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LA LLAMADA DE LOS DIOSES (libro primero)


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Alambil,la sra. de la paz
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MensajePublicado: Mar May 20, 2008 7:27 pm    Asunto: Responder citando

Vaya!!!

siempre geniales...y vaya matanza

espero ke siga genial y llena de aventura y suspenso...y claro: romance
bendiciones!!!

_________________
Bien sabía que algo inesperado podía ocurrir; así que ni esperanza de pasar sin que sucediera alguna terrible y temeraria aventura en los inmensos picos de estas montañas con sus solitarias cumbres y valles donde ningún rey reinaba. Por fin se encontraban atravesando un desfiladero angosto a una gran altura, bordeado por el más terrible precipicio cuyo fondo desaparecía en la neblina del valle. Allí pasaron la noche arropándose con un pedazo de cobija y titiritando de frío y pavor. (The Hobbit)
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Si hay cosas buenas es porque Dios es La Bondad Absoluta. Si hay verdades es porque Dios es la Verdad Absoluta. Si hay belleza es porque Dios es la Belleza Absoluta.
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I know that love is unconditional, but i also know that it can be unpredictable, unexpected, uncontrollable, unbearable and strangely easy to mistake for loathing, and...i think i love you. My heart...it feels like my chest can barely contain it, like it's trying to escape because it doesn't belong to me any more. It belongs to you. And if you wanted it, i'd wish for nothing in exchange - no fits, no goods, no demonstrations of devotion, nothing but knowing you loved me too; just your heart, in exchange for mine. (Yvaine)
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reyNiles
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MensajePublicado: Sab May 24, 2008 9:14 pm    Asunto: Responder citando

Sì Alambil, todo eso y mucho màs....

cariños

Rey Niles

_________________
"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

El retorno de la reina dulce
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reyNiles
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MensajePublicado: Sab May 31, 2008 12:37 pm    Asunto: Responder citando

Con todo este lío del estreno de la película me atrasé bastante, pero igual, veamos que se puede hacer para mantener el ritmo de posteo.

Cuando nos cae encima la desgracia, la primera reacción es el dolor. Luego, y mientras el dolor aún palpita, viene una segunda reacción: intentamos encontrarle el sentido a la desgracia. ¿Por qué? Tal es la pregunta que se ha hecho quien haya volado en alas de la tragedia, por qué a mi, por qué yo, y esa es la pregunta que nuestros amigos tratan de responder ahora, aunque las respuestas que se den vayan por caminos muy equivocados.

(continuación)

A la tarde la feria aún tenía el aspecto de un terrorífico hospital de guerra, con heridos que se atendían sobre camas de tablones, cuando había suerte. La pista frente al altar estaba limpia, y era el escenario de un muy curioso espectáculo.
Un ter-eol anciano, con el rostro pintado de blanco, golpeaba peñascos pintados con ciertos signos, cantando con voz profunda el ¡AAAAH! característico de los ter-eol, el cántico que los acompañaba desde el nacimiento hasta la muerte. Atrás suyo, los Cazadores Libres hacían sonar tambores enormes.
—Qué ideas raras tienen esos Cazadores Libres —el Genko de los Tagashi los miraba como miran los Tagashi a los Cazadores Libres: con enojo—. Sonar tambores, ¡krrr! ¿A quién se le ocurre invocar dioses a tamborazos?
—Sólo a ellos. Sólo a esos gigantes pelo amarillo —el que estaba a su lado y le respondía, era el mismo Tagashi de la noche del desafío—. Ojalá que su estúpida bulla no distraiga a nuestra vidente.
La vidente de los tagashi era una joven delicada, que bailaba una suave danza donde hacía girar unos listones de tela largos, enrollados en sus brazos. Bailaba con los pies desnudos, al son de una especie de flauta y una especie de arpa pequeña que tocaban otras dos doncellas.
—Nada más faltan los bronces de Yilgendar para completar la bulla —continuó el Genko.
En efecto, los magos de Yilgendar golpeaban esferas de bronce de distintos tamaños, con martillos del mismo metal.
Los Farlin de Tofir, los menos ruidosos de todos, preferían volcar agua sobre bolas de cristal y examinar la forma de las gotas al caer.
Estaban adivinando. Todas las razas de la Llanura estaban usando sus rituales, para descubrir el significado de la tormenta en pleno verano que acababan de sufrir. Cada cual de acuerdo a su tradición buscaba la respuesta, pues era sabido desde tiempos remotos por todos los pueblos de la Llanura, que una tormenta en pleno verano siempre era el anuncio de un tiempo de calamidad, de sufrimiento. Muchas veces había pasado antes, pero nunca una tormenta había cobrado tantas víctimas, ni había derribado el altar de los dioses. Todos temían una desgracia como jamás antes. Acaso el fin de todas las razas, el hundimiento de los continentes, la caída del sol sobre el mar, y la gigantesca ola de agua hirviendo que produciría, capaz de exterminar toda la vida de la Llanura. Todos buscaban la respuesta, pero por alguna razón, no la encontraban. Por alguna razón, las mancias fallaban, y los rituales no revelaban absolutamente nada.
Cillen no se había separado de Yinoim. El kord Woodon, aunque los miraba con el ceño fruncido, no podía hacer absolutamente nada, pues se hallaba en una reunión de suma gravedad donde también estaba Cumayu, el jefe ter-eol, quien era el abuelo de Yinoim. Junto a ellos se encontraba el genko tagashi, un cazador libre, y el maestro S’torio.
—¿Usted qué piensa, lo-tahn S’torio? ¿Qué significa esta tormenta? —había miedo en la voz del kord. Guerrero desde su infancia, educado para enfrentar el dolor y la muerte, a pesar de su disciplina se sentía tan desamparado como cualquier mortal ante el poder de los cielos.
—El significado, es algo que ni yo me atrevo a nombrar —el maestro S’torio bajó los ojos—. Sólo el maestro Wonthar puede decírnoslo. Sólo él y los dioses.
—No quiero despreciar a los aquí presentes —Shen permanecía de pie, respetuosamente a espaldas del maestro S’torio—, pero esto requiere la presencia de todos los pueblos de la Llanura. Es necesario que los más altos jefes sean convocados.
—El mago tagashi ha dicho una gran sensatez —habló el Cazador Libre—. El Gran Principal de los cazadores libres debe ser avisado.
—¡Espero que no estés diciendo que mi autoridad de genko no es lo bastante importante! —bramó el tagashi.
—Estoy diciendo un halago: que por fin oigo algo sensato de un tagashi.
—¡Cállense! —ordenó el maestro S’torio—. Genko, nadie cuestiona su autoridad, pero debo pedirle que mande traer al Gran Daijin.
—Su deseo será obedecido, maestro —el genko sudaba bajo su gorro de piel—. Pero espero que estos gigantones rubios respeten la seriedad del asunto.

Yinoim se hallaba ausente en sus pensamientos. Mitad agradecido, porque todos sus seres queridos se encontraban a salvo, mitad dolido por la desgracia que acababa de presenciar. No había muchos sepultureros, (nadie espera que una fiesta se convierta en funeral) así que los pocos que había debieron recurrir a los soldados para recuperar los cuerpos. Cada pueblo tenía costumbres diferentes, iba a ser una lenta labor entregar a cada pueblo sus propios muertos, para que ellos les celebraran los rituales que cada cual consideraba los correctos. Qué complicación. Por suerte los heridos no eran asunto de la religión. Ni siquiera un tagashi reclamaba por tener un médico cazador libre, con tal que los sanara.
Caneya y Yera cuidaban heridos. De la familia sólo había que lamentar a Yorai, que tenía la cabeza vendada por culpa de un trozo de madera volador, pero era incluso un chiste al lado de los heridos serios.
Rallen, la esposa del kord, las acompañaba. Hasta Yera se abstenía de comentarios inoportunos.
—Los niños estarán bien juntos —decía; los “niños” eran, por supuesto, Yenia, Yinoim y Cillen—. Se darán más fuerza entre ellos, que la que podemos darles nosotras —tocó, por pura casualidad, la frente de una niña tagashi, cuyos padres no aparecían.
Las dos muchachas y Yinoim vagaban por la feria destruida, mirando todo a su alrededor como si fuera una película sin sonido, distante y desoladora. Yenia ya no tenía ojos para ver a Cillen tomando a Yinoim de la mano.
—¿Por qué tuvo que pasar, por qué? —Cillen aún tenía la esperanza de que todo fuera una pesadilla, que pudiera despertar y seguir gozando de la feria.
—¿Qué pasa Yenia? ¿En qué estás pensando?
—Buscaba... trataba de ver si aparecía otra vez la mujer guerrera que sujetó la estatua.
Yenia había estado al borde de morir y estaba viva, y eso le había hecho nacer un sentimiento mucho más positivo que Cillen, quien sólo veía muerte a su alrededor, quemando su corazón compasivo. Yinoim, cuya alma hubiera seguido a Yenia a las puertas de la muerte, tenía también ese sentimiento, mezclado con la pena de Cillen.
—Ya volverá —dijo al fin—. Si tiene una cita con nuestros destinos, volverá. Mientras tanto, podemos mirar hacia el cielo.
—¿Para qué? —ambas chicas preguntaron al mismo tiempo, comprendiendo igual muy poco.
—Algo que el viejo Wonthar me dijo una vez —explicó—. Cuando no era un maestro agrio, podía ser muy amable. Esa vez me dijo que cuando nada parecía tener sentido, mirara al cielo para ver que las estrellas aún estaban en su sitio.
Los tres miraron al cielo, que aun de día y sin estrellas, les ofrecía el mismo espectáculo: Un universo armonioso en medio del sin sentido.
Pero algo brilló a lo lejos. Parecía una estrella en el comienzo, de un color muy dorado. El brillo comenzó a crecer. Luego se extinguió, luego apareció otra vez, más intenso.
—¡Es la flama de un dragón! —no eran necesarios ojos expertos, como los de Yinoim, para identificar ese brillo—. ¡Sólo el fuego de un dragón hace eso!
—¿Un dragón? ¿Dónde? —dijo un voz.
—¿Viene un dragón? —dijo otra.
—¡SÍ! ¡Es un dragón! ¡Veo la llama! —gritó una tercera.
Desde tiempos remotos, los dragones solían lanzar fuego mientras volaban, cuando querían hacerse notar desde grandes distancias. Su flama podía verse a kilómetros, en los cielos, dando origen a un verdadero lenguaje de señales que todas las razas de la Llanura podían ver, pero muy pocos, fuera de los dragones, podían interpretar.
La figura se fue agrandando, y cada vez más ojos, entre la multitud, se levantaban a verlo. Un suave brillo encendía ahora las miradas, pues era también sabido desde tiempos remotos, que los dragones siempre traían la esperanza. A medida que el dragón se acercaba el dolor se hizo más soportable. Venía un dragón. Mensajero de sus reyes, tal vez. Pronto estaría claro el significado de la tormenta.
Ya se veía su cuello y su cola, más las gigantescas alas que mantenían en el aire su enorme cuerpo. Pronto sería visible su cara...
—¿Conoces el lenguaje de flamas de los dragones? —de improviso, Yenia recordó las enseñanzas que Yinoim había recibido del maestro Wonthar.
—Eeeh, no. Justo cuando Wonthar iba a empezar a enseñármelo, yo... me escapé —era muy difícil reconocerlo, pero Yinoim estaba avergonzado.
—No importa —dijo Cillen—, de todas formas ya está muy cerca, y es... ¡Ay cielos! ¡Miren quién es!
—¡EL MAESTRO WONTHAR!
Todos, toda la multitud había gritado al mismo tiempo, casi sin creer lo que veían. Ya no era sólo un dragón. Era Wonthar. Era el Señor De Los Dragones y Maestro De Todas Las Criaturas Mortales, ante quien se inclinaban reyes y maestros. El maestro, con mirada severa, abrió sus alas para pasar sobre la feria en un suave planeo. Quién sabe si observaba o deseaba ser observado. Sus ojos, brillantes pero sin pupilas, eran inescrutables.
—¡Es Wonthar, claro que es Wonthar! —repetía Cillen colgándose del brazo de Yinoim.
Las voces de la multitud, por su parte, parecían haber enloquecido.
—¡Salgan todos, es Wonthar! ¡El maestro ha venido a vernos! —gritaban unos acá, otros allá, tratando de que todos escucharan.
—¡Mi señor kord, señores jefes, el maestro Wonthar vuela sobre nosotros!
El soldado había interrumpido la reunión sin detenerse a considerarlo, pues Wonthar, todos lo sabían, estaba por encima de los jefes y de los mismos reyes. Woodon se levantó con excitación, todos sintieron entusiasmo. Sólo el maestro S’torio permaneció tranquilo.
—¿Dices la verdad? —clamó Woodon— ¿Es Wonthar? ¿No es otro dragón?
—Es Wonthar, mi señor. Por los dioses, juro que es Wonthar.
Todos salieron a mirar. Wonthar volaba a baja altura. Todos podían ver su cara, pero sólo el maestro S’torio entendió un gesto secreto que su maestro le hizo.
La multitud esperaba que el maestro tocara tierra en cualquier momento. Pero el maestro se limitaba a planear. Pareció volar en círculos un par de vueltas, luego, batió las alas con fuerza, tomó altura, y enfiló rumbo hacia las montañas, lanzando una flama por última vez.
—¡Maestro Wonthar, no se vaya! —gritaron muchas voces.
—¡MAESTRO WONTHAR! —gritaron todos.
La alegría dio paso a la amargura. El maestro los rechazaba. Acaso la tormenta era el anuncio de un terrible cataclismo con que los dioses castigarían los pecados de las criaturas mortales.
—El maestro vuela hacia las montañas, hacia el reino de los dragones —se hizo oír el maestro S’torio—. Mantengan la calma y no saquen conclusiones absurdas. Esta misma tarde tendremos novedades. Sugiero que cada uno de los pueblos de la Llanura llame a sus más altos jefes.

Esa misma tarde.
Casi al anochecer, varias flamas en el cielo anunciaron la llegada de muchos dragones. Hasta en la amplia Llanura había problemas para albergar a tantas de las más enormes criaturas que habitaban el mundo. Los dragones tenían la precaución, casi instintiva, de mirar hacia todos lados para no pisar por descuido alguna criatura mortal. Eran dragones jóvenes, casi todos, que llevaban las insignias del Servicio Real con gran dignidad en sus cuellos. Uno de ellos tomó la palabra.
—El maestro Wonthar se encuentra en el palacio de los reyes. Nos ha encargado que llevemos allí a los jefes de todas las razas de la Llanura. Cosas muy graves se aproximan.
Hubo un murmullo muy inquieto, que el joven dragón dejó pasar unos segundos antes de hacer silencio. Le bastó con alzar la mano.
—El maestro conoce el significado de la tormenta en pleno verano —esta frase logró hechizar a todos los pueblos reunidos, que esperaron, con el corazón latiendo no con comodidad—. E insiste, es muy grave. Todos los pueblos de la Llanura deben prepararse. El futuro de todas las razas, es uno. Es tiempo de unión entre todos los pueblos, o los espera la desgracia. Viene un tiempo... de guerra.
El joven dragón dejó que esta última palabra hiciera todo su efecto, antes de hablar por última vez.
—Todo lo que deban saber, lo sabrán, de boca del maestro Wonthar. Sus jefes les contarán a su regreso. Ahora, los esperan en el Palacio De Los Reyes Dragones.

(continuará)

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MensajePublicado: Sab Jun 21, 2008 8:34 pm    Asunto: Responder citando

Soberbio, como siempre.

Me gusta como aumentas y reduces la marcha a medida que es necesario, y como bien dijo rach, todo a tiempo como un buen compositor.

Te tomaré la palabra con ese '(continuara)' y esperare la proxima entrega. E insisto, cuando salga publicado comprare una copia Guiño
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reyNiles
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MensajePublicado: Mie Jun 25, 2008 1:40 pm    Asunto: Responder citando

Pues... qué quieres que diga, FerMix, me has puesto un rayo de sol en este duro invierno. Como dije antes, pensaba dejar pasar el entusiasmo por la película antes de continuar, pero ya que me has tomado la palabra, te cumplo, y aquí posteo otro capítulo. Sorry si es un poco largo, pero puedes leerlo de a poco, de todas formas, tal vez sea lo último que postee en largo tiempo...

(continuación)


EL PALACIO DE LOS REYES DRAGONES

Los dragones volaban en el cielo nocturno, llevando en sus manos a los jefes de los pueblos de la Llanura de Ranthenier, rumbo a las Montañas Que Tocan El Cielo, hogar de los dragones desde que las otras razas comenzaron a desarrollarse. Como era ya de noche lanzaban su chorro de fuego con frecuencia para orientarse, primero uno, luego el más próximo, y así hasta que el último lanzaba su flama.
La flama tenía otro propósito esta noche, mantener calientes a las criaturas pequeñas que cargaban en sus manos, pues volaban a gran altura, donde el aire es muy frío. Por suerte el maestro S’torio había volado con dragones muchas veces antes, y les avisó a todos que llevaran pieles o mantas como las que se usan en los peores días de invierno.
Pero el frío que igual se sentía era superado por la ansiedad que electrizaba los corazones de todos. Yinoim manejaba su angustia concentrándose en el espectáculo, nuevo para él, de ver las estrellas moverse como si corrieran, mientras el viento frío le endurecía el rostro, viento que soplaba cálido cuando el dragón lanzaba su llama.
Yenia estaba excitada, ¿no lo estaría una joven que vuela por primera vez... en las manos de un dragón? Miraba el cielo y la tierra como si la noche le dejara ver algo.
—Weee, es como cuando tomo pajaritos en mis manos, pero al revés —bromeaba.
—¿Está cómoda, joven Yenia? —el joven dragón que los transportaba, el mismo que había hablado y que era como el capitán de su tropa, era muy amable, pero demasiado formal. Daba conversación por educación, mientras trataba de no perder el rumbo.
—Muy cómoda, gracias. ¿Así que los dragones viven el las Montañas Que Tocan El Cielo?
—Nosotros preferimos llamarlas Montañas De La Tranquilidad. Han sido nuestro hogar por siglos, desde que sus razas comenzaron a despertar —contestó el joven dragón.
—¿Nuestras razas? ¿Qué tienen que ver? —dijo Yenia.
—Al principio estaban los dioses, los animales sin lenguaje, y los dragones. Teníamos lenguaje e inteligencia, y habitábamos la Llanura. Éramos los únicos.
—¿Y entonces qué pasó?
—Otras razas empezaron a despertar inteligencia. Nosotros las ayudamos, pero éramos demasiado grandes, y no podíamos caminar libremente sin pisarlos.
—Ooooh.
—Entonces nos retiramos a las montañas, para que sus razas pudieran buscar a los dioses en paz.
—O extraviar el camino —sonrió el maestro S’torio, que viajaba con ellos.
—¿Como Belvorum? —habló Yinoim.
—Como Belvorum, y como tantos otros. Hallarás que el mundo es ancho, y oculta maldades que un alma sana como la tuya no imagina —suspiró el maestro—. Ah, vean eso. Flamas de dragón al norte y al sur —desde un ala y la otra, brillos dorados inconfundibles anunciaban la presencia de otros dragones que se acercaban—. Esta va a ser una gran oportunidad, muchachos. Conocerán razas que viven más allá de la Llanura. Pueblos de los que quizá ni siquiera han oído.
—¿Por qué nosotros, maestro? No somos jefes ni maestros —señaló Yinoim—, somos jóvenes. Cachorros de los ter-eol. Ni siquiera ancianos del consejo.
—El maestro Wonthar insistió en verlos. Tal vez sea su oportunidad de atraparte, muchacho.
—¿Y yo maestro? —interrumpió Yenia—. ¿Acaso el maestro Wonthar quiere atraparme a mí también?
—Está escrito que ustedes dos son inseparables —dijo el maestro S’torio—. El lazo que los une puede hacer la diferencia. ¡hmf! No me hagan hablar más. Ya dije mucho.
Una hermosa dragón hembra pasó cerca. Llevaba en sus manos al kord Woodon, algunos nobles del desaparecido Yilgendar... y a Cillen. ¡Cillen! Claro, ella era la kordarim, y como hija del kord le correspondían deberes y privilegios. Estaba escrito también que no se iba a librar de ella.
“Parece que mientras más quiero librarme de ella, más se me aparece” —pensó Yenia.
—Entonces desea su compañía, y tal vez te libres de ella —habló el maestro S’torio, ante la sorpresa de Yenia—. Recuerda, mi niña, el lazo que los une puede hacer la diferencia. Pero debes entender el correcto significado de esto.
—¡Miren al frente! —gritó Cillen desde la dragón hembra—. ¡Nubes de oro!
—No son nubes doradas —explicó el joven dragón que llevaba al maestro S’torio y los cachorros ter-eol—, son las luces en las Montañas De La Tranquilidad. Pronto veremos la capital, y el palacio de los reyes dragones.

Al acercarse a las montañas, las más altas que habían visto en su vida, (y alrededor de la Llanura de Ranthenier abundaban las cordilleras y montañas aisladas) quedaron sobrecogidos por la visión, mayor que todas sus imaginaciones. Las cumbres envueltas en luz dorada abundaban también en destellos de mil colores que parecían las joyas de una corona. Brillaban como las estrellas del cielo, pero no; las estrellas eran todas blancas al contrario de ese mar de color. Los palacios y las calles estaban tallados en la roca desnuda. Marfiles del mar, metales sagrados de tierras lejanas, los adornaban. Brillaba azul el sagrado ivhirium, el metal que venía de Ivhir mismo, las joyas de Belemdrel, las perlas de las Islas de Masilir. Los textos santos tallados en las torres por finos artistas en cada una de sus caras, podían leerse en plena noche.
Nadie se atrevía a hablar. Los dragones se veían minúsculos ante las montañas.
Los dragones lanzaron su flama. Desde el muro, tan alto que cinco dragones uno sobre otro no le hacían la altura, otras flamas le contestaron. Eran los dragones guardianes.
—Nos esperan en el palacio de los reyes. Ahora van a ver algo de veras grande —dijo el joven dragón.
Sobrevolaron el muro y pasaron sobre calles tan anchas como el valle donde se encontraba la aldea ter-eol. Las simples casas eran más grandes que el castillo del kord.
—Allá está —dijo el joven dragón—, el palacio de los reyes.
Era una montaña dentro de la montaña. No había otra forma de describir algo tan majestuoso que hacía ver los castillos de los reyes de la Llanura, a su lado, como si fueran esos castillos de arena que hacen los niños. Las solas torres dejaban sin voz a nuestros amigos, torres tan enormes, que criaturas del tamaño de un dragón podían subir y bajar escaleras, asomarse por las ventanas dentro de ellas.
—¡Es bellísimo! —exclamó Cillen—. ¡Qué finura de detalles!
—No venimos a hablar de arte —gruñó el kord—, así que te vas a comportar como una kordarim. Yo y los caballeros vamos a hablar de asuntos muy serios. ¿me entendiste?
Las puertas del palacio estaban cerradas. El joven dragón capitán arrojó su fuego hacia arriba. De lo alto del muro dos flamas le contestaron. Las puertas se abrieron.
—Lo que necesiten, pídanlo —habló—. Recuerden que son invitados del maestro Wonthar.
—¿Dónde se encuentra Wonthar? —preguntó Yinoim.
—¿Vive aquí? —continuó Yenia
—No frecuenta el palacio de los reyes. Prefiere la paz de su Montaña Del Sur. A decir verdad, sólo lo he visto un par de veces desde que estoy en el Servicio Real.
—Disculpa, tu nombre...—volvió a hablar Yenia.
—Atycho —respondió—, Atycho Ojos Azules, de la familia Nrungraa, joven Yenia.
Todo era tamaño dragón dentro del palacio. Desde las mesas talladas en la misma roca, donde cabía entera toda la aldea de los ter-eol, hasta las copas de bronce donde un humano podía bañarse tranquilamente. Los dragones paseaban a sus invitados en sus manos como si fueran hámsters o canarios, conversándoles con un respeto sincero, para que no se sintieran acomplejados por el inmenso tamaño de todo. Bien sabían los dragones que las razas mortales valoraban demasiado el tamaño.
—Estamos llegando al salón de los reyes.
Era una inmensa, gigantesca enorme cueva a la que no se le veía el techo. Las antorchas, en sus muros, parecían soles. Soberbios tronos tallados en la roca formaban, alrededor del centro, una especie de herradura. Delante de los tronos habían puesto unas toscas sillitas, parecidas a los mueblecitos de juguete de las niñas, (y tal vez eran eso: las sillitas miniatura con que juegan las niñas dragón) para los jefes de todas las tribus de la Llanura.
Los jóvenes dragones dejaron en el piso a sus transportados, y eran una gran multitud. Cillen buscó a sus amigos y el kord no se lo impidió. Estaba demasiado ocupado discutiendo con otro alto noble del extinto Yilgendar.
—¿Imaginaban que había tantas razas? —cuchicheó.
—Mira allá, ¿quiénes son esos? Los hombres son gordos y las mujeres, delgadas —señaló Yenia.
—Son los nobles del Ulkrim, el reino que queda más allá de las montañas de hielo. Allá hace frío todo el año —el frío Ulkrim, como lo llamaban en Yilgendar, era el reino del norte que Yilgendar trató de unir durante cuarenta reyes, a pesar de que fue dicho que el Ulkrim jamás sería unido al reino orgulloso—. En Yilgendar se hablaba mucho de la hermosura de las mujeres del Ulkrim, tan rosadas y rubias que las llamaban “hermanas de la nieve”. La esposa del último príncipe de Yilgendar, fue una princesa del Ulkrim —les informó Cillen. Los hombres, con sus barrigas y sus mejillas infladas, aunque la mayoría se dejaba barba para disimular un poco, realmente contrastaban muy fuerte con sus mujeres, todas altas y finas.
—¿Qué te parecen, Yenia? —preguntó Cillen.
—Se ven como si no comieran bien, por lo pálidas —fue la respuesta de la pelirroja.
—Pues si lo miro de cerca, el cabello de Yinoim es tan rubio y suave como una doncella del Ulkrim
—Cillen aprovechó de acariciarlo, se escuchó un “¡oye!” y después dos “¡ay!”.
Ambas chicas se habían tirado el pelo. Yinoim las tomó a las dos por la cintura.
—Sigan así y se quedarán sin pelo.
Mientras los nobles del Ulkrim se quejaban del calor, los Farlin de Tofir, criaturas pequeñas con grandes ojos y dientes de conejo, se reían y estaban contentos a pesar de lo que viniera. Todos rodeaban a una especie de payaso, con túnica de mucho colores y un extraño gorro lleno de cascabeles que sonaban al menor movimiento de cabeza. Para terminar su aspecto estrafalario, usaba unos vidrios cuadrados por delante de los ojos.
—Será un cómico —dijo Yenia.
—O un contador de chistes —opinó Cillen.
—Es el rey de Tofir —interrumpió el maestro S’torio—, niñitas sin respeto, si no les impresiona su alto rango, al menos respétenlo por su edad.
Yenia y Cillen se pusieron rojas de vergüenza. S’torio les dio la espalda y miró hacia el rey. Ambos sonrieron como dos abuelos bromeando con sus nietas regalonas.
Como los reyes dragón se hacían esperar, la ansiedad fue volviéndose cada vez más tensa. Los más impacientes comenzaron a murmurar en voz cada vez más alta.
—¡Ya es suficiente! ¡Donde están los reyes dragones! ¡Exijo verlos!
Era el mismo tagashi antipático de la noche del desafío. ¿Qué nunca iban a poder librarse de él? Un dragón muy fornido, (era de la guardia, no del servicio real) bajó su cuello hasta mirarlo frente a frente, y sonrió con mueca burlona.
—Los reyes vendrán a su tiempo. Mejor dedícate a hacer amistad con las otras razas, que mucha falta te hace.
Hasta un tagashi soberbio sabe callar ante un dragón, pero éste en particular no era muy dado al silencio. Pero un alto noble del Ulkrim lo interrumpió, palmoteándole el hombro con una amistad que mostraba desde lejos el color de la mentira.
—Cálmese mi joven amigo, estamos en su nación, somos sus invitados. Es honorable mostrar cortesía.
—puedo decidir eso perfectamente por mí mismo —fue la cortante respuesta del tagashi.
—Sí, sí, por supuesto, mi joven amigo, pero dígame, sólo por curiosidad... —la voz del noble del Ulkrim sonaba a repelente diplomacia—. Usted sabe, sólo por saber; si son ciertos los rumores de que el Daijin es un joven inexperto, ya que hace muy poco que su padre le pasó el mando de todas las tribus.
—¡El Daijin de Todas las Tribus es completamente capaz, señor mío! ¡Mucho más capaz que cualquier noble del Ulkrim, o de Yilgendar!
Algunos nobles de Yilgendar se aproximaron con los puños cerrados, mientras los del Ulkrim optaron por desaprobar a distancia. Pero todos fueron sacudidos por una risa fuerte, tan fuerte como sólo los cazadores libres pueden reír.
—¡Pero no más capaz que un cazador libre! ¡Por eso siempre ocupamos las mejores tierras de caza!
—¡Nadie te preguntó, piel de animal!
Hasta los mejores de Yilgendar hubieran pensado antes de responder con tanta furia, porque el cazador libre que se burlaba era un verdadero gigante, gigante para ser un cazador libre. Apoyaba su pesada druta sobre un hombro que abultaba como una calabaza. A su lado, una muchacha de la misma edad y algo más alta que Cillen y Yenia, con un pelo rubio que parecía el sombrero de un hongo, mostraba orgullosa su dirza. Era más alta, pero así y todo parecía una ciervita al lado de un toro.
—Los orgullosos tagashis, los gritones de la Llanura, que no pueden ni saltar un arroyo sin dar esos alaridos —continuó el cazador libre—. Casi todo lo que tratan de cazar, lo espantan con sus gritos. ¡Por eso están así de pequeñitos!
—Vas a ver quien va a gritar, gigante rubio....
—¡Por favor, señores, por favor! —saltó el noble del Ulkrim, rojo de pánico—. Cálmese, o si no... o si no.... molestarán a nuestro amable anfitrión, el señor dragón de la Guardia Real.
El dragón fornido sólo los miró desde la altura de su gran tamaño, con mirada socarrona.
Sonriendo, tratando de que se le viera bien su dentadura entre la barba rubia, el cazador libre caminó sin que nadie le cerrara el paso. Era una de esas sonrisas que reflejan miedo al tratar de disimularlo.
Pero la niña rubia giró de pronto la cabeza y se le iluminó una brillante sonrisa al reconocer a cierto muchacho.
—¡Yinoim! ¡Tú también estás aquí! —gritó como gritan los cazadores libres.
Como si fueran hermanas gemelas, Yenia y Cillen levantaron la misma mano y se palmearon la frente en el mismo sitio.
—¡Lo que me faltaba! —clamaron las dos al mismo tiempo—, ¡Gebanel!
La joven rubia se acercó mostrando una confianza en sí misma absoluta.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Yenia se adelantó con la esperanza de convertirse en muralla humana entre ella y Yinoim.
—Acompaño a mi papá —contestó la rubia.
—Yo también —intervino Cillen—, vine con él y con los caballeros de Yilgendar.
—A nosotros nos trajo un dragón desde nuestro campamento. Dijo que Wonthar quería a todos los pueblos de la Llanura aquí. Fue después de una tormenta muy rara que tiró nuestras tiendas —Gebanel parecía la menos informada de todos.
—Pues esa tormenta tan rara mató a mucha gente —Yenia interrumpió indignada—. ¿O acaso tú no sabías?
—Y luego Wonthar demanda la presencia de todos. No son buenas las noticias que trae —continuó Cillen.
Gebanel rió.
—Si hay guerra, somos guerreros. Si hay paz, somos cazadores. La vida es el premio de los vencedores, y la muerte, algo que vendrá una sola vez. Así que, ¿para qué preocuparse? Mejor reírse de lo que ha de venir, desdichado es el que deja que el día de mañana lo entristezca.
—Muy sabio —dijo Cillen—, y muy ligero.
—Pero resulta —volvió a reírse Gebanel—. Cayó una luna del cielo, tu reino desapareció, pero los cazadores libres permanecemos.
—¡Yilgendar no ha muerto! —Cillen se enfureció tanto que llegó a parecerse a Yenia—. ¡Nuestros castillos siguen de pie! ¡Nuestros caballeros aun cabalgan por la Llanura! —quiso continuar, pero tenía unas terribles ganas de llorar, y no quería hacerlo frente a Gebanel.
—Eres una grosera, ¿lo sabías? —Yenia estaba igual de molesta.
—Sólo digo la verdad, ¿acaso la historia es otra? —Gebanel sonreía con soberbia.
—Quien ofende, miente. Quien se cree mejor que los demás, no vive en la verdad —Yinoim sólo había escuchado la discusión de las niñas sin intervenir, pero ahora estaba muy molesto—. Estás ofendiendo por nada, Gebanel. No te creía capaz de lastimar a tus amigos.
—¡Ooooh!
La arrogancia de Gebanel se derritió. La sonrisa se le volvió angustia, y aunque trató de disimularlo, las rodillas le temblaron.
—Está bien, vale vale; lo entendí, se me pasó la raya...¡pero no se enojen así conmigo! —rogaba—. Muchachas, Yinoim... ustedes son los únicos amigos que tengo.
—¿No tienes amigos entre tu gente? —Cillen pasó repentinamente de la rabia a la compasión.
—¡Y cómo los voy a tener! Con las jóvenes de mi edad, todo es competencia; quién caza mejor, quien es la más fuerte, quién es la más hermosa; cuantas armas tienes, cuantos collares, cuantos novios...
—Gebanel agitaba las manos como cazando moscas invisibles que representaban a sus rivales—, y con los chicos, ninguna amistad. Sólo conquista. Pasión y conquista.
—Lo cual no te agrada.
—Me agradaría que me conquistara el chico de mi gusto, pero sólo el de mi gusto, y que no fuera una eterna pelea. Me tiene harta eso del “mejor chico” y la “mejor chica”. ¡Es injusto!
—¡Los mensajeros del sur y del norte!
La voz poderosa del dragón las hizo saltar como si se hubiera venido una casa abajo. En esos momentos las puertas volvían a abrirse para dar paso a los dragones del sur y del norte —esos que, durante su vuelo, habían visto como luces lejanas en el cielo—, trayendo con ellos razas y pueblos de más allá de la Llanura.
Todos sintieron el deseo irresistible de ver esos pueblos desconocidos, Yinoim salió corriendo, con Yenia detrás, firmemente agarrada de su mano. Cillen y Gebanel quedaron atrás, bien atrás.
—Lo tiene todos los días junto a ella. Yo diría que es una competencia muy injusta —comentó Gebanel viéndolos perderse entre la multitud.
—¿Piensas que eso le da ventaja a pelos de fuego? Todo lo contrario —posó Cillen con aire de doctorada—. Por mí, que hasta duerman en la misma cama. No me extrañaría que Yinoim la quisiera como una hermana, y no como una novia.
—Bien se ve que no piensas rendirte, ¿ah? —morisqueó Gebanel.
—Lo has dicho. No pienso.
—Yo tampoco.
Los dragones dejaban en el suelo a los representantes de los pueblos desconocidos, de más allá de la Llanura. Unos hombres morenos, que Yinoim jamás había visto, caminaban junto a unos gigantes de cuatro metros de altura. Tanto los hombres morenos como los gigantes usaban telas de un blanco inmaculado, y cinturones con rayas de muchos colores. Su piel parecía arcilla pulida. Uno de ellos llevaba con sumo cuidado una esfera de cristal, donde en su interior flotaban unas arenas doradas.
Conocía a los quirox orgullosos, erguidos como hombres, aunque sus caras tenían algo de león, algo de perro. Y a los hombres rojos. Pero ignoraba todo de su país, al que llamaban “la región de los diez mil lagos”.
Vio seres azules de largos hocicos, aves zancudas con aire intelectual; hombres vestidos con hojas de árboles, y otros vestidos completamente de hierro. Seres bajos y peludos, y otros, que parecían vivir en el agua.
—Los záparas....
—Ellos no vienen nunca....
Lo más sano era ignorar las voces anónimas entre la multitud. Nuevos dragones seguían dejando sus pasajeros. Había gran cantidad de chenkas, muchos de razas que Yinoim jamás había visto. ¡Pero quién podía conocer todas las razas de chenkas que habían!
—Aaaw, miren, guerreros negros de la tierra verde de Gelib —susurró Yenia.
Dos negros altos, portando los escudos sagrados de la Tierra Siempre Verde, marchaban en pareja, con sus anchos torsos desnudos y túnicas cortas colgando del cinturón.
—¿Dónde? ¿Dónde? —Cillen y Gebanel se las habían arreglado para alcanzarlos.
Como era natural, las miradas de las tres niñas caían sobre los guerreros negros, cuyos músculos brillaban como el cuero lustrado; pero Yinoim miraba a quien venía atrás de los guerreros. Semidesnuda, cubriéndose apenas lo esencial, avanzaba orgullosa la reina negra de Gelib. Sus largas pestañas parecían acariciar cuando parpadeaba; su boca, tan roja y brillante, como brillante y negra era su piel, parecía besar al hablar. Ningún joven de quince años, como Yinoim, podía mirar su cuerpo sin sentirse conmovido.
—¡La reina Nubhaya, de Gelib! —las voces anónimas la aclamaron.
—¡¿Pero qué hace ella aquí?! ¡Esto es asunto de los pueblos de la Llanura, a Gelib no le interesan!
—¡Por el motivo que sea, enanito! ¡Si sirvió para admirar su belleza, bienvenido el motivo!
El tagashi antipático ya estaba cansando a todos con sus comentarios, pero el padre de Gebanel, el gigante Cazador Libre, lejos de cansarse gozaba provocándolo. La reina negra pasó frente a los muchachos, dándole a Yinoim una rápida sonrisa. Un poco más allá el padre de Gebanel la celebró. Ella se dejó admirar, y hasta para el tagashi antipático tuvo un gesto de coquetería.
Las puertas volvieron a abrirse. Los dragones jóvenes del Servicio Real levantaron sus cabezas con nerviosa velocidad. El dragón que guardaba las puertas esperó unos instantes antes de gritar:
—¡LOS VEINTE REYES DRAGONES!
Los jóvenes del Servicio Real hicieron una profunda reverencia, sus cuellos largos dibujaron una curva muy bella. Dos dragones jóvenes entraron con sencillez para sentarse en los dos tronos más alejados del centro. Los cuellos se levantaron unos instantes, para luego hacer una segunda reverencia; los jóvenes reyes también se inclinaron al entrar una pareja de reyes mayores que ellos.
Varias veces se repitió la ceremonia. En cada ocasión entró una pareja de reyes de más edad, que fueron tomando lugar cada vez más cerca del centro. Sólo quedaban tres asientos libres cuando entró la pareja de reyes más anciana, ante quienes todos se inclinaron. Los reyes ancianos se sentaron en sus lugares… pero el trono ubicado en el centro exacto permaneció vacío.
—¿Han venido, de toda raza y de todo pueblo? —preguntó el más anciano de los reyes dragones.
—Hemos venido —respondieron todos.
—He venido —se levantó sonriente el anciano farlin del traje multicolor—. Soy Ninguringsharemdagninvershugnegdansheg, pero pueden llamarme Ninsheg, rey de Tofir.
Todos los farlin celebraron la broma con ruidosas risas, y el que se reía más fuerte era el propio rey. Como la risa siempre hiere a los amargos, el tagashi antipático, que siempre se estaba luciendo por iniciar querellas, se levantó una vez más para gritar con ese tono tan suyo:
—¡Ya cállense! ¡Tengan respeto por la situación!
—Tenga respeto usted, joven tagashi —habló el rey dragón más anciano—, y preséntese como corresponde. ¿Podemos saber de una vez quién es usted?
—Soy Ken, hijo de Chan. Soy el Gran Daijin de todas las tribus de los tagashi.
La sorpresa cayó sobre todos, que se quedaron en un silencio más atónito que respetuoso.
—¿Acaso ha muerto el venerable Chan? —preguntó el anciano rey dragón con sincera perturbación.
—Mi padre vive, y está sano. Me ha dado el mando de todas las tribus porque desea disfrutar de una tranquila vejez.
—Muy sabia decisión. Envidiable, sin duda. Le deseo toda bendición —sonrió el anciano rey dragón.
—¡Pues yo soy Wornal, Gran Principal de todos los cazadores libres! —interrumpió el padre de Gebanel, con una voz que parecía tener un megáfono en la garganta—. ¡Sepan todos ustedes, que soy el Gran Principal porque soy el mejor, no porque mi padre lo haya sido antes que yo!
—Entendido. Perfectamente entendido. Ahora siéntese y deje hablar a los demás —habló otro rey dragón más joven, apenas notó el gesto de furia que se dibujaba en el rostro del daijin Ken.
—Soy Woodon, kord del castillo de Yoberin. Represento a todos los nobles de Yilgendar…
—Lo que queda de Yilgendar —murmuró el gordo noble del Ulkrim.
—Presente a su pueblo cuando le corresponda, señor noble del Ulkrim —habló otra vez el anciano rey dragón.
—Eso iba a ser, cuando este Yilgendar menospreciador me pasó por encima —se quejó el gordo.
—Si querías hablar, tenías que pararte primero —bramó el kord Woodon.
—Y eso es mucho esfuerzo, para un saco relleno del Ulkrim —se burló Wornal.
—¡EL MAESTRO WONTHAR HA LLEGADO!
La fuerte voz del guardián de la puerta puso fin a lo que hubiera sido otra disputa inútil. Los veinte reyes, la guardia y el servicio real, todos los reyes y jefes de los pueblos de la Llanura se inclinaron. Entró un dragón gris a quien los sentimientos que reflejaba en el semblante, más que cualquier rasgo físico, daban cuenta de su larguísima vida. Se decía que Wonthar era más antiguo que el reino de Yilgendar. Que había nacido antes de la Era Previa. Antes, incluso, de la Era Anterior, de la que nadie recordaba nada.
Pero, ¿qué no se decía de Wonthar? Maestro de magos y guerreros desde hacía más siglos que los que se podían contar. Señor de toda sabiduría, que en su Montaña Del Sur conversaba cara a cara con los dioses. Wonthar el anciano, el inmedible de años, quién según una tradición había nacido ya anciano, pues Ivhir lo habría formado de las arenas del mar. Según otra, en cambio, habría nacido de un dragón aun más antiguo, un dragón-dios, que habría ayudado a Ivhir a formar los cielos y la tierra, cuyo nombre nadie recordaba.
Wonthar ni alentaba ni no alentaba esas leyendas sobre él. Después de ver caer imperios que nacieron convencidos de que iban a vivir para siempre, sabía que al ignorante hay que dejarlo ignorar, y al necio hay que ayudarlo a ser más necio. La hora de la sabiduría sonaba para cada alma, forzarla era tan inútil como tratar de hacer volar a un huevo.
No era la salvación de las almas el problema a resolver ahora, porque las almas ya estaban salvadas desde el momento de su creación. Hoy la amenaza volvía a ser aquella que hizo caer una luna del cielo y puso fin a un reino orgulloso. La misma, que en un tiempo que nadie ya recordaba, puso fin a la Era Anterior e inició la Era Previa. La Hora Más Temida De Todas había llegado. Inútil era ocultarlo o desear que no hubiera llegado. La vida o la muerte de todos, estaba en manos de las criaturas mortales. ¿Habría entre ellas, siquiera una con la suficiente luz para emprender la tarea?
El maestro de todas las criaturas mortales pasó con lentitud, tanta que nadie notó la breve pausa que hizo para dirigirse a cierto muchacho rubio, humano y cachorro de los ter-eol.
—Hasta que te encuentro, diminuto bandido….
—Iba a ir, de veras, maestro… cuando terminara el verano… —Yinoim se dio cuenta de que le hablaba al aire, porque el maestro seguía avanzando sin poner atención a sus respuestas. Al pasar dejaba atrás caras con muy distintos sentimientos. Unas temerosas, acusadas por su conciencia de quizá qué culpas imaginadas; otras felices, como la reina negra de Gelib, que le dedicó una sonrisa que parecía una estrella. Sólo los reyes dragón más ancianos lo saludaron estrechando sus manos con afecto, ellos y una pequeña mosca blanca que apenas pudo estrecharle una garra. Era el maestro S’torio, a quien le había puesto un pedestal especial para sentarse a la altura del maestro Wonthar.
El anciano dragón miró con sus grandes ojos amarillos a la multitud minúscula.
—¡Qué bien! Están aquí todos los pueblos de la Llanura y las tierras a su alrededor. Qué lástima, no poder juntarlos a todos con tal facilidad, cuando sus cabezas no están amenazadas.
Wonthar no ahorraba reproches. En su sarcasmo había mucho de un terrible regaño. Los pueblos reunidos se pusieron visiblemente inquietos.
—¿No han llegado aun las razas emortales? —preguntó no bien se sentó, y sin esperar respuesta, continuó hablando—. No veo aquí a Vakandla, ni a la nación de Zevandir, ni a las bravas Veltas, si bien tenemos aquí a la gran y poderosa reina de Gelib —ella sonrió.
—Los de Zevandir se creen mejores que nosotros, porque no tienen rey, sino elegidos —gruñó el obeso noble del Ulkrim.
—¡Y las Veltas! —bramó el daijin Ken—. ¡Ellas van y vienen como se les antoja! De mujeres sin hombres no se puede esperar disciplina.
Una voz femenina rió con energía.
—¡Las veltas tienen todos los hombres que desean! ¡Son los hombres los que no pueden tener a una velta!
Se acercó una mujer rubia muy alta, cuyos brazos y piernas estallaban en músculos enormes. Yenia sonrió. Era la guerrera que había detenido la estatua durante la tormenta.
La guerrera caminó con soltura hasta ubicarse junto al daijin Ken, a quién sin ningún pudor le acarició una mejilla con rudeza sensual. El tagashi quedó demasiado sorprendido para reaccionar. Wornal reía.
—Trala, guerrera de Vakandla, le trae los respetos de nuestros reyes, maestro Wonthar —habló haciendo una graciosa reverencia—. Y le ruega que perdone su ausencia. Nuestros guerreros defienden la frontera. Contienen a las legiones de asalto de Belvorum.
—¿Belvorum? —gruñó el obeso noble del Ulkrim—. ¡Belvorum está más muerto que Yilgendar! —varios de Yilgendar se levantaron—. ¡No hemos sabido de ellos en quince años! Se han retirado a su agujero infernal. No tienen poder. Lo perdieron, todo, aquel día que… que…
—…¿Que su dios murió? —Wonthar dibujó una sonrisa entre compasiva e irónica—. Siéntese, duque Irdram, o de lo contrario será muy doloroso para su trasero cuando lo sepa. Trala, guerrera de Vankandla, tenga los agradecimientos de todos, por el sacrificio que están haciendo —Wonthar hizo una pausa, y se levantó—. Todos han venido por lo mismo. Quieren saber el significado de la tormenta en pleno verano.
—¿Usted lo sabe, maestro? —gimió una voz.
—Lo sé —bajó los ojos con profundo pesar—. Y créanme. La tormenta es lo último que debe preocuparles.
Una vez más la sala estalló en murmullos. Mientras Wonthar callaba y los pueblos reunidos discutían como una olla de grillos, Yenia se las arregló para llegar hasta la guerrera Trala, arrastrando a Yinoim.
—Voy a ser breve, pues no hay tiempo para la menor sutileza —continuó Wonthar—. Cada minuto que pasa es un minuto que le damos al adversario. Belvorum vive. Su Emperatriz-Sacerdotisa vive. Porque vive, y ha regresado, aquel que les da su poder…
…aquel que les da su poder…
…¡¡¡IVHIRED!!!


Muchos cariños y bendición de mi parte

Rey Niles

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MensajePublicado: Sab Jun 28, 2008 1:57 am    Asunto: Responder citando

¿Largo? ¿Hay algun texto oculto en spoiler que no vi? Riendo

al contrario se me hizo corto. Aunque te se decir que eres muy bueno para meterte en lios, y no lo digo solo por Yinoim y sus tres enamoradas jajaja.

Ya en serio, una inclusion tan grande de pueblos, razas y por lo tanto caracteres requiere la habilidad mental del malabarista, como dirian en mi pais 'mantener todas las chibolitas en el aire'

Espero y confio que llevaras todo a buen fin.

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reyNiles
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MensajePublicado: Jue Jul 03, 2008 11:22 am    Asunto: Responder citando

¿Lo encontraste corto? Pues que bien, eres gran lectora...

Y no temas, creo que el muchacho no tendrá tiempo para envanecerse, no con todo lo que se le vendrá encima... romance incluído.

Bueno, ahora veamos cómo termina este cónclave de razas y pueblos.

(continuación)

AQUEL QUE VIVE Y HA REGRESADO

Durante una multitud de minutos solo se oyó el silencio. Tanto que se oía crepitar las antorchas. Poco a poco, como cuando cruje la nieve antes de caer de la montaña, todos fueron haciendo leves movimientos, cada vez menos lentos, cada vez más vivos, hasta que finalmente la parálisis se quebró y estalló la angustia.
—....¡IVHIRED!
Yinoim miró de reojo a Cillen, que parecía una estatua de cera por la angustia. Gebanel no se veía más valiente.
—Ivhired vive —continuó Wonthar—. Su odio arde con más fuerza que nunca. Vuelve a sentarse en su trono de Avhernovum, cuyas puertas vuelven a estar abiertas.
—¡Lo vimos morir! ¡Hizo pedazos a la Luna Mayor, digo, a la Luna Ausente! —el gordo duque Irdram estaba pasando de rojo a violeta, como si lo estuvieran ahogando.
—Así como fue rechazado por el Abismo Eterno, fue también rechazado por la muerte —explicó Wonthar con sencillez.
—No pregunten ahora si chocar contra una luna basta para matar a un dios —intervino S'torio—. Pregúntense mejor que harán para detener la amenaza de Belvorum, ahora que su dios ha retornado.
—¿P-pero...qué....qu-quiere.... El Señor De La Intolerancia.... esta vez?
—Lo que ha querido desde el principio de los tiempos —bramó Wonthar—. Ser dios... sin dioses.
—Quiere un silencio donde suene una sola voz: la suya —interrumpió Shen.
—¡NO ES TIEMPO DE POESÍA! —volvió a bramar, esta vez más alto, el maestro Wonthar—. Es tiempo de acción. Belvorum ha esperado este día durante quince años. Se ha preparado, mientras ustedes, estúpidos, se entregaban a sus mezquinas querellas entre tribus y reinos. Sus cinco reyes han preparado ejércitos que ansían cortar sus carnes. Zendra —muchos se sobresaltaron al oír el nombre de la Emperatriz-Sacerdotisa—, ha instruido magos capaces de reordenar los puntos elementales de la materia —hizo una pausa para soplar fuego a través de sus narices—. Si fuera general, y no maestro, diría que Belvorum tiene todo de su parte.
—Mientras existan las espadas de Yilgendar —un kord muy corpulento y rubio se levantó con un brillo de fanatismo en la mirada—, Belvorum no pasará. Esta es una señal de los dioses, la señal que hemos estado esperando desde ya largos diez y cinco años. Yilgendar se volverá a levantar. ¡Maestro Wonthar! ¡Permita que los nobles de Yilgendar lleven a los pueblos hacia la victoria, como hace quince años!
—¿¡victoria!? —bramó Wornal—, ¡Yilgendar nos llevo al desastre! ¡Si los dioses no hubieran triunfado en los cielos, todos seríamos esclavos de Belvorum!
—¡La mitad de los guerreros tagashis murieron el día que la luna cayo del cielo! —Gruñó Ken—. Mi padre, el Gran Daijin, reunió a todas las razas de la Llanura y las convenció de seguir las órdenes de su inútil rey. Ustedes se creían el pueblo pastor de todos los pueblos. ¡Qué bien nos pastorearon! ¡Derecho a la derrota, y a la muerte!
—¡Fue nuestro príncipe Yaberon quien unió a todos los reinos! —gritó Woodon.
—En realidad lo lograron ambos —comentó el rey de Tofir a un joven guerrero-mago que lo acompañaba, pero nadie los escuchó.
—¡Ustedes no han cambiado nada! —Cumayu, a nombre de los ter-eol, que hasta ese instante no habían intervenido para nada, hizo oír su voz—. Nos siguen tratando como su tropa barata. Que si nosotros unimos a los ter-eol a la lucha, que no, que fuimos nosotros. ¿Y si nosotros hubiéramos dicho que no? ¿¡De quién hubiera sido el mérito entonces!?
—Muchos ter-eol murieron salvando a los humanos —habló Yilberum—. ¿Y acaso ustedes lo recuerdan? ¿O les parece normal que otros mueran para que ustedes vivan?
—¡Ustedes hablan, hablan, y siguen hablando! —barruntó el duque Irdram— ¡Llaman a todos a defender la libertad, y se quedan mirando mientras los demás pelean, y mueren!
—¡Son más bocones que los enmascarados de Zevandir, lo que es decir mucho!
—No creo lo que entra por mis oídos —murmuró el maestro Wonthar—. ¿Discuten por lo que debieron, o no debieron hacer hace quince años?
—¡¡¡SILENCIO, ESTÚPIDOS!!!
Un dragón enojado puede gritar realmente alto. En un instante, los mismos que discutían y se insultaban a viva voz estaban ahora en silencio, petrificados, mirando hacia arriba con la boca abierta y una expresión helada en los ojos, que los tenían abiertos, sin pestañear. Ni un cabello se les movía. Era imposible saber qué pensamiento les cruzaba por las cabezas. Para saberlo, sería necesario tener a más de cien dragones encima, gruñendo y mirándolos con ojos de acero.
—¡Criaturas egoístas, soberbias e ignorantes! —clamó el más anciano de los reyes dragón.
—¿Para eso nos retiramos a las montañas? ¿Para darles la oportunidad de desarrollarse.... en esto?
—gruñó una reina.
—¡Su visión de las cosas, es más pequeña que la de un pez en una botella! —bramó otro rey más joven.
—¡No saben cómo funciona su propia alma, y se ponen a dar lecciones sobre cómo funciona el universo!
—¡Criaturas necias, que se creen separadas del mundo!
—¡Están convencidos de que si el mundo desaparece, ellos seguirán existiendo de alguna forma!
—¡Seres egoístas! ¡Cuando les importan sus familias, es asombroso! ¡Cuando les importa su tribu, es extraordinario!
—¿Tanto les cuesta entender, que si un collar se corta, todas las perlas se pierden?
—¡Estúpidos, que separan al mundo en "nosotros" y "los extranjeros"! ¿Acaso el agua que entra por sus bocas, le dice "extranjero" al aire que entra por sus narices?
—¿Qué pasaría, si la tierra le dijera "extranjero" al árbol, y no le dejara instalar sus raíces?
—¿Es mucho trabajo para sus cabezas estrechas, entender que todo cuanto existe es una sola cosa? Toca una hoja, y afectarás al árbol. Si van a vivir o morir, lo harán juntos. Ninguna raza se salvará mientras las otras mueren.
Un silencio lunar cayo sobre todos. Nadie se atrevía a mirar a los otros, mucho menos mirar a los dragones que desde su altura, los seguían mirando en un silencio que gritaba todos los reproches del universo.
—¡ESTÁN LLEGANDO LAS RAZAS EMORTALES!
El dragón de la puerta, que tal vez no se había enterado de nada, dio paso a una multitud que tuvo el efecto de romper la tensa atmósfera que se había formado. Entró una delegación de mujeres guerreras, seguida de unos seres peludos y bajitos, como ositos sonrientes. La tercera delegación se quedó un poco atrás.
—Han llegado las bravas Veltas, guerreras de corazón generoso —habló Trala, la guerrera de los músculos enormes.
—Y los fillen, que sanan todas las enfermedades —señaló Yinoim, quien recordó que al cumplir nueve años, un fillen lo sanó de una enfermedad que parecía incurable.
—¿Y esos de atrás, que parecen tagashis, pero más altos? —preguntó Yenia.
—¡Por los dioses! —clamó Trala—. ¿Será.... posible?
El rumor se extendió entre todos los reunidos.
—¡Los Dalem-Da! ¡Los Dalem-Da!
Entraron unos seres majestuosos, que se parecían mucho a los tagashi, pero eran casi tan altos como los cazadores libres. Iban todos de pie, hombres y mujeres, salvo uno a quien llevaban en un palanquín. Había en ellos una serena bondad que envolvió a todos en un aura de dulzura.
Los seres majestuosos se aproximaron dando pasos etéreos. Todos, salvo el palanquín, se acercaron a los pueblos mortales, y sin temor alguno, los tocaron en los hombros. Las mujeres se aproximaron al daijin Ken y al jefe Wornal.
—Si en el palanquín va quien yo creo —susurró el maestro S'torio a Wonthar—, esta será una reunión memorable.
—Maestro Wonthar, reyes dragones. —habló la mujer que tocaba al daijin Ken—, hemos acudido a vuestro llamado. Los emortales comprendemos que si el collar se corta, todas las perlas serán perdidas.
—Lo que enferma a la hoja, al árbol enferma.
Yenia fruncía el ceño y enfocaba, con cara de no entender —¿Qué están diciendo?—. Dijo al final.
—Que todos llevamos el mismo destino —respondió Yinoim.
—Todos estamos en el mismo lío —añadió Trala, la guerrera.
—Todos somos una sola cosa —habló el mayor de los Dalem-Da—. Hemos acudido.
—Nuestra reina reúne nuestros ejércitos en Veldrarel. Todas las veltas han acudido.
—Las heridas que no podemos curar, sólo los dioses las curan. Los fillen han acudido.
—Las razas emortales han intercedido por ustedes —sonrió el maestro Wonthar—. ¿Van a decepcionarlas con sus necedades?
Ken se sentía abochornado por le mujer Dalem-Da, que lo había tomada del brazo. Al ver hacia atrás de reojo, vio que el velo del palanquín se levantaba, y adentro, un anciano Dalem-Da les sonreía con calor.
—Mi padre me habló del patriarca de todos los Dalem-Da, tan venerable que sólo el maestro Wonthar, lo supera.
—Ustedes hablan mucho —rió la mujer, y el anciano del palanquín rió con ella.
—Su llegada no pudo ser más oportuna —habló Wonthar, nadie sabía si en serio o con ironía—. Ahora podré terminar lo que podía habar dicho hace mucho. Belvorum se mueve. Pronto saldrá un río de hierro de la Capital De Las Muertos, los ejércitos de Zendra siguen las órdenes de su dios, y la voluntad de Ivhired, es impredecible —gruñó—. Confío en que desee apoderarse de los talismanes de Ivhir y Athenja, antes de atacarnos de frente.
—Zevandir no ha acudido a nuestro llamado —el rey dragón más anciano estaba molesto.
—¿Qué tanta cosa con Zevandir? —preguntaron Cillen y Gebanel, que habían logrado llegarse a sus amigos.
—¿No lo saben, niñas? —habló Trala—, Zevandir guarda una reliquia de la diosa Athenja, un talismán poderosísimo, capaz de....
—Así parece ser, no los veo por ninguna parte —volvió a gruñir Wonthar—. De todas formas he enviado un mensaje al Elegido de Zevandir, con instrucciones muy precisas. Zevandir está a sólo siete días de Belvorum. Por eso temo que sea su primer blanco.
—¡Zevandir ha llegado! —gritó el dragón de la puerta.
Hasta los reyes dragón estiraron cuellos para ver a la delegación de Zevandir.
—¿Qué? ¿Sólo dos? —chilló el duque Irdram.
La delegación de Zevandir eran apenas un par de individuos. Un guerrero alto y fuerte, tanto como el jefe Wornal, que lucía al traje y las armas tradicionales de los guerreros de Zevandir: Un ceñido peto de cuero que dejaba ver sus músculos, rematado con dos hombreras de metal que lo hacían ver más corpulento de lo que ya era. Llevaba espada en el cinturón, y en la espalda un escudo redondo con los símbolos sagrados de Zevandir. Pero lo más notable era la máscara da cuero que le cubría toda la cabeza y el cuello. A la distancia parecía un hombre calvo. Boca y nariz, ojos, y orejas estaban descubiertos. La máscara le daba un aire amenazante.
A su lado iba un muchacho de la edad de Yinoim. Le llegaba casi al hombro al corpulento guerrero. El también usaba un traje similar, pero sin escudo, y la máscara de cuero le dejaba el pelo descubierto.
—¡Por fin llegan, poderosos guerreros de Zevandir! —payaseó el duque Irdram—, ¡perdón, perdón por empezar el consejo antes de que ustedes llegaran!
El guerrero de Zevandir lo ignoró. En realidad, los ignoró a todos y se dirigió directamente al maestro Wonthar.
—Soy Vandir, el más grande guerrero de Zevandir, lo-tahn Wonthar —habló el guerrero—, y él es mi discípulo, Zepiver.
El guerrero miraba al maestro Wonthar con ojos desafiantes. Parecía sentirse dueño de todos los poderes. Todos se sintieron incómodos, salvo Wonthar, que sonreía.
—¿Nada más dos de Zevandir han venido? —preguntó.
—Me temo que somos todos —respondió el guerrero.
—Si han traído la reliquia de Zevandir, serán suficientes —sonrió Wonthar—. ¿Donde la tienen?
—No la tenemos.
—¿No traen con ustedes la reliquia de Zevandir? —Wonthar abrió los ojos y apretó las cejas.
—Me temo que no —Vandir contestó sin ningún asomo de vergüenza. Nadie recordaba a alguien que le hablara con tanta soberbia al maestro Wonthar.
Pero Wonthar rugió con tanta fuerza que hasta el orgulloso enmascarado parpadeó con miedo, luchando por quedarse quieto para que su discípulo no notara el miedo. La cueva vibró y las antorchas vacilaron. Hasta los fornidos dragones de la Guardia Real se estremecieron.
—¡¡¡DÍ INSTRUCCIONES PRECISAS, AL ELEGIDO DE ZEVANDIR, DE TRAER LA RELIQUIA A SALVO AL REINO DE LOS DRAGONES!!!
Wornal y Ken sudaron, Trala se mordió el labio. Yenia chilló, Cillen y Gebanel se colgaron de los brazos de Yinoim. El duque Irdram rodó por el suelo como un barril.
—¿ACASO ME VAN A DECIR QUE EL ELEGIDO DE ZEVANDIR NO LES DIJO NADA?
—Nada nos dijo, lo juro —dijo Vandir relajando la máscara—. Los guerreros de Zevandir recibimos órdenes directas del Elegido, y él, de la reliquia no mencionó nada.
—¿Y se puede saber qué sí les dijo, estúpidos enmascarados?
—Que nos presentáramos ante usted, de parte de Zevandir —Vandir recuperó su pose heroica.
—¿Nada más mencionó? —Wonthar los miro con unos ojos que parecía que iban a salir rayos.
—Nos encargó averiguar qué se sabía de la Lanza De Ivhir —susurró Zepiver, que estaba muy asustado. Vandir lo hubiera golpeado de no estar el maestro Wonthar.
—Dijo que todo sería más fácil, si la Lanza fuera encontrada —continuó, casi ahogado.
—¿Así que ahora el Elegido es maestro? —rugió Wonthar con sarcasmo—, ¿no desea también ocupar mi Montaña Del Sur?
—¡No vinimos a ser insultados! —bramó Vandir—. ¡Vinimos a luchar por la libertad! La libertad de todas las razas.
—Esto altera todos los planes —gruñó Wonthar sin escucharlo—. Si Zendra se apodera de la reliquia de Zevandir, tiene la mitad de la guerra ganada. Zevandir está cerca de sus fronteras, ¡Y lejos de nosotros! Wonthar se levantó de su asiento, e hizo una seña a los dragones de la Guardia Real.
—Esto debe meditarse con cuidado. Sí, me temo que con mucho cuidado.
—¡Pero maestro! —habló una voz en la multitud—. ¿Qué hay de la Lanza De Ivhir?
—¡Olvídense de la Lanza! —la voz de Wonthar hacía callar a un volcán—. ¿Creen que Ivhir la forjó para los estúpidos que se creen héroes? —pero luego suavizó su garganta y bajó el reproche—. La Lanza espera al Digno. Así fue cuando Ivhir la arrojó desde los cielos, y así continuará siendo. Olvídenla. Mejor pónganse a pensar cómo traer la reliquia a salvo sin que los guerreros de Zendra los destripen.
Salió con más prisa de cómo había entrado, provocando uno que otro escape nervioso cuando su
pie pisó peligrosamente cerca de alguna criatura mortal. Sólo los emortales se mantuvieron en calma.
Los jefes, reyes y representantes de reyes se levantaron y empezaron a caminar como si algo en la piel no los dejara quedarse quietos.
Sólo Vandir y su fiel compañero Zepiver se mantenían quietos, en una calma que enervó al jefe Wornal.
—¡Buena la hiciste, enmascarado! ¡Ahora el maestro está furioso con todos, por culpa tuya!
—¿Me hablas a mí, cazador? —Vandir se paró con los brazos a la cintura y el pecho erguido.
—¡Claro que te hablo a ti, mascarita! ¡Wornal, gran principal de los cazadores libres, te habla! ¿Qué cara es esa en un tipo que llega, habla un par de frases, y logra que el maestro nos mande a todos al infierno?
—"Quien habla con garrote escuchará a la espada" —murmuró el guerrero enmascarado. Era una frase que se sabía de memoria.
—¿Qué dijo este idiota? —Wornal puso una cara de que le hablaran en otro idioma, y se enfureció más todavía.
—Déjalo, papi. Se nota que te tiene miedo —Gebanel usó su mejor voz de niña consentida para evitar una nueva e inútil palea.
Vandir miraba a todos como si fuera el único sabio en una sala llena de tontos. Ken no pudo resistir acercarse.
—Pensé que no había nadie peor que Yilgendar en soberbia. Pero tú eres lejos lo más vergonzoso que he visto. ¡Venir y decir sin vergüenza que no hicieron lo que se les ordenó!
Zepiver era un joven inquieto. Lejos del aplomo de su maestro, estaba atemorizado.
—¿Por qué no nos vamos? Aquí no nos quiere nadie —rogó.
—Eso no debe afectarte nunca —respondió Vandir—. Un guerrero sigue principios, no opiniones. Zevandir está destinada a ser la luz de todas las naciones. Nuestro ejemplo debe enseñar a los reinos tanto o más que las palabras.
Yinoim, por su parte, se hallaba muy inquieto.
—¿Adonde se fue tan furioso el maestro Wonthar?
—No te aflijas por eso —S'torio se había sentado a su lado, dándole un abrazo paternal con su espíritu—. La cólera de un maestro es como el viento de verano: agita para cosechar el fruto, jamás para derribar el árbol. Y como veo la pregunta en tus ojos, te contestaré. Wonthar esté en reunión con gente muy importante. De ello depende el futuro de muchos.
—¿Tiene que ver con la reliquia de Zevandir?
—Eso es sólo el principio. Hay más, mucho más que talismanes y batallas, en el futuro que viene. Lo que se gana en este mundo, en este mundo queda. Reinos, riquezas, tierras, nada de eso podemos llevarnos al reino del espíritu.
—Le juro que no sé de qué esta hablando —dijo Yinoim.
—Todos piensan que esta es una guerra de reinos. Un reino ataca y otro se defiende. Toman tierras, plantan banderas y corren fronteras. Pero no es así. Eso creyeron hace quince años, y por eso fallaron. Los dioses pueden triunfar, pero si los mortales fallan, su triunfo no será eterno, y todo volverá a comenzar, si el collar se corta, todas las perlas se pierden.
—De veras estoy inquieto por lo-tahn Wonthar —suspiró Yinoim.

Wonthar se paseaba de un lado a otro en su sala privada del palacio, donde ni siquiera los reyes podían entrar sin su permiso. Su cólera habría sido injustificada, incluso ante la negligencia de Zevandir, si no hubiera en ella motivos más profundos que el peligro que representaba la reliquia en manos del Reino Despiadado. Estaba preocupado. Se acercaba un momento crucial, donde hasta un grano de polvo bastaría para inclinar la balanza.
—¡Ni héroes, ni magos poderosos, en esta era! —clamó—. ¡Sólo un montón de guerreros y jefes fanfarrones, y unos cuantos chiquillos!
—Incluso el dragón nace de un huevo —respondió una voz luminosa con serenidad.
—Lo sabes tan bien como nosotros. La salvación siempre está en los jóvenes —habló una dulce voz de mujer.
—Sé mucho, y sé que sé —Wonthar meneó su cabeza—. Es por eso que digo que su elección es... arriesgada.
Las dos presencias luminosas sonrieron. El viejo maestro suspiró, saboreando la paz deliciosa que aquellas presencias emanaban, una paz que habría de escasear en los días por venir.
—A nada te forzamos, pero es necesario arrojar la semilla para cosechar mañana. Todo lo que necesiten lo aprenderán del camino. Ellos son semillas, pero es necesario que broten —habló la voz masculina.
—No se encienden linternas de día, sino de noche. Si hay luz en ellos, brotará en la oscuridad —habló la dulce voz de mujer.
—Se hará como ustedes digan —habló Wonthar, e hizo una profunda reverencia ante las dos presencias luminosas. Pero Wonthar, maestro de todas las criaturas mortales, no se inclinaba ante nadie de este mundo.
Ante nadie de este mundo.

En el salón de los reyes, todos aguardaban con ansia el regreso de Wonthar. Yenia se había arrimado a la guerrera Trala, arrastrando con ella a Yinoim, y tras Yinoim, Cillen y Gebanel.
—Entonces, la reliquia de Zevandir es... —empezó Yenia lo que sonaba a pregunta.
—...El talismán arrojado a la tierra por la diosa Athenja: el Árbol De La Vida Infinita —explicó Trala.
—Quien lo posea, no conocerá la muerte —continuó—. Así que pueden imaginar lo que eso significa.
En ese momento, Gebanel notó a Zepiver, que aislado y solo, tironeaba los pelos de su pantalón de piel, terriblemente cabizbajo.
—¿Qué hay, chico lindo, por qué tanta pena? —sonrió con cariño.
—Vandir está furioso porque abrí el tema de la Lanza De Ivhir. Dice que traicioné la confianza de la Nación Libre. Ahora todos están hablando de la Lanza y Vandir no me habla a mí —explicó.
—No le hagas caso —habló Trala, que había seguido a Gebanel—. El sabe que es su culpa que el maestro Wonthar se haya enojado. Busca culparte de algo para sentirse él menos culpable. Eso es una cobardía. Anda, mejor levántate y ven con nosotras, vas a estar entre amigas, ¿verdad, niña?
—Por supuesto —brilló Gebanel.
Pero la verdad es que por todas partes se escuchaba "Lanza De Ivhir" y "si fuera encontrada” El padre de Gebanel seguía discutiendo con el guerrero enmascarado, pero al parecer nada de cuidado. Zepiver llegó al grupo de las chicas y Yinoim. Shen se les había agregado. En medio de la aspereza de los adultos, los jóvenes parecían una verdadera isla de paz.
—No es por nada, pero ya llevan discutiendo mucho —habló Trala.
—El maestro no tarda en venir —dijo Shen—. Ya nos dirá lo que tengamos que hacer.
—Ojalá, porque si sigo escuchando discutir a los mayores, voy a coger un malestar —se quejó Cillen—. Palabras van y vienen acerca de la Lanza De Ivhir. No les preocupó buscarla en quince años, y ahora de repente les roba el sueño.
Zepiver suspiró.
—No lo digo por ti —se apresuró a aclarar Cillen—, es que los mayores a veces son tan, tan..
—¿Egoístas? ¿soberbios? ¿necios? —habló Yinoim—. Esas fueron las palabras de los dragones.
—De todas formas, todos sabemos la historia de la Lanza De Ivhir —comenzó Yenia—, nos la enseñan desde muy niños, ¿no? Ivhir decide ayudar a los que están en el camino del guerrero, y una noche visita a un herrero....
—Esa es la parte que te gusta, la del herrero —se rió Yinoim.
—¡No seas antipático! —se quejó—, ¡déjame hablar!
—Todos los hechos acerca de la forja de la Lanza, y las hazañas de los héroes que la llevaron, los sabemos todos los pueblos —interrumpió Trala—. Sería más útil saber donde la ocultó el último héroe que la llevó.
—Eso lo saben los dioses —habló Shen—. Ya oyeron al maestro. La Lanza espera al Digno. Los dioses se la darán a quién la merezca, de una forma u otra se encontrarán.
—¿Y si la encuentra un "no-digno"? —murmuró Gebanel.
—Eso no puede pasar, es imposible. Tendría que ser un indigno con un poder muy alto —negó Shen.
—¿Tan alto... como la Emperatriz-Sacerdotisa?
Wonthar regresaba al salón de los reyes. Se sentó en su trono y tras mirar a la multitud como si buscara perlas en medio de la arena, habló con voz muy clara.
—Dos brazos surgen de la Capital De Los Muertos. Uno, marcha hacia Zevandir en pos de la reliquia. El otro, avanza hacia la Llanura. Llevan ejércitos de pie y sus tres caballerías.
—¡Estamos perdiendo el tiempo! —gritó el duque Irdram—. ¡Formemos un ejército y marchemos hacia Zevandir!
—Un ejército avanza muy lento —habló Wonthar—. Además que se les ve desde muy lejos. Los guerreros de Belvorum les saldrían al encuentro, y habrían días de batallas sin resultado, y mientras luchan y mueren Belvorum se apoderaría de la reliquia.
—Donde miles fracasan, uno puede vencer. ¡Yo traeré la reliquia! —clamó Vandir, el guerrero enmascarado.
—Ya tuviste oportunidad de traerla y evitarnos todo este lío —gruñó Wonthar—. Pero hay algo de verdad en lo que dices. Uno puede triunfar donde miles fallen, pero no serás tú quien realice esta hazaña.
—¿Quién, entonces?
—¡Buena pregunta! ¿Quién será? —Wonthar sonrió. Había recuperado su buen humor.
Hubo un silencio de ansias contenidas. En silencio, muchos comenzaron a levantarse. Eran guerreros curtidos, orgullos de sus pueblos, que habían demostrado su valor en miles de batallas.
Wonthar los observó con interés. Sin dejar su enigmática sonrisa, dejó que terminaran de pararse.
—Siéntate —ordenó a uno, un guerrero enorme, de pelo y barbas negras—. Y tú también —ordenó a una guerrera que llevaba el odio marcado en el rostro.
Yinoim seguía la escena como en nebulosa. Sentía en su corazón algo como un deseo de melodía que no lograba concretarse.
El maestro Wonthar, implacable, seguía rechazando voluntarios. Cuando rechazó al guerrero tagashi, éste se sentó furioso y el daijin Ken, como rebotando, se levantó a pretender exigir explicaciones al maestro.
—¡Perfecto! —exclamó Wonthar—. Estás aceptado —Wornal se levantó a su vez, como si lo hubieran picado—. Y usted también, cazador libre —y mientras Wornal se recuperaba de su sorpresa, el maestro continuó:
—Dos son totalmente insuficientes, ¿Qué dice el rey de Tofir?
Sin dejar de reír, el rey presentó a un joven Farlin de traje verde.
—Permítanme presentar a Kushag, el mejor de nuestros guerreros-magos. Por lo menos, eso es lo que dice su madre.
La leve sonrisa de Wonthar bastó para señalar su aprobación.
—Acérquese, Trala, guerrera de Vakandla —habló el maestro a continuación. Trala se levantó tan sorprendida como si hubiera escuchado una declaración de amor, a pesar de sus evidentes méritos.
—¿De qué nos va a servir una mujer en esto? —se quejó Ken.
—Si necesitan fuerza, fuerza es lo que me sobra —y para añadir el gesto a la palabra, levantó una roca enorme por encima de su cabeza, y la apretó con sus solas manos hasta triturarla.
—La fuerza es nada frente a la sabiduría guerrera. ¡Aquí está Yilberum, el mejor de los ter-eol!
—apareció haciendo girar su waruyac.
—Insisto en ir, maestro. Zevandir es mi nación —reclamó Vandir. Wonthar hizo un leve gesto de aceptación.
—Ya que no estarán solo con tu vanidad, puedes ir —habló.
El deseo de melodía luchaba por abrirse paso en la conciencia de Yinoim. Al fin, un sentimiento desconocido lo envolvió. Algo que no tenía nombre, ni tiempo, ni lugar.
"No tienes nada de mago" . Habló una dulce voz de mujer dentro de su cabeza.
Antes que pudiera ofenderse, la dulce voz de mujer continuó:
"Pero de héroe, lo tienes todo".
Sintió un impulso irresistible, sin pensar lo que hacía, se levantó a pesar de que todos estaban sentados.
—¡Magnífico! —exclamó Wonthar—, ¡aquí está quien nos faltaba! Ahora la misión está completa.
Creyó que Wonthar se burlaba, pero el maestro hablaba muy en serio.
—Acércate, Yinoim de los ter-eol. Tú vas con ellos.
Apenas fue claro que Yinoim era parte de la misión, tres jovencitas saltaron como petardos con demasiada pólvora.
—¡Yinoim no va sin mí! ¡No me van a dejar agitando pañuelos de despedida! —gritó Yenia.
—¡Sin mí tampoco! —gritó Cillen.
—¡Yo también voy! —bramó Gebanel—. Bueno... es que mi papá me necesita, ¿verdad papá?
—Tres bravas guerreras se ofrecen sin miedo —rió Wonthar—. Pues bien, ¡aceptadas las tres!
No había sarcasmo en la risa de Wonthar, aunque algunos lo creyeron. Todo lo opuesto. Había en él un dulce amor de abuelo por sus nietas, sin que nadie lo viera uno de sus ojos se humedeció.
—¡De ninguna manera! ¡Cillen no va! ¡No lo voy a permitir!
Era el kord Woodon. Estaba muy agitado.
—Todos la han visto ofrecerse voluntaria para la misión. No veo razón para negarse —respondió Wonthar.
—Ella no sabe luchar, es una niña de castillo. Sólo los va a estorbar, lo está haciendo por capricho
—argumentó el kord.
—¡Eso no es cierto! —Cillen saltó furiosa.
Wonthar comprendió que era el padre el que hablaba, y no el representante de un pueblo. Cillen estaba airada, y acariciaba el mango de su espada. Decidió darle una salida al kord.
—¿A quién nos propone entonces, kord? —preguntó.
Woodon, desarmado por la pregunta, miró a un lado y al otro y al fin reparó en un guerrero muy extraño, pues se vestía con pieles en lugar de las telas tradicionales de los guerreros de Yilgendar.
—Balmroon, Rastreador de Huellas, tú vas con ellos.
El guerrero se levantó a una señal para avanzar hacia el maestro. Wonthar lo miró como si le estuvieran vendiendo un vidrio a precio de diamante. No disimuló un gesto de desprecio, pero al fin habló:
—Entonces está decidido. Partan de inmediato. Lleven sus armas, instrumentos y toda cosa útil. No lleven cabalgaduras, sólo los estorbarán. Traten de cubrir la mayor distancia que puedan cada día
—Vandir abrió la boca, pero Wonthar no lo dejó hablar—. Ya sé lo que va a decir el intrépido enmascarado, pero no tomarán la ruta más corta. Tomen el camino de la colina. Esa es mi orden y espero que la cumplan. ¡Que el río de la vida corra por sus venas!
La multitud comenzó a levantarse con excitación. Había envidia en algunos, pero alivio en otros.
—Ah, y una última cosa —volvió a hablar Wonthar—. Shen, tú también vas.
El joven mago tragó saliva, pero S'torio lo reconfortó, y lo empujó hacia la misión.
Cillen estaba tan irritada que pasó por el lado de su padre despreciándolo al pasar. Los guerreros le abrieron paso y se perdió en la multitud a paso de rabia.
—Se le pasará —trató de justificarla el kord. Pero en realidad trataba de justificarse a sí mismo.
—Lamento que no haya un Ulkrim en esta misión, pero los acompañaremos con nuestro espíritu —habló el duque Irdram, pero nadie lo escuchó.
Minutos antes de partir, estando ya todo listo, Wonthar llamó en privado a Yinoim.
—¿Para qué quiere verme, maestro?
—No te voy a decir por qué te elegí para esta tarea, sólo te voy a hacer una pregunta, ¿cuantos dedos tengo en cada mano?
—¿eh? ¿qué cosa? —había esperado el sermón más pesado, pero adivinanzas...
—Respóndeme —exigió el maestro.
—Bueno, tiene cuatro —respondió Yinoim.
—Cuando llegues a la colina —Wonthar hizo tamborear su cuarto dedo—, toma la cuarta cueva. ¡Vete ya!


(continuará)

_________________
"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

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MensajePublicado: Sab Jul 12, 2008 12:38 pm    Asunto: Responder citando

Excelente el capitulo. Muy emocionante.

Pobre Cillen, no me imagine que ibas a dejarla atras... aunque no me agrada del todo (nadie puede ser realmente candorosa si se es calculadora como ella) pero si me dio mucha pena que se quedara. Porque, personalmente, la prefiero a Gebanel jajajaja ^^

Se que los capitulos no son tan cortos, pero creo que se llego a la accion bastante rapido, lo cual me parece perfecto.

¡Bien narrao, papa! (jajajaja si no se entiende, explico por pm)
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reyNiles
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MensajePublicado: Lun Jul 14, 2008 5:21 pm    Asunto: Responder citando

Querida FerMix;

ups, sí, pobre Cillen, no debí sacarla así de la misión... puedes juzgarme canalla si quieres, pero te voy a pedir que no me condenes hasta que termine el libro porque... ¿quien sabe que puede pasar más adelante? (¡ups! estoy dando pistas; silencio, hombre, silencio)

Tienes razón en decir que Cillen es calculadora, precisamente, ese rasgo suyo se opone a Yenia, que es toda emoción y sentimiento.

Y gebanel... tienes razón, es bien pesadita, aunque en una manera que es común a todos los Cazadores Libres, quiero decir, tal vez no sea toda su culpa, sino que su pueblo valora mucho esa manera de comportarse, arrogante y atropelladora. (ya he puesto varios ejemplos). Los niños imitan lo que ven, y repiten cuando los premian... así se adquieren muchas cosas, tanto buenas como malas.

Así pues, a esperar que sucede ahora que una misión se ha formado.

Rey Niles

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MensajePublicado: Vie Jul 18, 2008 5:19 pm    Asunto: Responder citando

Un nuevo capítulo se viene... ahora que doce van en pos de la reliquia, ¿qué les espera en el camino a Zevandir? Cualquier cosa, menos un viaje tranquilo, por su lado, Belvorum también está en camino...

(continuación)


Dos ríos de hierro brotaban de la Capital De Los Muertos. Esa era la sensación que provocaba el ver un interminable desfile de armaduras brillantes, de armas brillantes, insultando al sol con sus reflejos de muerte. Las columnas de guerreros que brotaban desde las puertas de Belvorum no se cortaban ni un sólo instante, y ya cubrían kilómetros de camino. Semejante alfombra de dolor entristecía aún más el ya gris paisaje de Belvorum. Pronto ambos ríos gris y negro invadirían las tierras verdes de la Llanura, profanando con sus ruidos de aceros golpeando y carros rodando los sonidos puros de la naturaleza. Los animales huirían a su paso, y los árboles se resignarían a su destino; pues el hierro de guerra no tiene lugar en el mundo de la carne y la madera.
Junto a las tropas de pie marchaban sargentos de tropa montados en feroces shragorns, la temida cabalgadura de los caballeros de Belvorum, recordada en las pesadillas de miles. La élite de la caballería de Belvorum prefería este animal, especie de dragón con cuatro patas firmes y ligeras, con un feroz instinto de matar que sólo la voluntad oscura de Belvorum podía domar. Se contaba que por cada muerto por la espada, había otro muerto por las mandíbulas de esta bestia monstruosa, en la conciencia de un caballero de Belvorum.
Los shragorn formaban la caballería mediana, que junto a otras dos formaban el grueso de la caballería de Belvorum. La caballería pesada montaba a los enormes mroor, una bestia corpulenta con patas gruesas como troncos de árbol, una enorme cabeza cargada de cuernos, que sólo un cuello grueso podía sostener. Se elegía a los soldados más macizos para la Caballería Pesada, ya que hacer obedecer por la fuerza a criaturas brutales que estaban hechas de fuerza pura, era una hazaña excepcional.
La caballería ligera, en el lado opuesto, la formaban soldados delgados montados en zordlugs, criaturas de pelo, semejantes a un lobo con algo de cocodrilo, con grandes dientes y garras afiladas. Los zordlugs eran veloces, capaces de cubrir grandes distancias en un día. Con su nervio y ligereza podían saltar obstáculos, trepar muros y acantilados, y hasta subirse a los árboles clavando sus garras poderosas.
Algunas horas atrás, la Capital De Los Muertos hervía de excitación. Frente a las murallas del palacio la multitud vitoreaba con gritos de agresiva victoria a su soberana, Zendra, la Emperatriz-Sacerdotisa, que desde su palco se dejaba adorar en silencio por la fanática multitud. Dejó que su pueblo se expresara por varios minutos, permiso excepcional que rara vez concedía. Hoy era un día de alegría siniestra y todo Belvorum tenía derecho a festejar.
Tras unos minutos alzó una de las manos, y antes que los Magos-Heraldos cumplieran la orden la multitud ya se había callado. Los Magos-Heraldos crearon con su magia un sonido como de trompetas que llegó a todos los rincones de la ciudad. El sonido calló y la soberana de Belvorum, sacerdotisa de Ivhired, habló a la multitud.
—¡La hora más temida de todas, ha llegado! —su voz, amplificada por la magia de los Magos-Heraldos, se oía en toda la ciudad—. ¡Nuestro dios vuelve a vivir una vez más! ¡Ha regresado de la noche oscura, en nuestro momento de mayor necesidad! ¡Su poder vuelve a estar con nosotros, para llevarnos a la victoria sobre todos los reinos! ¡El Señor De La Victoria, VIVE! ¡Belvorum reinará sobre toda raza y nación, sobre toda lengua y todo alfabeto! ¡¡¡LOHANN, IVHIRED!!!
—¡¡¡LOHANN, IVHIRED!!! —gritó el pueblo a su vez, como un rebaño de ovejas fanáticas. Mientras su pueblo seguía vitoreando, Zendra se retiró a su sala del trono, donde la esperaban sus Magos Mayores alrededor de un pozo de agua clara hecho de piedra negra.
Observó el agua del pozo, sonrió con satisfacción y luego dijo:
—¿Donde están mis capitanes personales?
A su voz acudió un hombre de armadura gris, con el cabello negro muy corto, rostro pálido donde una cicatriz partía desde su frente y terminaba en su mejilla izquierda. Sus ojos brillaban como noche sin estrellas.
Otro hombre apareció por la puerta contraria. Era rubio, rosado y de cabellos largos. Su armadura era como plata pulida, sus ojos brillaban como día sin nubes.
—Amocíin, Albiwar; es tiempo de que partan —se dirigió, primero al caballero gris, luego al caballero blanco—. Wonthar tuvo miedo de enviar un ejército, pero ha enviado una misión de doce guerreros en pos de la reliquia de Zevandir. ¡Amocíin! —el caballero gris se inclinó—, tú llevaras a tus mejores tropas a interceptar y matar a todos esos guerreros. ¡Albiwar! —el caballero blanco se inclinó, pero no perdió su sonrisa; mitad soberbia, mitad sensualidad—. Tú marcharás hacia Zevandir.
—Sus deseos serán satisfechos —habló el caballero Albiwar con su más cortesana adulación—. Vuestra sabiduría nos ha dado las misiones correctas. Atacar a doce infelices es una hazaña a la altura de los ejércitos de Amocíin.
—¡Pero majestad! —reclamó el caballero Amocíin, como si tuviera algo en la garganta— ¿Me envía con todo mi ejército, a matar a doce desgraciados?
—¿Estás cuestionando mis órdenes? —se alzó la Emperatriz-Sacerdotisa con agresiva frialdad—. Todo cuanto los guerreros hacen, Amocíin, es MI voluntad. Recuérdalo si quieres seguir en mi guardia personal —luego se volvió hacia el caballero Albiwar, y recobró calor y coquetería en la mirada—. Albiwar hará su deber frente a Zevandir. en él puedo depositar esa tarea.
Amocíin no tenía las palabras ni la agradable presencia de su rival. Siendo hombre simple y escaso de palabras, había alcanzado su rango por el camino correcto del duro esfuerzo. Albiwar, por su parte, había nacido entre privilegios, y aprendido desde muy joven a ascender usando su encanto. La Emperatriz-Sacerdotisa no ocultaba el placer que le producía el guerrero rubio, ignorando al guerrero gris con descaro.
—Partan ya —dijo al fin—, sólo quiero oír de ustedes noticias de victorias. ¡Doncellas! ¡Vengan a mí!
Dos mujeres de traje gris que las cubría hasta los pies, llegaron corriendo asustadas, y se arrodillaron con temor.
—Traigan a mi presencia a la Princesa Virgen —ordenó—. Que abandone lo que sea que esté haciendo, y acuda al llamado de su madre.

La misión de los Doce había caminado ya medio día sin descanso., sin ver más que Llanura y más Llanura. Todos caminaban muy juntos, salvo Balmroon, rastreador de huellas, que marchaba a la cabeza.
—Tres oring, y dos telkrern; cinco yapata y dos jubah livianos pasaron por aquí hace unas horas. Miren las huellas —decía, pero nadie le hacía caso.
—Muy bien nos clavó ese kord con este inútil que pasa mirando el suelo. ¡Bonito inútil! —resopló Wornal.
Los cuatro más corpulentos; Wornal, Yilberum, Vandir, y Trala, abrían la marcha a los jóvenes que los seguían atrás, sólo Ken, el tagashi, se empeñaba en meterse entre los grandes, mientras Trala prefería en forma evidente la compañía de los jóvenes. Shen cerraba la marcha. Kushag revoloteaba entre Yinoim y las chicas.
—Estamos perdiendo un día de camino, ¿se dan cuenta? —murmuró muy alto el enmascarado Vandir.
—Wonthar nos ordenó tomar la ruta de la colina —habló Yilberum con sequedad—, y la ruta de la colina es la que vamos a tomar.
—Ya veo, Wonthar nunca se equivoca. ¿Es eso? —ratoneó Vandir.
—Si alguna vez se equivoca, lo reconoce —habló Yinoim muy serio, encarando a Vandir—. El quiere que crucemos la colina por alguna razón. Mucho de este mundo no nos es conocido, si no es por la experiencia de los más sabios que nosotros.
—Ustedes le tienen una fe ilimitada —Vandir evitaba la mirada de Yinoim.
—¿Acaso tú no? —desafió Yinoim.
—Déjalo, querido —Trala le tocó el hombro con suavidad—. Los de Zevandir son raros, se creen mejores que los demás, porque cambian de rey cada cinco años.
—¡Nosotros no tenemos rey! —bramó Vandir, como si la palabra "rey" fuera un insulto—. Tenemos Elegidos.
—¿Y cual es la diferencia? —lo encaró Trala— ¿Acaso sus Elegidos no dicen "arresten a ese, maten a este otro, porque yo lo digo"?
—Nosotros tenemos damakru —respondió Vandir con altivez.
—Damakru es el dios de Zevandir —interrumpió Kushag con ironía—, el dios al que se le hacen los mayores sacrificios, y dicta las leyes más duras. Todos los elegidos de Zevandir temen gobernar, porque temen ofender a damakru.
—En Ivhir creemos, farlin. Damakru es una forma de gobernar —Vandir sentía la presión de ser atacado por todas partes.
—Tan buena como cualquier otra —interrumpió Wornal—. ¿Saben? Yo sí fui elegido en forma justa: ¡Peleando! Todos los jefes de tribu nos reunimos al morir el antiguo Gran Principal. Tras las fiestas de los funerales, todos luchamos. ¡Eso sí que fue una gran fiesta! Al amanecer, ¡del tercer día! Sólo quedábamos de pie yo y el gordo Tarsunal, que se hizo famoso por ahogar a un mroor de Belvorum con su legendario brazo. Pero "mi" brazo, éste que ve aquí, mi poderosa dama —hizo una ostentosa flexión de bíceps frente a Trala—, dobló el suyo, hasta obligarlo a pedir misericordia. Y la obtuvo, porque la compasión y la humildad son cualidades que adornan a un verdadero jefe.
—No sé que pensar de su humildad, jefe Wornal —coqueteó Trala—. Pero pienso un par de cosas que haría con ese brazo.
Mas atrás, Kushag el farlin hacía cabriolas con dos pequeños espadines blancos como la plata.
—¿Que haces? —preguntó Yenia con viva curiosidad.
—Reviso mis shiring —explicó el guerrero-mago—. Deben estar bien afinadas para responder bien, si hay batalla.
—¿No tienen filo esos juguetes tuyos? —preguntó Ken, el tagashi, con poca cortesía.
—Conducen magia —volvió a explicar Kushag sin ofenderse—. Por eso a los de Tofir nos llaman guerreros-magos. Nos enseñan una magia básica que nos permite conducir poder a través de los shiring. Por eso deben ser sacadas de su vaina a menudo; para reenergizarse y estar templados para la acción.
—Los tagashi creemos que sacar a las shigura sin motivo las mal enseña —dijo Ken.
—¿Y esas bolsitas que llevas en el cinturón? ¿Qué tienen? —Yenia seguía curiosa.
—Pociones. Este es uno de los célebres cinturones de pociones de los guerreros-magos de Tofir —contestó Kushag—. Pociones para toda ocasión: para atontar, para derribar, para adormecer, para oscurecer o para iluminar, y muchas cosas más.
—Parece que el enano farlin tiene más equipo que el resto juntos —bromeó Yilberum—. Pero todo lo que necesita un ter-eol es una buena waruyac. ¿Verdad, niños?
Yenia y Yinoim suspiraron, pues en realidad se sentían incómodos con las waruyac que Yilberum había insistido en hacerles llevar. Aunque eran de su tamaño, las sentían pesadas pues ninguno había luchado nunca con ellas.
—Tonteras. Nada mejor que una buena dirza —habló Gebanel.
—Salvo una buena druta —rió Wornal, luciendo su garrote de metal—. Pero Trala, querida, a usted la veo desarmada.
—Mira mejor, rubio lindo. Tengo aquí cuatro armas de terrible poder —habló la guerrera de Vakandla palmeándose los brazos y las piernas.

En su sala del trono, junto al pozo de agua de piedra negra, Zendra recibió a las doncellas que se arrodillaron antes de hablar.
—La Princesa Virgen se aproxima —dijeron.
—Déjenme a solas con ella.
Una joven de quince años se aproximó, vestida, a semejanza de su madre, con un traje de color negro tan intenso como su cabello. Su rostro era tan blanco, que sólo podía ser más blanco si su cabello fuera más negro; sus ojos, cejas y pestañas eran también de un negro inmaculado. La muchacha irradiaba una belleza melancólica. Caminaba lento, como una pluma de cuervo cayendo a tierra.
—¿Qué deseas de mí, madre? —habló la joven oscura.
—Acércate a tu madre, querida, ven, no temas —sonrió la Emperatriz-Sacerdotisa. Aunque el odio de Ivhired gobernaba cada hora de sus días, aquellas niña nacida de su ser le despertaba un verdadero amor, amor como aquel que hizo los cielos y la tierra.
Con un aburrimiento que le nacía de los lugares más profundos de su alma, la Princesa Virgen se aproximó a su madre con lentitud.
—Observa el agua del pozo —ordenó la Emperatriz-Sacerdotisa—. Dime qué es lo que ves.
Como si fuera un espejo o un lago bajo la luz del día, el pozo negro se iluminó mostrando imágenes de cosas que ocurrían a muchos kilómetros de distancia. La joven vio los guerreros saliendo de Belvorum, las montañas de los dragones, y la interminable Llanura.
—Sólo veo la Llanura de Ranthenier, y nada más que la Llanura de Ranthenier —respondió como si ver mágicas visiones en un pozo de agua fuera lo más natural, cosa que de hecho, así era.
—Enfoca con más atención —ordenó una vez más su madre—. Busca guerreros de Wonthar en la Llanura.
La joven obedeció. Pronto enfocó un lugar de la Llanura donde doce figuras caminaban por el sendero de la colina. acercó con su voluntad la imagen hasta distinguir las caras individuales de cada uno. De acuerdo a lo esperado; un ter-eol, un farlin, un cazador libre, dos tagashis, dos de Zevandir, algunos jóvenes humanos...
—¡Ooooh!
Gritó con su mente, temiendo que su madre la escuchara. Había perdido todo el aire de golpe y su pecho se negaba a respirar, su rostro no podía volverse más pálido sin hacerse transparente, pero a cambio sus ojos mostraron la palidez que su piel no podía. Le temblaban los labios y la voz se negaba a salir. Tuvo que usar toda su voluntad para ordenarle a su garganta conducir sus palabras.
—Madre, ¿quién es el joven rubio que va con ellos?
—¿Ese? Mmmmh. Lo ignoro. Parece cazador libre, pero lleva una waruyac de ter-eol. Muy raro. Pero seguro nadie importante. Tal vez discípulo de uno de esos guerreros —comentó la Emperatriz-Sacerdotisa, sin darle importancia. La joven oscura no la escuchaba. El sonido no la afectaba. La visión del joven rubio, que caminaba junto a los otros doce, era la única parte del mundo que entraba hacia su alma. El joven rubio vio hacia el cielo como buscando algo, y entonces miró de frente hacia donde ella miraba; la joven oscura le sonrió como si él pudiera verla. Algo había atravesado el pecho de la Princesa Virgen de lado a lado. Estaba herida, pero no con dolor, sino con algo cálido, tan fuerte y tan confuso, que la hizo llorar, pero al mismo tiempo la hizo sentirse, por primera vez en su vida, feliz.

—¿Yinoim? —habló Yenia—, ¡YINOIIIM! ¿Qué te ocurre?
—Sentí... no sé, sentí como si nos estuvieran mirando —habló Yinoim, que seguía mirando algo en el cielo.
—Los dioses siempre nos observan —intervino Shen—. No temas.
Gebanel, por delante de ellas, se había acaparado a Zepiver. Le atosigaba con su cháchara interminable que parecía una cascada de palabras.
—...Y tal como puedes ver, soy una niña común y corriente —decía—. Y sin embargo, tengo fama de ser la más fuerte, la más hermosa, y la mejor cazadora. ¡Algo de cierto debe haber en ello, claro! Pero aquí en secreto entre los dos, creo que todo es un asunto de envidia. Las chicas de mi tribu inventan historias, claro; les molesta que yo siempre gane las peleas, y sea la que tiene más chicos —Zepiver tragó saliva—. ¡Eso sí que no es mentira! Tengo más chicos que ninguna otra chica, más de diez desde que cumplí los catorce, y sólo hablo de los importantes. Pero además, tengo una tienda llena de pieles que yo misma he cazado. Y con los cuernos y los colmillos me he hecho más collares que todo el resto de las niñas juntas. Impresionante, ¿no?
—Glup, eh, claro, sí, impresionante —tartamudeó Zepiver.
—Pero basta de hablar de mí —Gebanel se complacía de la timidez de Zepiver—. Háblame de ti. ¿Quieres?
—No sé qué decir —admitió—. Soy un sidenir, un aprendiz de guerrero. Sirvo a Vandir, recibo enseñanza de él, cumplimos las misiones que nos encarga el Elegido....
—¡ESO es emocionante! —saltó Gebanel— ¿Has estado en batallas? ¿Matado enemigos?
—¡Zepiver! ¡Ven aquí! —interrumpió Vandir con seca brusquedad.
—¿Qué has estada hablando con la niña cazadora? —preguntó con dureza.
—Nada importante; sólo palabras, Vandir, lo juro —respondió Zepiver.
Ten cuidado con las palabras —Vandir hablaba como una roca—, ya traicionaste una vez la confianza de la Nación Libre. No quiero que vuelvas a poner en peligro nuestros intereses.
—Estábamos hablando cosas de jóvenes —intervino Gebanel haciendo notar todo su desagrado—, así que si nos disculpa, señor héroe más grande de la nación libre.
—No intervenga, jovencita. —ordenó, o más bien pretendió ordenar Vandir, pues antes que pudiera avanzar hacia Gebanel, lo tapó de improviso una enorme sombra que le cerró el paso.
—¿Estás molestando a mi hija, enmascarado? —sonrió Wornal con su druta bien visible sobre su hombro.
—Sólo trato de mantener a mi sidenir en el camino correcto —Vandir miraba con ojos que parecían puñales.
—Pues por la cara de pollo sin plumas que le veo, necesita mucho más lo que mi hija puede enseñarle —Wornal soltó su ruidosa carcajada. Vandir apretó los ojos. Sólo la máscara sufría sus verdaderos sentimientos.
A Yenia le complacía ver el interés de Gebanel por Zepiver, pues así se sentía más segura por Yinoim. Yinoim por su parte, no podía confesar que pensaba en Cillen, y en la forma absurda en que su padre la apartó de la misión, dándoles a cambio a ese extravagante rastreador de huellas, al que nadie era capaz de tomar en serio.
Ya se acercaban a la colina. Al alcanzar la cima de un promontorio, vieron una pronunciada bajada, al final de la cual un pequeño bosquecito adornaba las faldas de la colina.
—Ahí está, finalmente. La colina que nos dieron órdenes precisas de escalar —canturreó Vandir, nadie supo si en serio o en broma.
No era una colina pequeña. Era casi una montaña, de no ser porque los árboles crecían hasta en su cima. Incluso un ter-eol iba a necesitar un día entero para cruzarla, y era escarpada, con peligrosos salientes, en muchos lugares, se veían derrumbes de rocas sueltas y hasta unos árboles aplastados por pequeñas avalanchas.
—Adelante, llorones, si hay que comer barro, no lo miren mucho —habló Wornal.
—A mí no me metas en el mismo saco que el enmascarado —gruñó el Daijin Ken—. Yo no tengo miedo.
—Creo que tu papá odia a Vandir —dijo Zepiver mientras bajaban camino hacia el bosquecito.
—Claro que no. Si lo odiara, ya le habría arrancado la cabeza con su druta —rió Gebanel.
—Vandir es el guerrero más grande de Zevandir —replicó Zepiver como si Gebanel hubiera dicho una blasfemia.
—¿Y tú crees que mi papá se convirtió en el Gran Principal por ser el más debilucho? —Gebanel sonreía, cada vez más coqueta.
—Pues yo le apuesto al papá de Gebanel —dijo Yenia—. ¿Y tú, Yinoim?
—Yo quisiera que los Doce permaneciéramos unidos —respondió.
—¿No estás a gusto, Yinoim? —Gebanel se le acercó con interés, para sorpresa de Zepiver, mientras Yenia se mordía la lengua por haber hablado.
"Al menos no está Cillen". Gruñía en pensamientos, aunque ese estúpido rastreador de huellas en verdad no hacía nada por dejar a nadie satisfecho con la elección del kord.
—Ah miren —volvió a murmurar casi al llegar al borde del bosquecito—. Todas estas huellas que cubren toda la tierra roja y seca del bosquecito...
Nadie lo escuchaba, como de costumbre, hasta que Yinoim vio las tales huellas y frunció el ceño.
—¿Qué pasa, Yinoim? —saltó Yenia adelantándose a Gebanel.
—Esas huellas... Parece que esta vez sí descubrió Balmroon algo de veras serio...
—¿Qué están haciendo? ¡Corran! ¡La colina empieza cruzando el bosquecito! —gritó Yilberum.
—¡Ya vamos! —gritó Yinoim— ¿Qué necesidad hay de correr si el bosquecito es tan pequeño?
Pero nadie le hacía caso y todos seguían a Yilberum, corriendo a través del bosquecito como si fuera una maratón. Al pisar el pasto que cubría el suelo del bosquecito creyeron algunos oír unas leves risas. Yinoim fue uno de los que las oyó.
—¡¡¡CUIDADO, PAREN!!! —gritó Trala con toda su formidable caja toráxica.
Iban todos corriendo con tanto entusiasmo, que el grito de Trala los sacudió como agua helada en la espalda.
—¿Qué ocurre, Trala? ¿Qué es lo que...? ¡Nooo! ¡Maldición!
El bosquecito terminaba bruscamente en un acantilado que los separaba de la colina. Un acantilado demasiado ancho para cruzarlo, sin final visible ni a un lado ni al otro, y tan profundo que si lanzaban una piedra, no la oían caer.
—¡Condenado bosquecito! —bramó el Daijin Ken—. ¡Nos tapó la visión de este acantilado! ¡Es como una burla! ¡Ahora la colina está lejos, aunque la tengamos casi encima!
—¡Me hubieran hecho caso a mí desde un principio! —habló Vandir—. ¡Hubiéramos tomado la ruta corta, y nos habríamos evitado todo este tiempo perdido!
—Fue Wonthar quien nos ordenó tornar este camino —recordó Shen calmadamente.
—Claro, Wonthar; como siempre. El infalible Wonthar, el incuestionable que nos hace perder un día de camino y nos lleva al borde de un acantilado —Vandir se alzó con disgusto.
—¿Estás dudando de Wonthar? —Shen alzó un poco la voz.
—Sólo digo lo que todos ven.
—¿Así que ahora te crees maestro? ¿No quieres también ocupar su Montaña del Sur? —gritó Shen en forma sorpresiva—, Wonthar ha dado prueba de su sabiduría desde antes de la Era Previa. ¿Y tú? ¿Tú qué has hecho, aparte de obligarnos a formar esta misión por culpa de TU descuido? —Shen estaba furioso, como nadie que lo conocía lo había visto jamás. Vandir tragó aire de furia, estaba hirviendo, como si las palabras de Shen le hubieran tocado una parte prohibida.
—¡Ten cuidado cuando le hablas a un Zevandir, mago! —apuntó con el dedo hacia el pecho de Shen.
—¡Nadie apunta con el dedo a un tagashi! ¡Baja el brazo o piérdelo, Zevandir estúpido!
Lo último que Shen hubiera esperado era que Ken saliera en su defensa. Ante la sorpresa de todos, y Shen con Vandir eran los más sorprendidos, el gran Daijin de los tagashi avanzó hacia el gigante enmascarado con su espada shigura firmemente tomada del mango.
Vandir resopló vapor por la nariz, como bajando la presión de un horno. Bajó el brazo, pero mantuvo su opinión en alto,
—Aún estamos aquí entrampados —recordó.
—Escuchen... —habló Yinoim.
—Podríamos derribar troncos, y armar un puente —propuso Trala.
—Óiganme... —volvió a hablar Yinoim.
—Eso tomaría demasiado tiempo —gruñó Vandir.
—Les estoy hablando... —insistió Yinoim.
—Menos de lo que tomaría volver y tomar la ruta corta —opinó Wornal.
—Podríamos bajar el acantilado, cruzar y trepar al otro lado —sugirió Kushag.
—Eso sería perfecto, sobretodo si en el fondo hay un río de aguas sucias —habló Ken.
—¡OIGAN DE UNA VEZ! —gritó Yinoim con todos sus pulmones. Todos se volvieron hacia Yinoim, y Trala tomó la palabra.
—¡Lo siento querido! ¿Qué querías decirnos? —preguntó.
—Allá hay un puente.
Y apuntó al acantilado doscientos metros hacia el extremo sur, donde un puente firme hecho de troncos cruzaba de leído a lado.
Wornal no pudo resistirlo, y rió con la risa más fuerte que tenía en los pulmones.
—¡Por los dioses! ¡Aquí está el líder que esta misión necesita! ¡Mientras todos hablan y gritan, él calla y observa!
—Bueno, era natural que alguien terminara por verlo —Vandir se encogió de hombros. Un murmullo de risas recibió sus palabras.
—¡Oigan! ¿Quién se está riendo? —preguntó irritado.
—¡Nadie se está riendo! —contestaron todos.
Las risas sonaron más fuertes, acompañadas por el crujir de pastos y sacudida de hojas. Yinoim miró hacia el bosquecito, y captó leves movimientos en el pasto como de algo deslizándose.
—¡Corran hacia el bosquecito, no se queden al borde del acantilado! —gritó, y sin esperar a ver si lo seguían se internó en el bosquecito a toda pierna. Las risas sonaron tan fuertes que todos las oían ahora con claridad. Todo el grupo había seguido a Yinoim, quien ahora se detuvo bruscamente, echando mano a su waruyac. Yenia y Gebanel, que lo seguían, imitaron su gesto. Balmroon, junto a ellas, no dejaba de observar el suelo.
—Ah miren, señales de pasto doblado y piedras recogidas...
—¡Cállate! —ordenó Yinoim muy molesto—. Ya todos nos dimos cuenta.
—¿Qué hay, Yinoim? ¿Qué es? —preguntó Yenia.
Gorns —respondió—, el bosquecito está infestado de Gorns.....
—¿Que... cosa... son los... GORNS? —preguntó Gebanel, con su dirza en posición de batalla, tratando de disimular el temblor.
—¡¡¡HIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!
—¡AAAAAAY!
El pasto, y las copas de los árboles, estallaron en un enjambre de cuerpecillos rosados que gritaban y reían como locos salvajes. Miles de criaturas del tamaño de un durazno saltaron sobre nuestros héroes, golpeándolos en un torbellino de bolas rosadas que atacaban desde todos lados, sin dar tregua ni descanso. Yenia fue derribada por una multitud que le tiró los cabellos y golpeó sus piernas, y mientras caía le robaron la waruyac. Yinoim saltó a protegerla con su cuerpo, y los gorns se aprovecharon de robarle la suya.
—¡Mi dirza no, bichos malditos! ¡Mi dirza no! —chillaba Gebanel, luchando contra veinte gorns que tiraban de su arma.
Los gorns eran seres repugnantes; sus caras, porcinas, reflejaban al mismo tiempo estupidez, codicia, y deseos de dañar. Eran ágiles como pequeños monos, poseían patas traseras capaces de dar grandes saltos, y las delanteras, enormes manos capaces de agarrar con firmeza todo lo que se les antojaba robarse.
Eran una plaga. Allí donde se instalaban, la vegetación moría. Se multiplicaban por miles, sin otro propósito al parecer, que el de dañar, herir y matar por puro divertirse.
—¡Bichos inmundos! ¡Infectos! —gritó el daijin Ken, enfurecido. Su espada cortaba docenas de gorns en cada golpe, pero dos docenas más saltaban a atacarlos.
—¡Bolas de carne sucias! —bramaba Wornal. Su gruesa druta no era eficaz contra enemigos tan pequeños—. ¡AAAH, miserables! —los gorns se estaban colgando de su cuerpo como racimos—. ¡No toquen mi... mi... mi honor!
Yilberum, agitando su waruyac sobre su cabeza, se protegía de los que caían de los árboles. Los gorns a ras del pasto organizaron un ataque a sus pies. Vandir y Zepiver, algo retrasados, repelían a los repelentes bichos a golpes de espada, pero los gorns encontraron algo de qué agarrarse en el pelo de Zepiver.
—¡Maldición! ¡Vandir! —gritó.
El chico había caído, y cientos de gorns saltaban encima suyo y otros cientos tironeaban partes de su armadura. De pronto, esos mismas gorns gritaron saltando hacia todos lados como palitroques de boliche.
Vandir les había arrojado su escudo, como si fuera un disco volador. Zepiver se levantó agradecido.
—¡Ve a buscar mi escudo, chico! —bramó Vandir—. Los escudos no se devuelven solos, ¿sabes?
Yinoim encontró un par de palos gruesos, y con uno en cada mano repelía a los gorns como pelotas de tenis. Yenia, herida en su orgullo, hacía lo mismo con un palo algo más grueso. Gracias a Yinoim Gebanel había recuperado su dirza, y ahora cortaba gorns como salchichas. Sin apenas preocuparse de los caídos, los repelentes seres seguían atacando.
Trala sólo contaba con sus brazos, que agitaba como aspas de molino, para rechazar a las repulsivas bolas rosadas. Cientos se le colgaron del pelo, pero un sólo movimiento de cabeza de la poderosa guerrera los mandó a volar.
—¡Insolente! —le gritó a uno que aplastó de un puñetazo, mientras trataba de arrancar una de las chapas de su sostén.
—¡Socorrooo! ¡Por piedad!
Balmroon había caído de espaldas, y los gorns sobre su vientre habían agarrado piedras que estaban usando como martillos. Lleno de rabia y asco, Yinoim los dispersó a golpes de palo. Otros gorns saltaron sobre su espalda, Yenia y Gebanel se los quitaron.
Los gorns a la altura de sus pies habían triunfado en derribar a Yilberum, pero fue una victoria breve. El guerrero ter-eol se dejó derribar, y una vez de espaldas, usó sus poderosas piernas como catapultas. Los gorns saltaron por encima de los árboles.
Trala auxiliaba a Wornal. Entonces, los gorns de los árboles cambiaron de estrategia. Comenzó a caer una lluvia de piedras.
—¡Mil veces malditos! —rugió Wornal.
Evitando las piedras como podía, Vandir retrocedió hasta chocar con Trala y Wornal. Por alguna razón, el tamaño tal vez, los piedrazos se ensañaron con ellos tres.
—¡Vandir, pronto! —viendo el peligro de su maestro, Zepiver le arrojó el escudo, el cual Vandir mantuvo en alto para resistir las pedradas. Trala y Wornal se refugiaron tras el.
Yinoim vio la druta de Wornal, y pensó de inmediato en un plan.
—¡Trala! —gritó— ¡Toma la druta de Wornal para golpear los troncos! ¡Que Vandir te proteja con su escudo!
Trala entendió. Tomó con una mano la druta y con la otra el cinturón de Vandir por atrás.
—¿Qué c...? —exclamó Vandir.
—¡Avanza, y mantén firme ese escudo! —gritó Trala— ¡A jugar a la fruta madura!
La fuerza sobrehumana de Trala, ampliada por el peso de la druta, causaron un efecto devastador en los troncos. Al golpearlos, los gorns cayeron por miles, chillando como si los estuvieran hirviendo en aceite.
Fue una victoria breve. Aturdidos por la caída, los gorns se recuperaron con rabia de matar, saltando contra los guerreros en una locura de dientes asesinos.
¡Crash! ¡Crash! ¡Crash!
Tres frasquitos de vidrio se quebraron dejando escapar un vapor violeta que espantó a los gorns, que saltaron y se retiraron enloquecidos.
Kushag, que hasta ese instante no se había destacado por nada, había sacado los frasquitos de su cinturón de pociones.
—¡Corran hacia el puente, el gas no dura mucho! —gritó.
Nadie esperó invitación. Pronto los Doce corrían hacia el puente una carrera de vida o muerte.
Casi al llegar la horda de gorns se había recuperado de los efectos del gas y perseguían a los héroes a través del bosquecito. Kushag sacó otro frasquito de su cinturón. Esta vez detonó como un cartucho de dinamita.
—Que Trala y Wornal crucen primero, —habló Yinoim, y ante la sorpresa de ambos, explicó—. ¡Escuchen! Ustedes son los más fuertes. Empiecen a derribar el puente, cosa que, al cruzar el último de nosotros, lo hagan caer de inmediato.
—Cariño, piensas muy rápido —dijo Trala, y ante la sorpresa de Yinoim, le dio un sonoro beso antes de cruzar. Yenia y Gebanel los siguieron, y tras ellas Zepiver, Shen, Balmroon; seguidos de Ken y Yinoim. Kushag Vandir y Yilberum fueron los últimos en cruzar. Kushag lanzó un par de frasquitos-bomba, Vandir usó su sacudo para repeler las piedras, y lo mismo hizo Yilberum con su waruyac. Yilberum insistió en cerrar la retaguardia, para darse el gusto de lanzar a cientos de gorns al fondo del acantilado con su poderosa cola. Apenas el guerrero ter-eol cruzó a salvo, Trala y Wornal levantaron el puente sobre sus cabezas, y lo arrojaron hacia el fondo con un ruido espantoso de maderas quebrándose y gorns chillando en agonía.
Unos pocos gorns chillaron de rabia al otro lado del acantilado y tiraron piedras que llegaron hasta la mitad del mismo. Luego, cayó un silencio de paz y un merecido descanso.

(continuará)

_________________
"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

El retorno de la reina dulce
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MensajePublicado: Vie Jul 25, 2008 12:16 pm    Asunto: Responder citando

Este es uno de los capítulos que más valoro y por eso, a pesar de no haber respuestas, qué caramba, lo posteo. Así que vamos:

(continuación)

VII

Tras unos largos minutos de descanso, la voz de Yilberum corto el silencio.
—En verdad, hay algo aquí que no cuadra. Mientras más lo pienso y lo pienso, más me convenzo de que esos gorns no querían realmente dañarnos.
—¿No querían? ¡¡Pues que bien lo disimularon!! —bramó Wornal como si oyera a un loco dar lecciones de cordura.
—Querían empujarnos —explicó Yilberum con toda tranquilidad—. Querían asegurarse de que cruzáramos el puente y lo derribáramos. ¿Ven? Se han retirado. Podían haber seguido chillando y tirando piedras, pero se han ido. Y nos han cortado toda posibilidad de regresar.
—Los gorns son unos bichos inmundos —habló el daijin Ken—. No hacen planes estratégicos.
—Hace una semana, yo hubiera estado de acuerdo contigo, Ken —replicó Yilberum—. Pero no olviden que la balanza se ha restaurado. Ivhired vive. Con su poder detrás, la magia oscura de Belvorum puede crear cosas que ni siquiera podemos tener idea.
Nadie quiso admitirlo, pero a todos los atravesó un sentimiento que les provocó escalofríos en la espalda.
—Aunque así fuera, no tiene sentido —objetó Shen, el primero en reponerse—. Íbamos a cruzar el puente de todas formas, y lo hubiéramos cruzado antes si los gorns no nos hubieran atacado.
—Pues yo no pienso sentarme a pensar en si fue o en si no fue —se levantó Trala reponiéndose también—. Hay una colina que escalar, ¡pues escalemos! ¿O quieren que nos caiga la noche encima hablando de lo qua ya pasó?
—¡AYUC! —exclamó Yenia, que parecía tener estrellas frente a los ojos cuando oía hablar a Trala.
—¡AYUC! —exclamaron los Doce, incluso los que no sabían hablar ter-eol.

La colina, (una montaña pequeña en realidad) no tenía caminos, ni tan siquiera huellas caminadas. El grupo avanzó aferrándose a las rocas que se veían más firmes, evitando, mientras fuera posible, los peligrosos espacios de tierra suelta. Kushag y Balmroon, por ser los más ligeros, abrían la marcha al resto. Pero el farlin no se sentía muy apoyado por la compañía del rastreador de huellas.
—Ah, vean, plumas de imil —decía con unas pequeñísimas plumas amarillas en los dedos.
—¡Oye amigo! ¡Deja de levantar plumas de ave y hazte útil! —gritó Kushag.
—Mi abuela, que está ciega y sólo puede tomar sopa y panes blandos, aportaría más que este cretino-compara-pisadas —resopló Wornal.
Hacia la mitad del comino los Doce llegaron a un plano donde pararon unos instantes. La colina tenía allí un corte donde se veía una serie de cuevas.
—Avancemos —dijo Yilberum—, el sol ya se pone. Hay que llegar a la cima.
—¿No podemos parar a comer algo? —se quejó Yenia—. No hemos comido nada desde que salimos de las montanas de los dragones. ¡Ayayaaay! Mi pancita está que llora.
—Comeremos al llegar a la cima —habló Trala—. Es un principio guerrero. Las colinas sólo son seguras en su parte más alta, porque de allí se puede ver todo alrededor. En los costados somos vulnerables, no podernos ver si viene un ejército desde el otro lado. ¿No lo sabías?
—No tenía idea. Tú si que sabes, Trala —Yenia perdió hasta el hambre de admiración.
—Iba a decir lo mismo —murmuró alto Vandir, para que todos lo oyeran.
No bien la marcha se reanudó, Yinoim observó las cuevas, y se fue quedando atrás, atrás, mientras el resto del grupo avanzaba.
—¡Yinoim! —gritó Yilberum— ¿Qué pasa contigo, muchacho? ¡Te estás quedando atrás! ¿Quieres parecerte al tonto ese del rastreador de huellas, mirando el suelo así, como hipnotizado?
—Sólo miraba las cuevas —Yinoim se molestó. Yilberum parecía tener el don de enfadarlo.
—Esto no es un viaje de placer. Si quieres mirar, mira algo que nos sea útil.
—Tal vez una de esas cuevas tenga salida hacia el otro lado. Voy a averiguarlo —Yinoim saltó fuera de la huella, corriendo hacia las cuevas antes que Yilberum pudiera abrir la boca.
El mejor de los ter-eol se quedó con la boca abierta y la mano estirada, viéndolo alejarse varios segundos antes de reaccionar.
—¡De acuerdo, cánsate si quieres, muchacho tonto, que te crees mejor que tus mayores! —gritó— ¡Pero cuando vuelvas agotado de tu tontería, no vas a encontrar nada que comer, y te tendrás que aguantar como un hombre!
Yinoim no lo escuchó. En su mente habían sonado las palabras del maestro Wonthar: "cuando llegues a la colina, toma la cuarta cueva". Así que apenas llegó a las cuevas, las contó, y eran seis. Entró en la numero cuatro sin saber lo que iba a encontrar.
Yinoim no llevaba antorchas ni nada que produjera luz, así que lo primero que encontró fue la oscuridad total. Desconcertado al principio, tanteó hasta hallar la pared de la cueva, y una vez hallada, avanzó guiándose con las manos. No había olores a restos animales, sino tan sólo a humedad y tierra estéril. "Muy extraño", pensó Yinoim, que siendo unas cuevas excelentes como refugio, ningún animal decidiera vivir en ellas. El piso era blando y firme, aparentemente sin piedras, pero de todos modos avanzó como se avanza al entrar en lo desconocido: con cautela.
Afuera, el sol comenzaba a ponerse. No quedaba ni una hora de luz de día.
—¿Donde está Yinoim? —Yenia miró de pronto y notó su ausencia.
—Se fue a explorar las cuevas. Quiere encontrar un paso hacia el otro lado —gruñó Yilberum—. Ya volverá cuando le de hambre.
Yenia lo miró con enojo. La verdad a ella tampoco le agradaba mucho Yilberum.
La cueva comenzaba a angostarse. En la oscuridad total, Yinoim fue sintiendo cómo el techo se achicaba hasta rozar su cabeza, apenas un par de pasos hacia el interior. Luego un par de pasos más, y su mano se encontró con una sorpresa desagradable.
La cueva terminaba. Sólo nueve pasos desde la entrada, y todo terminaba en una pared sólida. Sin poderlo creer, tocó en la oscuridad buscando una grieta, una pasada, algo; pero nada. La cueva terminaba. Después de insistir varios minutos, se dio por vencido y salió al exterior.
El horizonte estaba ya rojo. Recordó sin querer un viejo cuento de su infancia, según el cual el sol era un huevo que se rompía detrás del horizonte cada atardecer, y al derramarse le daba ese color rojizo al cielo antes de apagarse y dejar al mundo en la oscuridad. El sol de la mañana siguiente era un sol distinto, que lo mismo se rompería al terminar el día. Cuentos de niños. Al hacerse mayor aprendió que el sol era el mismo cada día. Pero mientras los mayores pensaban que el sol era como una luna de fuego que giraba alrededor del mundo, Wonthar le había asegurado que el sol era un cuerpo gigantesco, y que era el mundo, como una luna minúscula, el que giraba alrededor del sol. Aunque tenía buena imaginación, debió confesar que se le hacía muy difícil imaginar un sol enorme y el mundo diminuto, y se le hacía más difícil imaginar que era el sol el que estaba quieto y el mundo se movía. La idea de los mayores era más fácil; pero, pero, que una idea sea más fácil, no la hace más verdadera. Y Wonthar no lo había engañado nunca.
"Wonthar no lo había engañado nunca". Volvió a mirar las cuevas con desaliento. ¿Y si justo había escogido Wonthar este momento para hacerle una broma? Sintió la tentación de subir la colina y reunirse con los otros once, pero de sólo imaginarse la cara de Yilberum sintió su ser como atravesado por su enorme waruyac. No podía regresar derrotado y soportar su largo sermón que lo haría sentirse imbécil. Simplemente no podía. No sabía por qué, pero había nacido con un orgullo terrible, que le hacía llorar de rabia ante la derrota. No había sido ni la severidad de Wonthar ni la dureza del entrenamiento lo que la había hecho desistir, sino la constante sensación de frustración, pues cada vez que le parecía haber superado una difícil prueba, el fracaso aparecía en la forma más inesperada. Era la primera vez que lo admitía.
Se dio la vuelta y las seis cuevas parecieron hacerle burla.
"Seis cuevas y sólo he visto una", pensó. "Pero Wonthar me dijo claramente que tomara la cuarta". ¿Debería revisarlas todas? Consideró la posibilidad un rato, pero de improviso, su mente se iluminó con una idea tan fuerte que lo hizo reír. ¡Pero claro! Qué tonto y qué simple. ¿La cuarta según qué? Eran seis cuevas y él había contado la cuarta desde su mano derecha. ¿Y si fuera la cuarta desde su mano izquierda? La contó y se apresuró a entrar, pues ya casi no quedaba luz da día.

El grupo de los Once había alcanzado la cima. Vandir el enmascarado se apersonó en medio de todos, y comenzó a hablar.
—Necesito que alguien prenda el fuego. El resto, traiga las provisiones y pongan en lugar seguro las armas. Hay que organizar los turnos de vigilancia, propongo...
—¡Para tu canción ahí mismo, capitán enmascarado! —rugió Wornal— ¿Quién te dio el mando de esta misión?
—¡No eres señor de nosotros! —bramó Ken— ¡Ningún dios te ha consagrado para regir sobre nuestras cabezas!
Trala y Kushag simplemente se encogieron de hombros. Yenia se les arrimó.
—Esta misión tiene demasiados jefes —suspiró Kushag.
—Un ejército de puros generales no sirve para nada —sonrió Trala.
Yenia miró hacia abajo, donde aún se veían el acantilado y el bosquecito bajo las luces débiles de las estrellas. ¿Estaría bien Yinoim?

Esta cueva era mucho más larga que la anterior. Al menos eso era una garantía —pensó—, de que esta vez sí estaba en el camino correcto. Lo cierto es que no sabía qué era lo que estaba buscando, ni si necesariamente estaba en el fondo de la cueva. Sólo sabía que debía entrar en la cuarta cueva; para, ¿para qué? No tenía idea.
La cueva se ensanchó —otra buena señal—, y el piso empezó a sentirse como en bajada. Eso lo hizo vacilar; si bajar una cueva es demasiado fácil, se corre el riesgo de que subir de vuelta lo sea mucho menos.
"Sin miedo" —se empujó—. "Esta no es la hora del miedo". Avanzó otro par de metros, y vio algo que lo llenó de esperanza: LUZ.
Había luz en el fondo de la cueva. Luego había una salida. ¡Qué bien! Se imaginó la cara de Yilberum al bajar la colina al día siguiente y encontrarlo a los pies, esperándolo tranquilamente, y ésta vez la imagen fue de lo más agradable. Avanzó hacia la luz con un poco menos de prudencia, pues era muy leve, signo seguro de que venía del otro lado de la colina. Perfecto. Unos cuantos pasos más y entonces... ¿QUÉ?
La luz se apagó de pronto. En negrura total, siguió tanteando la pared de la cueva, lentamente para no...
—¡AAAAY!
Para no tropezar en ninguna piedra. Demasiado tarde. Le había dado con la canilla a un rocón del porte de un sillón. Se tocó para asegurarse de que no había sangre, luego, medio dolorido, rodeó el rocón para evitarlo y seguir, y entonces...
—¡NO! ¡MALDICIÓN!
Había tocado el fondo. Esta cueva también terminaba. Después de dar un camino más largo, le daba el mismo resultado que la cueva anterior. Entre el dolor de la canilla y la rabia, lanzó otro grito y se sentó con la espalda apoyada en el fondo de la maldita cueva. Estaba furioso y se la habían agotado las ideas.
Seguramente a estas horas todos estarían sentados alrededor de un buen fuego, mientras él estaba solo y con frío, perdido en el fondo de una estúpida cueva. ¿Qué sentido tenía todo esto?
De improviso pudo ver sus manos. Parpadeó para asegurarse, pero era verdad, veía sus manos. La luz de la cueva había vuelto.
Miró para todos lados. La luz venía del rocón. O más bien, de detrás del rocón. Era como un rayo fino que insinuaba la existencia de una salida.
Sin vacilar se acercó al rocón, pero topó con un problema de peso. El rocón no se movía. Aunque sus brazos tenían una fuerza que cualquier adulto envidiaría, resultó tan pesado que tras intentarlo durante largos y tensos segundos, tuvo que abandonar con la cara enrojecida y los brazos magullados.
"La salida está ahí, pero lejos de mi alcance. Es igual que en el acantilado". Pensó.
Entonces recordó que mientras todos se quejaban y discutían, él halló un puente seguro a poca distancia. ¿Y si esta roca fuera algo similar? ¿Una prueba con una solución mucho más sencilla que su apariencia? Midió al tanteo la distancia entre el fondo y el rocón. Era bien corta.
Acomodándose entre el rocón y el fondo de la cueva, con las piernas dobladas contra su pecho, empezó a estirar piernas y brazos con lentitud, y usando la fuerza de todo su cuerpo logró que el rocón se moviera. La tenue luz se hizo tan fuerte que iluminó toda la cueva. Detrás del rocón había una abertura lo bastante grande para deslizarse hacia el interior desde donde brotaba una inagotable luz.
"¿Pero, a dónde he llegado?" Se preguntó, con la única expresión natural en un muchacho que veía por primera vez aquello que estaba frente a sus ojos: estupefacto.

A una cierta distancia, pero avanzando con rapidez, el ejército de Amocíin, el guerrero gris, avanzaba por la ruta de la colina en busca de los Doce. Su capitán, desde su bestial shragorn, cabalgaba entre las tropas de pie y las caballerías, manteniendo el orden de las filas.
—¿Has hallado ya a los doce guerreros de Wonthar? —sonó en su cabeza la voz de la Emperatriz-Sacerdotisa.
Respondiendo con toda naturalidad a la voz que sonaba en su cabeza, el guerrero gris pensó su respuesta.
—Aún están lejos de nosotros —respondió, en pensamientos, el guerrero Amocíin—. Avanzan más lento de lo calculado.
—Al contrario, eres tú el que va demasiado lento —dijo la Emperatriz-Sacerdotisa—. No necesitas a toda tu tropa para matar a doce guerreros. Elige una patrulla, los más veloces y mándalos al encuentro de esos doce. Que los maten a todos y traigan sus restos a Belvorum. No quiero prisioneros; mucho menos escapes.
Amocíin se sintió hervir, quiso replicar, pero su soberana ya había cortado la comunicación. Siendo guerrero, no mago, carecía de poder mental para iniciar la comunicación por sí mismo. Gruñó para disipar su furia, antes de ejecutar la órdenes de su emperatriz. ¿Elegir una patrulla? Muy bien, eran las órdenes de su emperatriz y él como capitán les daría fiel cumplimiento, pero ella no dio ninguna orden acerca de quienes deberían integrar la patrulla, así que ese punto quedaba a su total criterio.
—¡Capitán segundo! —gritó al oficial que le seguía los pasos—. Queda usted al mando temporal de las tropas. Yo y unos guerreros escogidos, nos adelantaremos para emboscar y matar a los guerreros enviados por los dragones....
Zendra observó las aguas del pozo de piedra negra durante un breve rato antes de borrar sus imágenes.
—Amocíin cabalga hacia su destino —murmuró.
Deldra, la Princesa Virgen, no se había movido del lado de su madre. Súbitamente se había puesto muy nerviosa.
—Madre, ¿qué órdenes le diste a Amocíin? —preguntó. Fue increíble que su madre no notara la angustia en su voz.
—Que los matara a todos. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial eso?
—Nada, madre, nada especial —Deldra bajó los ojos, ocultando sus sentimientos, que eran como si su corazón estuviera cayendo por un precipicio.

Yinoim parpadeó largo rato, hasta convencerse de que lo que estaba ante sus ojos era real. Por su memoria desfilaron las historias de su niñez, llenas de palacios encantados donde solían llegar los héroes, los escogidos de los dioses.
La abertura había dado pasó a una cueva iluminada por una suave luz azul. Ya no había frío, ni suciedad de tierra. Toda la cueva parecía estar hecha de cristal pulido, que brillaban con unos suaves resplandores que, para su sorpresa, no lastimaban sus ojos. Parecía una noche estrellada de verano, si no fuera porque podía ver todo con claridad, y porque las luces a su alrededor tenían todos los colores imaginables, y otros que no había visto jamás.
Caminó en cuanto se recuperó de la fascinación que sentía. El piso era seguro para caminar, en realidad, nunca había pisado un material que le produjera sensaciones tan agradables. Era como caminar en las nubes.
Hubo otras sensaciones. Un aire delicioso, como jamás antes había respirado. Y algo en sus oídos que sonaba como una música bellísima, aunque en realidad no sonaba nada.
Decidió caminar hasta el final. Un poco más allá la cueva se estrechó, pero siempre igual de cómoda. Vio a ambos lados y descubrió dos largas filas de cuevas. Trató de entrar en una, pero topó con una especie de piedra transparente como el agua. "Así pues, no hay sino un camino". Reflexionó, y sin preocuparse más de la piedra transparente, siguió caminando.
Pero más allá se detuvo otra vez. Las cuevas mostraban imágenes. Al principio la Noche Oscura, con todas sus estrellas. Luego una especie de luna azul con líneas blancas que parecían nubes. A la extraña luna la acompañaban tres mucho más pequeñas. Dos le resultaron conocidas. Eran las lunas del cielo. A la tercera no la había visto nunca.
Luego surgieron imágenes de mares, donde flotaban seres vivientes desconocidos. Luego tierra, y animales que jamás había visto, y cielos...
Vio algo que le pareció el mundo de los dioses, tan lleno de maravillas que los escritores no podían poner en palabras. Barcas que navegaban por el cielo, palacios de colores sin nombre, y jardines verdes donde todo era paz entre sus habitantes. Luego, las imágenes se oscurecieron. Surgió un hombre de mirada aterradora. Lo vio disputar con otro, una especie de rey, tan majestuoso que a su lado los reyes parecían mendigos. El hombre de la mirada aterradora encaraba con brutal violencia al majestuoso rey. Luego, el hombre violento caía a una especie de abismo oscuro, gritando maldiciones que superaban a la peor palabra del peor idioma jamás hablado.
Entonces las imágenes se aclararon. Ahora veía su hogar, la aldea de los ter-eol. Y un niño rubio jugando con una niña pelirroja. Tardó segundos en darse cuenta. ¡Era él!
Eran imágenes de su niñez. Se vio jugando junto a Yenia, y luego, el solemne sonido del katumk llamando a los ter-eol a la ceremonia. Vio a Yenia orgullosa, tomando la mano de su madre y con la otra, a su padre el herrero. El tomaba la mano de su madre Caneya, pero al estirar la otra, sólo tomaba el aire.
Luego era mayor. Aprendía a luchar junto a los ter-eol de su edad. Cada niño luchaba con su padre, mientras el maestro de lucha supervisaba. Luego el maestro hacía sonar sus palmas y la lección terminaba. Los niños, con el orgullo en el rostro, chocaban sus puños con los de sus padres en un saludo ritual. Pero él los chocaba en el vacío.
Un profundo suspiro le atravesó el corazón. Había vuelto a sentir la misma pena que sintió aquel día cuando esos recuerdos sucedieron de verdad. La última imagen que apareció, fue una pareja de jóvenes llenos de felicidad, que desapareció apenas se formó. Eran parecidos al kord, pero más majestuosos. Príncipes, tal vez.
Esta vez permaneció inmóvil durante mucho tiempo. Y al parpadear para recuperarse, se dio cuenta de que había llorado. Las cuevas se habían oscurecido. La cueva también se oscurecía, salvo una luz en el final.
Corrió hacia la luz, llegó a otra cueva que parecía una esfera, y repentinamente, la cueva se iluminó con una intensa luz azul, y una voz de hombre le habló con luminosa serenidad:
—Te estaba esperando.
Creyó llenarse de luz. Creyó que el universo entero lo acogía, y que desde las grandes galaxias hasta los átomos invisibles la cantaban una canción de bienvenida. El hombre sentado sobre una roca, que parecía ser la fuente de la luz, le sonrió. Yinoim sintió su corazón llenarse de un sentimiento tan intenso como no había sentido jamás.
El hombre lo miraba con dulzura, como ningún hombre suele mirar. Parecía joven, parecía mas bien no tener edad. sus ropas brillaban tanto como sus ojos, azules como un mar de mediodía, pero más, mucho más. Ni un grano de polvo manchaba a ese hombre majestuoso. Parecía no ser de este mundo.
Yinoim sentía una dulce calidez en su corazón. Mirar a ese hombre lo hacía sentirse muy feliz. Tan feliz como no recordaba jamás haberse sentido. Semejante a como se sintió siendo muy niño, abrazado al regazo de su madre, pero mucho más intensamente. Más. No había dolor en su cuerpo ni pesadez en su alma. sus ojos estaban húmedos, pero no con frialdad de tristeza sino con calor de felicidad.
—Acércate —habló el hombre—. No temas.
Era imposible sentir miedo de un ser tan perfecto. No obstante, avanzó con timidez. A pasos lentos.
—Te estarás preguntado quién soy —volvió a hablar el hombre lleno de luz. Como si alguien se lo estuviera diciendo al oído, Yinoim declaró:
—¡Eres Ivhir! ¡El Señor De La Creación!
—Yo soy.

Ivhir se levantó de la roca. A un gesto de su mano, el cielo de la cueva pareció abrirse, mostrando el cielo nocturno lleno de estrellas.
—Creo que así te sientes más cómodo. Como ves, el cielo no ha cambiado. Las estrellas siguen en su sitio —habló Ivhir—. Te estarás preguntando el por qué de todo esto. ¿Es así?
Yinoim tenía un nudo en la garganta que tardó mucho en disolver.
—¿Eres Ivhir, de verdad? —preguntó al fin—. Es decir, ¿tú hiciste el mundo? ¿Vives en los cielos? ¿Les das órdenes a todos los dioses desde tu trono de piedra?
—Todo eso es cierto —respondió Ivhir con ternura—. Pero la forma en que te lo imaginas es un tanto... pintoresca.
Pero Yinoim parecía un niño curioso y excitado.
—¡Dicen que les hablas a los sacerdotes en sueños! ¡Que tus elegidos no conocen la muerte! y... y...
—Mucho de lo que te han enseñado de mí es cierto, aunque cubierto con una gran sombra —continuó Ivhir con infinita paciencia—. De noche las sombras parecen cosas sólidas, y las cosas sólidas, sombras —hizo un gesto y una imagen de la colina apareció—. Es fácil, cuando caminas por la noche oscura, confundir cual es cual —otro gesto, y la imagen se iluminó como si el día hubiera llegado de pronto—. ¿Comprendes el significado de esto?
Yinoim tardó en contestar.
—¿Es cierto que le hablas a los sacerdotes en sueños? —insistió al fin.
—No le hablo a los sacerdotes en sueños.
Ivhir dejó que la sorpresa terminara de dibujarse en la cara de Yinoim, antes de continuar.
—No le hablo a los sacerdotes en sueños. No más de lo que les hablo cuando están despiertos
—explicó—. Y no más de lo que les hablo a todas mis criaturas.
—¿Les hablas a TODOS? —exclamó Yinoim sorprendido—. Entonces, ¿cómo es que no te escuchan?
—¿Escuchas tú la fuente de agua que gotea a tus espaldas? —preguntó Ivhir.
Yinoim se volteó en rápido reflejo. Detrás suyo, efectivamente, una fuente de agua goteaba haciendo un sonido cristalino al caer.
—Siempre estuvo allí —sonrió Ivhir—, pero tú no la oías.
Se sintió avergonzado. En su interior se prometió no volver a preguntar tonterías.
—No son tonterías —volvió a hablar Ivhir—. Puedes preguntarme todo lo que quieras. No eres ningún tonto por eso —luego hizo otro gasto, y la pared se iluminó como una especie de nube. Dentro de la nube veía a los Once, que ya habían alcanzado la cima de la colina y comían alrededor de un hermoso fuego—. Sé lo que te está preocupando. Puedes ver a todos tus amigos.
—¿Yenia? —murmuró.
—Ahí está —dijo Ivhir. Yenia aparecía sentada junto a Gebanel, comiendo y bebiendo como dos hermanas. A la luz amarillenta del fuego algunas caras parecían envueltas en sombras. Otras en cambio, como Kushag y Zepiver, parecían brillar más. De pronto Yenia torcía el cuello hacia Yilberum con enojo en el rostro—. Está preocupada por ti. No puede, por más que trata, estar con todo su corazón en la cena. Te defiende del ter-eol, ese que te llama hijo.
—Él no es mi padre —contestó Yinoim con frialdad.
Ivhir sólo sonrió.
—¿Qué eran esas imágenes que vi antes de llegar aquí? —recordó de pronto.
—Cosas que ya sucedieron. El universo antes de la creación del mundo, eras y eventos ocurridos hace
mucho, y tu propia infancia.
—¿Por qué vi esas imágenes de mi niñez? ¿Por qué esas, y no otras?
—¿Por qué? Porque nuestro dolor más profundo, es también el más silencioso —respondió Ivhir—. Aquello que hirió nuestra alma más que cualquier otra cosa, lo vamos enterrando en el fondo de nuestro corazón, cada vez más y más profundo, hasta que al final hasta nosotros mismos negamos que existe. Y al negarlo pasa a gobernar nuestras vidas, con una fuerza que no tendría si fuera desenterrado.
—¿Cuál es mi dolor más profundo? —dijo Yinoim.
—Tus padres... y tu padre.
—Yo no tengo padre —negó Yinoim.
—Y en silencio te preguntas por qué. Por qué no. Y en silencio te das toda clase de respuestas que no te satisfacen. Todo lo opuesto. Te entristecen.
Yinoim respondió con un largo suspiro de aceptación. No podía mentirle a un ser tan perfecto, aunque todo lo que le decía habían sido para él sólo sentimientos vagos, a los que nunca había puesto nombre.
—Tu corazón está ahora con tus padres humanos —volvió a decir Ivhir—. Sí, ellos te amaron mucho —el corazón de Yinoim derramó una lágrima de sal—. No es éste el momento de saber quienes fueron, ni como llegaste a los brazos de tu madre ter-eol. Lo sabrás, te lo prometo, pero hay otras cosas que debes encontrar antes de encontrar su recuerdo.
—¿Están muertos? —preguntó Yinoim.
—Según lo que entiendes por muerte, sí —fue la respuesta de Ivhir.
—Entonces, sólo me queda mi madre.
—Yilberum pudo ser tu padre, pero lo rechazaste —le recordó Ivhir.
—Aún no me agrada. Pero si en verdad, mi madre lo hubiera querido —Yinoim buscaba justificarse, pues aún se sentía culpable.
—Tu madre no lo quería. Le fascinaba. Admiraba su poder, pero no lo amaba. El amor no es un premio reservado a los bellos o a los poderosos... muchos se confunden por eso y arruinan sus vidas —dijo Ivhir.
—¿Qué es el amor? Yenia dice que no lo conozco. Que si lo conociera no jugaría con Cillen.
Ivhir volvió a sonreír con más calor que antes.
—¿El amor? —dijo—. El amor es todo lo que existe. Fuera del amor nada tiene existencia. Fuera del amor nada es.
—Cillen dice que el amor tiene muchas formas. Que el que se siente por uno no quita el que se siente por otro.
—Es una joven muy sabia. Déjame decirte esto: si el aire no te amara, no podrías respirar. ¿Entiendes eso?
Yinoim puso una cara de que evidentemente no entendía.
—Si no entiendes algo, guárdalo. Lo entenderás cuando te haga falta —Ivhir se levantó—. Otras cosas tienen mayor importancia en este momento. Como que tu pena más profunda puede sanarse. No hacia atrás, pues el pasado muerto está, sino hacia adelante, donde vivirás el resto de tu vida, que es lo importante. Puedes tener un padre, ahora y para siempre, si así lo eliges.
—¿Eh? Pero, ¿cómo? —Yinoim saltó atónito.
—Así, sencillamente —Ivhir dejó su alma en su propia mano, y la extendió hacia Yinoim—. Si tú quieres, yo seré tu padre, y tú serás mi hijo. Todo lo que de mí surge, será tuyo también por derecho. Por siempre. ¿Quieres, hijo?
Yinoim temblaba, se sentía tan pequeño, indefenso y torpe de movimientos como un bebé recién nacido. Extendió hacia Ivhir su mano con tanta lentitud como si estuviera cargada de plomo. Pero al llegar la mano a la mitad del camino, súbitamente se le alivianó. Sintió volver sus fuerzas, otra vez fueron suyas todas sus facultades. Estrechó la mano de Ivhir con firmeza, feliz como nunca antes desde el día de nacer.
—Sí —murmuró Yinoim desde el fondo de su corazón—, sí quiero... padre... papá.
Y el alma de Ivhir tocó el alma de Yinoim. Y por un instante fueron una. Y el espíritu de Ivhir pasó a habitar en Yinoim, para siempre.

Alrededor del fuego que ardía alegremente en la cima de la colina, los Once devoraban la comida anticipando un día largo mañana, donde los momentos de paz escasearían. Trala era el centro de atención de todo el grupo. Ya la habían visto engullir sin pausa tres aves gordas como pavos, y ahora daba cuenta de una pierna entera de un yurba que se había asado durante cuatro horas, ya que era una bestia poderosa, más grande que un buey.
—Usted no para de sorprenderme, mi dama guerrera —la celebró Wornal con grandes risotadas—.
¡Hay que ver nada más todo lo que come! No cualquiera puede saciarla como usted se merece, Sólo un cazador de primera puede.
—Eso es verdad, señor cazador —coqueteó Trala sin dejar de comer—, en más de un aspecto.
—No deberías comer tanto —opinó Vandir—. El día de mañana será duro.
—Ya lo sé, por eso estoy comiendo liviano —respondió Trala bebiendo de un jarro de diez litros.
—¿Hay alguna otra cosa de la que nunca se llene? —preguntó el daijin Ken sin mucha amabilidad.
—¡Hombres! ¡Nunca tengo suficientes hombres! —bramó Trala a viva voz, haciendo reír con malicia a Yenia y Gebanel.
—Si pregunta mi opinión, mi estimada Trala —volvió a hablar Wornal—, es una simple cuestión de escoger un hombre del tamaño apropiado. No sólo por su carne, sino por de qué está hecho su espíritu.
—Una opinión que tomaré en cuenta, mi querido Wornal —sonrió Trala más seductora que nunca.
—¡Ay por favor, hablen más bajo! —se quejó Balmroon, el rastreador de huellas, que envuelto en una piel trataba de dormir.
—Tiene el cuello cansado de mirar al suelo —volvió a reír, más fuerte, Wornal.
Gebanel codeó a Yenia.
—¡Levanta tu corazón, cabello ardiente! —rió—. La noche es fresca, la carne exquisita, el fuego delicioso. Si echas de menos a Yinoim, podemos jugar a conquistar a Zepiver, a cambio —Zepiver se atragantó.
—No bromees con algo tan serio —rugió la pelirroja con su temperamento de fuego, pero luego se enfrió y bajó los ojos—. En serio estoy muy preocupada.
—Ya volverá —sentenció Yilberum—. Cuando le de hambre y se aburra de su capricho, llegará por aquí con cualquier excusa. Yinoim siempre ha sido así. Mimado y acostumbrado a hacer lo que le venga en gusto. Aquello de príncipe salvaje es más bien principito caprichoso. No tuvo un padre que le pusiera freno a una madre consentidora.
—¡Ya basta! ¡Sabe que eso no es cierto! —volvió a rugir Yenia.
—Totalmente de acuerdo —habló Trala—. Ese que estás retratando no es el Yinoim que hemos conocido. Hasta ahora sus intervenciones sólo nos han salvado.
—Yinoim es el chico más fuerte que conozco. Hace que los cazadores libres de su edad parezcan pollos sin plumas —intervino Wornal con decisión.
—Descubrió el puente mientras discutiamos, nos salvó a todos cuando nos hizo correr hacia el bosquecito —continuó Trala con firmeza.
—Exageras —gruñó Yilberum.
—Los gorns nos hubieran matado de quedarnos al borde del acantilado. Era sólo cuestión de empujarnos con la fuerza de mil de ellos. Yinoim lo advirtió y nos avisó. Le debemos la vida todos.
—Tal cosa es verdad —aprobó Kushag.
Yilberum quiso replicar, pero al sentir que nadie estaba con él prefirió callar y atacar un trozo de yurba. Reconfortada por las palabras de Trala, Yenia levantó su espíritu y comió con buen apetito, aunque, de vez en vez, miraba de reojo la ruta de la colina con la esperanza de verlo llegar. Luego todos empezaron a sentir ganas de imitar a Balmroon, que envuelto en su piel como un capullo, dormía sin dejar de buscar huellas en sueños.
—Falta decidir quién hará la primera guardia —habló Vandir, el enmascarado.
—Eso está decidido, la vas a hacer tú —dijeron todos.
—¿Qué? Pero cómo... —gruñó desconcertado.
—Hicimos una votación, y tu nombre fue el que salió más veces. ¡Eso es damakru! —rió Kushag.
—Así que buena suerte —dijo Trala.
—Y abre bien los ojos —dijo Wornal. Muy pronto todos dormían, salvo Vandir, y salvo Yenia y Gebanel, que compartian la misma piel.
—Ya duérmete, cabello ardiente, él está bien —habló Gebanel.
—¿De verdad no te importa, que estás tan tranquila? —se quejó Yenia.
—Todo lo contrario. Estoy tranquila porque yo sí confío en él —dijo Gebanel—. Tengo fe en lo que es capaz de hacer, sé que, elija lo que elija, estará bien. El amor confía, cabello ardiente, no teme.
—Supongo que es verdad —suspiró Yenia—. ¡Oye, espera! Hablaste de amor, ¿acaso tú...?
—Te lo voy a poner de esta forma: Tú y yo somos amigas, porque somos amigas ¿verdad? —habló Gebanel.
—Sí claro, ¿pero qué tiene que ver?
—Las amigas... comparten —sonrió Gebanel con picardía, dejando a Yenia desconcertada, mientras se daba vuelta y hacía como que dormía.

La noche oscura brillaba con más fuerza que nunca, porque no era la noche oscura que siempre miraban las criaturas mortales, sino otra, muy especial.
Yinoim contemplaba la noche oscura junto a su nuevo padre. Ivhir, de espaldas también junto a su nuevo hijo, hacía gestos con su mano, y una estrella, de las muchas que había, parecía acercarse a su voluntad.
—¡Ayuc! —exclamó Yinoim—. Puedes mover las estrellas. ¡Es increíble, papá!
—No las estoy moviendo en realidad, hijo —explicó Ivhir—. Sólo cambio nuestro punto de vista, para verlas mejor. Si hiciera algo tan violento como mover una estrella, tendría que responder.
—¿Responder? —Yinoim se sorprendió— ¿Ante quién?
—Ante el universo. Todo lo que existe, se mueve en una armonía delicada que no puede alterarse sin consecuencias.
—Pero de todas formas, el universo es tuyo, es decir, tu lo hiciste, ¿no?
Ivhir rió.
—No tienes idea de qué tan inmenso es el universo. Esos puntos luminosos que llamas estrellas, son en realidad soles gigantescos, donde a su alrededor giran mundos, llenos de criaturas mortales.
—¿Y tú reinas sobre todos esos mundos? —preguntó Yinoim.
—Sobre esos mundos reinan otros dioses.
Ivhir había hablado con toda calma, pero Yinoim, sobrecargado por tantas revelaciones en tan corto tiempo, sintió las palabras de Ivhir como si fueran rayos quemándole la piel.
—Pero entonces, ¿quién reina sobre todos? —saltó al fin.
—¡Muy buena pregunta! —rió Ivhir—. Ese es el Gran Misterio. El Mayor De Todos Los Misterios, que sólo los mayores entre los sabios, además de otra clase de seres, logran captar en su totalidad. Muchos logran una comprensión parcial, y eso cambia sus vidas para siempre. Otros, se apresuran a ponerle un nombre demasiado pronto, y ese nombre los confunde.
—¿Los confunde?
—A algunos, hasta los enloquece.
—¿Por qué?
—Porque se aferran a ese nombre. Y olvidan que un nombre es sólo eso: un nombre. Una colección de letras para referirse a algo. Si otro le pone un nombre diferente, creen que no están hablando de El Mismo. Guerras han empezado por eso. Cuando entres en el Gran Misterio, no uses nombres. Las palabras todo lo endurecen.
—Dijiste que había otra clase de seres, aparte de los sabios, que conocían el Gran Misterio
—preguntó Yinoim—. ¿Quiénes son?
—Los simples. A ellos se les abren todos los misterios —habló Ivhir—. ¡Ah! ya está amaneciendo. Es hora de que te reúnas con tus compañeros.
—¿Ya amanece? ¡Pero si no dormí! ¿Y si me vence el sueño durante el día? —se angustió Yinoim.
—Eso no pasará, tu alma descansó lo suficiente —le tranquilizó Ivhir—. Pero antes que te vayas, una cosa más. Mmmmh, creo que por aquí la tenía, a ver... sí, es esta.
Y ante la mirada atónita de Yinoim, puso en sus manos una lanza brillante y pulida como nunca antes usada. Medía un metro justo y era delgada, casi una flecha, con dos puntas. Una dorada como el oro, otra blanca como la plata, y la barra que las unía era azul como un mar de mediodía.
—La lanza de Iv... ¡Tu lanza! ¿Por qué?
—¿Por qué? Eso lo sabrás caminando el camino. Vete ya. Saldrás por la ladera opuesta de la colina si tomas esa cueva —dijo Ivhir.
Yinoim se encaminó hacia la cueva pasando la Lanza de mano en mano. Había sido la mejor noche de su vida. Ver su vida como en un espejo, conocer a Ivhir, el Señor De La Creación, a quién desde hoy y para siempre llamaría padre. Y al final, la Lanza Legendaria. La reliquia de poder, tocada por los héroes de las leyendas, los más dignos entre los dignos. Mmmmh, ya quería ver la cara de Yilberum cuando lo viera. ¡No podía esperar!
—Un par de cosas más antes de irte, hijo —habló Ivhir a sus espaldas.
—¿Qué?
—Casi todo lo que se logra con facilidad, es falso.
Yinoim prometió recordar.
—Pero lo más valioso de todo, es gratuito.
El día también amanecía para los Once. Tras tomar sus armas y equipos bajaron la colina por la ladera opuesta, siguiendo la dirección del sol. Pronto se reunirían nuevamente los Doce y tomarían la ruta de Zevandir. Y uno de los Doce habría cambiado para siempre. Como cambia un guerrero cuando encuentra la Lanza Del Poder, o como cambia un profeta cuando encuentra a su dios. O simplemente, como cambia un hijo perdido, cuando encuentra a su padre.

(continuará)

_________________
"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

El retorno de la reina dulce
La Travesía Del Capitán Scott
La Llamada De Los Dioses

Las Cronicas de Narnia en Espanol
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MensajePublicado: Vie Jul 25, 2008 2:31 pm    Asunto: Responder citando

Niles... realmente hace mucho tiempo que no me emociono como lo hice con este capítulo... hasta ahora estuve siguiendo la historia en silencio, pero quiero que sepas que igualmente la sigo, y estoy seguro que mucha gente más lo hace.

Bendiciones.
Un abrazo!

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reyNiles
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MensajePublicado: Vie Jul 25, 2008 7:16 pm    Asunto: Responder citando

Un abrazo y muchas bendiciones para tí también, FireHeart.

Te seré sincero. Pensé que tenías enojo conmigo por aquella discusión religiosa en las flechas flasheras. Ojalá todos entendieran que no soy ningún ateo infiltrado ni un troll-anticristiano; creo en Dios y me interesa muchísimo, sólo que a veces me porto como un Sócrates insoportable (Sócrates siempre preguntaba a los atenienses cómo sabían si realmente sabían. Tanto preguntó que al final lo mataron).

Digamos que la fe es como el oro puro. Si es real, resistirá todos los ácidos y pruebas químicas. Si es falso, se disolverá. Pero aún así, creo que lancé demasiado ácido y lastimé a más de alguien.

Ivhir, (como Aslan) es una metáfora del Dios que anhelo encontrar. El Creador, El Amor. Ojalá todos lo entiendan así, pese al ambiente mitológico de la historia.

Dios te bendiga muchísimo, y gracias por tu mensaje.

Rey Niles.

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FireHeart
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MensajePublicado: Vie Jul 25, 2008 10:24 pm    Asunto: Responder citando

Niles, ¿cómo pordia enojarme con alguien como vos?

Hay pocas personas con las que no podría enojarme, quiza sí me molestó un poco, pero como dijo Edward tiempo atras "nos reiremos de esto" jajaja

Con respecto al capítulo:
A partir de este día dejo asentado que la frase de Ivhir va a ser una de mis frases favoritas: "Casi todo lo que se logra con facilidad, es falso. Pero lo más valioso es gratuito"... me hace acordar de una frase del Apocalipsis (o Revelación, para los amantes del Griego, si no me equivoco), donde el Espíritu y la Esposa invitan a tomar agua gratuitamente, esa y la parte donde Ivhir invita a Yinoim a ser su hijo fueron las que más me emocionaron, pero fue mas que eso... me llegaron hasta lo más profundo.

Bueno, sé que el primer parrafo no se conecta con el segundo, pero te lo tenía que decir jejeje.

Cuidate y mil bendiciones!!

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reyNiles
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MensajePublicado: Dom Jul 27, 2008 4:53 pm    Asunto: Responder citando

Sí, tienes razón en lo que dices. Me alegra mucho que te hayan gustado esas partes. Gracias de nuevo, y de nuevo, muchas bendiciones.

Rey Niles

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