humanos. Era común que los ter-ol tuvieran hijos humanos y de otras especies; vivían en una era violenta donde las ocasiones para que una criatura se quedara huérfana abundaban. Si no eran la espada y el hacha, eran la garra y el colmillo, pero nunca faltaba una tragedia que dejara tras de sí pequeñas criaturas solas en el ancho mundo. Fue así como Yinoim llegó a los brazos de su madre Caneya, pero la historia detrás fue bastante más difícil que el común de esas historias.
–Parece que nada más hay aquí –habló Caneya–, pues bien, aquí terminamos de buscar. ¡Nos regresamos a la aldea! Y si el kord quiere gritar, que grite lo que quiera.
–¡No me digas que el Kord del Castillo está en la aldea! –dijo Yenia, extrañamente molesta por la noticia.
–A mí no me hace más gracia que a ti, cariño –le respondió Caneya–. Pero qué sol calienta en invierno. Los humanos nos pidieron justicia, y una muerte no es un pleito de panes robados.
–No, para nada –dijo Yinoim–. ¿Tienes idea de qué lo mató?
–Digamos que tengo una idea lamentablemente buena –dijo Caneya. Desde que abrazó a su hijo no lo había soltado, y al caminar lo estrechó aún más sin darse cuenta de lo que hacía. Pero Yinoim sí se dio cuenta y se quejó.
–Mamá, ya suéltame, que ya quebré una lanza el otoño pasado –reclamó, como cualquier joven creciendo a quien su mamá lo estuviera tratando como un niño chico.
–¡Ay mi amor, lo siento mucho! –saltó Caneya–. Se me olvida que los años han pasado, demasiado pronto pasaron para mí. Aún te veo como mi pequeñito.
–En eso no tendré remedio. Seré pequeñito aunque alcance mi plena edad –Yinoim le respondió en broma, pues cada ter-ol adulto se alzaba dos metros y medio sobre el suelo.
El resto de los ter-ol, aún gruñendo pero más aliviados, emprendieron la larga marcha hacia a la aldea, Caneya, como jefa, marchó a la cabeza seguida por Yinoim y Yenia a pocos pasos atrás. El sol ya estaba tocando el borde del mundo y el borde opuesto ya empezaba a desplegar el manto estrellado. Viendo esto apuraron la marcha con las armas a la mano, nadie desafiaba a la noche y sus oscuros peligros por puro gusto. Sintieron una suave alegría cuando las luces amarillas señalaron a lo lejos las fogatas de la aldea. Sólo Caneya sintió un poco de fastidio, pues aquellas luces indicaban fogatas de fiesta, pero bien sabía que no iban a celebrar precisamente. Yenia por su parte se sentía cada vez más inquieta. Irrazonablemente inquieta.
–¿Seguro que el kord está en la aldea? –preguntó.
–Ya pasó el equinoccio, y nadie avisó que se casaba esta noche. Luego esas fogatas de fiesta han de ser para recibir al kord y su corte –contestó Caneya.
–Una muerte no es un asunto chico –recordó Yinoim.

Y así era. Las fogatas ardían en mitad de la plaza de consejo de la aldea ter-ol. Grandes animales se asaban sobre ellas y otras piezas más pequeñas se asaban sobre brasas de carbón. Había pinchos con más de doce carnes distintas, barriles de vino y cerveza de los farlin, además de tortas de harina y panes con nueces, y frutas frescas cortadas con gran delicadeza sobre grandes bandejas. Pero no había música ni nadie bailando, pues se trataba de un áspero y serio consejo.
Los humanos se paseaban de un mal humor que trataban de disimular, pues pese a que la soberbia de Yilgendar era famosa en toda la Llanura, famosa era también la fuerza de los ter-ol, y todos los humanos sensatos les temían, aunque el orgullo les obligara a negarlo. Todos eran caballeros de la corte del kord, hombres barbudos de espada y daga al cinto. El kord mismo no destacaba más que por el emblema familiar que llevaba en el pecho de su chaquetilla de tela fuerte. En todo lo demás vestía como cualquier caballero: bajo la chaquetilla de mangas cortas, una especie de camisón de lana vegetal, pantalones ceñidos de tela gruesa y botas altas de cuero. De cuero también era el cinturón que portaba su espada, su daga de protocolo y otras dos más de batalla. Se había quitado los guantes en señal de respeto al jefe de la aldea.
–Debo sentarme –dijo Caneya a su hijo y sobrina, observando el lugar vacío a la diestra del jefe–. Ustedes coman o hagan lo que quieran, tal vez pasen horas antes de empezar a comer.
Los ter-ol no usaban sillas, ya que sentarse significaba simplemente recoger sus grandes piernas y echar la cola hacia atrás, para quedar como un canguro en reposo. Al kord y sus caballeros les habían dado troncos para sentarse como humanos, pero salvo el kord y su esposa, que sonreía con su mejor cara de disimular la incomodidad, todos se hallaban de pie muy erguidos detrás del kord. Su esposa vestía el traje de batalla de las caballeras, mostrando en cada gesto que prefería mil veces los finos trajes largos de castillo, pero nadie va a un consejo de guerreros en traje de fiesta. A su lado su hija, una hermosa joven de la edad de Yinoim, demostraba en un gesto sincero que el traje de guerrera era su favorito. Además de espada y daga, la jovencita lucía con mucho orgullo un arco y sus flechas.
–Mi hija ha llegado –habló el jefe de la aldea–. Woodon, kord del castillo de Yoberin de Yilgendar, puede comenzar este consejo.
La causa de todo este lío yacía frente al kord y al jefe en una mesa mortuoria. Los ter-ol habían puesto al desdichado de espaldas con las manos cruzadas sobre el pecho, como se pone a los caballeros cuando mueren con honor, pero se las habían arreglado para dejar la herida mortal expuesta, para que todos la pudieran ver con claridad.
–Jefe Cumayu, señor del clan de Toruyac –comenzó el kord Woodon como comienzan los consejos–, su amistad es un tesoro que desborda toda jarra...
–¿Por qué papá no le dice “muchas gracias” y ya? –le cuchicheó a su madre la joven hija del kord.
–¡Por los dioses, hija! –le susurró su madre–. No se habla en un consejo de guerreros como si estuvieran tragando en una taberna.
–...Pero las noticias de su hija me han decepcionado –continuó el kord–, ¿cómo es que no halló ninguna pista del cobarde asesino? Jefe Cumayu, me ha jurado usted de su propia boca que los ter-ol encuentran todo rastro.
–Jurado hemos también que en nuestras tierras, rige nuestra justicia –respondió Caneya–. No confunda rogar con ordenar, kord Woodon. Mucho hicimos por darle paz a su pobre guerrero muerto.
–Uuuuh, esa dama ter-ol sabe contestar a una orden –se burló la hija del kord.
–no alce la voz aunque su corazón sangre de ira, kord –dijo el jefe Cumayu–. Los amigos se conservan en respeto.
–Y ese jefe sabe respetar a una hija –volvió a cuchichear la muchacha.
–Cillen, ¿por qué no guardas silencio como la joven dama que debes ser? –pidió su madre.
–El punto es la identidad del asesino, y eso se ve en la herida –volvió a decir Caneya.
–¿De qué habla? Fue un herida de espada, muchos llevan espadas en la Llanura. Si yo digo que lo mató una roca, ¿digo algo importante en una Llanura donde abundan las rocas? –gruñó el kord.
–Woodon, yo lo creía un guerrero –se burló Caneya–. Yo podría decirle el tamaño y el color de la roca por la herida que deja, pero usted no puede decir nada de una herida de espada, lo que es mucho más fácil.
–¡No insulte al kord, dama Caneya! –interrumpió un guerrero pelirrojo.
–¡Cállate! –le ordenó el kord en grito seco–. No me siento insultado todavía. Pero si sabe algo, hable, no haga adivinanzas de salón con un caballero muerto.
–Para mí está claro que fue un Tagashi –interrumpió otro caballero gordo y barba negra–. Ellos nunca quisieron a Yilgendar ni al rey.
–Al viejo Julvendarm no lo quería ni su esposa –se burló otro ter-ol–. Pero las shigura de los Tagashi no dejan esas heridas.
–¿Entonces vas a decir que fue una espada tuya? ¡Tampoco los ter-ol querían mucho a nuestro rey!
–¡Cuidadito con esa boca! No es culpa nuestra que el viejo barbas de paja no hiciera nada por ser popular. Cuando un ter-ol mata a un humano, se lo entrega a su pueblo en un saco.
–¡Aquí el único saco de soberbia son ustedes!
–¡Cállense! –rugió el kord– ¡No ayudan nada empezando peleas!
–Si no fue un tagashi, entonces fue un Cazador Libre disputándole una presa.
–O fue una velta que no aceptó sus honorables sugerencias.
–¡Basta!
A medida que el debate se hacía más áspero y menos sustancioso, los ter-ol sentados al último aprovecharon el tiempo hablando cualquier cosa lejos del tema central. La mujer del kord se veía cada vez más nerviosa según aumentaba la tensión de su esposo, tocaba su espada en un gesto hueco, lamentando para sí misma no haber tenido más educación guerrera. Sus caballeras se le habían acercado suavemente, previniendo un estallido de violencia.
–Parece que la mujer del kord le está haciendo gestos a sus guerreras –dijo uno de esos ter-ol sentado al último.
–Cree que esta conversación tan simple va a acabar en guerra –dijo otro.
–¿Por qué estos humanos separan a sus tropas en guerreros y guerreras? –dijo el primero–. Ni que les diera miedo tocarse.
–Cada quién sabe como asa la carne –contestó el segundo–. De todas formas, los humanos son fáciles de distinguir. Las que no tienen pelo en la cara, son hembras. Los que no tienen redondo el pecho, son machos.
–Pero Yinoim no tiene pelo en la cara...
–Porque aún es un cachorro –interrumpió un ter-ol alto y fuerte, que imponía respeto con su sola presencia–, por mucho que presuma de hombría.
–A propósito, ¿no estaba la cachorra del kord al lado de su madre?
–Pues parece que se deslizó en silencio...
–cachorra busca cachorro...

no muy lejos pero a salvo del ruido de los mayores, Yenia y Yinoim compartían unos panes que nadie extrañaría en la mesa. Por alguna razón, habían rechazado la sugerencia de mamá Caneya, y en lugar de esperar en casa, lo hacían de cara a la noche inmensa que parecía atraerlos con su danza de estrellas por algún incomprensible motivo. Sentados en el suelo, tocando brazo con brazo, sin hablar ni hacer intento de conversación, simplemente observaban la interminable noche.
–¡Hooolaaa! –gritó a sus espaldas la hija del kord.
–¡Bruta! ¿No puedes gritar más despacio? –le contestó Yenia furiosa por haber roto el clima de casi hipnótica paz.
–¿Qué haces aquí, Cillen? –preguntó Yinoim con amabilidad.
–¡Eso! ¿Qué diablos haces aquí? –preguntó Yenia con muchísima menos amabilidad.
–Que hacen ustedes aquí –reprochó más que preguntó la joven Cillen–, con la cosa que arde allá adentro, no les nace nada más divertido que mirar como pasan las estrellas en su viaje eterno. ¡Vengan! Más allá vi una laguna, y esta noche la luna hará salir a los camarones a la orilla.
–Con todo lo que hay de comer por el dichoso consejo, y a ti se te antojan unos tristes camarones –gruñó Yenia.
–¡Uuuuh! Eso me dejó el corazón de hielo. ¿Y quién quiere comer? Yo nada más quiero verlos –se rió Cillen.
–La misma diversión hace mirar las estrellas –no se rió Yenia.
–Ya guarda la espada –dijo Yinoim–, mira que ponerte tan brava por un grito. Cillen quiere pasear un rato, sólo eso. Y la verdad, yo también.
–Pues vayan, quién los ataja. Aléjense un buen trecho hasta donde nadie los oiga declararse su amor –Yenia los despreció con frialdad.
–Anda, que nido de celos es esa cabellera roja tuya –Cillen no se apagó lo más mínimo–. Si sigues así ni su madre podrá besarlo. ¡Ven acá tonta! Para besos prefiero el sol, la noche me hace pensar más bien en la fragilidad de la vida.
–Gran tema para una anciana maestra –ironizó Yenia.
–Anda, y luego me sales con que la frívola soy yo –ironizó aún más Cillen–. Decídete, ¿Soy una anciana filósofa o una sinvergüenza?
–Ni lo uno ni lo otro. Eres una molestia.
–¡Ya bájate, Yenia! –Yinoim se impacientó.
Sin preguntarle, Cillen tomó a Yenia de la mano y la jaló a pasear, la pelirroja se negó con toda su fuerza de chica salvaje, pero si ella era fuerte, Cillen le aguantaba el peso sin sudar. Era hija de nobles, pero la nobleza de esta edad era una nobleza de espada en mano; lejos en el futuro estaban los nobles flojos de tecito y galletas, su tiempo era tiempo de espadas, de arco y duras batallas.
–Desde los tiempos de la reina Igollen Hacha De Oro, las señoritas nobles de Yilgendar estamos obligadas a la espada desde la niñez –le explicó Cillen a Yenia sin dejar de jalarla con una sonrisa–, así que tira todo lo que quieras como animal salvaje, que con brazo de señorita acostumbrada a los carros de combate te voy a controlar. Hazle mejor un favor a todos y a tu propia alma, deja de pelear y relájate. Sólo quiero pasear, ¿acaso nunca vas a creerme nada?
Ahora más que celosa, Yenia estaba frustrada por no haberle ganado en fuerza a Cillen. Contaba con que era una damita de castillo y ahora, se encontraba con una joven guerrera capaz de demasiadas cosas. Suspiró buscando las palabras correctas, no quería ceder dándose por derrotada.
–Te creo si tú me crees. Créeme que no voy a pelear si me sueltas –le dijo.
–Te creo. Te suelto –dijo Cillen–. Y además te quiero, amiga.
¡Condenada princesita perfecta! ¿Ella siempre tiene que ganar? Yenia sentía el corazón ardiendo. Por estar lejos de ella, más que por estar cerca de Yinoim, se colgó de su brazo derecho dejándole el izquierdo a Cillen. Así los tres jóvenes se alejaron de la aldea, sin medir lo largo de su caminata.

En la aldea el debate seguía cada vez más estúpido. Ya no sólo tagashis y cazadores libres habían entrado a la lista de sospechosos; los reinos marinos, los guerreros de Zevandir y hasta los pacíficos Farlins habían sido señalados. Yilgendar no hacía nada por dar una idea con sentido. Los ter-ol sólo lanzaban ironías para hacerlos rugir. Ante la pérdida de tiempo valioso, el jefe Cumayu no resistió más y quebró la habladuría con un potente grito de mando.
–¡¡SILENCIO, CABEZAS DE TRONCO MUERTO!! De sus bocas no sale nada digno de escucharse. Pronto uno va a decir que fue el colmillo de un demonio, otro que la garra de un dragón, y un tercero que fue un rayo del cielo que se le cayó a
algún dios por descuido. No saben ver lo que tienen ante sus ojos y opinan con boca de catarata. Basta. Está claro lo que sucedió, pero el miedo no les deja verlo.
–¿Miedo? –saltó el kord herido en su honor– ¿Miedo de qué?
–La herida es de una espada de Belvorum –habló claro y calmado la dama Caneya.

Los tres jóvenes habían llegado a la laguna. Brillaba hermosa bajo la luz azul de la Luna Mayor. No salían aún los camarones pese a los cálculos de Cillen, pero eso no importaba. Yenia se comportaba bastante bien, olvidada de su mal humor. Yinoim seguía mirando los cielos. Algo en ellos veía muy a la distancia.
–¿Qué hay allá en tus queridos cielos? –preguntó Cillen.
–Creí ver una estrella muy pequeña que después desapareció –dijo Yinoim.
–¿Estrellas que nacen en el cielo inmutable? –rió Cillen–. Un sacerdote-astrólogo saltaría de rabia ante tamaña herejía. Suerte que el maestro Wonthar siempre ha dicho que los cielos cambian.
–Pero muy pocos le creen –dijo Yenia.
–Aunque inclinen la cabeza ante su presencia –se volvió a reír Cillen– ¿Pero quién no inclina la cabeza ante un dragón?
–Nadie –sonrió Yinoim. Creyó ver la estrella una vez más, y luego dejó de verla. En los cielos, muy lejos, la “estrella” sonrió con crueldad. Su tiempo estaba llegando.

–¡Belvorum está muerto! –rugió el kord Woodon ante el consejo– ¡Mi rey, mi príncipe y mi reino dieron su vida por aniquilarlo para siempre! ¡Nunca sus tres caballerías volverán a pisar la Llanura! ¡Nunca sus guerreros, vestidos de hierro cobarde, volverán a amenazar nuestra gente! ¡Nunca!
–No está sabiendo ver –dijo Caneya–. Belvorum no fue aniquilado. Se retiró. Volvió a sus tierras esa noche fatal, y ha guardado silencio, pero muerto no está, ni uno solo de sus castillos fue derribado, y en quince años los guerreros muertos se reponen con largueza. Woodon, las heridas del alma hablan por su boca, obre como un guerrero de verdad y vea: esa herida es de Belvorum. ESO mató a su caballero.
El kord Woodon se sentó de golpe y se llevó las manos a la cabeza sacudiéndola con pesar.
–No puedo aceptar que todo haya sido por nada. ¡Me niego incluso a considerar la posibilidad! –murmuró con las emociones aplastándolo.
–Quien niega el invierno se hiela los huesos –sonrió el jefe Cumayu con compasión–. Sea sabio. Considere la posibilidad, obre como un guerrero y tome medidas.

Yinoim seguía contemplando el cielo. Cillen, cada vez más cerca suyo, hacía cultas observaciones sobre el movimiento de los astros y su poder sobre las vidas mortales. Yenia escuchaba en silencio. La paz de las estrellas se alejaba cada vez más de su corazón, corazón que parecía un saquito de pólvora esperando la menor chispa de fuego.
–Wiltawir, el Payaso De Las Monedas De Oro –señaló a una gran constelación que brillaba en lo más alto del cielo–, anuncia la llegada de la primavera y la naturaleza de las cosas mortales. Como su danza de malabares, la vida mortal es tocar y soltar el oro; no bien tenemos algo, ya debemos entregarlo. Todo se va, como el agua de un río o las horas de un día.
–Lo que llamas tuyo, será tuyo por un tiempo muy breve –asintió Yinoim.
–Se celebra el retorno del sol, la tierra despierta y la Llanura se llena de flores. ¡Ojalá durara para siempre! Pero la dulce primavera se va, y aunque nadie ama el invierno, igual llega –continuó Cillen, muy inspirada.
–Por eso en la fiesta de la primavera, el Rey Invierno llega al banquete aunque nadie lo haya invitado –recordó Yinoim un poema infantil que le cantan a todos los niños ter-ol.
Yenia escuchaba sin hablar. Tal vez, tan sólo hablar le habría espantado los bichos que se formaban en su cabeza. Pero no quiso. En lugar de eso oyó el coloquio de sus compañeros con la vista cada vez más roja y el aliento cada vez más seco, sintiendo cada frase de Cillen como un garrotazo en la cabeza. Al fin no aguantó más y saltó como un volcán en medio de los dos.
–¡¡SI TANTA FILOSOFÍA LES NACE DE LAS ESTRELLAS, MEJOR MIRENLAS SOLOS!! –estalló al fin su pólvora.
–¡Pero Yenia! –Cillen soltó un suave reproche que encendió más todavía la rabia de la pelirroja. Dando una patada al suelo, se fue corriendo con despecho, mientras Yinoim la miraba alejarse; dividido entre el deseo de correr a abrazarla, y la rabia de verla estallar como una niña malcriada.
–Mejor ve a buscarla –dijo Cillen preocupada.
–¡No! –dijo Yinoim apestado–. Es cosa suya si la enrabia vernos juntos. ¡Pero que... estúpida! Siempre tiene que arruinarlo todo con sus rabietas. ¿Por qué no podemos pasar un buen rato los tres, como cuando éramos niños?
“Porque ya no somos niños” –pensó Cillen sin decirlo en palabras, sorprendida de que Yinoim aún no se diera cuenta que la primavera de sus vidas estaba llegando a su fin–. “Qué problema que ellos crezcan más lento que nosotras” –Siguió filosofando en silencio. Cillen era más noble de corazón que de sangre, así que insistió.
–Ve a buscarla –repitió con voz suave–, así enrabiada perderá el camino. Llévala a la aldea, camina un rato, háblale. Yo puedo volver por otra ruta. La carne ya debe estar asada –sonrió.
Tal como las rabietas de Yenia lo movían a negarse, la voz calmada de Cillen siempre lo movía a hacerle caso. Yinoim se levantó aceptando el plan de Cillen.
–Pero ve por el camino más corto –le rogó.
Anaien... –susurró Cillen aceptando.

Yenia se alejó mucho. Demasiado. Tanto que creyó ver sombras entre los árboles armadas de espadas de luna llena. Ya no era una niña para creer en los cuentos de terror de la noche oscura, pero muy a menudo, ver la oscuridad nos revela la parte más débil de nosotros mismos. A su mente acudió la leyenda del Caballero De La Plata Muerta, que bajo la luz de las lunas se lleva las almas atadas a su cadena. Sintió un frío del alma y, por primera vez desde que empezó este cuento, se arrepintió de su mal humor.
¿Exageraba? ¿Defendía lo que era suyo, o sólo estaba disparando flechas a un reflejo en el agua? Influenciada por la noche vinieron a su memoria felices recuerdos de ella y Cillen jugando de niñas como dos hermanitas. Su madre no quería
que la hija del kord tuviera tanta confianza con niñas extranjeras, pero su padre consideró, en bien de la diplomacia, que esa amistad daría grandes frutos. Fue así como crecieron juntos como hermanas y hermano en la vasta Llanura.
Cillen siempre fue buena con ella, incluso cuando se enojaba, lo que pasaba tan seguido ahora que llegaba el verano a su vida.
Lejos y cerca, aullidos de aves nocturnas y sonidos como de metal golpeando sacudieron la noche. ¡Se estremeció de terror! En silencio quiso rogar, pero el orgullo la detuvo. Sintió pasos, pero no miró, ni se movió a defenderse.
–Yenia –susurró Yinoim a su espalda, mitad cariñoso, mitad muy molesto.
–Me vas a decir que hice una guerra de nada y arruiné un buen momento –se anticipó a decir Yenia.
–Siempre me dices que lo arruino todo entre tú y Cillen. Siempre soy yo la que todo lo amarga, siempre es Cillen la que todo lo endulza –continuó Yenia sin dejarlo hablar, y aunque después de eso calló, Yinoim se quedó sin palabras.
La palabras son lentas para enviar afecto. En lugar de hablar Yinoim la abrazó. Yenia se acurrucó en sus brazos, demasiado orgullosa para llorar, pero casi estallaron sus ojos. Con el alma llena de torpeza, Yinoim trató de hablar.
–¿Realmente... realmente nunca te digo nada bueno? –preguntó vacilando. Sin responder, Yenia enterró su cara en su pecho y arañó no queriendo llorar ni contestar.
Largos segundos pasaron. Pero el momento se quebró con brusquedad cuando los ruidos de metal sonaron más fuertes que nunca en la noche oscura. Yenia levantó la mirada y al verlo, gritó en silencio y luego susurró a Yinoim:
–Allí está, a nuestro costado, ¡lo veo!
–¿Quien?
–¡El Caballero De La Plata Muerta!
Con sus miedos de niño Yinoim levantó la vista, una figura de plata reflejó la luna. Antes de poder reaccionar, un manto oscuro cayó sobre ambos y ya nada más vieron.

Al abrir los ojos se encontraron atados al tronco de un árbol. Frente a ellos cinco o seis guerreros vestidos de hierro de cabeza a pies se sentaban alrededor de una hoguera de llamas altas. Discutían con voz muy alta, no les importaba que sus prisioneros escucharan, pues hablaban una lengua extraña jamás oída por Yenia y Yinoim. Los hombres de hierro llevaban grandes espadas y hachas, y escudos, con emblemas jamás vistos en Yilgendar ni en ningún otro reino. No parecían estar asando nada sobre las llamas ni tampoco se veían arreos de ningún animal de montura.
–¿Qué son esos? –preguntó Yenia.
–No sé si humanos, pero no son fantasmas –dijo Yinoim–, una armadura brilló bajo la luna, y eso la hizo parecer un espíritu, pero hay carne bajo su hierro.
–Yilgendar llama cobardes a los que se visten de hierro –recordó Yenia–. Jamás vi guerreros como esos. ¡Ay Yinoim! ¿Será posible que sean...?
–¿Aquellos hombres de hierro de los que siempre hablan los mayores? –continuó Yinoim– ¿Aquellos que iniciaron aquella guerra horrible de aquel año en que nacimos?
–Los súbditos de la Emperatriz-Sacerdotisa... –Yenia se estremeció– Belvorum, el Reino Despiadado.
De improviso surgió al frente de todos esos hombres de armadura uno mucho más tremendo, de armadura pulida con grandes puntas de acero en sus hombreras, y un casco que parecía la cabeza de un demonio por sus puntas y filos. Aquel guerrero tremebundo era claramente el jefe, y sus gestos bastaban para mover al resto a obediencia. A la luz de las llamas sacó una espada con una mancha de sangre, que Yinoim reconoció de inmediato. Era la espada que mató al caballero.
–Yenia, ¿que ocurre? –Yinoim la vio temblar, pero no de miedo.
–Si somos humanos y tenemos madres ter-ol, es porque nuestros padres humanos murieron –dijo Yenia–. Y fueron esos quienes iniciaron la guerra que los mató. ¡De repente los odio!
Algo hizo girar la cabeza al guerrero líder, como si recién supiera que estaban allí en el árbol, envió a dos de sus hombres hacia los prisioneros, para nada bueno sin duda. Yinoim estiró una mano hacia atrás, con los dedos tanteó hasta hallar un nudo tan duro que parecía hecho piedra, pero los dedos de un joven salvaje están acostumbrados a lo duro. Sin amedrentarse comenzó a tirar y clavar las uñas, aunque parecía que caería una luna del cielo antes de aflojar un nudo como aquel. Los hombres de armadura avanzaron hacia ellos. A media distancia, desenvainaron un par de gruesas espadas y continuaron avanzando.
Desesperado, Yinoim insistió con el nudo. Yenia apretó los dientes. Uno de los guerreros alzó la espada sobre su cabeza listo a dejarla caer.
¡Suuuuiiiiiissss! ¡TCHOK! Soltando de súbito la espada, el guerrero se estremeció y sin dar un grito, cayó al suelo atravesado por una flecha mortal. El otro, incrédulo ante lo visto, miró a lado y lado y tras otro silbido, cayó con una flecha directa en el corazón. Antes de morir, logró dar un grito y todos los demás guerreros se precipitaron hacia los prisioneros. Un tercero cayó flechado, pero un cuarto logró abrirse paso y ciego de furia, cayó sobre los muchachos atados al árbol.
¡Juap! Sin saber de donde un latigazo le golpeó la cara dejándolo ciego por valiosos segundos. Otro latigazo le quitó la espada, y antes de saber qué fue, su cabeza dijo adiós a su cuerpo y a su vida. Otro, detenido por la sorpresa, vio a una joven pelirroja con la espada de un guerrero caído y a un muchacho, ¡armado con la cuerda que los tenía atados!
Ardió de furia. El joven rubio lanzó otro latigazo hacia su cuerpo. Sin vacilar, agarró la cuerda y la tiró, pero sin poderlo creer, vio que el chiquillo tiraba a su vez con tanta fuerza que lo arrastraba. Sin pensar bien, cortó la cuerda de un tajo de espada, torpe estrategia, pues la tensión liberada lo lanzó hacia atrás como cuando se suelta un elástico. Cayó de espalda y tras ver las estrellas, lo último que vio en su vida fue una tercera muchacha que con espada a dos manos, saltó sobre él y la clavó apagando su vida de un sólo golpe.
–Cobardes de armadura –comentó Cillen con desprecio como buena señorita de Yilgendar–, como si las armas de Yilgendar no atravesaran sus tontas ropas de hierro.
Yenia suspiró de alegría, sin poder decir en palabras lo que sentía. Cillen por su parte no dejó traslucir ni un reproche.
–Tomen esas espadas, que otras no hay, y apúrense que quedan tres con vida –ordenó.
Mejor hubiera dicho dos y diez, pues el jefe se alzó ante ellos como un gigante de acero que no cayó al primer golpe. Lejos de la torpeza de los otros, se plantó con confianza ante los tres chicos sin hacer movimientos basura. Sus seis hombres caídos en nada lo conmovían.
–Nos mide –susurró Cillen– no hagan nada tonto.
En su diestra llevaba la espada de la mancha de sangre. En la izquierda, un hacha de guerra de doble filo. Con sus ojos miraba a los tres, pero su cabeza no delataba movimientos. Avanzó con lentitud.
–¡Ahora!
–¡Noooo!
Demasiado tarde advirtió Cillen. Por suerte, el violento golpe de hacha arrancó la espada, no el brazo de Yenia. Suspirando resignación, Cillen atacó por el lado de la espada, pero sólo logró golpear hoja con hoja. Yinoim saltó a ayudarla, el hacha voló de lado a lado volviéndose un muro afilado, Yinoim la evitó con agilidad, sin poder acercarse. El guerrero, con un hábil giro de muñeca, desarmó a Cillen lanzando lejos su espada. Asustado ante lo peor, Yinoim no pensó en sí mismo y cometiendo la torpeza más atrevida se lanzó contra el guerrero con un golpe de cuerpo. Su hombro se estrelló contra el pecho del enemigo, lo hizo trastabillar hacia atrás, momento que Cillen, herida en su honor, levantó su arco y disparó directo a su cabeza. ¡Que mala suerte! Esta cobarde armadura sí rebotaba las flechas. Ofendido por el ataque, el guerrero cargó su hacha contra Yinoim, quien paró el golpe con la espada.
Pero su espada, la de la mancha de sangre, estaba libre en la otra mano y lista para hundirse en el costado de Yinoim. Yenia miró la escena y horrorizada, reaccionó sin pensar tomando una gran piedra con ambas manos, la piedra, del tamaño de un melón, la estrelló contra la cabeza del guerrero que esta vez sí sintió el golpe. Le temblaron las piernas y el hacha saltó lejos. Era sólo espada contra espada ahora. Rugiendo de rabia, cargó contra Yinoim, este saltó como un mono, cerró distancia, esquivó y muy pronto, halló un espacio y sin vacilar lanzó un espadazo mortal que hizo saltar lejos la cabeza del tremebundo guerrero.
–Como dije, cobardes trajes de hierro que no detienen espadas –bromeó Cillen una vez que todo pasó y estaban todos bien. Yinoim le contestó con una sonrisa cansada. Estaba sucio y rasguñado, pero sin heridas.

El consejo acabó una vez que los tres jóvenes presentaron el cuerpo del guerrero jefe y la marca de su espada se comprobó. El kord Woodon se sintió herido de orgullo al comprobarse las afirmaciones de la dama Caneya, pero el valor de su hija lo llenó de honor.
–Has sido muy valiente –dijo el kord robando la palabra al jefe Cumayu–, ahora que has matado al asesino, nuestro caballero descansará en la paz de sus ancestros. Estás creciendo muy bien, mi hija. Toma ahora la espada por derecho.
–¡EJEM! –carraspeó el jefe Cumayu–. Kord, si escuché bien la historia fue Yinoim quien mató al guerrero y Yenia quien dio el primer golpe. Mis nietos son valientes cada día del año, y también crecen bien.
–No se peleen –se rió Cillen–, tiene razón, jefe Cumayu. La espada es de Yinoim. Yo me quedaré con la daga.
–¡No seas! –saltó Yenia– ¡Yo quería la daga! ¿Para qué quiero un hacha?
–Ay amiga, te dará buen servicio cuando necesites leña –Cillen se volvió a reír–. Si tanto quieres una daga, yo te doy la mía. Tómala –dijo, sacando su daga regia del cinturón y alcanzándosela. Yenia la miró a brazos cruzados.
–No seas grosera, cariño –Le reprochó Caneya con suavidad. Así que Yenia le aceptó la daga, pero no se la colgó del cinturón.
–Pues bien, se cierra el consejo y a comer. Ya que la muerte está vengada, esto será una celebración y no un banquete fúnebre. Podremos tocar música y bailar sin perturbar el alma del caballero –dijo el jefe Cumayu.
–¿Y qué hacemos con este de la armadura? –preguntaron los ter-ol a su jefe.
–¡Buena pregunta! No podemos sepultarlo como ter-ol ni como humano. Llévenlo a campo abierto. Los animales sabrán qué hacer con él.
Y mientras dos ter-ols cumplían la orden, el resto fue a comer y a sacar sus instrumentos musicales. Yinoim miró a su madre unos instantes con preocupación.
–¿Eso era lo que pensabas? ¿El Reino Despiadado está retornando?
–Nadie conoce el día de mañana, hijo –dijo Caneya–. Descansa y celebra, nada más hay que hacer por hoy. Si el día de mañana trae guerra, estaremos listos. Si llueve, te pones capa; si nieva, te pones capa de piel. Pero ni un gramo de angustia hará que el mal tiempo no venga. No es sabio pensar lo que puede ser o no ser.

Así fue como la espada del guerrero pasó a adornar el rincón de batalla de Yinoim, su primera conquista de madurez. Yenia adornó el suyo con el hacha a regañadientes, y pronto halló un uso a la daga de Cillen cortando queso. Esta fue la primera escaramuza previa a la gran tormenta de verano, que marcó el inicio de una nueva gran guerra. En los días siguientes muchas tristes predicciones se cumplieron. Pero en los corazones más sabios anidó la certeza de que todos esos dolores serían necesarios para la llegada de una era de paz. Yinoim contempló muchas veces el cielo buscando aquella estrella pequeña, sin volver a verla nunca. Desde los cielos, en cambio, la estrella siguió viendo su mundo noche tras noche, sonriendo con crueldad, llena de alegría siniestra, pues su tiempo estaba llegando.

FIN

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FerMix
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MensajePublicado: Vie Dic 21, 2007 1:03 am    Asunto: Responder citando

Wow...

no se si aplaudirte por tu excelente estilo y argumento o asustarme de lo oscura que puede resultar. Siempre me lo parecen las historias ambientadas en tiempos asi.

Eres un buen escritor, tienes mucho talento.
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Bethan Maleza
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MensajePublicado: Vie Dic 21, 2007 11:52 am    Asunto: Responder citando

Shoqueado
¿Y no hay continuación? Lengua

Muuuy bueno, aunque como dijo Fer, un tanto oscuro.

Pero me quedé con la intriga de la estrella Shoqueado

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MensajePublicado: Vie Dic 21, 2007 12:18 pm    Asunto: Responder citando

Querido FerMix:

Mmmh, sí, salió bastante oscura, claro, la acción ocurre de noche... (je, je). Gracias por tus comentarios sobre mi escritura.

Querida Bethan:

Sí, sí hay continuación, aunque un tanto laaaaaarga (es un libro entero). Si deseas, puedo postearla por entregas, es decir todo en un topic como en la sección fanfics, añadiendo capítulos con regularidad. ¿Te gustaría? Si me dices que sí, empiezo pronto.

Rey Niles Rey

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MensajePublicado: Vie Dic 21, 2007 9:30 pm    Asunto: Responder citando

¡ME ENCANTARÍA! Dientes

Aunque no sé si en la sección fan fics Pensando, ya que no transcurre en Narnia.
Creo que sería mejor que la postearas acá Muy Feliz

Ah! En enero no voy a estar y creo que en febrero tampoco, asi que si no la leo durante esos meses, lo hago después Mr. Green

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MensajePublicado: Sab Dic 22, 2007 2:37 am    Asunto: Responder citando

Por nada, solo que soy una ella. Aclaro... Riendo

si, parecia tener continuacion pues la descripcion es bastante larga y da pie a muchisimas cosas mas. Es genial, aunque un poco pesado de leer en pantalla. Por que mejor no lo publicas y yo lo compro en la libreria?? Riendo

jaja perdón, hoy me siento graciosa. Quiza no suene graciosa, pero asi me siento...
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reyNiles
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MensajePublicado: Sab Dic 22, 2007 5:23 pm    Asunto: Responder citando

Querida Bethan:

Eso dije. Aquí, en esta sección. En eso soy bien ordenado.

Pero ya que sales de vacaciones, mejor lo dejamos para marzo.

¡Y felices vacaciones!



Querida FerMix:

¡Ufa! ya segunda vez que me caigo, y la primera fue, ¡precisamente con Bethan!

En esa ocasión le pedí disculpas y le comenté que en mi fic Hakim metía la pata en forma muy similar, pero esa vez no cité el pasaje.

Cita:

–¡Cierto! –admitió Hakim, y espoleó a su caballo– ¡Vamos muchacho, a reunirse con las tropas!
–Soy muchacha, majestad –le replicó su yegua con cierta coquetería.


Lo que digo: por donde hablas te muerdes la lengua.

¿Publicar mi libro? ¡Ay criatura! supieras que hace cinco años que estoy en eso. Y la única vez que logré algo, fue un fracaso. ¿viste el primer capítulo de mi fic, donde cuento el drama de Niles? bueno, en parte lo saqué de mi propia vida.

Rey Niles Avergonzado

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MensajePublicado: Dom Dic 23, 2007 11:46 pm    Asunto: Responder citando

como siempre: Bravé!!!!! Aplausos Aplausos Aplausos Aplausos Aplausos siempre me dejas con la bokota habierta....esta historia es excelente, larga como siempre, pero eso es lo mejor, porke te kedas pikda con la historia....

eres excelente!!!! Bravé!!!!!!! Aplausos Aplausos Aplausos Guiño

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Bien sabía que algo inesperado podía ocurrir; así que ni esperanza de pasar sin que sucediera alguna terrible y temeraria aventura en los inmensos picos de estas montañas con sus solitarias cumbres y valles donde ningún rey reinaba. Por fin se encontraban atravesando un desfiladero angosto a una gran altura, bordeado por el más terrible precipicio cuyo fondo desaparecía en la neblina del valle. Allí pasaron la noche arropándose con un pedazo de cobija y titiritando de frío y pavor. (The Hobbit)
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MensajePublicado: Mie Dic 26, 2007 12:09 pm    Asunto: Responder citando

Niles escribió:
Pero ya que sales de vacaciones, mejor lo dejamos para marzo.

¿En serio? Muchísimas gracias Dientes

Ah! por lo del libro... ¡no te rindas Niles! alguien va a saber valorarlo, como habrás visto en este foro, creemos que escribis muy bien, y que tenés talento para crear historias
Muy Feliz

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