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EL RETORNO DE LA REINA DULCE (capítulo 6)


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reyNiles
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MensajePublicado: Vie Oct 05, 2007 3:38 pm    Asunto: EL RETORNO DE LA REINA DULCE (capítulo 6) Responder citando

Un saludo a todos los narnianos.

Continúa la "tirria" entre Susan y Niles, pero como dice el refrán, la hora antes del amanecer es la más oscura y fría de la noche. Pasan aquí cosas terribles, pero paciencia, ya luego todo irá mejor.

(Un aviso: si eres lector nuevo, te recomiendo empezar desde el capítulo 1, ya que de lo contrario te puedes confundir. todos los capítulos están en esta misma sección)

y ahora, a la historia:

Capítulo 6: Angustia en Cair Paravel

Muchas cosas se guardaría de decir Niles mientras hacían el camino de Cair Paravel. Helen quiso ir bordeando el mar, pero los animales le dijeron que las costas estaban vigiladas por corsarios venidos de los hielos del norte, que tenían multitud de sirenas traidoras a su servicio. Sin alegar ni imponer nada, Susan decidió que seguir la ruta indicada por los animales era lo más sabio.
–Ninguno sabe como está Narnia hoy en día. Así que es mejor hacer caso a los que la conocen –dijo.
–Pues está mal, muy mal –dijo el joven fauno respondiendo a la mitad de la frase–. Llena de humo y asfalto por todos lados. ¡Como odio este ahora y añoro los buenos tiempos!
–¿Nunca se les ocurrió organizarse para deponer al mal gobierno? –preguntó de pronto Hakim con una lógica de este lado del mundo.
Siempre se nos ocurrió –le respondió el fauno con callada furia, como si Hakim le hubiera dicho cobarde en su cara–. Unas veces perdimos y hubo venganzas horribles, cientos de rebeldes colgados a la orilla de los caminos, otros decapitados, apaleados, arrastrados por caballos...
–¡No detalles tanto, es horrible! –le rogó Helen, la más sensible.
–...Otras veces ganamos, y fue incluso peor –continuó el fauno pelirrojo–. Los vencedores prometieron justicia, paz y no cumplieron, al poco estar en el trono el sabor del poder los emborrachó y se volvieron peores que los derrocados, abusando más todavía de la gente que los puso en el trono.
–Entonces estalló otra revolución, y la rueda siguió girando –interrumpió Helen.
–Ha dicho gran verdad, señora –respondió el fauno, cuyo nombre, para decirlo desde ahora, era Perseus–. Rebeliones trajeron más rebeliones, caudillos trajeron caudillos, reyes de papel, líderes indignos, y mientras tanto, Narnia sufre y sufre.
–Ahora se acaba eso –murmuró Niles interrumpiendo desde la izquierda.
–Ojalá, con la voluntad de Aslan –dijo el fauno Perseus con respeto–, voy a decirles algo que no les va a gustar mucho: Pocos de los animales están convencidos del retorno de la Gran Reina.
–¿Cómo? ¿Entonces no creen en Aslan? –Niles saltó enojado.
–Oh bien, en Aslan sí –reconoció el fauno, pero sus ojos no lo mostraban muy convencido–. Miren, no lo tomen a mal, pero aquí hemos sufrido mucho, tanto que las viejas leyendas de Aslan y los reyes del lejano pasado, y hasta del propio Emperador-De-Más-Allá-Del-Mar tienden a olvidarse. Muchos han perdido a seres queridos, y cuando murieron todos se preguntaron “¿Donde estaba Aslan que no lo impidió?”. Las leyendas pueden equivocarse, o ser verdades a medias, pero la muerte es algo real y es para siempre. No muchos tienen esperanza en una reina venida del lejano pasado.
–Tampoco las tenían en los tiempos de Miraz, y ya ves que Aslan retornó y puso orden en todo –le respondió Niles.
–Oh bien, eso también es una leyenda en los tiempos que vivimos –Perseus miró a Niles con ironía.
–¡Mucho cuidado con hablar mal de los tiempos del gran rey Caspian! –intervino desde abajo la vocecilla de Rípichip el tuerto–. Toda la grandeza y honra de los pequeños ratones viene de aquellos tiempos.
–Pues nosotros también hemos sufrido para llegar aquí –intervino Hakim–, y no nos vamos a ir sin pelear. Te sorprendería las cosas que son leyendas en nuestro mundo, paticabra –a Perseus le cayó como patada el apodo–, si tú aparecieras allá, quien te viera negaría haberte visto, para que no lo tomaran por loco.
–“Normalidad es el lugar donde naciste”, dijo el sabio –Helen celebró las palabras de Hakim.
–Así que no te extrañe si ves maravillas –añadió Niles–, porque de ellas están hechas las grandes historias.
–Será, si ustedes lo dicen –suspiró el joven fauno–, lo que es yo, me confío más a una espada que a un montón de historias.
El bosque se les hizo espeso unos metros más allá de esta conversación, luego una extraña luz pareció venir desde la dirección contraria al mar. Al verla, Perseus se alegró muchísimo.
–¡Qué bien! Estamos cerca de una carretera. Eso nos va a ahorrar mucho tiempo.
–Una carre… ¡¿Qué cosa?! ¿Desde cuando hay carreteras en Narnia? –Susan saltó como liebre en cubil de zorros.
–Desde que el rey enano ordenó cubrir de asfalto todos los caminos –respondió el joven fauno con toda naturalidad–, tendrá miedo de que la tierra ensucie sus preciosos camiones.
–¡Por favor, dime que no dijiste camiones! –Susan volvió a saltar.
–Pues qué problema –bromeó Perseus–, no es bonito empezar desobedeciendo a la futura Gran Reina, pero es aún peor mentir. Sí, dije camiones. Camiones. Así llaman en Cair Paravel a esas carretas de hierro que llevan las cosas de aquí para allá echando humo con un ruido que te parte las orejas.
–Esto no puede estar peor –suspiró Susan–, carreteras, camiones, fábricas…
–Nada más falta que los narnianos estén construyendo plantas nucleares –interrumpió Niles tratando de ser gracioso.
–¡Vuelve a decir eso y te parto el arco en la cabeza! –gritó Susan– ¿No te das cuenta de lo grave que es? Narnia es una tierra de magia, si la industria la ensucia, la magia se irá…
–Como se fue de nuestro mundo –Helen terminó la frase.
–Yo nada más bromeaba –dijo Niles–, ¿no que teníamos un pacto de no agresión? En este asunto estamos todos del mismo lado, Susy, así que…
–¡No me digas Susy!
–¡Por favor! ¿Alguien, en el nombre de Aslan, puede darme hilo para coserme los labios? Pues parece que cada vez que abro la boca, la Gran Reina salta hecha una loba –Niles bromeó más herido de lo que confesaba.
–¡No es verdad! Ah bueno, está bien, dime como te plazca si eso te hace feliz –Susan suspiró con cansancio–. Y para que sepas, yo no “salto hecha una loba”. Nada más ocurre que desde que te conozco no has dicho nada amable.
–Pero ha hecho mucho –terció Hakim–, ¿o no te diste cuenta?
–“Los abogados favor de esperar su turno” –Susan canturreó en son de burla.
–¿Yo también, Gran Reina? –Helen siguió la broma.
–Tú habla lo que quieras, amiga –Susan cambió de burla a melancolía–, me hace bien oír tu voz.
Nadie volvió a decir algo hasta que llegaron al borde de la carretera.
Dos feroces minotauros armados montaban guardia frente a una caseta de madera, que en su costado tenía pintado un emblema que Susan reconoció: un sello real usado en tiempos de la antigua Narnia. De la caseta salía una barrera pintada en blanco y negro, idéntica a las usadas aquí en nuestro mundo.
–¡Que bien! –exclamó Perseus bastante animado– ¡Una caseta de control! Si llega pronto un camión, podremos abordarlo y estar en Cair Paravel en un suspiro.
–¿Seguro que podremos abordar el camión así nada más, sin pelear ni nada? –preguntó Hakim.
–Sin problema, calormeno –Perseus se vengaba por lo de “paticabra”, pero Hakim no dejó ver ninguna emoción–. Esos minotauros fieros son en realidad bien tontos. Su “control” se reduce a exigir los documentos a los pasajeros del camión y ver sus permisos de carga. Jamás se toman la molestia de revisar si realmente llevan lo que dicen llevar. Ja, yo podría llevar un cargamento de espadas para la causa y ni lo notarían.
–Te vamos a tomar la palabra, pues allá viene uno –intervino Niles–, si la reina no dispone otra cosa, claro.
–Dispongo que dejes de ser un burro y te espabiles –dijo Susan–, y veamos quién irá con nosotros en el camión.
–Deja ir al resto, yo soy más que suficiente, gran reina –se apresuró a intervenir Perseus–. El resto es más útil junto a Aslan.
–Muy sensato de tu parte. ¿Sabes? Creo que algo muy bueno saldrá de ti. Eres muy discreto y sabes aconsejar –Susan aprobó el plan del fauno dándole una mirada a Niles, como si esperara oírlo contestar.
Pero Niles nada dijo, y el ruido del camión al pasar no dejó pasar ninguna palabra más. El chofer frenó a metros de los minotauros, que con sus lanzas y corazas no animaban a nadie a negarse a mostrar documentos de ninguna clase.
–Despide a los animales en silencio –ordenó Susan al fauno Perseus.
–¡Mi gran reina, te lo ruego, dame el honor...! –gritó el pequeño Rípichip el tuerto con todos sus pulmones, que por suerte no eran muchos. Helen se apresuró a callarlo con el poco elegante método de cerrarle el hocico con la mano.
–¡Shhht! No hagas tonteras. Si quieres venir, ven, pero guarda silencio –le dijo.
–He sido un tonto espantoso –susurró el ratón con la voz más baja que pudo sacar.
–Lo serás si vuelves a hablar –dijo Susan con severidad–, ahora a abordar el camión. ¿Alguien ayuda?
–Yo voy –dijo Hakim–. Les diré como actuar.
Y sin mayor ceremonia se escabulló por el lado más alejado de los minotauros, usando el costado del camión y las ruedas para ocultar su cuerpo. Luego y en silencio, hizo gestos a los demás para seguirlo usando el mismo camino. Niles lo imitó con mucha gracia, sorprendentemente Susan también se movió como toda una profesional. Atrás quedaron Helen, el fauno Perseus y Rípichip el tuerto.
–Trata de no sonar esos cascos tuyos, paticabra –dijo Helen sin percatarse de lo mal que caía el apodo.
–Me he deslizado de camiones y carretas, de barcos y de mazmorras, sin sonar ni medio clac, mi gran señora –Perseus le contestó con dignidad herida.
–¡Pues los ratones suavemente y sin temor nos deslizamos...! –gritó Rípichip.
–¡SHHHHHT! –silbaron todos muy nerviosos, incluso los que estaban cerca del camión, olvidando que su silbido podía ser escuchado por los minotauros.
–¡...En medio del enemi...! –no alcanzó a terminar la frase, pues Helen le tapó la boca una vez más con la mano.
Luego y viendo el interior del camión, Hakim les hizo una señal de subir a Susan y Niles, mientras él supervisaba el paso de Helen con las dos criaturas. Susan se trepó al camión con facilidad, Niles quiso ayudarla, pero ella dignamente se negó. Dignamente es un decir, la verdad es que se negó con harto desprecio.
–Sé mucho de hombres y de donde ponen las manos cuando ofrecen ayudarte a subir –le lanzó con frialdad–, ya no soy una niña.
Niles, recordando por un segundo su conversación con Aslan junto al tren, quiso responderle con otra pesadez, pero en el mismo instante que la concibió la contuvo. Saltó adentro y desde allí ayudó a Helen, (que no tuvo problema en solicitarle una mano), y luego saltó Perseus y al final Hakim. Los minotauros, riendo como los matones que eran, habían terminado de “fiscalizar” al chofer del camión, es decir terminado de burlarse. Uno de ellos subió la barrera y el otro le lanzó los últimos chistes antes de dejarlo partir. El ruido del motor y los saltos permitieron a los polizones conversar en voz normal sin que el chofer los oyera.
–Fue todo muy fácil –dijo Hakim–, esperemos que esta buena estrella se mantenga.
–Cair Paravel será otra cosa –murmuró Susan–. Aún me parece una locura enfrentar al rey enano nosotros cuatro.
–¿Entonces por qué lo haces, Susy? –preguntó Helen.
–Porque demasiadas veces he fallado en mi todavía joven vida –explicó Susan hablando desde muy profundo de su alma–. Demasiadas veces tuve temor, demasiadas veces pensé con “lógica adulta”, y así fracasé. Siento que si fallo esta vez, fallaré para siempre. Es como si el Juicio Final se me viniera encima.
–No estás sola –dijo Helen–, somos cinco.
–Seis, contando al uniojo –murmuró Perseus–, aunque de poco nos ha de servir.
–¡Rípichip! –saltó Susan– ¿Donde lo dejaron?
–Aquí. Tranquila, Susan –rió Helen–. Como no dejaba de declamar, me lo eché a un bolsillo –el pobre ratón asomó su cabeza desde los jeans desteñidos de Helen jadeando y sacudiendo la cabeza como los sumergidos en agua profunda.
–¡AAAHUUUUF! –resopló con mucha violencia–. Mi gran señora, hay formas mucho más honorables de callar a un ratón. De mi parte, bastaría una palabra suya para que yo hiciera voto de silencio de por vida.
–¡Lo siento tanto, querido! Pero realmente no atiné a nada más –Helen se disculpó–. No hubiese querido pelear con esos minotauros horribles. Sólo verlos me paralizó.
–No son difíciles de vencer si se saben algunos trucos... –intervino Perseus.
–Nos los puedes enseñar de camino al castillo –dijo Hakim–, mucho creo que los vamos a necesitar. ¿Qué dices tú, Niles?
¡Niles! Desde la subida al camión no había abierto la boca, contrario a su actitud natural, permanecía sentado mirando a un vacío que sólo él entendía. Abrazando sus rodillas procuraba hacerse invisible.
–¡Niles! –dijo esta vez Helen– No has dicho nada, ¿algo te molesta?
–No deseo ofender a nadie –rugió con frialdad.
Todo el resto volvió la mirada a Susan como si les hubieran dicho que lo hicieran. Susan, sorprendida al principio, recibió el mensaje con agresividad.
–¡Oigan, yo no tengo la culpa! –respondió a la defensiva. Luego, percibiendo el reproche silencioso, suavizó su actitud–. Es verdad, no quiero ofender a nadie. Es sólo que… ¡diablos! tú también podrías hacer algo para llevarnos bien.
–¿Algo como qué, si se puede saber? –preguntó Niles en un quieto rugido.
–Algo así como tratar de ser más hombre y menos niño –respondió Susan.
–No soy malo en eso cuando me dan la oportunidad –Niles replicó sin mirarla.
Por las ventanas del camión el color del cielo cambió de pronto, se puso cada vez más gris y el olor se hizo desagradable. El paisaje se volvió aterrador.
–¡Fábricas! ¡Cemento por todas partes! –exclamó Helen.
–Sí que está muy mal –Hakim no quiso exclamar.
Peor que mal, los humos salían de las fábricas sin ningún filtro. Nubes de color sucio brotaban de las chimeneas hasta tocar las nubes limpias del cielo, desde donde, rechazadas, caían otra vez contaminando la tierra con su suciedad.
–Hay que darse prisa –dijo Susan–, esto tiene que parar antes que no quede nadie vivo.
–Lo haremos más pronto mientras más de acuerdo estemos –Niles siguió cargando contra Susan.
–Te doy la razón, Niles –respondió Susan, y Niles se quedó hecho piedra ante su cambio de tono–, y si no te di la oportunidad, lo siento. De veras. Ha sido todo tan rápido que apenas nos hemos dicho unas cuantas frases. Es complicado hacerse amigos con las cosas pasando a tanta velocidad. ¿Me perdonas?
Niles saltó sacudido por un rayo ante esta última palabra, y con el corazón lleno de dulzura quiso decir algo, pero en ese mismo instante el camión frenó de golpe y cortó toda la magia.
–¡Caray, ya llegamos! –exclamó Perseus– Hay que moverse, ¡bajen todos!
Y así lo hicieron. Ante ellos se erguía una puerta inmensa destruida y rehecha incontables veces.
–La puerta sur de Cair Paravel –dijo Susan–. O la norte. Podría ser cualquiera.
–Igual da –dijo Niles recuperando su voz y su porte–. Tomemos las armas y al asunto de una vez.
–¡De una vez! –exclamaron todos.

La puerta resultó estar cubierta por apenas dos guardias, tan pequeños que los creyeron enanos, pero al subirse el casco resultaron ser dos conejos. Hasta al más narniano le era imposible tomarlos en serio.
–Yo quiero mi guardia escabechado, ¿y tú, Niles? –se rió Hakim.
–Yo me conformo con patearlo de aquí hasta el reino de los gigantes –Niles se rió aún más.
–¡No hablen de comerse a esos pobres conejitos! –los regañó Helen.
–Y no los miren en menos, pueden haber cientos escondidos tras las murallas –los regañó Susan con más sensatez.
Pero los conejos, en apariencia, estaban bien solos, y su gesto de cruzar lanzas era tan cómico que ni deseos de atacarlos daban.
–¡Alto en nombre del rey! ¿Quién va? –gritaron con voz tan ronca que se vieron todavía más graciosos.
–¿A quién le importa? –preguntó Perseus con soberbia.
–¡Mucho cuidado con esa boca! –amenazaron los conejos, pero no había manera de creer su amenaza–. Somos la guardia jurada del rey, su ley descansa en nuestras fuertes lanzas, y ninguna criatura puede llegar hasta su real presencia con malas maneras. Digan sus nombres y sus intenciones, si no quieren ser atravesados por lanza, con justicia y conforme a la ley...
Niles recordó entonces las instrucciones de Aslan, y apartando las lanzas con toda dignidad, (pudiendo echarlos a volar con una sola mano de haber querido), comenzó el discurso que ya se sabía de memoria:
–Dile al rey enano Gimkin que Susan Pevensie, última de los grandes reyes de la Antigua Narnia, demanda que la reciba al instante y sin ninguna excusa de su parte, para así...
conforme Niles hablaba los conejos iban abriendo cada vez más los ojos en un gesto de sorpresa. Al terminar la primera frase, era tanta su excitación que no lo dejaron terminar, interrumpiéndolo con voz temblorosa:
–¿Que dijiste? ¿Susan cuanto? ¿Penny Sue?
–Pevensie, tarado. Susan Pevensie. Increíble que con esas largas orejas seas tan sordo –Niles replicó de muy mala manera.
Pero el conejo, lejos de ofenderse, comenzó a temblar tanto que pareció que iba a caer allí mismo. Sin poder hablar durante unos segundos, tomó aire profundo y se atrevió a preguntar:
–Susan, ¿he-hermana de Peter, Edmundo y Lucy?
–Ninguna otra, proyecto de abrigo –respondió Niles tomando el pomo de su espada.
Un tercer conejo, desde la muralla, estiró tanto el cuello que casi cayó muralla abajo. Los otros dos le hicieron señales y luego miraron a los cuatro humanos con ojos muy raros. Una puertecita se abrió junto a la puerta principal, puertecita tamaño conejo.
–Por favor, esperen aquí –dijeron–. Y si han dicho la verdad, no se muevan hasta que la gran puerta se abra, en nombre de Aslan.
–Vaya que han quedado helados con tu sólo nombre –celebró Hakim poniéndole a Susan una mano en el hombro.
–Mejor que una estrella del pop –bromeó Helen tomándole el brazo.
–¡Pero recuerden las palabras de Aslan! –bramó Rípichip el tuerto desde un bolsillo–. No vayan a fiarse ni un pelo mientras estén en el castillo.
–Es verdad –dijo Susan–, no canten victoria hasta que sea victoria.
La puerta se abrió con grandes rechinidos, y desde adentro apareció, cuidado por los dos guardias, un cerdo muy gordo y bajo que llevaba un traje de chambelán, que daba risa de verlo. El cerdo, muy grave en su voz, haciendo mil reverencias, se acercó al grupo mirando como quien ve un espejismo. Hacía sonar las pezuñas de sus manos, todas llenas de anillos, con mucho nerviosismo.
–¿Está entre ustedes la que han nombrado? Si es así, que se acerque, por favor –dijo.
Susan se le acercó con gran dignidad. El cerdo vio venir entonces una hermosa mujer de zapatillas y jeans, (rara vez se ven mujeres de pantalones en Narnia) cuyo rostro le recordó de inmediato los relatos antiguos. Otros dos cerdos, más pequeños, no paraban de mirarla y escaparse al segundo patio, y de allí volver a verla, y de allí otra vez al patio, en un ir y venir que llegaba a marear. El cerdo chambelán, humillado hasta rozar el suelo con su nariz, se acercó muy lento como con miedo.
–Majestad, le imploro que me siga hasta la sala del trono –dijo con suavidad.
–Nos ha sido muy fácil –susurró Niles.
–Tan fácil que me da miedo –respondió el fauno con mal agüero.
Todos avanzaron al segundo patio, allí, entre prados y arbustos bien cuidados, lucían hileras de estatuas a lado y lado. Todas las estatuas llevaban coronas, y sus rostros mostraban serenidad, severidad o una gran sabiduría. Cerca de la entrada aparecía un hombre acompañado de un unicornio. Era la primera de todas. Hacia atrás Niles vio muchas pero no supo acertarle a ninguna. Sólo cerca del final vio dos que reconoció de inmediato. Una, de un hombre coronado junto a un búho y un renacuajo de pantano; la otra, llevaba un compás de navegación, y lo acompañaban un ratón, un centauro y un enano.
“Ya entiendo –pensó Niles–, son los reyes de Narnia, desde Caspian hasta Tirian, el último. Me pregunto quien viene a continuación y la respuesta como que me aterra”.
Porque a continuación venían los cuatro hermanos Pevensie, tal como lucían en la gloria de su reinado, antes de perderse tras el ciervo blanco. Vio entonces que la estatua de Susan, a pesar de las edades pasadas desde aquel tiempo, era idéntica a la Susan de carne y hueso.
–¡No puede ser! –exclamó Susan– ¡Si han pasado siglos!
–Siglos han pasado –dijo el cerdo chambelán–, pero la piedra sabe esperar sin impacientarse.
Este patio sí estaba lleno de conejos, tantos que podían ser miles. Y a una señal del cerdo chambelán se inclinaron con respeto. Pero Niles y Hakim recelaban de esa tan repentina sumisión. Perseus nada más miraba a lado y lado.
–No se fíen de cerdos ni conejos –dijo de mal agüero–, lo que disfruta del barro y se multiplica como plaga no puede ser bueno.
Susan seguía de cerca al cerdo chambelán, pero estaba definitivamente en otro lado. Helen se le acercó en silencio.
–¿Sabes? –dijo Susan–, el día que se esculpieron esas estatuas, yo estaba muy enojada con Ed. Reñimos por una tontería, y yo quise herirlo de verdad. Le eché en cara su traición con la bruja. Ed se quedó callado mirando el suelo. No pudo hablar en horas –susurró con voz triste.
–Fue sólo una riña... –Helen intentaba una de esas inútiles palabras de consuelo.
–¿Por qué lo hago? ¿Por qué siempre acabo hiriendo a todos? –Susan suspiró–. Tal vez sí soy mala de adentro, amiga, tan mala que todo lo que toco se arruina.
–¡No! No digas nunca eso, Susy –replicó Helen–. Tú eres dulce, estás llena de amor. La gente te importa, te importa de veras. Yo lo sé y lo sabe toda la gente que te ha conocido. Siempre ayudando, siempre queriendo hacer el bien...
–...Nunca lográndolo –contrarreplicó Susan.
La sala se abrió ante sus ojos, una sala del trono bastante larga pero muy estrecha, con retratos a ambos lados de los reyes no humanos posteriores a Tirian. Procurando que no lo vieran, (pero Susan lo vio igual), Perseus se acercó despacio y con respeto besó el retrato del rey fauno Edmunus. El cerdo chambelán se allegó hasta el trono, que estaba vacío, y era tan grande como para sentar a un centauro. A su izquierda se abría una gran puerta de madera fina. A su derecha, unas puertas de hierro cerradas con gruesos cerrojos.
–¿Donde está el rey enano? –preguntó Niles con impaciencia.
–Ya vendrá, eh, se está preparando, no tardará mucho –contestó el cerdo.
–¡No venimos a tomar el té! –esta vez Niles rugió–. Si sabe lo que le conviene, más le vale no tardar.
–¡Por favor, sólo unos minutos! –rogó el cerdo.
–¡Oiga usted! –gritó un conejo surgiendo desde el interior, que al parecer no se había enterado de nada– ¡No se le habla así al rey! Él vendrá cuando disponga, y las visitas esperarán, porque el rey es...
–¡Silencio! –gritó otra pequeña y anciana voz– ¡Déjenlos hablar! ¡Déjenlos hablar lo que quieran!
Era el rey. Un enano de cabellos blancos, muy pequeño y vivaz, que dando saltos excitados entró corriendo a la sala del trono, sin mirar a nadie al pasar.
–¿Donde están? ¡Donde están! ¡Quiero verlos! –el rey, cada vez más frenético, llegó hasta donde se encontraban Susan y Niles con una sonrisa amplia y unos brazos en señal de bienvenida bastante exagerados. Allí contempló a Susan largo rato, (con unos ojos que la hicieron sentirse incómoda, y a Niles lo pusieron, no sabía por qué, molesto y violento). No dejó de sonreír ni un momento.
–¡Es verdad, es verdad! ¡Ha venido a mí, y en mi reinado, y es ella en verdad, la dulce, la suprema belleza, la reina Susan, en persona! ¡Oh, ya no esperaba recibir este honor! Sólo la llegada del propio Aslan podría superar la dicha de este momento. Que momento feliz, ahora todo se completa. Lluvia ha venido al árbol, río ha llegado al mar...
–No sabe que Aslan ya está entre nosotros –Susan murmuró muy bajito hacia Niles sin mover la cabeza.
–Y a mi parecer, se alegra demasiado –Le respondió Niles a su vez en suave murmullo.
–Recuerda que quien mucho sonríe prepara sus dientes para una mordida –susurró al oído de Helen Rípichip el tuerto, al parecer también incómodo con tanta alabanza.
–Rey Gimkin, creo que debemos hablar cosas muy graves –habló Susan con sequedad.
–¡Por supuesto! –respondió el rey–. Chambelán, que todos se retiren y cierren las puertas de la sala del trono. Lo que se diga entre estas paredes es asunto de reyes. ¡Yo les diré cuando pueden entrar! Debo suponer que sus compañeros estarán presentes, ¿cierto?
–Absolutamente –respondió Susan mirando con recelo cómo las puertas se cerraban tras todos ellos. Hubo un silencio tan largo como helado e incómodo, uno de esos silencios que todos quieren quebrar y nadie quiere ser el primero en hacerlo. El rey enano, sin dejar de sonreír no dejó de mirar a Susan, ella le esquivó la mirada y Niles, a pesar suyo, le clavó unos ojos de tigre al sonriente rey. Al fin Susan decidió hablar.
–Sabe bien por qué estamos aquí, ¿no? –comenzó Susan.
–Oh sí, lo sé –dijo Gimkin con su imperturbable sonrisita–, ¿no es extraordinario?
–¿Encuentra extraordinario cómo están las cosas en Narnia? –Susan lanzó una pregunta que más bien era un reproche.
–¡Por supuesto! –respondió el rey sin sentir el reproche en la voz de Susan– ¿No le parece maravilloso cómo hemos progresado?“
¡¿Qué?!” –pensó Niles– “¿Le llama progreso a ESTO?”.
Perseus apretó los puños en silencio.
–Las fábricas se han duplicado en sólo diez años –el rey saltaba y le brillaban los ojos al decirlo como si estuviera dando las mejores noticias del mundo–. Los niveles de producción son excelentes. Las fábricas viejas rompen sus récords de producción y las nuevas, oh, ellas producen y producen dejando a las antiguas totalmente obsoletas –Susan luchaba por creerlo. El rey enano hablaba cada vez más excitado de sus “progresos”. Su alegría era un insulto–. Oh, sólo vean nada más. Hermosos edificios de cien pisos, grandes vehículos que corren sobre modernas carreteras, ¡Ah, y los barcos a petróleo! Sólo tienen que verlos despuntar su proa de acero sobre el borde del mar, para sentir qué tan fuerte y moderna se está volviendo Narnia. Dentro de poco empezará el tendido de cables eléctricos...
–¡Espere un poco! –bramó Susan– ¡No voy a escuchando ese discurso! ¿No ha visto cómo sufre su gente? ¡Su progreso está destruyendo a Narnia! ¡Sus fábricas los están envenenando! Hay descontento, rey, hay dolor y hay injusticia. Ahora mismo muchos narnianos se están levantando.
–Oh bueno, han habido incidentes aislados –el rey Gimkin, tomado de sorpresa, bajó su voz poco a poco–. Pero le aseguro que los rebeldes no representan la mayoría de Narnia. Es verdad, cuando hay progreso, alguien sale lastimado, pero un precio que debemos asumir si queremos...
–¡¡¡MENTIROSO!!! –rugió entonces Perseus fuera de todo cálculo– ¡Tus minotauros mataron a toda mi familia! ¡Dinamitaste nuestras cuevas, sólo para hacer túneles para tus camiones! ¡Sí, los mataste, tú, tú y tus monstruos!
–Nnno sabía nada de eso –el rey tembló– nunca se me informó. Te lo juro. De saberlo habría hecho justicia.
–¡¡¡Qué justicia, si lo ordenaste con tu propia boca!!! –Perseus pareció lanzarse a embestir como un toro, Hakim lo sujetó con todas sus fuerzas para poderlo frenar.
–No es verdad, juro que no es verdad. Yo debí pacificar Narnia de un largo tiempo de guerras –el rey sudaba pálido.
–¿Y a qué le llama exactamente, “pacificar”? –Susan se volvió más fría.
–Fue necesario asegurar un estado de derecho para todos los súbditos... –el rey murmuraba cada vez más nervioso.
–¿Usando “toda la fuerza necesaria”? –lo interrumpió Hakim con amarga ironía.
–¿Poniendo vallas de control, espías y estado de sitio? –continuó Helen.
–¡Esas medidas son extraordinarias! –se defendió el rey enano– ¡Llevan muy poco tiempo, y se levantarán apenas pase la emergencia!
–Apenas aplaste a los descontentos, querrá decir –intervino entonces Niles alzando una dura voz.
–¡Debo pensar en la mayoría pacífica! –se justificó el rey– ¡Recibí Narnia hundida en la miseria por las guerras, y costó muchísimo trabajo levantarla! ¡Traten de entender! ¡Debieron verla cómo estaba!
–Yo la vi –contestó Perseus con los ojos rojos como brasas–, y estaba mucho mejor que ahora.
–Ya oímos bastante –irrumpió Niles con voz de trueno y una mirada de hielo–. Rey Gimkin, en nombre de Aslan y de la reina Susan, le ordenamos deponer el trono de inmediato y sin condiciones, bajo pena de sufrir toda la ira de Aslan si se niega...
–¿Deponerlo? Pero yo tenía planeado... –dijo el rey mirando hacia lado y lado.
–¡Me vale nada lo que tenía planeado! –volvió a rugir Niles–. Ahora mismo se acaban sus maravillosos planes. Vamos a cerrar sus fábricas y desarmar sus camiones, y de sus carreteras no quedará un grano de asfalto. Bastante bien lo hemos tratado hasta ahora, reyecito chico, y nos contuvimos de aplastarlo sólo para escuchar de su boca la confesión de sus delitos.
–¿Delitos? ¿Ira de Aslan? Pero jóvenes, ¡yo recibí el mandato de hacer todas esas cosas para Narnia! –el rey enano comenzó a retroceder.
–¿Va a decirme que le llegó una visión? –Niles se alteraba cada vez más fiero mientras más hablaba el rey.
Empujado por la mirada de Niles, el rey Gimkin caminó temblando hasta tocar las grandes puertas de hierro, las que sonaron ¡cloong! A pesar de que el rey era muy liviano.
–¡Fue una orden que recibí! –insistió muy pálido.
Entonces vieron todos las enormes puertas, cerradas con grandes cerrojos, tan pesadas de metal que de inmediato recordaron las palabras de Aslan.
–¿Que hay detrás de esas puertas? –preguntó Susan.
–¿Estas? Nada. Nada de importancia. Muebles rotos y cosas así –dijo el rey.
–¿Guarda los muebles rotos bajo puertas de hierro? ¿Acaso le preocupa que alguien se los robe? –Susan volvió a preguntar.
Rípichip el tuerto, aprovechando el brusco salto del rey se había instalado en el hombro de Niles. A un lado y otro miraba el rey enano sin entender.
–Está bien, eso no es verdad –admitió el rey–, esas puertas están cerradas, eh, por una muy seria razón. No puedo abrirlas hasta el día de, bueno, ¡no puedo abrirlas!
–¿No puede o no quiere? –Susan se volvió más agresiva.
–No puedo. Hice una promesa. Habrá un día en que... –dijo el rey.
–Me suena muy raro un rey que recibe órdenes y tiene prohibido abrir puertas. ¿Es el rey o hay alguien más aquí que da las órdenes? –habló Hakim con ironía–. Me parece que tapa el sol con una aguja.
–¿Quien le dio la orden de llenar Narnia de ese tal progreso? –Niles lo interrogaba con ojos de serpiente en llamas. El rey Gimkin, pasando de pálido a morado, luchaba por sacar palabras.
–Fue... fue... ¡Aslan! –chilló al fin. Los cuatro humanos y el fauno se quedaron de hielo.
–¡Ya la hiciste, microbio! ¡Ahora sí la regaste! –fuera de todo control, Niles desenvainó su espada frente a la cara del rey. Temblando de horror, el enano se aproximó al trono dando pasos que parecían pies pegados con cemento.
–¡Por piedad, no dejen que me mate! –chilló el rey. Los otros, recordando las palabras de Aslan, se quedaron de piedra sordos y mudos.
–¡Meter a Aslan en esto fue tu último error! ¡Reza lo que sepas a quien adores! –más fiera que hombre, Niles se acercó al rey rozando su frente con la punta de la espada.
–¡Es verdad lo que dije! ¡Juro que es verdad! –sollozó el rey.
–¡Ya gastaste tu último aliento! –bramó Niles. Más bestia que humano, más carnicero que justiciero, levantó su espada preparando un golpe fatal. Hakim no se movió. Perseus, contagiado de furia, quería ver sangre. Helen cerró los ojos y volteó la cabeza, pero Susan, alterada por la escena y su inminente final fatal, vio destellos en los ojos de Niles y tembló.
–¡Niles, detente! ¡No lo mates!
Sorprendido por el grito, Niles se serenó de pronto y miró a Susan como si se hubiera vuelto loca. El rey, paralizado de miedo, no acertaba a moverse a ningún rincón. Susan se aproximó con energía.
–No lo mates –le rogó, muy conmovida–. Déjalo hablar, déjalo explicar lo que ha dicho.
–¿Explicar qué? –Niles la miró con severidad–. Susan, ¿no escuchaste las palabras de Aslan? Este enano es un saco de mentiras. Todo lo que diga no serán más que engaños. Míralo, tiembla como gelatina, hace caras como si fuera a llorar. ¡Es un falso!
–Yo conozco la mentira –Susan se mantuvo firme–, y hay cosas en las que no se finge.
–Te está convenciendo –insistió Niles–, está logrando que te ablandes. ¡No lo escuches!
–¡Pues escúchame tú a mí! ¿No te das cuenta que estás hablando de matar, matar así, a sangre fría y a un ser completamente indefenso? –Susan no cedió.
–Sólo sé una cosa –resopló Niles–, que debemos hacer lo que haga falta para cumplir la tarea. Muchos actos crueles están de acuerdo con la justicia, por terribles que parezcan. Hazte a un lado, Susy, de este enano no me fío, veo mentira en su cara y lo que tenga que hacer, lo haré –apartando a Susan con suavidad, se acercó al rey enano que, mudo de terror, temblaba. Levantó la espada con menos ferocidad pero igual firmeza, decidido a matar a pesar de sus entrañas. Los ojos de fuego eran ahora los ojos de hielo de un verdugo. Suspirando con asco, lanzó la espada hacia atrás preparando la estocada final.
–¡¡¡NO!!!
Susan saltó frente a él con tanta rapidez que apenas pudo detener la espada, que le rozó el pecho, al ponerse entre Niles y el rey enano.
–¡Maldición! ¡Susan! ¡Quítate de allí!
–No voy a quitarme. Niles, si quieres matarlo, vas a tener que matarme a mí.
Niles se mordió entre dientes. Susan, con los brazos abiertos, tocó la punta de la espada con su pecho. Los demás, demasiado confundidos para actuar, no escucharon venir al cerdo chambelán, quien al ver la escena, saltó gritando con todos sus pulmones:
–¡¡¡A LA GUARDIA!!! ¡¡¡A LA GUARDIA!!! ¡¡¡QUIEREN MATAR AL REY!!!
En segundos se armó un griterío infernal de conejos armados y cerdos que dieron lugar a un batallón de minotauros feroces que entró corriendo con armas de todos tamaños. Hakim calculó la única posibilidad: rompió una ventana con su espada y por allí todos huyeron saltando hacia el patio. Niles gritó de frustración dando un par de espadazos antes que Hakim lo tirara para sacarlo de allí. Desde el patio hasta el muro lograron trepar con una fuerza que era más miedo que otra cosa, saltando fuera del castillo a correr, a correr entre bosques cada vez más espesos sin mirar ni adelante ni atrás. Todos corrieron hasta no quedarles fuerza en el cuerpo. Todos se detuvieron bruscamente, con la garganta ardiendo por la carrera brutal. Todos menos Niles, que aún tuvo energía para golpear un tronco con su espada con tanta rabia que la espada se clavó, y al tirar para sacarla, se quebró.
–¡Buena la hicimos! –gritó como loco– ¡A un pelo de lograr la misión, y lo perdimos todo, todo por una tonta ablandada!
–¡Deja de insultarla, maniático! –gritó Helen aún más alto.
–La hicimos. Maldita sea, la hicimos –Niles cayó de rodillas dándole puñetazos al pasto de pura impotencia.
–Cálmate, aún no estamos vencidos –se le acercó Hakim.
–No, sólo estúpidamente humillados –Perseus se burló con amargura.
–No te pases, paticabra –Hakim lo miró con furia.
–Oh que bien, culpen todos al fauno, como si yo me hubiera puesto de parte del rey –bramó–, como si yo le hubiera dado la espalda a Aslan justo en el peor momento para hacerlo.
–¡¡YA ESTUVO, CABRUNO!!
¡¡¡HWACK!!! fuera de todo lo esperado, Helen saltó contra el fauno y le asestó un puñetazo en plena cara que lo hizo caer y rodar como una bola por el pasto. Los jóvenes se serenaron de golpe, Helen en cambio, hecha una fiera los miró en desafío. Sólo la mano de Susan en su hombro la logró calmar.
–Déjalo, mejor pégame a mí. Tiene toda la razón. Lo arruiné.
–Claro que no –negó Helen.
–¡Claro que sí! Y lo peor, es que ni sé por qué lo hice –Susan suspiró hondo y cansado.
–Ya está hecho –se resignó Hakim–. Mejor veamos qué hacemos ahora en adelante. De todas formas parece que dejamos atrás a los guardias. Al menos eso es buena noticia.
–Claro que no –Perseus llegó sobándose la mandíbula–, no los perdimos, ellos dejaron de perseguirnos por miedo. Nos metimos a los Bosques Prohibidos.

(continuará) link al siguiente capítulo

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Última edición por reyNiles el Jue Ago 07, 2008 4:52 pm, editado 1 vez
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MensajePublicado: Sab Oct 06, 2007 5:17 pm    Asunto: Responder citando

Un cap. largo pero muy interesante...muy bueno...muuuy bueno. Cool Guiño Risa tonta Sonriendo

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MensajePublicado: Dom Oct 07, 2007 6:18 pm    Asunto: Responder citando

pues... pues... ¡gracias, Dama Alambil!

Rey Niles Rey

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MensajePublicado: Dom Oct 07, 2007 8:51 pm    Asunto: Responder citando

Jejeje...dama...jeje...dama...jajajajajaja!!!! (estoy un poco loca) la verdad me gusta tu historia ya la leí toda hasta este cap. muy buena. Guiño Risa tonta Sonriendo

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MensajePublicado: Lun Oct 08, 2007 11:35 am    Asunto: Responder citando

Bueeeno... lo de "Dama" es una forma "narniana" de expresarse... te lo digo con todo cariño... me alegro que te guste mi historia... a veces me asusta un poco lo largos que me quedaron algunos capítulos, trato de escribir lo más ágil posible... ojalá siempre lo logre...

Rey Niles

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MensajePublicado: Lun Oct 08, 2007 10:01 pm    Asunto: Responder citando

Genial el capítulo!

Que increíble la tranfromación de Hakim Shoqueado, me dio miedo. Me alegro de que no haya matado al Rey Enano, me da la sensación de que este es solo un títere, pero aun no se me ocurre de quien.
Me pareció horrible lo de las fábricas, asfalto y demases, ojalá todo se arregle.
Y desconfió de Perseus, al principio me recordaba a Trumpkin cuando no creía en Aslan, pero luego con esa agresividad... Confundido

Ah!, me encantó esta frase:
Cita:
Así que no te extrañe si ves maravillas, porque de ellas están hechas las grandes historias.


Muy buena esa dsicusión Guiño

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MensajePublicado: Mar Oct 09, 2007 11:27 am    Asunto: Responder citando

Querida Bethan:

Pues sí, así pasa... la ira puede transformar al príncipe más bonito en un feo demonio, más aún cuando cree tener derecho a esa ira. Susan tuvo mucho valor al detenerlo, pero, ¿qué irá a pasar ahora?

Y a propósito, no fue Hakim, sino Niles quien casi mata al rey enano... Hakim estaba sujetando a Perseus, que se iba a lanzar contra el enano como toro salvaje. ¡Todo un querubín, este faunito! Parece que desde que apareció no ha hecho nada por simpatizar, o más bien se hace el pesado a propósito, por dárselas de "machito" o algo así...

Muy buena la comparación con Trumpkin. Y viene al cuento el paralelo con los tiempos de Caspian, cuando parecía no haber esperanza y aún así Aslan vino y arregló todo.

Como digo siempre, no temas, la luz brillará al final. Así que no te extrañe si ves maravillas.

Un abrazo.

Rey Niles Rey

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MensajePublicado: Mar Oct 09, 2007 7:47 pm    Asunto: Responder citando

Cita:
Y a propósito, no fue Hakim, sino Niles quien casi mata al rey enano


Si, recién releí mi post y me di cuenta del error Riendo
Quise escribir y Niles y no tenoh idea de por que escribi Hakim

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MensajePublicado: Mar Oct 09, 2007 9:30 pm    Asunto: Responder citando

Querida Bethan:

Cita:
Quise escribir y Niles y no tenoh idea de por que escribi Hakim


No te preocupes por eso. Tal vez no yo no debí destacarlo tanto, ya que a veces los dedos hacen esas cosas en el teclado. (A mi me pasa seguido, ¡palabra!)

Muy buena tu observación de que el Rey Enano es sólo un títere en este asunto. Hay algo mucho más terrible escondido...

un abrazo

Rey Niles Rey

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MensajePublicado: Mar Oct 09, 2007 9:44 pm    Asunto: Responder citando

reyNiles escribió:
Bueeeno... lo de "Dama" es una forma "narniana" de expresarse... te lo digo con todo cariño... me alegro que te guste mi historia... a veces me asusta un poco lo largos que me quedaron algunos capítulos, trato de escribir lo más ágil posible... ojalá siempre lo logre...

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No hay peks de lo de dama..estaba jugando...pero tampoco hay peks sobre los caps. largos, para mi son los mejores...son mas interesantes. Guiño Risa tonta Sonriendo

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MensajePublicado: Mie Oct 10, 2007 10:40 am    Asunto: Responder citando

Querida Alambil:

Te entiendo, ningún pek de mi parte tampoco, Riendo a veces me aloco y hablo con modales reales... je je, algo de rey tengo...

Bien que te entretengan y no halles pesados los capítulos largos... es difícil escribir en esta época dominada por el lenguaje abreviado... creo sinceramente que hacer literatura no significa escribir latoso... y los grandes libros de la humanidad estarán de acuerdo conmigo. Por eso trato de ser ágil, o sea, que en los capítulos pasen cosas y todo vaya a un ritmo que "agarre" al lector, si lo logro, satisfecho estoy....

un abrazo

Rey Niles Rey

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MensajePublicado: Mie Oct 10, 2007 6:03 pm    Asunto: Responder citando

Pues estate satisfecho x ke estoy feliz de ke tus caps. sean así xke a mi me entretienen. Guiño

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MensajePublicado: Jue Oct 11, 2007 11:38 am    Asunto: Responder citando

Querida Alambil:

Pues que bien que te gusten, porque de aquí en adelante las sorpresas irán en aumento.

Rey Niles

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MensajePublicado: Jue Oct 11, 2007 4:55 pm    Asunto: Responder citando

Genial!!!!!......espero ke tu historia siga igual de buena, como hasta ahora... Risa tonta

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MensajePublicado: Dom Oct 14, 2007 11:30 am    Asunto: Responder citando

Realmente lamentaba estar tan atrasada con la lectura de tu fic, porque suponía que este capítulo sería muy interesante..¡y no me equivoqué para nada!

Muy muy bueno este capítulo. Largo, pero de la longitud necesaria para desarrollar bien la acción.

A mí también me impacta el cambio que se va produciendo en Niles, tal vez más notable en él que en los demás.

Quizás Susan se equivocó...pero igual estoy contenta de que no haya estado de acuerdo con la acción de Niles, pues su oponente estaba indefenso, por lo menos en ese momento...

Me intriga mucho la puerta cerrada...sospecho que allí debe haber una clave muy importante del misterio de porqué hay tanto "progreso" en Narnia.

Y me imagino que la elección de los conejos como guardia real por parte tuya, reyNiles, debe ser bien intencional ¿ o no?

Bendiciones!

Muy Feliz Muy Feliz Muy Feliz

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“Si encuentro en mi deseos que nada en esta tierra puede satisfacer, la única explicación lógica es que fui hecho para otro mundo”. C.S.Lewis
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