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Hielo y Fuego


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yo_carito
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MensajePublicado: Jue Ago 07, 2008 2:27 pm    Asunto: Responder citando

Bueno, creo que no hace falta decir que me encantó la continuación del segundo capítulo Muy Feliz.

Un abrazo! Jijiji

_________________
-Me siento liviana -declaró-. Como si tuviera alas, como si pudiera volar.
Él la miró.
-Y puedes hacerlo -le dijo-. Volaremos juntos.

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Yasei_ayame
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MensajePublicado: Jue Ago 07, 2008 2:30 pm    Asunto: Responder citando

=D OMG , dale segui
¿que crisis atacara narnia esta vez?
¿podran con ella?
tantas , pero TANTAS preguntas XD

_________________
soy una narniana que cree en el leon
aunque jamas lo vio con sus verdes ojos
soy una loba que canta en las noches
deseando regresar a su amada tierra


recuerdame y estare para ti

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Frey Girl
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MensajePublicado: Sab Ago 09, 2008 9:56 am    Asunto: Responder citando

Gracias a todos por los comentarios. ¡Me anima mucho a seguir publicando! Y todos son buenos, se nota que sois benévolos, jejeje. Gracias a maai@yo, sofialanarniana, yo_carito y Yasei_amane.

Besazos a todos y disfrutad de la lectura.


Capítulo 2. El Décimo. Pesadillas (I)

Edmund y Lucy jamás hubieran esperado tal recibimiento, ni aunque hubieran pensado en ello por varias horas. Toda una sucesión de antorchas iluminaba una improvisada plataforma de aterrizaje en una de las mayores torretas del castillo. Los grifos bajaron en suaves círculos, en un recorrido lo bastante llano como para eliminar el peligro de que cayeran. Finalmente, se posaron con suprema gracilidad e inclinaron la cabeza para que los dos hermanos pudieran bajar.

De inmediato, algunos telmarinos y otros tantos narnianos se acercaron a saludarles y ofrecerles sus respetos. Los niños, empapados de sus antiguas magnificencia y realeza, rezumaron cordialidad con todos aquellos que vinieron a saludarles. Sin embargo, por encima de las cabezas de la multitud, distinguieron una que se elevaba sobre las demás, más no precisamente por su altura.

Había un “algo” especial rodeando la figura del joven. Quizás algo en sus ojos claros llenos de fuerza y autoridad, sin embargo gentileza y carisma. Ambos sonrieron al mismo tiempo cuando el chico se abrió paso entre la multitud y se acercó a ellos con su más acogedora expresión.

–Bienvenidos, amigos míos -había un matiz de entusiasmo y euforia en su voz.

–Gracias por acogernos, Caspian -saludó Lucy, inclinando la cabeza con informal respeto.

–Esperaba vuestro regreso desde hacía años -aseguró el joven rey, sonriendo más ampliamente-. Temí no vivir para contemplar vuestra llegada.

–Agradezco que no haya sido así -admitió Edmund, corriendo a estrecharle la mano.

Ambos se golpearon los hombros con familiaridad, como antiguos amigos reencontrados que eran. Con Lucy, Caspian se inclinó para besarle la mano, más ella echó por los suelos el protocolo y se lanzó sobre él en un acogedor abrazo.

–Será mejor que entremos dentro. Parece que volverá a nevar por esta zona -aseguró el rey, señalando el cielo gris que empezaba a cubrirse de nuevo de nubes.

Los condujo hacia el interior, donde reinaba una temperatura mucho más agradable. Por el camino, diversos sirvientes de todas las razas que conocían se acercaron a despojarles de las ropas mojadas por la nieve.

–No comprendo cómo habéis ido a parar al bosque en pleno invierno con semejantes vestiduras -observó Caspian, intentando no reír ante el, a sus ojos, extravagante vestuario veraniego que lucían ambos hermanos.

–Bueno, hace un rato en nuestro mundo era de día. Y además verano -recalcó Edmund, con una sonrisa extraña. Se le notaba cohibido, pues sabía que sus personas no eran precisamente lo que más llamaba la atención en aquellos momentos.

–Supongo que lo mejor será que antes de pasar al salón os adecentéis con ropas más adecuadas. No quisiera que vuestro retorno a Narnia empiece con un catarro -rió levemente el rey con gentileza.

Un par de sirvientas telmarinas se llevaron de lado a Lucy para buscar un vestido que se ajustara a sus medidas. La niña había dado un ligero estirón en los últimos meses, así que no iba a ser tan difícil como podría esperarse. Eran mujeres muy amables y Lucy percibía la admiración en sus ojos cuando la miraban. Al parecer, volvía a poseer su antigua aura de reina.

–Majestad, ¿qué color os placería llevar? -sugirió una de ella, de aspecto maternal.

–No creo que sea demasiado importante -respondió ella amablemente. Sin embargo, le vino a la cabeza el recuerdo del vestido que había lucido siglos atrás para conmemorar la década de reinado de los Cuatro Reyes-. Aunque, si tuvierais una prenda roja...

–Por supuesto, Alteza -sonrió con entusiasmo la otra muchacha, más joven y vivaracha. Abrió un arcón de los muchos que había en la habitación y sacó un sencillo vestido de encaje de color carmesí-. Este pertenecía a la dama Prunaprismia cuando era tan joven como usted.

Lucy tuvo que admitir que le gustaba, aunque no se parecía en mucho al vestido que ella recordaba. Estaba hecho de una tela pesada y más áspera al tacto, pero aún así el resultado era bueno. Las mujeres la peinaron a conciencia y le hicieron con el mayor de los esmeros el típico peinado femenino del país de Narnia y se lo adornaron con flores de oro, pues no había flores naturales vivas en invierno.

Al mirarse en el espejo tras aquella leve sesión de vestuario y peluquería, la muchacha pudo reconocer de nuevo en su reflejo a Lucy la Valiente.

Salió al pasillo donde le esperaban su hermano y Caspian. Edmund lucía una camisa blanca sobre la que se acomodaba una leve casaca de piel. Según dijo Caspian, aquella ropa le había pertenecido cuando era más joven. Aunque, para no herir los sentimientos del chico, el rey sólo comentó para Lucy que eran de su talla cuando tenía tres años menos que Edmund. La niña rió la gracia, pues para nadie era un secreto que su hermano no se caracterizaba precisamente por su altura.

Cenaron de forma apacible, y algunas dríadas de hayas y fresnos bailaron con jolgorio para ellos. Lucy no pudo evitar relamerse al recordar el sabor de las frutas de Narnia, tan diferentes de la comida enfermiza que había en Inglaterra. Su paladar era una explosión de sabores y cada vez sentía más y más familiaridad con aquella situación. En cuanto arrasaron con el humilde banquete (Edmund más que nadie, todo hay que decirlo), Caspian ordenó a un sirviente que le trajera algo en concreto.

–Lucy, guardé tus cordiales bajo la máxima seguridad posible, al igual que los de tus hermanos -aseguró, tendiéndole dichos objetos con todo el cuidado posible.

–Ah, gracias -sonrió la niña con entusiasmo, colgándose el cinto con la pócima y la pequeña daga encantada-. No me siento segura si estoy en Narnia y no lo llevo encima -admitió.

Tras comprobar que la pequeña hoja seguía brillando como siempre, la introdujo en la funda y dibujó una expresión agradecida en su rostro, dirigida a Caspian. No obstante, el semblante del joven rey se había ensombrecido y parecía devorado por una gran vergüenza.

–¿Qué sucede, Caspian? ¿Hay algún problema? -sugirió ella, preocupada.

–A decir verdad, sí -admitió el chico, agachando la cabeza-. No todos los tesoros de los Cuatro Reyes siguen en mi poder. Uno me fue substraído ayer por la noche por un ladrón que se adentró en el palacio.

–¿Un ladrón? -inquirió Edmund, alarmado- ¿Y cómo burló la seguridad?

–No era un telmarino -se defendió de pronto Caspian-. Parecía algún tipo de reptil. Era rapidísimo y muy escurridizo.

–¿Qué se llevó exactamente, Caspian? -atajó Lucy, sobrecogida por aquella noticia. Sin saber la razón, aquella nueva la había intranquilizado a sobremanera.

–El Gran Cuerno de Narnia, el de vuestra hermana Susan -confesó Caspian, en apenas un gruñido.

Ambos hermanos se miraron con las bocas entreabiertas. De pronto reconocieron el sonido que habían oído aquella mañana en el bosque cercano a la casa del profesor Kirke, e identificaron perfectamente aquella sensación de ser llamados.

¿Era aquella la razón de su regreso a Narnia?

–Caspian, el cuerno de Susan es lo que nos ha llamado desde nuestro mundo. Quien quiera que lo haya robado lo ha utilizado para invocarnos en Narnia -explicó Edmund, haciendo aspavientos con los brazos.

–Eso carece de sentido -reflexionó el rey-. Está claro que era alguien que no tenía buenas intenciones. ¿Por qué querría aumentar sus obstáculos llamando a los Reyes del Pasado? -cuestionó.

Edmund y Lucy callaron, pues no tenían una respuesta lógica a aquella pregunta. Se limitaron a escuchar el crepitar de la chimenea del salón como si fuera hipnótico. La pequeña contemplaba la danza de las llamas, y recordó que una vez un fauno tocó para ella una nana con una flauta mágica y el fuego había bailado para ella, rememorando los bailes de invierno de las dríadas y los ciervos junto a los faunos.

–Será mejor que lo dejemos por hoy. Debéis estar agotados de sueño por culpa del incidente en el bosque, me imagino -sugirió Caspian al cabo de un rato, queriéndose notar hospitalario.

A Lucy y Edmund, que ya empezaban a cerrárseles los ojos, agradecieron profundamente tener una cama cómoda y con mantas acogedoras. Las otras veces que habían ido a Narnia, Lucy había dormido con Susan y Edmund con Peter, al igual que en Inglaterra, pero esa vez se sentían demasiado inseguros como para seguir aquella costumbre.

El cuarto que les habían asignado era más grande que cualquiera que hubieran tenido en Londres. Tenía dos camas gemelas con sábanas de seda de Archenland en las cuales aparecía bordado el león rojo sobre un fondo verde. En la alcoba flotaba un agradable perfume a almizcle y flores silvestres que les hizo sentir reconfortados. Tenía unas ventanas enormes desde las cuales se atisbaban los llanos del norte con una magnífica perspectiva.

Edmund descorrió las cortinas mientras Lucy se cambiaba en el baño adyacente. Contempló en la oscuridad las dos montañas solitarias que se erguían en la inmensidad blanca. Un terrible estremecimiento le recorrió al recordar que centurias atrás se alzaba allí un castillo hecho de hielo. En aquel lugar había sufrido miedo, frío y desesperación, y se había arrepentido de sus antiguas faltas.

Sintió el tacto cálido de la mano de Lucy en el hombro, que le ofreció un silencio consuelo. Él sabía que su hermana tenía una habilidad única para detectar el sufrimiento ajeno y aliviarlo. Para cuando la nieve había empezado a caer al otro lado de la ventana, cubriendo el alféizar de blanco, ellos ya estaban metidos entre las mantas, arropados por el silencio.

No obstante, los dos sufrían insomnio. Lucy no cesaba de oír a su hermano removerse unos metros más allá, gruñendo maldiciones por lo bajo. Ella, por su parte, permanecía quieta pero totalmente alterada por dentro. Una mezcla explosiva de adrenalina y angustia le impedía sosegar. Y sólo tras más de una hora de tenso silencio, conocedora de que él estaba despierto, se decidió a hablar.

–No puedo dormir... -susurró, ahuecando la almohada por ninguna razón en particular. Nunca había tenido una tan mullida en Londres.

–Yo tampoco -musitó Edmund-. Me siento culpable -admitió en un murmullo.

La niña se incorporó sobre la cama y miró a su hermano, que yacía con el rostro en su dirección. La tenue luz de la nieve danzando en el exterior se reflejaba en sus iris castaños.

–¿Por qué? -quiso saber Lucy, tratando de distinguir su expresión en la oscuridad.

Esperó por más de un minuto la respuesta, hasta el punto que empezó a creer que Edmund se había dormido mientras pensaba lo que debía decir. Pero oyó la voz de su hermano, apagada y débil.

–Nos hemos emocionado tanto con volver a Narnia que había olvidado por completo a Peter y Susan -susurró el chico-. Deben estar algo hundidos.

Lucy sintió como si le apretaran el pecho con demasiada fuerza y se creyó despreciable por ello. Ella también había eludido en todo el rato pensar en sus hermanos mayores. Los imaginó sentados en la ribera, tal y como los habían dejado, mirando el discorrer del agua con la melancolía dibujada en sus rostros.

Empezó a llorar silenciosamente y sintió cierta rabia hacia la decisión de Aslan, que había alejado a Peter y Susan del mundo en el que habían sido los reyes más justos de la historia. Rato después de que Edmund empezara a roncar en voz baja, Lucy cerró los ojos y cayó dormida en los brazos de Morfeo.

--

Y la antigua reina de Narnia soñó.

En su sueño estaba sola en medio de una nada envolvente que no parecía terminarse nunca. Llorando de puro terror, trataba de tocar algo en la oscuridad, más allá de las retorcidas masas informes que se recortaban en las tinieblas.

Oía algo en la lejanía, aunque el volumen era creciente y el espacio entre ella y la fuente del sonido parecía estrecharse drásticamente. De pronto, con un horror imposible de describir, cayó en la cuenta de que eran gritos lo que oía. Gritos arrancados sin compasión de varias gargantas. Olvidó súbitamente le alegría que había sentido al regresar a Narnia, pues el mundo que se desplegaba ante ella tenía un aterrador tinte de muerte.

Había restos de una batalla a sus pies. La mayoría de caídos eran faunos, centauros... En resumen, criaturas de Aslan, a juzgar por el emblema del león rojo que lucían en sus destrozadas armaduras. El cielo era plomizo y la lluvia caía sobre el lugar del enfrentamiento como si el cielo llorara. Sobrecogida, avanzó por el llano sin apenas acordarse de respirar. Contemplar a los caídos le producía una pena imposible de describir... Una pena que se convirtió en terror cuando vislumbró el cuerpo de una mujer con cota de malla, en cuya espalda se acomodaba un carcaj con flechas rojas.

A su lado, un joven de cabellos dorados agonizante, que intentaba insistentemente quitarse una armadura que empezaba a asfixiarle. Su cuerpo se convulsionaba bruscamente, notándose desesperado.

–¡Susan! ¡Peter! -gritó Lucy desesperadamente.

Corría hacia ellos, y sólo su hermano mayor parecía oír su voz, pues alzaba débilmente la cabeza y clavaba en ella sus ojos azules, velador por el dolor y la cercanía de la muerte. Su pecho yacía atravesado por una herida de espada, y la sangre empapaba su anatomía.

–Lu...cy... -balbuceaba el Sumo Monarca, incapaz de articular nada más-. Lucy...

Ella buscaba a toda prisa la pócima de la Flor de Fuego, pero las lágrimas la ahogaban cuando se daba cuenta de que no la tenía. Abrazaba a su hermano, llorando a pleno pulmón, hasta que él cerraba los ojos y dejaba de moverse para siempre.

Desolada y sin corazón, Lucy buscaba desesperadamente a alguien que pudiera ayudarla. Más sólo distinguió una silueta que seguía de pie en medio de aquella masacre, andando a pasos inseguros en su dirección, como un alma errante condenada a penitencia. Incrédula, la joven reconoció a su propio hermano, ataviado para la guerra, tan malherido que resultaba imposible que siguiera en pie.

–Edmund... -susurró ella, con la garganta crucificada de dolor.

Él la miraba, y sus ojos lloraban lágrimas y sangre.

–Todo es por mi culpa... -musitó el chico, en estado de shock- Mi culpa...

Y a lo lejos, Aslan contemplaba aquella catástrofe, y Lucy jamás olvidaría la única vez que había visto llorar al Gran León, con un llanto desgarrador que podía hacer estremecer a todo el universo.

–¡Lucy! ¡LUCY! -vociferaba una voz, cerca de su rostro.

La niña volvió de golpe a la realidad, incorporándose bruscamente sobre el lecho. Miró alrededor, enloquecida, sin ser consciente de qué realidad era aquella. Su hermano estaba arrodillado en su cama, cogiéndola por los hombros y zarandeándola violentamente.

–Ya, ya, Ed... -gimió Lucy, apartándole de ella con una mano y llevándosela posteriormente al rostro-. Ya estoy despierta...

–¿Qué te ha pasado, Lu? Estabas chillando sola y te daban espasmos... -explicó el chico, pálido como el papel.

–Sólo ha sido una pesadilla, Edmund... Siento haberte despertado -se disculpó la niña, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.

–¿Estás segura? Menudo susto me has dado... -comentó él, relajando los hombros tras un largo suspiro.

–En serio, no hay nada de lo que debas preocuparte -mintió Lucy, acomodándose de nuevo en la cama y cubriéndose con las cobijas.

Se dio la vuelta para evitar el contacto visual con su hermano. Esperó en silencio a que Edmund se marchara a su propia cama, pero al parecer aquel sobresalto había sido suficiente para causarle al joven insomnio para toda la noche. Se quedó allí mientras ella intentaba dormir, y Lucy tenía la insistente sensación de tener sus ojos clavados en su nuca.

Lo que había visto en sueños aún la atormentaba, y aunque sabía que era una simple pesadilla, no podía evitar sentir cierto miedo entorno a lo transcurrido. No se durmió hasta que Edmund, vencido por el agotamiento, decidió volverse a su propia cama.

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"Incluso un traidor puede enmendarse. Yo conocí uno que así lo hizo..."
~ Edmund el Justo ~


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sofialanarniana
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MensajePublicado: Sab Ago 09, 2008 10:38 am    Asunto: Responder citando

Wow Shoqueado ! Que capitulo! Aplausos Aplausos Aplausos Aplausos Me ha encantado, y vaya sueño tuvo la pobre Lucy Triste . Bueno, ¿cuando pondras el siguiente capitulo? Jijiji

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Sofia la Narniana

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Doesn't mean it's never
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MensajePublicado: Sab Ago 09, 2008 12:35 pm    Asunto: Responder citando

Holaa !! por favor tienes que seguirrloo ya !! muy buen capítulo !

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Yasei_ayame
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MensajePublicado: Sab Ago 09, 2008 3:02 pm    Asunto: Responder citando

O_____O! OH GOD
pobre lucy , ver eso deve ser totalmente terrible
sus hemanos muertos y aslan llorando...
TT:....sigue que queremos sabe que paso
¿por que los llamo la serpiente?
owo muchas preguntas todavia sin respuesta
X3 awww continuaaaa

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yo_carito
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MensajePublicado: Dom Ago 10, 2008 6:09 pm    Asunto: Responder citando

Qué buen capítulo!

Debe ser horrible soñar lo que soñó Lucy..

Quiero el próximo!
Soy demasiado impaciente, jaja Muy Feliz.

Suerte! Jijiji

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Frey Girl
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MensajePublicado: Jue Ago 14, 2008 4:20 am    Asunto: Responder citando

Mil gracias de nuevo por los comentarios. No puedo creer que algo que escriba guste tanto XD. Saludos a todos y disfrutad de la lectura.

Capítulo 2. El Décimo. Pesadillas (II)

Los lobos aullaban a la luna, enorme y etérea, que flotaba sobre la silenciosa Narnia nocturna. Desde luego, sus lamentos de rabia eran lo único que rasgaba aquella monotonía insonora. Se sentían oprimidos en un mundo gobernado por un humano, pero sabían que el momento de recuperar su libertad estaba cerca.

El enano se inclinó sobre el suelo y rozó las huellas de dos pares de pies que mancillaban la nieve, unas más profundas y anchas que otras. Eran de pies humanos, y uno de los dos elementos iba descalzo. Además, había rastros de un forjeceo y algunas pequeñas manchas de sangre.

–Hace horas desde des de que estuvieron aquí -informó.

–Sigamos el rastro, Feradrik -susurró la serpiente, siguiendo la dirección de la apresurada estela.

Lo hicieron. Las pisadas se hacían más profundas y separadas, como si sus creadores hubieran huido a la carrera. Y, de pronto, se detenían, viéndose rodeadas por huellas de cascos, pezuñas y garras.

–Los ayudaron -concluyó el enano llamado Feradrik en un tono furibundo-. Seguramente eran seguidores del Décimo. Deben haber matado al rastreador.

–Maldición, eso complica las cosas -siseó el reptil, sacudiendo furiosamente su cola-. Nos retrasaremos muchos si no llevamos a los Reyes humanos al Altozano.

–Si están en la fortaleza del Décimo, no será fácil sorprenderlos sin protección -comentó el enano, rascándose la barba oscura-. Quizás haya llegado el momento de pasar a estrategias mayores.

La serpiente tardó unos segundos en asimilar el impacto de aquellas palabras, pero finalmente le miró con sus vacíos ojos reptilianos.

–¿Quieres decir... a los rebeldes? ¿Crees que estamos listos para un enfrentamiento así? -sugirió.

–Lo estamos. El Décimo envió parte de su ejército a Archenland, a combatir a los rebeldes del sur del Monte de Fuego. Ahora mismo el Castillo del Dique y la Ciudad de Beruna escasean de armamento. Apenas tendrán unos cincuenta arqueros y ciento cincuenta lanceros o menos cada una. Si atacamos Beruna ahora, caerá. Y la fortaleza de Caspian no tendrá escudo alguno.

–Eso no hace sino alejarnos más de poder capturar a los reyes humanos -sentenció la serpiente, con una expresión sombría.

–¿Acaso no has oído las leyendas, Milescamas? -protestó Feradrik con seriedad- Los Reyes del Pasado son los guerreros más peligrosos que ha habido desde el Primer Día. El Sumo Monarca batió en duelo a su Majestad durante varios minutos. El Rey Edmund derrotó a espada a Rabadash, el emperador de Carlomen. La Reina Susan es tan peligrosa como el mejor guerrero varón, pues su puntería es inigualable para nadie. Y la Reina Lucy dirige con serenidad la retaguardia del ejército. ¿Crees que semejantes bazas van a quedarse tranquilamente en el castillo?

Milescamas había notado un tono de miedo en la voz del enano. Tanto las serpientes como los enanos negros nunca habían sido fieles a la monarquía de los Hijos de Adán, pero los Reyes del Pasado eran figuras épicas que vivían en la historia, y siempre infundían respeto y temor.

–Los Hijos de Adán irán al frente del batallón. Por lo tanto, serán los primeros en caer -sentenció Feradrik con una sonrisa maliciosa.

Había empezado a nevar de nuevo, y las huellas de ambos se borraron para cuando llegó el amanecer.


--------------------------------------------------------------------------------

Edmund paseaba con Caspian por los jardines del castillo. La mañana era aún temprana y el cielo estaba teñido de rosa y dorado por el extremo del Gran Mar Oriental, más allá de los extensos llanos del este. La nieve aún no estaba iluminada y resultaba sombría a la vista.

El niño observó que el palacio del Dique de los Castores tenía un aspecto mucho más acogedor y menos belicista de lo que fuera en tiempos de Miraz. Habían sembrado jardines donde antaño hubiera un patio de piedra y las más exóticas flores habían sido traídas de cada rincón de Narnia. Aunque, claro, era difícil reconocer los tallos dormidos bajo la nieve. Lo que más había de destacarse de aquel pequeño oasis helado era un árbol enorme que crecía todopoderoso en un círculo de rocas blancas. De sus ramas pendían unas frutas doradas, tan grandes que apenas parecía posible que el árbol las sostuviera. A diferencia del resto de vegetación, sus hojas eran más verdes que cualquier otra cosa que hubiera en Narnia.

–Eso es... -susurró Edmund, maravillado.

–Es un manzano de Cair Paravel -asintió Caspian-. Los topos lo trajeron de allí cuando aún era un tallo. Crece muy deprisa, ¿verdad? Ni siquiera se ha cubierto de nieve.

Edmund recordó cómo él y sus hermanos jugaban bajo la sombra de los manzanos del Palacio de los Cuatro Tronos en las tardes que sus ocupaciones reales les dejaban libres. De pronto sintió una intensa nostalgia por aquellos tiempos que no volverían.

–Bueno, háblame de la crisis de la que nos advirtieron los centauros -exigió Edmund, sacando a flote parte de su antigua autoridad.

La magnificencia del jardín le pareció de pronto más diáfana e irreal a Caspian, pues había intentado de todos las maneras alargar el tiempo en el que tuviera que revelar la amenaza que vivían a los Reyes del Pasado. Aún se sentía inseguro en el trono, creyéndose demasiado joven para soportar la carga de aquella nación. Tomó aire con profundidad y habló.

–Ha habido sublevaciones en el último año -explicó-. Los enanos negros, los minotauros, algunas tribus de gigantes del norte... Hasta ahora han sido reprimidas, pero tengo la sensación de que hay algo más grande tras estos pequeños levantamientos.

–¿Les has dado motivos para que se sientan infelices y decidan rebelarse? -sugirió Edmund, encogiéndose de hombros.

–No. He tratado por igual a narnianos y telmarinos -juró Caspian solemnemente-. No pueden elevar ni una sola queja fundamentada contra mí.

Edmund se sobó la barbilla, tratando de resolver aquel dilema en base a recordar cosas parecidas que habían sucedido durante su reinado. También habían sufrido algunas sublevaciones de sectores puntuales de los narnianos. Siempre solían ser antiguos seguidores de la Bruja Blanca que se negaban a admitir que cuatro Hijos de Adán les gobernaran. Y cómo olvidar la larga lucha que mantuvo Narnia con los gigantes del norte que pretendían destruirlos. No obstante, aquellos conflictos fueron rápidamente zanjados.

Pero, claro, en aquellos tiempos Peter era el Sumo Monarca, y toda Narnia podía contar con su serenidad y autoridad para mantener la paz. No exteriorizó su preocupación, por supuesto, y no comentó nada respecto a su hermano.

–¿Cuales han sido sus últimos movimientos? -preguntó.

–Bueno, hace siete días un grupo de enanos negros de las montañas atacó el fortín del Vado de Beruna -relató Caspian, notándose angustiado-. La mayoría han sido encarcelados y otros huyeron. El mes pasado, unos minotauros que trabajaban en las minas del sur atacaron a los telmarinos que estaban apostados cerca de la Montaña de Fuego. Y, bueno... Últimamente ha habido casos de árboles que atacaba a faunos o a hombres.

–Comprendo... -susurró el más joven, frotándose la mejilla.

Edmund se sentía incapaz de dar una explicación lógica que enlazara todos aquellos incidentes. Lo cierto era que a primera vista no parecían seguir un patrón, como si los sublevados no poseyeran intereses comunes. Sin embargo, la experiencia le decía que todo estaba justificado y que planeaban algo.

–La verdad, no sé en qué puedo serte de utilidad esta vez -aceptó, cruzándose de brazos-. Pero, bueno... Será mejor que me informes más detenidamente. ¿Tenéis un mapa de Narnia con los puntos del ataque?

–Por supuesto -asintió Caspian, guiándole hacia el interior.

Mientras seguía al actual monarca hacia un ala lateral, Edmund arrojó una última mirada al manzano de frutos dorados. De forma inconsciente, pensó en Peter y Susan e, inevitablemente, se sintió algo solo.


--------------------------------------------------------------------------------

Lucy había salido a cabalgar por las inmediaciones del Castillo del Dique. Edmund se había negado, pero, ¿quién era él para negarle nada? Ambos fueron reyes en el pasado y Lucy sabía muy bien cómo salir airosa de las diversas situaciones en las que se encontraba.

Su caballo era una montura magnífica, un individuo joven de pelaje rojo como el sol del atardecer. Ella había intentado hablarle, pero recordó que los caballos de Narnia sólo adquirían la capacidad del habla cuando sobrepasaban los veintisiete años de edad, y aquel no llegaba a dicha edad ni por asomo.

Trotó durante más de una hora, alejándose cada vez más del Dique de los Castores. Siguió por un rato la línea del río, impetuoso a pesar de las heladas de montaña arriba. Aquel paseo resultó suave, pues los cascos apenas hacían ruido al hundirse en la fina capa de nieve. Se detuvo al llegar cerca de donde el río pequeño se unía al Torrente. Las aguas eran más calmas allí y el cauce de hacía mucho más ancho, al igual que en los Vados de Beruna. Se detuvo lentamente para dejar descansar al caballo y se arropó con la capa de viaje que le habían ofrecido en el palacio. Tomó un sorbo del suave vino contra el frío y después observó el paisaje en silencio por unos largos minutos.

El viento llegaba del mar y podía distinguir el aroma salobre de la playa. Quizás aquellas mismas corrientes habían pasado horas antes por su amado Cair Paravel. Rememoró las tardes en las que bajaba a la playa con Susan a recoger conchas, para después unírseles sus hermanos. Sonrió con una paradójica mixtura de tristeza y felicidad.

De pronto, sus ojos detectaron algo. Observó la extensión blanca y descubrió unos puntos oscuros que se movían con relativa rapidez sobre ella, justo al otro lado del gran puente que, supuso, era una reciente incorporación arquitectónica. De forma instintiva, aferró la pequeña daga encantada bajo la capa. Lo primero que pensó fue en dar media vuelta y cabalgar lo más rápido que pudiera en dirección al castillo, pero el grupo no era de más de quince y que no eran enemigos: había enanos rojos, dos faunos, un zorro, algunos tejones e incluso una dríada, a juzgar por sus formas de moverse.

Así que Lucy esperó a la salida del puente a que se acercaran. Y a medida que el peculiar grupo se iba acercando, una gran emoción crecía en su pecho, pues había identificado al enano que iba a la cabeza, sosteniendo un arco en una mano.

–¡QA! -gritó, en cuanto estuvo lo suficientemente cerca de ellos como para ser oída.

El enano rojo se detuvo bruscamente, alzando la cabeza en un intento de reconocer al jinete. En cuando su mente empezó a procesar lo que veía, dejó atrás al grupo y echó a correr a toda velocidad en su dirección.

–¡Cuervos y vajillas! ¿Sois vos de verdad, Lucy? ¿No sois una visión de mi cansada mente? -sugirió Trumpkin, aún patidifuso, cuando llegó a su lado.

–Por supuesto que no -rió la pequeña, desmontando del caballo y corriendo a besarle y abrazarle-. Te dije que volvería, amigo mío.

–Pero esperaba ser ya un enano anciano cuando sus Majestades volvieran -aseguró Trumpkin, riendo también de pura dicha-. ¿Os acompaña vuestro hermano el Rey Edmund?

–Está con Caspian en el castillo del Dique -informó Lucy. De pronto, miró a la comitiva que había llegado hacia ellos-. ¿De dónde venís? Parecéis agotados.

El rostro del enano se ensombreció al mencionar el estado de sus camaradas. Tras observar detenidamente, Lucy advirtió que algunos estaban heridos, y la dríada que les acompañaba no poseía la belleza habitual en aquellos mágicos seres. Sus ojos yacían desvaídos y su piel, que debería ser de un brillante color aceituna, era gris como la roca.

–Venimos del Bosque Tembloroso y mucho me temo que traemos malas noticias -aseguró Trumpkin en un susurro.


--------------------------------------------------------------------------------

Una trucha enorme de color naranja saltó por un momento en el agua, creando un sonoro chapoteo. Peter la miró un instante como una mancha ámbar bajo la superficie, pero luego volvió a su insistente pasatiempo de arrancar briznas de hierba bajo sus pies.

Susan fingía leer, pero él sabía que era una farsa, pues llevaba casi media hora con la misma página. Lo cierto es que no se habían dicho nada desde que los pequeños habían desaparecido. Tenían la esperanza de que el tiempo en Narnia transcurriera muy deprisa y en apenas unos minutos ya volvieran a estar allí. Pero no parecían dar señales de querer aparecer, y ello les suponía el problema de regresar a casa del profesor sin la mitad del grupo.

–¿Crees que estarán bien? -sugirió Peter de pronto, rompiendo el silencio imperante.

Susan levantó la vista de la lectura a la que no estaba prestando atención y lo cerró a su lado, sobre la manta.

–Yo creo que sí -admitió, recogiéndose unos mechones negros tras la oreja-. Pero podrían tardar días en volver. No te preocupes: Narnia ya no es peligrosa.

–¿Cómo podemos saber eso? -cuestionó el mayor, girándose a mirarla-. No sabemos cuantos siglos pueden haber pasado allí... Se encontrarán solos en una Narnia desconocida.

–Tú hubieras querido ir con ellos, ¿no? -preguntó Susan, perdiendo la paciencia.

Peter calló, pues no hubiera esperado aquella pregunta. La respuesta era tan rematadamente obvia...

–¿Tú no? -replicó, dirigiéndole una mirada hiriente.

Susan pareció calibrar la respuesta con milimétrico cuidado. Lo cierto era que ella misma no sabía lo que quería. Aunque no podía negar que había sentido cierta tristeza cuando se había quedado excluida de una nueva aventura.

–Yo ya me he hecho la idea de no volver. Eso no quiere decir que no añore los viejos tiempos, pero no voy a seguir soñando con un mundo que no me va a abrir sus puertas otra vez -sentenció-. Es inútil soñar. Sólo soy realista.

El joven no comentó nada al respecto, sólo se echó sobre la manta y miró las nubes perezosas y esponjosas como el algodón que discurrían sobre su cabeza, creando formas que con calma uno podía desentrelazar.

Parpadeó, pues le pareció descubrir una con forma de león. Sin embargo, pronto el viento la borró para darle aspecto amorfo. Y Peter se sintió de nuevo deprimido.

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MensajePublicado: Vie Ago 15, 2008 10:37 am    Asunto: Responder citando

Holaa !!bueno de verdad es un capítulo esplendido!!!
debes continuarr!

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MensajePublicado: Vie Ago 15, 2008 10:39 am    Asunto: Responder citando

esta muy bien!!!cntinualo plis!!

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MensajePublicado: Vie Ago 15, 2008 8:27 pm    Asunto: Responder citando

valla, pobres lucy y edmund , extrañando a sus ermanos y unos problemas cubriendo narnia ,

y en cuanto a la respuesta que dio susan , me parese que es la que hubiera dado a sus hermanos n_n la retratas my bien ,sigue asi!
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MensajePublicado: Mie Ago 20, 2008 5:14 am    Asunto: Responder citando

¡Mil gracias por los benévolos comentarios! XD. Espero no resultar soporífera, porque mira a veces me enrollo.

Salu2 y disfrutad de la lectura.


Capítulo 3. Estrategia. Propuesta insegura (I)

Tras atender los asuntos de política, Caspian había decidido relajarse un poco y cerca del mediodía jugaba una partida de ajedrez con Edmund. Pronto se dio cuenta de que era un adversario a tener en cuenta, más no era algo que le sorprendiera, pues al antiguo rey le precedía una gran fama de estratega. Llevaban ya dos partidas cuando un sirviente entró para anunciarles que la comitiva del enano Trumpkin había vuelto, acompañada por la reina Lucy.

Ambos reyes iban a salir al exterior para recibirles, pero fue absolutamente innecesario, pues los recién llegados se presentaron en la sala donde habían permanecido casi toda la mañana.

–¡Trumpkin! -exclamó Edmund, tan buen punto vio aparecer al enano en el umbral.

–Querido amigo, me alegra verte tan saludable -admitió el enano. Sin embargo, no sonrió.

–¿Qué os ha sucedido? -intervino Caspian, notando el desmejorado aspecto del grupo.

–Señor, me temo que no traemos buenas nuevas precisamente -informó Trumpkin, con el semblante muy serio-. La ciudad de Beruna está siendo atacada en este mismo momento, puede que ya haya caído. Pudimos escapar a duras penas y ascendimos en barca por el Gran Río hasta la encrucijada.

–¿Pero quién ha atacado la ciudad? -sugirió Caspian, respirando con dificultad- ¿Y con qué razones u objetivos?

–Razones no comprendo, señor, pero los autores son gigantes y minotauros -explicó la dríada con voz débil-. Cayeron sobre los ciudadanos sin que apenas nos diéramos cuenta. Venían del norte, alteza. Eran alrededor de doscientos.

Caspian se mordió el labio con fuerza, al parecer notándose impotente. Los nudillos, que apretaba sobre la mesa, estaban blancos como la nieve.

–Caspian, ¿cuantos hombres hay ahora en Beruna? -sugirió Edmund, notando la tensión de éste.

–Sólo doscientos cincuenta, como mucho -emitió aquel con voz queda-. Ciento veinte arqueros y otros tantos lanceros, entre centauros, hombres y faunos.

Un silencio terrible cayó sobre todos los presentes, amenazando con aplastarles. Todos sabían que un ejército tan pequeño poco o nada podía hacer contra los gigantes. Tras inspirar profundamente, Caspian pareció tomar una decisión precipitada.

–Enviad algunos grifos a Beruna. Tienen que salvar a cuantos civiles puedan -susurró, aunque sin restar autoridad a su tono.

–Sí, Majestad -asintió Trumpkin de forma obediente.

El enano se dio media y salió de la habitación, no sin antes dirigirle una mirada triste a Lucy, que padecía un rictus de desolación. La niña se apresuró a correr al lado de su hermano, demostrándole un silencioso apoyo. Ambos niños se miraron y después decidieron salir al exterior, quizás pensando que podían ayudar en algo.

Caspian se quedó solo en la sala, aún apoyado sobre la mesa en la que hacía unos minutos jugaba una inocente partida de ajedrez. Sus ojos sombríos recorrían las fichas como si le revelaran la clave de la victoria.

–Por cierto, Edmund -alertó, para llamar su atención-. Jaque mate.

El joven contempló el tablero, donde sólo quedaban fichas negras, las suyas, y dos blancas. La torre de Caspian había encontrado un hueco.

Contuvo un escalofrío de origen desconocido. Un sólo punto débil podía provocar la derrota.

--------------------------------------------------------------------------------

Ésa noche, como era de esperarse, Lucy no pudo dormir. El castillo no estaba en calma como la noche anterior, y el silencioso caer de la nieve había sido substituido por el chirriar de las espadas siendo afiliadas. Se sentó en una mecedora al lado de la ventana y contempló los llanos nevados, tratando de ignorar los indicios de guerra.

A lo lejos, mucho más allá de la línea reluciente del torrente, podía divisarse incluso a aquella distancia un punto brillante que latía en la oscuridad, creciente. Lucy se llevó una mano al corazón, tratando de contener las lágrimas. Beruna ardía, y todos sabían que sólo era cuestión de tiempo que su caída fuera definitiva.

Edmund entró rato después al cuarto, visiblemente agotado a nivel moral y mental. Se desplomó sobre su cama y permaneció en silencio, mirando el techo sin decir nada. Lucy no sabía qué decir para animarle, pues era consciente de que no habría palabras que sosegaran el alma del joven rey.

–No paran de llegar noticias de nuevas derrotas. Piesligeros ha llegado hace nada -emitió, en un tono más que fúnebre.

–¿Beruna ha caído? -se estremeció Lucy, en son de catástrofe.

–No, pero poco le falta -admitió Edmund, sentándose y estrujando entre los dedos unos mechones de su propio cabello oscuro-. Acaban de llegar con los grifos los niños y las mujeres. Dicen que la ciudad entera ardía -confesó, con la voz entrecortada.

Lucy discernía la impotencia en la voz de su hermano, y sabía que en aquel estado de alteración no rendiría al cien por cien.

–Duerme un poco, Ed. Si hay alguna noticia, te despertaré -aseguró la niña.

El chico asintió y se dio la vuelta sobre la cama, aferrando la almohada entre las manos, deseando caer en un sopor intranquilo.

Sentada en la mecedora, Lucy siguió mirando durante horas el exterior, cuya blancura era atenuada por el rojo resplandor del fuego. Edmund se había abandonado al sueño hacía rato, aunque sin quitarse siquiera la ropa de costumbre.

La niña lloró silenciosamente, y se preguntó dónde estaba Aslan y por qué permitía que sucediera aquella insospechada masacre. La última vez que no había podido aparecer, había habido cien años de invierno antes de que ellos llegaran. Y una magia más fuerte que la de Narnia había alejado al Gran León de su creación.

Poco a poco, cansada de llorar, Lucy se durmió. Fue un sueño curiosamente reparador, emulando a la calma que precede a la tempestad. No fue consciente de que Edmund se levantaba para taparle los hombros con una manta. Tampoco cuando un fauno vino a llamarle con expresión sombría y el muchacho salió del cuarto sin hacer el menor ruido.

--------------------------------------------------------------------------------

Cuando Lucy abrió los ojos por la mañana, supo que algo no iba bien. El palacio de Caspian no gozaba del ruido de la noche anterior, sino que estaba lleno de voces. Voces que gritaban, discutían, lloraban y todo lo demás, más no se oían armas siendo preparadas para la guerra.

Se puso un vestido azul que habían dejado allí para ella el día anterior con la mayor rapidez posible y se lanzó al exterior. Lo primero que vio fue los patios inferiores llenos hasta los topes de arqueros centauros y telmarinos, que recogían sus flechas en discretas aljabas de madera. Se apoyó en la baranda de piedra y buscó a alguien a quien conociera. Detectó enseguida la cabeza de un enano que sostenía un arco muy pequeño pero flexible.

–¿Dónde está Edmund, QA? -sugirió desde lo alto.

–Hace un rato he visto a vuestro hermano en la sala del trono, hablando con el rey Caspian -repuso Trumpkin desde abajo, en un tono deprimido.

–Gracias, amigo -agradeció Lucy, levantándose la falda del vestido ultramar y echando a correr en aquella dirección.

A medida que cruzaba los pasos externos, Lucy iba deprimiéndose más y más. Había niños de todas las razas allí, y otras tantas mujeres, todos ellos malheridos, aplastados por la cercanía de la guerra. Muchos eran refugiados de los incendios de Beruna. Tuvo que esquivar a diversos centauros y faunos equipados con armaduras relucientes que estaban apostados en el camino exterior que llevaba a la sala del trono. Aunque se inclinaban con solemnidad cuando la veían pasar, no parecían menos deprimidos o atemorizados. Tratando de deshacer el nudo de su garganta, Lucy llegó a la sala del trono, prácticamente vacía.

Caspian y Edmund estaban hablando a media voz en el círculo central, de pie frente al trono. La primera mala señal para Lucy fue que éste último llevaba una ligera cota de malla y una media armadura con la insignia de Aslan, como en los viejos tiempos, aunque era de notar que habían tenido que buscársela a medida. La discusión parecía acalorada, si más no los rostros de ambos exteriorizaban cierta preocupación. Lucy se aventuró a intervenir, no muy segura de qué debía decir.

–Edmund -saludó, para llamar su atención.

El chico giró la cabeza en su dirección, y su expresión de angustia se transformó en el acto en una de serenidad y firmeza. Caspian inclinó brevemente la cabeza y se retiró de la sala con una significativa mirada, dejando solos a los dos hermanos.

–¿Has dormido bien, Lu? -sugirió el muchacho, con una sonrisa forzada.

–He visto a los soldados y a los arqueros, Edmund -le cortó la niña, de forma tajante-. ¿Qué está pasando?

Aquella pregunta tomó por sorpresa al chico, que permaneció unos instantes con la cabeza gacha, sin saber qué decir.

–Escúchame bien, Lucy -musitó Edmund, aferrándola por los hombros-. Tienes que partir hacia el norte mientras nosotros salimos a combatir, ¿de acuerdo? Llamarás menos la atención si vas sola o con un sólo acompañante.

–Pero Edmund, escucha... -intentó argumentar la pequeña, negando con la cabeza.

–No, escúchame tú -la cortó el mayor, seguro de sus palabras-. No quiero que te pase nada. Sé que sabes luchar -se apresuró a acallar su protesta-, pero todas la veces que has salido a combatir, teníamos posibilidades.

Lucy le miró sin comprender, negando con la cabeza. Edmund le pareció de pronto un rey taciturno y viejo que aguarda en su gran palacio de roca a que su reino se derrumbe para siempre.

–Beruna ha caído hace unas horas -informó el chico, titubeante.

Aunque era una mala noticia que ya esperaba de antemano, la niña no pudo más que llevarse las manos a los labios por culpa del horror. Su pecho sufría estertores cuando alzó la vista hacia su hermano y preguntó:

–Y, ¿cómo está la situación? -susurró.

–Es mucho peor -aseguró Edmund, masajeándose las sienes doloridas-. El ejército rebelde se dirige aquí, y ahora es más grande. A los gigantes y minotauros se les han unido enanos negros y muchos animales más. Ahora nos doblan en número. Hemos conseguido reclutar a más gente, pero... -negó con la cabeza-. La cosa está complicada. Caspian envió parte del ejército a combatir a los rebeldes de Archenland que querían adentrarse en Narnia y aquí apenas hay gente. Este sitio posee una defensa muy precaria. Lo más probable es que caiga frente al ataque de los enemigos si consiguen llegar hasta aquí. Y... -suspiró levemente, aún sin creerse que fuera a decir algo como aquello- ...no soy Peter, Lucy. No soy el Sumo Monarca y mi capacidad para dirigir ejércitos es muy reducida. Tramar planes como segundo es lo mío, no encabezar grandes batallones.

Lucy sabía que Edmund infravaloraba su propia capacidad de liderazgo. Siglos antes, cuando se enfrentaron a Carlomen en la guerra, él había dirigido el ejército y había logrado la victoria, ello incluyendo un combate cuerpo a cuerpo con Rabadash, el tiránico príncipe de aquel imperio. Ella había estado presente en la batalla, guiando a los arqueros en la retaguardia, y sabía de sobras que Edmund podía exprimir su cerebro de estratega en las situaciones más increíbles para formar soluciones surgidas de la nada.

–Caspian puede hacerlo por ti. Él es rey ahora -protestó la niña, buscando una solución a la desesperada.

–No, Lucy. Yo se lo he ordenado -declaró el muchacho.

Dicha afirmación tomó desprevenida a Lucy, ya que no era típico del Edmund niño utilizar su autoridad como Rey del Pasado. Por supuesto, en sus tiempos de adulto era otro cantar.

–Y Caspian estaba de acuerdo -añadió-. Él se quedará aquí para proteger a las mujeres y los niños de los narnianos. Dirigirá la defensa del castillo y en caso de que nuestro frente pierda, será el encargado de guiar a los narnianos hacia los refugios y túneles subterráneos debajo del castillo -explicó el chico-. Voy a estar solo en el mando -concluyó, como liberándose de un gran peso-. Además... tengo la esperanza de que encuentres a Aslan por el camino. Sabes de sobra que se muestra ante ti con más facilidad que con nadie más.

El corazón de Lucy vibró de emoción al pensar en aquella posibilidad. Sí, Aslan siempre lo solucionaba todo. Cuando ya estaban a punto de abandonar la esperanza, un rugido alentador se la devolvía desde el horizonte.

Pero entonces recordó su sueño y el llanto del león, y la idea de que acudiera en su ayuda le pareció lejana e irreal. Más no le comentó nada a Edmund, cuyo rostro ya parecía bastante preocupado. Se limitó a poner una mano en su hombro a modo de apoyo. Pareció funcionar, pues él dibujó un atisbo de sonrisa en sus pálidos labios.

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MensajePublicado: Mie Ago 20, 2008 6:03 am    Asunto: Responder citando

me encanta!!!
continualo pronto

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LARGA VIDA A LA REINA SUSAN!!!
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MensajePublicado: Mie Ago 20, 2008 1:19 pm    Asunto: Responder citando

Holaa !!
QUE CAPÍTULOO EE!!
DE VERASS ES GENIAL !

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yo_carito
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MensajePublicado: Mie Ago 20, 2008 2:53 pm    Asunto: Responder citando

Ho, me encantó!
En serio, tu historia es genial Muy Feliz.

Espero la continuación Cool.

Saludos!

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-Me siento liviana -declaró-. Como si tuviera alas, como si pudiera volar.
Él la miró.
-Y puedes hacerlo -le dijo-. Volaremos juntos.

Promise me you won't leave my side.

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