† Ritual at Midnight †

A la sombra del Moncayo, primera parte

Sab Jul 11, 2009 5:44 pm

[  Animo: Muy Triste ]

Este es un relato con el que quede segunda en un Certamen de relatos. Lo pondre en dos partes para que no ocupe tanto.

A la sombra del Moncayo I

Medianoche, la hora acordada para reunirse en el claro apartado del campamento. Allí estaban los cinco: Clara, la chica más guay del campamento (o al menos eso se creía ella); Sara, su pelota personal; Pablo, el chuleta narcisista; Javier, el graciosillo; y, por ultimo, Eva o Lilith, como le gustaba que la llamasen.
En realidad, Eva no sabía que estaba haciendo allí con esa gente, ella había aceptado ir al campamento porque deseaba ver el mítico Moncayo, con sus leyendas y magia. Eva se había apuntado a esa sesión de espiritismo porque era la única que sabía como hacerlo, y era peligroso realizarla sin nadie que entendiera, lo sabía muy bien. Los había oído hablar sobre hacer la ouija cuando fuera de noche y los monitores estuvieran durmiendo, ella se metió en la conversación y les explicó los peligros que corrían y por ese motivo ella iba a ir con ellos. Éstos, viendo su aspecto oscuro, no se negaron, “más divertido” dijo Javier, y aceptaron encantados.
Y allí estaban, rodeando el tablero con letras y con los dedos en el trozo de madera que servía para indicar la letra o número deseado por el ente contactado.
- Concentraros todos – empezó diciendo Eva.
Los demás le hicieron caso y tomaron aire, incluso alguno cerró los ojos, haciendo un esfuerzo por contactar con los espíritus. Eva también lo hizo, sabía que ella sería elegida para hacer de médium ya que no era la primera vez que lo hacía.
- ¿Hay alguien con nosotros? – preguntó.
No hubo movimiento en el tablero.
- Ésto es una estupidez – dijo Pablo.
Eva lo miró, furiosa.
- Si no te concentras entonces no ocurrirá nada, así que si queréis que haya contacto será mejor que cambie de opinión vuestro amigo – reprochó Eva.
- Pablo, venga tío. Será divertido hablar con los muertos, así que hazle caso a Eva – dijo Javi dándole una palmada en el hombro al chico.
- ¡Lilith! ¡Me llamo Lilith! – protestó la chica, indignada.
- Vale, vale, lo siento, Lilith.
Pablo prometió que lo intentaría, así que todos volvieron a concentrarse en el tablero.
- ¿Hay alguien con nosotros? – volvió a preguntar Eva.
Esta vez, la madera se movió y marco el “si” del tablero. Todos los asistentes se quedaron impresionados e instaron a Eva para que continuara.
- ¿Eres hombre o mujer? – preguntó la chica.
Esta vez, el trozo de madera empezó a dar vueltas sobre si mismo sin orden alguno. Los chicos apartaron las manos, asustados. De repente, paro y comenzó a señalar letras el solo.
- B-U-S-C-A-L-A-E-N-C-I-N-A – deletreó Eva a medida que marcaba las letras-. Busca la encina.
- ¿Busca la encina? – dijo Clara-. ¿Qué quiere eso decir?
- Aquí solo hay robles y pinos – señalo Sara-, nos encontramos sobre unos novecientos y mil metros de altitud y las encinas crecen en la falda del Moncayo.
Sus compañeros la miraron sorprendidos por la información que acababa de dar.
- Bueno, es lo que ha explicado el monitor – se apresuró a explicar la chica.
- Sea como sea, tenemos que buscar esa encima – dijo Eva poniéndose en pie.
- Yo también voy – se unió Pablo.
Si iba Pablo, los demás no podían ser menos, así que todos juntos se pusieron a buscar la encina con sus linternas.
Tras varios minutos buscando sin alejarse mucho del campamento, por fin se oyó el grito triunfal de Javier:
- ¡Chicos, la he encontrado!
Todos corrieron a reunirse con él. En efecto, allí estaba la encina, pero no parecía que fuera algo especial.
- ¿Y ahora qué? – preguntó Clara cruzándose de brazos.
Eva examinó el terreno. ¿Por qué los habría enviado allí ese espíritu? Pronto sabría el motivo.
Rodeando la encina, pisó algo que crujía y no eran hojas secas. Ilumino el lugar con la luz y escarbó un poco. De la tierra extrajo unas hojas de pergamino antiguas envueltas en un trozo de cuero, seguramente para protegerlas. Sus compañeros la miraron asombrados.
Allí no podían leerlas, así que volvieron al campamento y se metieron en la tienda de los chicos. Entre todos iluminaron los pergaminos. La letra era antigua y estaba un poco borrosa pero aún era leíble. Eva trago saliva y comenzó a leer:
“ Mi nombre es Rodrigo, no poseo apellido ya que mis verdaderos padres me abandonaron a la tierna edad de dos años. No recuerdo nada de ellos, fuí criado por un matrimonio en la aldea de Trasmoz. Allí pase toda mi vida hasta el momento que un suceso me hizo dejar aquel lugar. Ese suceso se llamaba Teresa.
Ella no era de la aldea, pero venía muy a menudo desde el Moncayo trayendo medicinas. La conocí cuando mi madre, la mujer que me cuido, enfermo. Teresa era señalada como bruja, pero como curaba las enfermedades todo el mundo callaba. Desesperado porque mi madre no mejoraba, acudí a ella. Llorando y suplicando su ayuda fue como me recibió, ella me sonrió y me dijo que no me preocupara y que la llevara junto a la enferma. Así lo hice y ella la examinó, saco de su bolsa un extraño liquido color verduzco y se lo dió a beber. A las pocas horas, mi madre empezó a mejorar notablemente hasta que se recuperó completamente.
Estaba tan agradecido que me ofrecí a trabajar con Teresa como su criado para pagarle la medicina. Ella al principio me rechazo, pero insistí tanto que al final tuvo que aceptarme. Así fue como conocí su ciencia y sabiduría, como entré en el mundo de las brujas.
Ella me mostró los secretos de las plantas y sus propiedades medicinales, a amar a todo ser vivo aunque sea un insignificante insecto y ayudar a mis semejantes sin esperar recibir nada a cambio. Desde luego, nunca pensé que las brujas eran así, estábamos muy equivocados con respecto a ellas.
Yo seguía viviendo en Trasmoz ya que ella se ocupaba de dar medicinas a esa parte del reino, otros como ella se encontraban en otras partes, ayudando a la gente y a la vez escondiéndose de la Santa Inquisición. Algunas veces ella se marchaba varios días a la montaña. Le pregunté por qué y ella me respondió con la dulzura que la caracterizaba:
- Cada cambio de estación y en las noches de luna llena nos reunimos otros como yo en el Moncayo e intercambiamos recetas y rezamos a los espíritus del bosque.
Había oído hablar de esas reuniones en las que se veneraba al diablo en forma de cabra, acompañadas siempre por relaciones que no eran nada decentes.
Para ese tiempo, yo estaba perdidamente enamorado de Teresa y odiaba que ella tuviera que ir a ese tipo de reuniones. Un día, muerto de celos, le pedí que no fuera. Ella me miró a los ojos y yo sentí que leía en mi alma el dolor que sentía. Me tomó de la mano y me invitó a que la acompañara, siempre y cuando guardara en secreto las cosas que iba a ver. Accedí con un poco de miedo.
Estuve en la reunión pero no fue como me la imaginé, no había ni cabras ni nada indecente. Solo fue como ella me dijo: intercambiaban recetas y conocimientos e invocaban a los espíritus del bosque, e, incluso, al mismo Dios y sus ángeles. Me atreví a preguntarle por qué lo invocaban si se trataba de una celebración pagana.
- Dios es el creador de toda la vida y, por eso mismo, porque amamos toda la creación, lo invocamos. Además, nosotros lo único que hacemos es crear medicamentos con formulas antiguas, pedir algunas necesidades con ciertos ritos y cuidar de su creación. No creo que hagamos nada para ofenderlo.

Los días pasaron sin muchas novedades, mi amor por Teresa crecía a momentos y ella parecía corresponderme. Estaba feliz, pero el cruel destino quiso robarme mi felicidad.
La aldea de Trasmoz fue atacada por una grave enfermedad, la llamaban La Gran Plaga. No sabemos de donde procedió, pero las culpas pronto fueron para Teresa. La acusaban de haber traído la maldición de Dios sobre ellos por usar sus potingues de brujería. Teresa no sabía como curar esa enfermedad, así que no pudo hacer nada para tapar las acusaciones.
Los aldeanos acudieron al párroco y éste mando un comunicado a la Santa Inquisición avisándoles de la presencia de una bruja en su aldea.
Yo defendía a Teresa de las agresiones de los aldeanos, pero la capturaron y se la entregaron al inquisidor. Fue llevada a juicio y condenada a la hoguera.
El día que se iba a ejecutar la sentencia yo acudí a ver al inquisidor y le rogué que le perdonara la vida, que ella no había sido la causante de esa epidemia que no solo afectaba a la aldea de Trasmoz, sino a toda Europa.
- Hijo mió, el diablo te ha confundido con su belleza. No te dejes engañar, ella es una sierva de Satanás y debe encontrar el perdón de Dios en las llamas. Será mejor que no hagas nada de lo que luego puedas arrepentirte.
Con esa amenaza me retiré de su vista. Una honda tristeza me invadió, me sentía impotente y además asustado. Tenía miedo a la muerte.
Acudí a la plaza donde se iba a llevar a cabo la cruel condena. Allí estaba ella, atada a un palo y rodeada de paja para que ardiera más fácilmente.
El verdugo se aproximó a ella con la antorcha, mi corazón se encogió de dolor cuando prendió la paja . Ella me miro y me sonrió, esa sonrisa se clavó en mí como un cuchillo. El fuego la alcanzó, haciendo que gritara de dolor. Tuve que marcharme de ahí, no lo soportaba.
Corrí y corrí, hacia el bosque. Atravesé arbustos espinosos, sin importarme las heridas que me hacían. Tropecé con una rama y caí cuan largo era. Me quede en esa posición, llorando hasta que el anochecer me sorprendió.
No volví nunca más a mi pueblo, me interne más y más en el bosque hasta que llegué a la montaña que tanto amaba Teresa: el Moncayo. Permanecí allí el resto de mis días, ayudando a viajeros perdidos y cuidando de los bosques en memoria de mi amada, hasta que la enfermedad por la que condenaron a Teresa me alcanzó a mi también.
Ahora, enfermo y a punto de morir, escribo estas palabras para que si algún día alguien las lee conozca mi historia y la historia de mi amada, una bruja.”
Los cinco jóvenes guardaron silencio durante unos minutos. Pasados estos, Clara soltó una risita.
- Menuda broma que nos has gastado - dijo dirigiéndose a Eva.
- Yo no he gastado ninguna broma, esto es real - replicó ella.
- ¿De qué me suena a mi eso de Trasmoz? – preguntó Pablo más para si mismo que para los demás.
- Será porque mañana vamos a ir allá - explicó Javier.
- Si, es cierto - confirmó Sara -, iremos a escuchar algunas leyendas de brujas y no sé que más cuentos.
- ¡Eso es estupendo! - soltó Eva sin poder contener su alegría -. Tal vez allá descubramos más sobre esta bruja llamada Teresa.
- Si tú lo dices…

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