Sab May 14, 2011 6:32 pm
"Todo es posible, hasta que se demuestra que es imposible -y aun así, lo imposible puede serlo tan sólo por ahora." Pearl S. Buck
Hace unos meses, cuando entré a trabajar a donde estoy actualmente, me volví asidua visitante de sitios de cocina -especialmente de repostería. ¿La razón? Tenemos un ambiente que se trata de mantener “familiar” (dentro de los límites, claro está) y una de las estrategias utilizadas es el postre semanal, que se turna cada semana. Quienes aceptan ingresar a la lista de los postres, saben que tendrán que llevar el dulce los viernes una vez por ronda. Lo ideal, obviamente, es prepararlo personalmente, pero no pasa nada si se compra (no somos tan estrictas, sólo somos golosas).
De esa manera fue que llegué hasta foodgawker y que empecé a cocinar todavía más de lo que ya lo hacía. Siempre he sido buena cocinera y me precio de serlo, pero esto lo tomé como un reto personal: siempre hay delicias sobre la mesa. Reciclé mis mejores recetas de la adolescencia, de la infancia (aprendí a hornear y cocinar de muy niña) y, para evitar verme en aprietos más tarde dije que era sólo una “buena cocinera”, pero apreciaron todo lo que hice con una sonrisa y dobles -o triples- porciones. Como no me gusta repetir platillos, empecé a surfear la web, curioseando, preguntándome a mí misma qué haría para complacer paladares tan dulceros. Y de repente me topé con una maravilla que NO-LLEVÉ-NI-LLEVARÉ-JAMÁS al trabajo, pero que deseo realizar un día sólo para disfrutar el proceso: un pastel con base de crepas (la crepê como si fuese el “pan” o la base) y relleno de tiramisú (Tiramisu Crepe Cake). Es algo que implica bastante tiempo y, sinceramente… lo disfrutaré en casita con quienes más quiero. Pero viéndolo fríamente: no es imposible hacerlo. Tan no es imposible, que ahí está. Y por si fuera poco, es algo que canta al paladar, se distribuye por el cuerpo como una corriente eléctrica y se instala placenteramente en cada uno de los átomos, cual la suave caricia de un amante.
Ahora que he pasado la semana viendo las cosas desde otra perspectiva, sintiendo la o las posibilidades separadas apenas por un espacio y una sutil respiración -que de repente empieza a girar en la misma órbita- recuerdo las frases por las que me guío en prácticamente todo momento.
Creo firmemente -y al menos he tratado de actuar así durante la mayor parte de mi vida- que la vida es tratar de alcanzar el cielo. Esto se puede lograr y ha sido notorio. A pesar de que parezca imposible, me doy cuenta de que no lo es, que las metas son posibles cuando se tienen claras.
Es cuestión tan sólo de tenerlas claras y ponerse pequeños objetivos dentro de ellas para poder llegar, para poderlas medir y, en el proceso, ir disfrutando como si de ese pastel se tratara. Porque incluso batir claras y yemas de huevo es algo sumamente placentero… si se hace con gusto y deseo. Tal vez es hasta más “disfrutable” que comerse el pastel en sí mismo -chuparse el betún o lamerse los dedos conforme se va preparando la masa…
Y, con todo, creo firmemente que aquello que aprendí en el colegio es importante: una buena cocinera no deja que su espacio de trabajo esté sucio mientras trabaja y después de. Gozar -creo yo- no está peleado con alcanzar y con un orden metodológico.
En este caso, como en casi todas las cosas excelsas de la vida, la metodología exige tiempo, alegría y paciencia.
Hace unos meses, cuando entré a trabajar a donde estoy actualmente, me volví asidua visitante de sitios de cocina -especialmente de repostería. ¿La razón? Tenemos un ambiente que se trata de mantener “familiar” (dentro de los límites, claro está) y una de las estrategias utilizadas es el postre semanal, que se turna cada semana. Quienes aceptan ingresar a la lista de los postres, saben que tendrán que llevar el dulce los viernes una vez por ronda. Lo ideal, obviamente, es prepararlo personalmente, pero no pasa nada si se compra (no somos tan estrictas, sólo somos golosas).
De esa manera fue que llegué hasta foodgawker y que empecé a cocinar todavía más de lo que ya lo hacía. Siempre he sido buena cocinera y me precio de serlo, pero esto lo tomé como un reto personal: siempre hay delicias sobre la mesa. Reciclé mis mejores recetas de la adolescencia, de la infancia (aprendí a hornear y cocinar de muy niña) y, para evitar verme en aprietos más tarde dije que era sólo una “buena cocinera”, pero apreciaron todo lo que hice con una sonrisa y dobles -o triples- porciones. Como no me gusta repetir platillos, empecé a surfear la web, curioseando, preguntándome a mí misma qué haría para complacer paladares tan dulceros. Y de repente me topé con una maravilla que NO-LLEVÉ-NI-LLEVARÉ-JAMÁS al trabajo, pero que deseo realizar un día sólo para disfrutar el proceso: un pastel con base de crepas (la crepê como si fuese el “pan” o la base) y relleno de tiramisú (Tiramisu Crepe Cake). Es algo que implica bastante tiempo y, sinceramente… lo disfrutaré en casita con quienes más quiero. Pero viéndolo fríamente: no es imposible hacerlo. Tan no es imposible, que ahí está. Y por si fuera poco, es algo que canta al paladar, se distribuye por el cuerpo como una corriente eléctrica y se instala placenteramente en cada uno de los átomos, cual la suave caricia de un amante.
Ahora que he pasado la semana viendo las cosas desde otra perspectiva, sintiendo la o las posibilidades separadas apenas por un espacio y una sutil respiración -que de repente empieza a girar en la misma órbita- recuerdo las frases por las que me guío en prácticamente todo momento.
Creo firmemente -y al menos he tratado de actuar así durante la mayor parte de mi vida- que la vida es tratar de alcanzar el cielo. Esto se puede lograr y ha sido notorio. A pesar de que parezca imposible, me doy cuenta de que no lo es, que las metas son posibles cuando se tienen claras.
Es cuestión tan sólo de tenerlas claras y ponerse pequeños objetivos dentro de ellas para poder llegar, para poderlas medir y, en el proceso, ir disfrutando como si de ese pastel se tratara. Porque incluso batir claras y yemas de huevo es algo sumamente placentero… si se hace con gusto y deseo. Tal vez es hasta más “disfrutable” que comerse el pastel en sí mismo -chuparse el betún o lamerse los dedos conforme se va preparando la masa…
Y, con todo, creo firmemente que aquello que aprendí en el colegio es importante: una buena cocinera no deja que su espacio de trabajo esté sucio mientras trabaja y después de. Gozar -creo yo- no está peleado con alcanzar y con un orden metodológico.
En este caso, como en casi todas las cosas excelsas de la vida, la metodología exige tiempo, alegría y paciencia.