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EL HIJO DE LA BRUJA, LA TRAVESÍA DEL CAPITÁN SCOTT


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reyNiles
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MensajePublicado: Mar Jul 29, 2008 5:21 pm    Asunto: Responder citando

Querida Lady Lyla:

Muchas gracias por tu interés y tranquila, la historia sigue hasta que finalice. Como dicen en las películas, "hasta que las letritas comiencen a correr para arriba".

Querida FerMix:

¿Materia Oscura? ¡uuuy, no veo! ¡prendan la luz! ja-ja. Buena observación. Tal vez Niles se leyó la brújula dorada, y por eso lo último que quiere en Narnia son osos polares, pero los va a tener que ver igual. Lo cierto es que al final de la primera historia yo sugería unas cuantas más, y en medio de ellas hablaba de "una tierra polar desconocida". Lewis nunca dijo que hubiera un polo norte en narnia, pero tampoco lo negó abiertamente, así que eché a andar mi imaginación. Si hay o no una ironía a los osos de Pullman es algo que dejaré que descubras solita; igual te diré que, si en algo estan de acuerdo la gente que me quiere y la gente que me odia, es que puedo ser un tipo muy sarcástico. Siempre mis escritos incluyen pequeños chistes secretos y no tan secretos, cosa que el que entienda ría.

Sí te diré con sinceridad que, cuando componía esta historia, la cosa estaba que ardía con los chicos de Pullman, así que tal vez, algo hay. En todo caso me divertí más en esa época que ahora, que todo este asunto de Caspian-libro vs Caspian-película acapara el 80% de la discusión. Para terminar de matarla, mi sobrina lee mis fics y me tiene la cabeza chata con que Ben Barnes sería el rey Niles perfecto. "ya -le digo yo-, consígueme un banco que me preste 300 millones y lo contrato para mi película". Claro que, si tuviera esa plata, haría una peli de La Llamada De Los Dioses. "Síii -me dice mi sobrina-, ¡pero porfis, que William Moseley sea Yinoim!" ¿Willy Moseley como Yinoim? Habría que verlo sin camisa...

Creo que lo del nick me dará algún problema, pero bueh, ya lo hice y no lo puedo cambiar. En todo caso, no hay que confundir creador con creación; no soy rubio ni soy rey de Narnia, mi dibujo de avatar es totalmente sincero, te lo juro, así me veo. Pero es cierto que cada personaje importante tiene "algo" de su autor, pero en ningún caso para creerme mi propio cuento. Es lo mismo que el banner que inventé que dice "I am Yinoim". Es obvio que no tengo una mamá ter-eol, no tengo amigas como Yenia & Cillen y no soy un chico salvaje de 15 años (sic). Pero al ser el autor, hay "algo de mí" en Yinoim, y por supuesto hay algo de mí en el rey Niles. El soñaba con ser un escritor famoso y al final terminó de rey de Narnia, y con Susan. Anda pues a saber donde está la felicidad, después de todo.

cariños

Rey Niles (el que escribe y dibuja, por sia)

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"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

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FerMix
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MensajePublicado: Mie Jul 30, 2008 1:26 am    Asunto: Responder citando

Jajaja y espero que tampoco seas Avatar Roku!!! Jajaja

Lo bueno de tu nick es que es facil identifcar 'ah, el fue quien escribio el fic de El Retorno de la Reina Dulce...'

Para ser sincera, no vi ni lei La Materia Oscura. Solo vi al oso en una publicidad jeje. Pero no me dan ganas de leer al tipo que odia a Lewis. En cambio, hare un tiempito para leer el fic anterior ^^.
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reyNiles
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MensajePublicado: Mie Jul 30, 2008 12:46 pm    Asunto: Responder citando

Querida FerMix:


Cita:
Para ser sincera, no vi ni lei La Materia Oscura. Solo vi al oso en una publicidad jeje. Pero no me dan ganas de leer al tipo que odia a Lewis. En cambio, hare un tiempito para leer el fic anterior ^^.


Tienes razón, será tiempo mejor aprovechado (je-je, ¿donde dejo la modestia?)

Sé que muchos leyeron "la materia oscura" para tener argumentos para debatir, pero ya es agua pasada... al final, no salió el oso tan feroz como lo pintaban.

cariños.

Rey Niles

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reyNiles
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MensajePublicado: Lun Ago 04, 2008 4:05 pm    Asunto: Responder citando

Veamos como se las arreglan contra el oso.

(continuación)

La inmensa figura blanca de un oso polar gigante había surgido desde estribor tapando todo el cielo con su feroz figura. De su mano derecha dos vocecitas gritaban desesperadas. Eran dos pingüinos atrapados como dos moscas.
–‘Dita sea… –susurró Susan luchando por maldecir lo más suave posible–, encima de todo, esta bestia tiene prisioneros. ¿Cómo vamos a atacarla?
Sin esperar orden, un arquero simio disparó una flecha hacia la panza de la bestia, que se hundió sin que la criatura mostrara dolor alguno. Luego, el monstruo levantó la zarpa libre descargando un feroz zarpazo contra el barco. Pareció que el Constelación iba a partirse en dos, pero milagrosamente, la zarpa se disolvió en un salpicón que inundó toda la cubierta con agua salada.
–¿Qué pasó? –Susan y Niles saltaron de sorpresa.
–No es real –intervino Helen–, está hecho de agua, ¡una creación mágica!
–Con razón es tan feo –ironizó Niles–, pero eso pone un problema: ¿con qué le pegamos?
–Hay otro problema –replicó Susan– ¡los prisioneros! ¿Cómo vamos a salvarlos?
–En realidad, la naturaleza de la bestia facilita ese punto –dijo Niles–, yo me encargo.
Diciendo esto, Niles cogió una cuerda y trepó por el palo mayor de la nave justo frente al oso de agua.
–¡Otra vez jugando a Tarzán! ¿Qué pretende? –Susan se sentía muy enojada.
–¡Déjalo actuar! –replicó Helen– parece que sé lo que intenta.
Niles tuvo a su frente la zarpa del oso con los dos pingüinos gritando con desesperación. Entonces, desde su derecha, oyó el sonido del avión de Vuelanubes dirigiéndose hacia la bestia. La máquina voló frente a la cabeza dando un giro alrededor, momento que Niles no desperdició. Soltó la cuerda en un vuelo bien peligroso (tenía razón Susan; realmente parecía Tarzán deslizándose en su liana) directo a la zarpa y los pingüinos. Sintió el golpe del agua, se mojó pero el agua cedió ante su golpe, más intuyendo que mirando atrapó con su brazo libre ambos pingüinos, luego la cuerda siguió su trayectoria volviendo al palo mayor y a la seguridad del barco.
–Estamos… ¿vivos? –susurró un pingüino.
–¿Viste una flor en un glaciar? –preguntó su compañera con enojo– ¡Claro que estamos vivos!
Vuelanubes molestaba al oso de agua sin hacerle verdadero daño. La fiera, enojada por su revoloteo y la pérdida de los prisioneros, tomó la nave por la borda dándole un violento zarandeo. Marinos y pasajeros resbalaron por cubierta, Niles luchó por aferrarse al palo mayor con sus rescatados. Sin saber que hacer realmente, Susan golpeó una zarpa del oso con su escudo de oro de la unicornia azul, ¡y la zarpa se disolvió! Animada, dio otro fuerte golpe a la zarpa que quedaba. Momentáneamente manco, el oso de agua rugió algo semejante a una amenaza. Los monos del General Gor corrieron a proteger a las reinas.
–¡Su escudo tuvo efecto, majestad! –exclamó el gran gorila.
–Sí pero, ¿qué está haciendo Vuelanubes?
La ardillita parecía intentar una maniobra suicida. Abrió la cabina del avión arrojando una especie de botella sobre el oso. La botella, al quebrarse, se inflamó y ante el asombro de todos, el oso pareció quejarse de dolor.
–¡Eso es! –Susan se iluminó de pronto– ¡Rápido! ¡Traigan todos los barriles de ron y aguardiente y coñac! ¡Que los halcones y las águilas se preparen a atacar!
–¿T…t…todos los barriles, majestad? –preguntó un marinero con angustia.
–¡Sí, todos! ¿Qué no ven que esto es una batalla?
Luego y mientras sacaban los barriles de la bodega, Susan quebró las tapas y distribuyó jarras a los halcones dándoles sus órdenes.
–Vacíen las jarras sobre el oso y no paren hasta acabar todos los barriles. General Gor, mientras los halcones terminan, prepare a todos sus arqueros.
–¡A su orden, majestad! ¡arqueros acá! –respondió el general.
Los halcones vaciaron jarra tras jarra sobre el oso. Luego Susan alineó a los arqueros sobre la línea de estribor. Ella misma, con su arco, encendió una flecha incendiaria y disparó hacia el oso, todos la imitaron cubriendo al oso con flechas en llamas. Impregnado en alcohol, el oso se inflamó desde adentro y se estremeció en un mar de llamaradas, dio un gemido de agonía y entonces, el agua que lo formaba se disolvió volviendo a ser parte del océano de donde nunca debió salir.
–Brillante –dijo Helen con admiración– ¿Cómo adivinaste…?
–…¿Que el fuego rompería una magia polar? –Susan completó la pregunta–. Llámalo intuición de reina. Pero todo el mérito es de Vuelanubes. Su ataque imprudente reveló la debilidad del hechizo.
–¡Pequeña tonta! La voy a coger de la cola si se atreve a aterrizar –exclamó Helen con más preocupación que enojo.
–No seas dura, le debemos la victoria, pese a todo –se sonrió Susan.
–Mira por donde, eras tú la que estaba furiosa con Niles por sus tarzanadas –Helen rió.
–Mmmh sí, tú me dices que comprenda y yo te digo que comprendas, te hago caso y me haces caso, ¿no es así como funciona? Bueno, hablando de eso, a ver si el rey héroe se decide a bajar del palo mayor con los rescatados.
Y desde el palo, habiendo visto todo, la pingüina susurró:
–Era cierta nuestra última esperanza: ¡los sureños pueden detener a la Gran Bruja y su despiadado hijo!

(continuará)

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El retorno de la reina dulce
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reyNiles
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MensajePublicado: Vie Ago 22, 2008 12:23 pm    Asunto: Responder citando

Pasado el peligro del oso de agua, es hora de ver qué se traen estos pingüinos bajo el poncho:

(continuación)

En Cair Paravel, dos invitados acalorados

–¿No tienen agua más fría que esta? –preguntó Susan muy seria a los sirvientes que traían barriles desde la bodega más profunda del castillo.
–Majestad, esta es el agua más fría que tenemos. ¡La sacamos del pozo más hondo de todo Cair Paravel! –le respondió el sirviente bastante enojado.
No crean ustedes que Susan se portaba como una reina malcriada, todo lo contrario, lo hacía preocupada por el bienestar de sus improvisados huéspedes. El pingüino y la pingüina descansaban en una piscina de piedra lejos de los rayos del sol, protegidos por muros de piedra gruesos, y aun así, se quejaban del calor sofocante que los agobiaba.
–No quiero parecer grosera –decía la pingüina–, pero realmente ¡nos morimos de calor! Esta agua está apenas fresca, y mi compañero, que es más débil, parece que se va a desmayar en cualquier momento.
–¡No es verdad! –replicó el pingüino, quemado en su orgullo.
–No se peleen –dijo Susan–, nadie te está diciendo débil, amiguito. En verdad, el problema es que llegaron en la peor época del año para un pingüino. Si hubieran llegado en invierno, se hubieran sentido a sus anchas entre la nieve y los lagos congelados donde se va a patinar.
–La verdad, estaba a punto de preguntarle donde está la nieve –dijo la pingüina–, pues desde que llegamos no he visto más que rocas y esa cosa rara que parece roca molida...
–Tierra –aclaró Susan.
–...Sí eso, tierra, y nada de nieve ni hielo fresco para construir –continuó la pingüina–. Digo yo, con todo respeto, majestad, ¿cómo viven en este lugar que parece el cráter de un volcán? ¿Cómo soportan ese sol que parece una fogata quemando todo el día? ¡Y sin nieve donde deslizarse! ¡uuuf! ¿Y si les da sed, cómo la calman sin masticar nieve hasta quedar bien saciada? ¿Acaso mastican tierra?
–No linda, cuando tenemos sed, bebemos agua líquida –respondió Susan.
–¡Agua líquida! –exclamó la pingüina escandalizada– ¿Pero y la sal? ¿No los seca por dentro?
–No bebemos agua de mar –Susan empezaba a fascinarse con la conversación–, bebemos agua dulce que los ríos y lagos nos entregan con generosidad.
–¿¡Que acaso ven el diablo a la luz de la luna!? –saltó la pingüina– ¡Agua dulce! Eso es como decir aire duro o hierro blando.
–¡Claro que no! ¿No probaste el agua donde están ahora? Esa es agua dulce. Prueba y dime –Susan casi reía, pero no quiso ser grosera.
Mientras la pingüina abría dos ojos como dos pelotas de tenis, su compañero, menos hablador pero más flexible, tocó el agua con la punta de su lengua y exclamó, muy asombrado:
–¡Es verdad! ¡Dulce como la nieve! ¡Increíble! ¡Pruébala, Icewina!
–¡Con razón está tan caliente! –reclamó la pingüina con enojo, tras probarla con mucho miedo. No sólo era habladora, sino además, regañona, y como Susan acababa de ver, más miedosa de lo que pretendía.
–¡Oye pájara! –rugió una voz de muchacho– ¡La Gran Reina hace lo que puede! ¡Ya nos tienes a todos trabajando con eso de que te mueres de calor!
–Perseus, porfa, no la asustes –susurró a su lado la joven fauna de voz maravillosa.
El ahora Príncipe de los Faunos había crecido desde la última vez que lo vimos. Estaba más alto y de músculos más fibrosos. Su voz ya sonaba más ronca, pero igual, era una voz de muchacho. Le gustaba presumir de sus brazos cada vez más forzudos, aunque odiaba usarlos para tareas humillantes, como la que estaba haciendo: cargaba un gran balde de roble lleno de agua y trozos de hielo.
–Perseus, eso que traes ahí, ¿es hielo? –Susan se asombró.
–Sí sí, hielo –gruñó el joven fauno pelirrojo–, hielo fresquito para los pajaritos que se nos derriten. ¡Y está harto pesado! Así que con permiso, quiero vaciar e irme luego...
–¡Exagerado! –se rió la fauna–. Mi balde es igual de pesado, y no se supone que una cantante de corte haga esta faena.
–¡Ooooh síiii! –gruñó Perseus– para acarrear como las mulas están los príncipes –entonces se detuvo, dio un suspiro-gruñido y lo pensó mejor–. Está bien, ve tú primero, que nadie me diga abusivo.
–Lo sabía, eres un cielo –se rió la bella fauna, y empinándose sobre sus patitas de cabra, le dio un beso en la mejilla. Luego, sin dejar de reír, se acercó a la piscina de los pingüinos para vaciar el balde. Perseus, quieto en su lugar, la miraba sin su eterno ceño fruncido. Más bien, se diría que los ojos sin querer se le endulzaban.
–¿Así que eres cantante de corte? –preguntó la pingüina, que al parecer no se endulzaba con nada– ¿Pero cantas bien? Porque la verdad no imagino cómo un mamífero, sin pico de ave ni buche, puede emitir notas melodiosas desde su garganta. En mi tierra escucho a los osos y a las focas, y por cierto no cantan nada bonito. En nuestra corte sólo las golondrinas de nieve nos deleitan con su canto.
–O sea que... –sonrió la fauna– ...los pingüinos no cantan.
–Lunalumina es la voz más hermosa que jamás ha cantado –intervino Susan. ( Si hasta ahora no les dije que la joven fauna de voz maravillosa se llama Lunalumina, les pido mil perdones)–. Y encima, una de las criaturas más dulces y amables que jamás haya existido...
–Hay que serlo para sonreír sin alterarse por las preguntas de una pajarraca grosera –interrumpió Perseus.
–¡Perseus! –lo regañó Susan.
–Está bien, no hagamos un lío de esto –concilió Lunalumina–, nuestra invitada sólo preguntaba –y sin dejar de sonreír, mientras vaciaba el balde, comenzó a cantar con una voz que parecía el susurro de un ángel, un arpa de cristal pulsada por la brisa, una cascada de miel en primavera–: luna... dale el rostro a la luna... que el recuerdo te lleve... abre tu corazón...
–Ooooh cielos –murmuró el pingüino, estremecido. Perseus, por su parte, estaba boquiabierto. Sólo Susan apreciaba con discreción.
–Ah, es una canción con palabras –dijo la pingüina, fingiendo indiferencia–, yo pensé que hablábamos de silbidos de ave...
¡Splach! Un trozo de hielo especialmente grande cayó en ese justo momento y le salpicó la cara a la pingüina. Sin dejar de reír, Lunalumina se retiró sin decir en el rostro si había sido nada más un accidente.
–¡Qué maravilla! –exclamó el pingüino– ¡Esta agua SÍ está fresca! ¡Aaaah! ¡Qué alivio! ¡Oh, y está salada!
–Sí sí, salada como arenque en conserva –volvió a gruñir Perseus–. Ahora, ¿me dejan pasar? Quiero volcarle este balde en la cabeza a una que estoy mirando.
–No te atrevas, Perseus –Susan advirtió con firmeza.
–Sólo es un decir, reina Susan –aclaró el fauno.
–Además, su fauna cantora ya me salpicó la cara –se quejó la pingüina.
–¿Yo hice eso? –Lunalumina puso cara de niña tonta.
–Bien concuerda con tu gentileza –dijo Perseus mientras volcaba su balde, pero no sobre la cabeza de la pingüina–, todo Cair Paravel está sudando por mantenerlos frescos, y hasta ahora sólo han dicho “tenemos calor, qué calor tenemos” y toda esa tontera.
–Perseus, no se trata bien a la gente a cambio de esperar las gracias –le recordó Susan.
–No dije eso, reina Susan –replicó Perseus–. Digo que, hasta ahora, no nos han dicho qué quieren de nosotros; qué hacían en las garras del oso de agua, cómo llegaron a eso, y por qué enviaron una flota de barcos de guerra hacia nuestro país.
–¿Que este vio al diablo a la luz de la luna? –exclamó la pingüina indignada–. En primer lugar, no somos invasores; somos víctimas. En segundo, no mandamos una flota de guerra; sólo eran cuatro barcos nuestros y el resto eran del enemigo, que por cierto nos barrió en pleno mar. Y tercero, no somos pájaros ni pajarracos; somos Pinwis. Súbditos del gran reino Pinwi, del continente Pinwi, la más grande y rica extensión de hielo y nieve jamás creada. Tierra de inmensos glaciares y icebergs que navegan por el mar helado. País de auroras boreales y meses enteros sin sol... ¡aaah, mi país! –suspiró la pingüina.
–¡Uuuy! Justo el reino que quisiera encontrar a través de un ropero –se burló Perseus, y Susan le dio un codazo en el brazo.
–Todo era paz hasta que la reina osa decidió que nuestro país le estorbaba –continuó la pingüina–, y de un día para otro, siglos de buena convivencia se rompieron. Los osos polares nos atacaron a comienzos de primavera, y la verdad, fue muy perturbador ¿saben? Estábamos habituados a la paz, no teníamos un gran ejército, y los osos siempre fueron, bueno, cómo decirlo, especiales, por lo que verlos atacar como bestias nos alteró demasiado, fue como si la nieve decidiera fundirse de pronto. Ellos siempre habían mantenido la paz y ahora, pues ahora estaban iniciando la guerra, por su cuenta y sin ninguna razón de nuestra parte, se los juro. Fue así como mi gente empezó a sufrir... miren, ellos son grandes, fuertes, feroces, son osos; y nosotros pacíficas aves marinas.
–¿Seguro que no hicieron nada para provocarlos? –preguntó Perseus– ¿No habrás hecho tú algún comentario sobre su reina?
–Perseus, ¿por qué no traes más hielo para los invitados? –preguntó Susan.
–¿Qué? ¿Ya están otra vez acalorados?
–Tráelo, por favor... –insistió Susan.
–Pero este ni siquiera se ha derretido...
A-HO-RA... –Susan volvió a insistir con firmeza, en un tono de voz que dejó bien en claro lo que realmente quería decir.
–¡Ufa! ¡Ya entendí, no soy tan tarado! –gruñó el fauno.
–Entonces anda –dijo Susan.
–¡Grrrnf! ¡Está bieeen, ya voy, “mamy”! –replicó, tan furioso que se fue haciendo sonar sus cascos ¡clac clac clac! lo más fuerte que pudo para que se escuchara bien su rabia.
–Sigue siendo un bebé de cuernos largos –comentó Lunalumina sin dejar su sonrisa.
–Ya crecerá como los árboles, crecerá de verdad –sonrió Susan con ternura.
–El punto es, retomando el asunto –continuó la pingüina– que su reino está en peligro. La reina osa ha descubierto que existen, y planea una invasión hacia el sur, a sus tierras, propiamente.
–Pero aunque esos osos sean feroces –opinó Lunalumina–, si el calor los sofoca como a ustedes, poco futuro invasor les veo.
–¿Viste una flor en un glaciar? –le replicó la pingüina con cierto temor–. La reina osa es una gran hechicera. Manda a las mareas y a las tempestades. Controla los volcanes de nuestra tierra, ha hecho estallar varios haciendo que glaciares enteros se derritan. Y encima tiene ese hijo... el príncipe, un guerrero brutal que nadie jamás ha vencido.
–Se dice que la Gran Osa prepara un hechizo terrible que se completará el Día de la Luna Roja –intervino el pingüino–, un hechizo que cubrirá sus tierras y todas las demás bajo una capa de nieve tan profunda como el gran océano.
–¿Otro invierno interminable? ¡Nooooo! –tiritó Lunalumina como si ya sintiera el frío.
–Si es verdad lo que dicen, es gravísimo –dijo Susan.
–Pues a mí se me hace bien raro que alguien quiera salvarnos del ambiente que a ellos les conviene –interrumpió otra vez Perseus, con otro balde de agua con hielo en sus brazos, y a su lado la ardilla Vuelanubes.
–¡Oigan! A nosotros no nos gustaría que un hechizo llevara a nuestro reino este calor espantoso y esta... ¿cómo la llamaron? tierra. Pero a ustedes les gusta y es así como debe continuar, cada quien en el mundo que le da mejor vida –replicó la pingüina–. Por eso, el hechizo de la reina osa debe detenerse, si lo concreta será invencible. El Día de la Luna Roja será muy pronto.
–Exactamente en 34 días, según mi calenda-cronómetro –intervino Vuelanubes sacando su estrafalario reloj.
–¿Majestad? –Lunalumina preguntó preocupada, al ver el rostro de Susan.
–Es grave y encima urgente, lo que menos ayuda para decidir –dijo Susan–. Lunalumina, ¿puedes ir en busca de Niles y pedirle que organice un consejo de emergencia? Que asistan la Reina Helen, el Rey Hakim y los tres generales, y todos los miembros de la Orden Del León y consejeros. Y tú también Perseus, y no, no te estoy echando de nuevo. Ustedes quedan aquí, pinwis, les mandaré pescado o lo que sea que coman, y respecto al hielo...
–No se preocupe, hermosa majestad –dijo Vuelanubes–. Mi máquina frigorífica seguirá entregando más mezcla de hielo y sal.
–¡Ya me preguntaba de donde venía el hielo! –exclamó Susan– ¿Así que también haces máquinas congeladoras?
–Majestad, si es máquina, la hago. Y si no tengo materiales, me demoro más, pero igual la hago.
–Ardillita, creo que preciso hablar contigo mucho más largo –sonrió Susan, preparándose para la seriedad de un consejo.

(continuará)

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MensajePublicado: Mar Ago 26, 2008 8:27 pm    Asunto: Responder citando

Tenía un buen que no leía esta historia...
es muy buena jeje...me encantan los pingüinos Sonriendo
Bendiciones Risa tonta Risa tonta

PD: prometo no volverme a perder Risa tonta

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Bien sabía que algo inesperado podía ocurrir; así que ni esperanza de pasar sin que sucediera alguna terrible y temeraria aventura en los inmensos picos de estas montañas con sus solitarias cumbres y valles donde ningún rey reinaba. Por fin se encontraban atravesando un desfiladero angosto a una gran altura, bordeado por el más terrible precipicio cuyo fondo desaparecía en la neblina del valle. Allí pasaron la noche arropándose con un pedazo de cobija y titiritando de frío y pavor. (The Hobbit)
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MensajePublicado: Mie Ago 27, 2008 4:53 pm    Asunto: Responder citando

Muy bien Alambil, te tomo la palabra.

¡Ja! en serio, bienvenida cuando quieras. Dios te bendiga y vuela como el viento que de rejas no conoce.

Rey Niles

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MensajePublicado: Jue Sep 04, 2008 1:02 pm    Asunto: Responder citando

Hora de ver qué se va a decidir frente a la amenaza de la reina osa. Bueno, creo que la tradición Narniana siempre dicta una gran aventura y... vaya, una tierra sin descubrir aún tienta al más prudente, creo.


(continuación)

Los reyes celebran consejo

–Ya saben todos lo que esos pingüinos han dicho –comenzó Susan el consejo–, y tras lo vivido por todos en el Constelación con ese oso de agua, no encuentro muchos puntos débiles en su historia, aunque bien, no tenemos más prueba que su palabra.
–Y las palabras se las lleva el viento –comentó el rey Hakim con sobriedad–. Y a todo esto, ¿a qué llaman “el día de la Luna Roja”?
–Eso es fácil –dijo la reina Helen–, la luna se pone de color rojo durante un eclipse total, y según las cartas astronómicas, tenemos uno previsto dentro de 34 días.
–Es lo que dice mi Calenda-Cronómetro –intervino la ardilla Vuelanubes–, un eclipse lunar para esa fecha. No sé mucho de magia, pero estudié en las enciclopedias que la luna tiene influencia sobre la magia de agua.
–Esos pingüinos pueden traerse planes escondidos –opinó el General Gor–, pero todos vimos el ataque del oso de agua.
–¡Jiiiijaaauuu! No son las aves los seres más confiables –intervino el General Jumento–, pero aunque sus motivos sean discutibles, la amenaza es real, al menos muy probable.
–Y la prudencia siempre ha dictado que quien golpea primero, golpea dos veces –habló Niles–, si esto fuera una invasión normal tendríamos dos opciones claras: quedarnos aquí y fortalecernos esperando lo que venga, o bien anticiparnos yendo hacia la fuente del peligro. Pero estos Pinwis no han hablado de una invasión de soldados sino un hechizo, como quien dice un bombardeo a distancia. Y contra eso no hay opción. Hay que ir y atacar antes que nos disparen primero.
–¿Está hablando de una expedición al norte, gran rey? –preguntó el General Castor.
–¡Niles, los polos son los lugares más agresivos para la vida! –replicó Helen–, se necesita una gran cantidad de equipo, sólo para mantener el calor del cuerpo. Y luego están el problema de la alimentación, el transporte, el descanso...
–Lo sé, yo también he leído mucho sobre expediciones polares –replicó a su vez Niles.
–Entiendo tu punto, Helen –habló la reina Susan–, pero Niles ha dicho toda la verdad. Quedarnos y esperar no es opción. No contra un hechizo.
–Con el perdón de sus majestades –dijo el General Castor–, creo que se les está olvidando algo fundamental: ninguno de nosotros tiene la menor idea de qué es eso que ustedes llaman “polo”. Es más, jamás supimos, por ninguno de nuestros ancestros, que más allá del norte conocido hubiese algo así como ese continente Pinwi.
–Ni yo tampoco supe de eso –contestó Susan–. Bueno, voy a explicarlo de manera sencilla; las tierras polares son sitios donde todo el año es invierno. La nieve y el hielo jamás se derriten, y el sol se esconde durante la mitad del año. Allá el frío es mayor que en el peor invierno narniano.
–En el mundo que dejamos atrás había dos polos –siguió explicando Niles–, el ártico y el antártico. En ellos se daban los fríos más terribles.
–¡Brrrr! Han de haber sido desiertos desolados –opinó Lunalumina.
–En su mayor parte, sí, pero aunque no lo creas, tenían vida. Focas, pingüinos, osos y morsas, además de aves marinas y ballenas –dijo Niles.
–Ya veo por qué Aslan escoge reyes de aquel lugar extraño –se maravilló el General Castor–, conocen cosas que nosotros ni sospechábamos.
–Igual entiendan que hablamos de los polos de nuestro mundo anterior –aclaró Susan–, y un polo narniano pudiera ser muy, pero muy diferente, sobretodo si consideramos que...
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–...Que Narnia no es un mundo esférico como la tierra... –continuó Susan poniéndose algo nerviosa.
–Y eso nos lleva a un tal vez, quizá, probablemente y un si acaso –terminó Hakim.
–Majestades, hay un problema que no se ha considerado –interrumpió una mujer muy alta que tenía cabellos largos de sirena y uniforme de almirante. Era la almirante suprema de las fuerzas navales de Narnia.
–La escucho, almirante Casiopea –dijo Susan.
–Por todo lo que han dicho –explicó la almirante–, ninguno de nuestros barcos, ni siquiera el Constelación ni el Legolas; están equipados para esas tierras polares...
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–...Los grandes acorazados que pueden defendernos del frío, son demasiados lentos para llegar antes del plazo fatal –continuó la almirante.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–...Y las naves veloces son demasiado ligeras, y por lo tanto débiles ante el frío extremo, y aún ellas, demasiado lentas –terminó.
–¡Qué problema! –exclamó Helen–. Como quien dice, estamos vencidos desde el inicio.
–¡No! –replicó Susan–, ¡yo no acepto esa alternativa! Se trata de la vida de todos los narnianos, de todas las criaturas de los reinos vecinos. Algo debe hacerse, alguna idea buena debe ser la solución.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
Niles, desde su puesto, echó la cabeza hacia atrás y empezó a gruñir con los ojos cerrados. Nada dijo en mucho tiempo, mientras los demás miembros del consejo fueron lanzando una idea tras otra.
–Una armada de búhos y halcones equipados para el frío –sugirió la Almirante Águila.
–Si claro –gruñó el General Jumento–, ¿cuanto peso carga el águila más fuerte?
–¿Y por qué no tratan tus burros y caballos de llegar allá al trote? –rebatió la Almirante– ¿Les tomaría, digamos, un año y medio?
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¡Yo pondría una barca de cuatro líneas de remos con mis gorilas más fuertes! –vociferó el General Gor.
–Sí claro, cuatro y cuatro más, aún serían más lentos que el viento –le replicó la Almirante Casiopea.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¡No se peleen! –ordenó Helen con firmeza–. Se trata de un problema muy serio, no se vayan en sarcamos personales.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–Niles, no has dicho nada –dijo Susan de repente–. ¿Por qué no opinas?
–No tengo ninguna idea buena –respondió Niles.
–Niles, no me mientas –insistió Susan con firmeza–. Sé que tienes una idea en la cabeza, dila.
“¿Que no puedo esconderle nada? Cásate y verás, decía mi padre”. Pensó Niles ante la insistencia de Susan.
–Bueno sí, tengo una idea –habló Niles–, pero todos me van a odiar por decirla.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–Por favor, dila –insistió Susan.
–De acuerdo, aquí va –dijo Niles–. Ya que ningún barco de madera nos da lo que necesitamos, veo sólo una alternativa, pero implica traicionar todo lo que hemos logrado estos dos años: Habrá que reflotar uno de los barcos de acero del rey Gimkin.

(continuará)

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MensajePublicado: Vie Sep 26, 2008 5:48 pm    Asunto: Responder citando

Sigue el consejo. A ver cómo sigue.

(continuación)

Cayó un silencio que nadie quebró por rato largo. Un silencio total; ni cómodo ni incómodo, nada más silencio.
–Ya sabía que todos se iban a enojar –resopló Niles.
–¿Reflotar un barco de acero? –dijo el General Castor– ¿Volver a las máquinas echando humo pestilente?
–No veo otra forma de alcanzar el polo a tiempo –respondió Niles–, con todo el equipo y recursos que se necesitan para tal expedición.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¡No, eso es inaceptable! –rugió la Almirante Águila– ¡Si permitimos un barco a carbón, mañana será una fábrica! Una máquina trae otra más grande, igual como un robo lleva a un asesinato.
–¡Jiiiiijaaauuu! ¡Ya me parece estar viendo otra vez esos apestosos camiones! –rebuznó el General Jumento.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¡Esperen! –rugió el General Gor–. No es una idea estúpida. En realidad, es la única alternativa, si lo pensamos bien.
–¡No de ninguna manera! –aleteó el águila– ¡Yo no luché en la guerra contra las industrias, para que después de dos años, vuelvan las industrias!
–¡Nadie está hablando de regresar las industrias! –intervino Hakim con firmeza–. Estamos hablando de una acción excepcional, en nombre de nuestra supervivencia.
–¡Las “acciones excepcionales” eran la excusa de los malos reyes! –volvió a insistir, más enojada.
–Almirante Águila, nos está insultando –habló Susan con calma y firmeza–, ¿Nos compara con los malos reyes que se elegían a sí mismos? ¿Nos dice traicioneros?
Los ojos de Susan se clavaron en la Almirante Águila, y esta vio en ellos un mar de acusación tan profundo que tembló de vergüenza y culpa.
–Yo...yo... no quise decir eso, Gran Reina, de usted... n-n-nunca –bajó su cabeza como una mansa paloma.
–¡Jiiiiiijaaaauuuu! Pero del Gran Rey, ¿Sí lo estás pensando? –rebuznó, golpeando la mesa con su pezuña, la joven burrita coqueta que coronó al rey Niles aquel día.
–¡Animosa! –la regañó el General Jumento– ¡Se te permite estar en el consejo por ser favorita del Gran Rey! ¡Jiiiijaaauuu! ¡Pero eso no te da derecho a interpelar a un superior de otra rama del ejército!
–¡Hum! Favorita no soy por lisonjera, Aslan me bendijo por ser la primera criatura que declaró rey al Rey Niles –replicó Animosa, recordando que sólo ella lo defendió cuando todos querían patearlo–. Y que yo sepa, los reyes están por encima de los almirantes, y aquí la pajarraca ha olvidado ese importante detalle...
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¡Ya pedí disculpas! ¿Quiere que me arranque las plumas en penitencia?
–Pues ya que hablé sigo hablando –respondió Animosa–. La idea del Gran Rey es la única que tiene futuro. A veces, para ganar una batalla, se sacrifica un barco incendiándolo; es un sacrificio, pero los sacrificios se hacen por un bien mayor. Igual es el caso de reflotar una pieza de industria (que nadie quiere de vuelta) cuando una amenaza mayor nos obliga. Habrá humo de carbón y desechos en el agua, pero si no lo hacemos, un hechizo de hielo nos sepultará. ¿Que no han comparado una cosa con la otra?
–¡Vaya! Esta burrita tiene la cabeza bien puesta –celebró el General Gor–, de todo lo que se ha dicho, es lo más sensato.
–Gracias, General –agradeció Animosa–. ¿Me trae zanahorias cuando vaya al mercado?
–Pero se les está olvidando que esos pingüinos pueden estar contando puras mentiras –opinó el General Castor.
–Yo vi esa tierra helada y saqué fotos. Existe –replicó Vuelanubes.
–Quiero decir, que su parte en el problema puede ser muy diferente de como la pintan –aclaró.
–Mayor razón para ir allá y ver todo con nuestros propios ojos –dijo Hakim.
–Está bien, supongamos que así debe hacerse –suspiró el General Castor–. Aunque nosotros estemos convencidos, ¿Quién convencerá al pueblo narniano? No olviden que basta ver un simple reloj a cuerda para que algunos recuerden los peores años de la era industrial. Si sacamos un barco, muchos creerán que los nuevos reyes se están corrompiendo, tal como muchos antes comenzaron a reinar en justicia y paz, y a los pocos años volvieron a la misma corrupción que combatieron.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–Y si eso pasa, ¡maldición! Otra vez a las guerras por el poder y los caudillos –graznó la Almirante Águila.
–¡Claro que no! –replicó Perseus, mudo hasta ese momento– ¿Acaso olvidaste que Aslan en persona coronó a los reyes? ¿Que fue Él quien nos dio la victoria en la batalla?
–Pero desde entonces, y han pasado dos años, no ha vuelto a aparecer –replicó el águila.
–Ah ya, tú pretendes que Aslan venga a ti con sólo chasquear los dedos, como si fuera un sirviente o un genio de una lámpara –contestó Perseus–. Generaciones de reyes legítimos no lo vieron jamás con sus ojos, ¿y tú quieres que venga cada vez que se cae una botella, para que limpie?
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–Yo sólo digo que una imagen vale por mil palabras, y un rumor crece como la mala yerba y se propaga como un vendaval –replicó el águila.
–Entonces, arranquemos la hierba desde el brote y detengamos los rumores antes que comiencen, con lo único que vale: La verdad –sobrerreplicó la reina Helen.
–Tal vez no la crean –El águila estaba hecha una mula atravesada en una puerta.
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¿Entonces propones una mentira cómoda? –se alzó Susan, ya bastante indignada– ¿Y luego dirás que las mentiras cómodas eran cosa de los malos reyes?
–Majestad, yo sólo digo que...
–¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch!
–¡Ay, por todos los cielos! –gritó Susan de pronto– ¿¡Pero quién está haciendo ese ruido!? ¿Que no ven que esto es un consejo?
Todos los ojos voltearon hacia Vuelanubes, que sorprendida in fraganti, se quedó de piedra con las manos dentro de un saquito de papel.
–¡Lo siento! –exclamó avergonzada– ¡Es que no comía nada desde esta mañana y llevaba estas nueces en mi bolsillo...
–¡NUECES! Pero criatura, ¡cómo puedes comer nueces en esta época del año! ¡Y ese olor aceitoso! ¡Me da vueltas la cabeza! ¿Que no tienes... modales... qu... respeto? –Susan la interpeló furiosa. Sorprendida por la reacción, Vuelanubes cerró su saquito y se dispuso a irse muy cabizbaja. Susan se dio cuenta entonces de su tremenda injusticia y suavizó la voz lo más que pudo, arrepentida:
–¡No por favor, quédate! No sé que me pasa, me puse idiota, es mejor que sea yo la que me vaya...
Se levantó llevándose una mano a la frente como si algo le doliera. Niles, preocupadísimo, saltó de su asiento a sostenerla, pues pareció que se iba a caer.
–¡Susan! Mejor te llevo a descansar –le susurró, intranquilo.
–No, mejor lo hago yo –intervino Helen–, tú y Hakim sigan el consejo, hay que decidir lo que vamos a hacer y decidirlo ya, así que háganlo. Yo llevaré a Susan a su habitación.
–OK, tú mandas, doctora –respondió Niles con cierto humor.
–Pero no tomen ninguna decisión sin consultarnos ¿eh? –continuó la Reina Sanadora.
–Ja ja –sonrió Hakim con sarcasmo–, bien decía mi padre, “cásate y verás”.
–¿Tu papá también lo decía? –se rió Niles–. Nunca me lo dijiste.
–En esos días éramos un par de irresponsables –Hakim se echó atrás de su asiento con un largo suspiro–. No como ahora, con un reino entero encima de los hombros.
–Nuestro reino y varios más, según el alcance de esa ola polar –suspiró a su vez Niles–. Y eso nos lleva otra vez al asunto. ¿Están conmigo en esta empresa?
–Yo estoy hasta la muerte junto a usted, Gran Rey –habló el General Gor.
–Y yo, aunque odie las industrias –habló el General Castor.
–¡Jiiiijaaauuu! Jamás dividiré este consejo. Estoy con usted, Rey Niles –habló el General Jumento.
–Entonces está zanjado –se levantó de su asiento la Almirante Casiopea–, llevaré la noticia a los guardianes del dique seco, con permiso de sus majestades.
Vuelanubes, desde su asiento de consejo, oyó toda la conversación muy pensativa, y apenas terminó saltó sin decirle nada a nadie y se escabulló por la ventana.

Susan aspiró el aroma del jardín desde su ventana, y en pocos minutos recuperó su entereza. Se sentía decepcionada de sí misma, primero por su debilidad y segundo, por sobrerreaccionar con tanta ira ante Vuelanubes. Recordar la carita triste de la ardillita la hizo sentirse fatal, como si de Reina Dulce se hubiera vuelto repentinamente una mala bruja. ¡Y hablando de brujas! Trató de imaginarse a esa reina osa hechicera, y lo hizo con tanta imaginación que sin querer tembló de frío. “¡Ya cálmate, Susan –se regañó a si misma– pórtate como una mujer y agarra a la bruja por la vara! Ya aprendiste que evitar no evita nada”.
–¿Cómo te sientes? –preguntó Helen con suavidad. Tal como en aquellos años de soledad tras el accidente de trenes, Helen seguía siendo la dulce y paciente hermana mayor que Susan siempre quiso tener. Suavemente la sentó en un sillón de té y le alcanzó una taza de fragantes hierbas.
–Estoy bien, no sé qué me pasó allá adentro –dijo Susan aspirando la infusión en fina taza de porcelana–. Me duele tanto que Vuelanubes haya pagado los platos rotos, estaba tan triste.
–Te perdonó, esa ardillita es muy noble –sonrió Helen–, pero es verdad que sus nueces eran lo último que te molestaba.
–Sí, es como si su avión estuviera trayendo de vuelta todas las máquinas que tanto nos costó erradicar –dijo Susan–. Quiero decir, no hay maldad en sus inventos, pero marea verla sacar un aparato tras otro; luego el asunto del barco... ¡ay Helen! Realmente quisiera que hubiera una alternativa a sacar un barco de acero, pero por más vueltas que le doy a mis sesos, no hallo otra respuesta.
–Entonces no la hay –dijo Helen–. Cuando se actúa con honestidad no hay de qué arrepentirse, aunque la culpa nos diga al oído “pudiste hacer más, pudiste hacer más”. Esa es una mala culpa, es una culpa traidora que no da soluciones, sólo envenena el alma. Anda, tómate ese té y descansa largo, largo rato. Yo voy a ver qué decidieron los muchachos.
–Como digas, “mamy” –bromeó Susan– eh, no le pusiste nada que me haga dormir como marmota, ¿cierto?
–¡Qué piensas! Ya eres una mujer grande, no necesitas dormir para evitar los problemas –se rió Helen–. Y eso es lo que me hace más feliz –concluyó con dulzura.
Apenas Helen se fue, Susan volvió a la ventana. Ya la noche empezaba, sintió un ligero frío de verano, una tontería comparado con el frío que pronto iba a desafiar. “No, no me asustan las aventuras” Pensó. “Con Niles todo ha sido aventuras estos dos años. Hemos pasado peligros, pero nada me asusta a su lado, ni siquiera estar en la boca de un dragón. Sabe salir de todo con una soltura increíble, no me atrevo a decírselo, pero me encanta que sea mi Tarzán. Claro que me mata de miedo cuando se le pasa la mano y se vuelve George de la Selva. Ojalá fuera más prudente, pero eso podría volverlo más aburrido. ¡Qué dilema!”
“Siento que lo amo más que nunca –siguió pensando– pero aún así, siento que algo me falta...”
–Espero que me perdones por entrar sin avisar –susurró a su espalda una potente voz que no era de Niles.
Susan se giró veloz, con el corazón martillándole en el pecho.

(continuará)

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MensajePublicado: Lun Sep 29, 2008 6:39 pm    Asunto: Responder citando

Muy bueno!!! mi corazón tambien quedó martillando jeje.

bendiciones :jojo


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MensajePublicado: Jue Oct 02, 2008 9:46 pm    Asunto: Responder citando

me encantan tus hitorias, y esta esta de pelos Cool

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MensajePublicado: Vie Oct 10, 2008 5:22 pm    Asunto: Responder citando

¡Wow! tiempo que no pasaba por aquí, muchas gracias por sus mensajes, Alambil y Lady Lyla, y en perdón por la tardanza, aquí sigue la historia.

(continuación)

–¿Aslan? –preguntó Susan, sorprendida por la alegría.
–¿Te parece extraño que venga cuando en verdad me necesitas? –preguntó, más radiante que nunca, el Gran León de más allá del mar.
–¡Aslan! –exclamó emocionada–, no me importa si es extraño o no, lo importante es volver a verte. Yo sé que vas y vienes como quieres, pero igual, una parte de mí quisiera tenerte siempre, al alcance de mi mano...
–¿Cada vez que se cae una botella, para que limpie, por ejemplo? –bromeó el Gran León.
–¡Oye! ¡Eso lo dijo Perseus, no yo! –Susan se rió.
–Lo sé, y me alegró su defensa –aclaró Aslan–, ha crecido mucho el muchacho, pero te necesitará por muchos años más. Y tú necesitas de mí en este instante, que te preparas para enfrentar lo desconocido.
–”Lo desconocido” –murmuró Susan entre dientes–. Aslan, ¿por qué nunca nos dijiste que había una tierra polar en el norte?
–Tampoco le dije a Juan que más allá del mar estaba América, y era mi discípulo amado –sonrió Aslan–. Susan, ya sabes el dicho: “cuando la flor se abre, la abeja llega”. No tiene sentido hacer volar una abeja por una flor cerrada. Se cansará y no hallará recompensa a su cansancio. Cada descubrimiento llega a su momento correcto. Tú y tus hermanos tenían otras cosas que descubrir, allá en los días lejanos de su reinado, y si sólo le hubiera insinuado a Caspian que existía ese continente helado allá al norte, ¡no lo saco del Explorador del Alba ni incendiando el barco!
–Muchachos, ¿no? Siempre quieren ir más allá, a donde nadie ha pisado antes, y todo ese discurso conquistador y blá blá blá –Susan suspiró.
–No rezongues como una tía vieja, hablando de “cosas de niños” y “cosas de niñas” –dijo Aslan–. Recuerda que el afán de descubrir está en el espíritu, no en el sexo. Todas las cualidades pertenecen a ambos sexos, y a ti te gustan las aventuras, no me lo niegues, sobretodo a mí –Aslan posó su pata sobre la mejilla de Susan como un tío cariñoso–. Si algo te molesta, es el asunto del barco, ¿cierto?
–¿Tenemos otra alternativa? Si la hay, dímela, por favor –rogó Susan.
–Si no hubiera ninguna, ¿seguirías con el plan de reflotar un barco a combustible? –preguntó Aslan.
–No quiero traicionar la confianza de Narnia –respondió Susan–, pero debo proteger a mi pueblo, y eso es lo más importante.
–Haz dicho bien –dijo Aslan, satisfecho–, entonces recuerda esto que dijo Galadriel allá en la Tierra Media: La más pequeña criatura puede cambiar al mundo.
–¿Te refieres a...? –preguntó Susan.
–Cuando esa ardillita inquieta interrumpa por tu ventana, no te enojes y haz todo lo que te diga –le encomendó Aslan.
Entonces el Gran León De Más Allá Del Mar brilló con una suave luz y se desvaneció. Susan quizo que se quedara un instante más, y ver el cuarto vacío la puso muy triste.

(continuará)

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MensajePublicado: Sab Oct 11, 2008 6:47 pm    Asunto: Responder citando

Creo que yo me quedaría igual de triste si estuviera con Aslan y al momento siguiente Él se fuera de mi habitación...
Ahora solo esperaré que la pequeña ardillita llegue con Susan.

Bendiciones escritor Risa tonta

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MensajePublicado: Mie Nov 26, 2008 12:08 pm    Asunto: Responder citando

Creo que así se siente...

¡hum! Bueno, disculpas por la tardanza, Alambil, pero como avisaste que estarías fuera un tiempo, no contesté. Ahora vamos a ver de una vez a la ardillita...

(continuación)

¡Wrrrrrrr! ¡wrrrrrr! ¡wrrrrrrr! ¡wrrrrrrrrrrrr!
Luego oyó un ruido de hélices junto a su ventana y la pena se le volvió enojo, pero recordó las palabras del León y disolvió su enfado con voluntad.
–Vuelanubes, ¿Se puede saber qué estás haciendo frente a mi ventana? –le preguntó seria, pero no enojada.
–¡Perdone, su majestad! –respondió la ardillita–. Estaba aprovechando de probar las nuevas hélices de despegue vertical que le añadí a mi avión. Reina Susan, tengo que decirle algo muy importante para la misión. ¿Puedo entrar?
–Entra pequeñita, eres bienvenida –dijo Susan.
–Este... me temo que mi avión no posee maniobrabilidad tan fina –se avergonzó la ardilla–. ¿Sería tan amable de entrarme con sus manos?
–¿Entrarte? –Susan, pillada por la petición, se quedó un tanto pasmada–, oh claro, bueno, creo que no hay problema con eso –extendió su brazo lo más largo que pudo, a riesgo de caerse por la ventana–. ¡Uf! ¡Acércate un poco más, por favor! Gnnhh, ya, creo que te tengo... ¡cuidado!
–¡Ay, lo siento! –se disculpó la ardillita–, creo que moví la palanca de dirección al revés, ahora sí.
–Casi me sacas volando por la ventana –se quejó Susan–, ese motor sí que tiene fuerza.
–No crea, majestad –replicó Vuelanubes–, su peso nos hubiera hecho caer a las dos.
–Graaacias por el halago –ironizó Susan–, y dime, ¿Cómo haces para entrar si no tienes una reina que te agarre el avión?
–Oh bueno, si no hay una reina cualquier brazo sirve –respondió la ardilla como al descuido–, póngame sobre esa mesa de roble, para que pueda trabajar cómoda en mi avión.
–Con gusto, señorita, lo que mande, ¿la pongo hacia el norte o hacia el sur? –Susan siguió ironizando.
–Hacia el este, para poder despegar por su ventana –pidió Vuelanubes sin darse por aludida.
Susan llevó el avión de Vuelanubes hacia la mesa de roble, y una vez estuvo colocado la ardillita saltó ágil de la cabina con una maletita de herramientas en su mano. Alegremente tarareó una melodía ¡lará lará! mientras sacaba llaves y destornilladores, se acercaba a la cola del avión y atacaba un perno casi invisible.
–Escuché atentamente todo el problema que se armó en el consejo –habló sin dejar de trabajar–, y recordé algo allá en la forja del norte, que puede ser justo lo que su majestad necesita. Según se ve, no hay alternativa al barco de acero, ¿cierto?
–Muy cierto –dijo Susan–, pero te voy a pedir que seas más directa, ¿puedes?
–El punto es que el problema no es el barco en sí, sino aquello que lo mueve –continuó la ardilla–, ¡ghhh, qué apretado está este perno! Se nota que le entró agua de mar. ¿Me da una mano, por favor?
–¿Una... mano? –preguntó Susan, sin entender.
–Acá, en el perno, con el destornillador –explicó Vuelanubes como la cosa más natural–, como usted tiene manos tan grandes puede destornillarlo sin problemas.
–Cierto, tengo manos grandes –Susan ya empezaba a sentirse amostazada–, ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
–Debe ser que su majestad no estudió mecánica –contestó Vuelanubes–, gire el perno con firmeza, pero sin golpetearlo, ¿entiende? la rosca se puede dañar si la golpetea.
–Claro jefa, lo que diga, que pena no saber más de mecánica –se sonrió Susan.
–No debe acomplejarse, cada quien tiene su tarea en este mundo de Aslan –respondió la ardillita–, tenemos dones que nos hacen únicos, y eso nos da un lugar que nadie más puede llenar. ¿Sabe? Mi mamá siempre trató de enseñarme a planchar y cocinar y todas esas cosas, pero desde niña tuve una mente de engranajes y circuitos, así que en eso fui fatal. El jefe de los enanos fue muy gentil al notar mi interés, tal vez entre las ardillas yo hubiera crecido como una niña frustrada.
–Seguramente –suspiró Susan–, el mundo está lleno de millones de historias como esa.
–Así que, volviendo a lo medular –continuó Vuelanubes–, lo que oí en el consejo me recordó el problema principal de los seres mortales: no saben razonar en piezas. Para ellos las cosas son todo o nada. Blanco o negro, hielo o fuego, un hermoso barco narniano como el Constelación o un feo barco a carbón como los de la era de los malos reyes.
–Aclárate, Vuelanubes –pidió Susan–, y luego de aclararte, por favor, ve al punto.
–El punto es, regla básica del inventor, un problema grande es sólo muchos problemas pequeños –enunció Vuelanubes–, la solución siempre empieza por aislar cada parte del gran problema. Así se llega al pequeño problema que, siendo pequeño, tiene una solución pequeña. Como dije al principio, el problema no es el barco, es lo que mueve el barco. Digamos, por ejemplo, que puedo reemplazar el sucio e ineficiente carbón por una fuente de energía limpia de eficiencia máxima.
–¿Realmente puedes hacer eso, ardillita? –Susan se entusiasmó.
–Eh sí, no le estaría quitando su tiempo si no pudiera. Verá, necesito bastante ayuda y algunas…
¡¡¡CLANK!!!
–…¡Ay, condenada llave! ¡Ya se me cayó! ¿Me la pasa, Majestad? –Vuelanubes contempló la llave rebotando en el suelo, lejos de la mesa.
–Como no, a sus órdenes –se rió Susan, tan esperanzada que nada le molestaba.
–¡Susan!
–¡Majestad!
–¡Ey! ¿Qué les pasa a ustedes dos? –preguntó Susan con toda naturalidad.
Helen y la fauna Lunalumina habían entrado de golpe a la habitación, sólo para ver a la Gran Reina agachada en el suelo recogiendo una llave para la ardillita, que usaba la mesa más fina de la habitación como pista de aterrizaje. Luego Susan se levantó a entregarle la llave a la ardilla, que tomando como la cosa más normal tener a la Reina Suprema como mucama, le dio un sobrio gracias y siguió trabajando.
–Perdone majestad –dijo Lunalumina–, oímos ruido de metal en la habitación…
–…Y se nos disparó la imaginación –continuó Helen–, pensamos cualquier cosa.
–Pues no, nada más la estoy haciendo de ayudante de mecánica –se rió Susan–, pero ya que están dentro quédense. Vuelanubes me ha traído un plan para resolver la expedición al norte.
–¿En serio? –dijo la Reina Helen– ¿Y se puede saber de qué se trata, ardillita?
–Sencillamente, de traer un proyecto guardado desde las forjas del norte –explicó Vuelanubes–, que si se instala con éxito en el barco de acero, nos dará amplia solución a todos los inconvenientes.
–¡Eso sería fantástico! –exclamó Lunalumina–, ¿necesitas algo en especial?
–Pues sí, precisamente ese es el punto. Necesito algo que sólo la Gran Reina me puede dar –dijo Vuelanubes.
–¿En serio? ¿Qué es? –preguntó Susan.
–No estoy muy segura, pero algo así como un papel, un decreto firmado o cosa parecida, para poder mover las cosas que necesito desde la forja de los enanos hasta acá –explicó–. No olviden sus majestades que el decreto contra las industrias y piezas de tecnología está en pleno vigor, y no quiero que me detengan en cada paso de marca.
–Ya di la orden, ¿no es suficiente mi palabra? –replicó Susan.
–Para mí sí –aclaró la ardilla–, pero no para los soldados y duques de marca, y si alguno me detiene no alcanzaré a llegar a tiempo. Debo mover cosas muy pesadas si quiero que mi idea funcione, así que necesito paso libre.
–Qué tiempos, ¿no? –Susan torció el gesto–, la palabra no vale lo que valía antes. Está bien, tienes toda la razón. Lunalumina, ¿me traes un decreto real? Son esos pergaminos que están en el primer cajón. A ver, esto hay que redactarlo con cuidado. Deja pensar un poco.
–Tú dicta y yo escribo –se ofreció Helen.
–Gracias Helen, bien, allí va: “Susan Pevensie, por voluntad de Aslan, por conquista y libre elección, Gran Reina sobre todos los reyes de Narnia, Señora de Cair Paravel, Emperatriz de las islas desiertas, Reina de los monos y sus territorios selváticos, Dama Guerrera de la Orden del León, otorga a la ardilla Vuelanubes el derecho a transportar, poseer y usar piezas de tecnología, y ordena que este derecho le sea respetado por todo súbdito de la corona, civil o militar o funcionario, ya que sus talentos sirven a una causa esencial a la corona. Firmado por la Reina Susan y la Reina Helen, en el día séptimo del mes de Mar Azul”.
–Ya, creo que con eso tienes, ¿está todo bien? –preguntó Susan a la ardilla.
–Creo que sí, y todo está bien aquí también –respondió la ardilla levantando una tapa del avión, de donde sacó un objeto que parecía un frasco o una lata de conservas–, estaba casi gastada, ¡con razón! Bueno, le podré la de repuesto y me iré volando no bien verifique todos los instrumentos, ¿me la sostiene, majestad?
–Cómo no, para eso son las ayudantes, ¿cierto? –bromeó Susan.
–Muy cierto, la de repuesto está en su compartimiento especial –dijo Vuelanubes.
Susan observó el aparato. Semejaba un frasco de conserva de vidrio, no mayor que una lata de arvejas, forrado en madera con una tapa de metal de donde salía un alambre terminado en una bolita de oro. Susan no pudo evitar pensar en una antenita de algo electrónico.
–¡¡No toque la bolita!! –gritó la ardilla alarmada, Susan paró en seco ante su grito– ¡Aunque casi esté descargada, aún tiene carga para darle un sacudón tremendo si la toca!
–Este frasquito… –Susan preguntó asombrada– …¿es la batería de tu avión?
–Exacto, y abusé de la pobre, por eso casi no tenía fuerza –explicó la ardillita. Susan se estremeció de pensar que la batería “casi agotada” había dado fuerza al avión para casi arrancarle el brazo.
–Ah, esta está fresca y con toda la carga –Vuelanubes sacó otra igual de detrás del asiento de piloto–, así que apenas la instale, me iré volando a las forjas del norte a traer todo lo necesario. Mientras tanto, ¿puede guardarme la batería sin carga aquí en su cuarto, majestad?
–Oh claro, para eso están las ayudantes –se rió Susan–, ¿alguna instrucción especial de cuidado, “jefa”?
–Unas cuantas –respondió Vuelanubes sin captar para nada la ironía–, primero, ponga esta tapita de goma sobre la varilla de oro y jamás la retire, ¿entendido?
–Sí jefa –respondió Susan.
–Guárdela en un cajón no muy alto, no la rodee de nada de metal; póngala entre paños baratos que se puedan manchar, aunque no espero que eso suceda, las precauciones deben ser estrictas –dijo la ardillita.
–Por supuesto –dijo Susan.
–No intente desarmarla, evite que se golpee o se dañe de cualquier manera –siguió Vuelanubes.
–Lo que usted mande –siguió contestando Susan.
–Si acaso llegara a quebrarse, salga de inmediato de la habitación, ordene a los sirvientes que arrojen soda caústica sobre el líquido derramado, y sólo después limpien con trapos que luego deben enterrar, pero jamás quemar –volvió a decir Vuelanubes.
–¿Algo más, “jefa”? –volvió a preguntar Susan.
–Sí, por ningún, ningún motivo, la toque con las manos mojadas. Bien creo que eso es todo. Por favor, háganse a un lado y despegaré de inmediato.
–No sabe que venimos de un mundo lleno de cosas eléctricas –sussurró Helen al oído de Susan–, es normal que esté preocupada de tu seguridad.
Vuelanubes saltó a la cabina del piloto, prendió unos botones, miró unos extraños relojes, tiró unas palancas y el avioncito comenzó a girar su hélice, wrrrr wrrrr, luego avanzó con gracia sobre la mesa y despegó, con puntería perfecta (o suerte) a través de la ventana. Dió una vuelta alrededor del jardín y se elevó, costó ver su brillo, pues ya era de noche, y volaba tan veloz que en breves segundos ni su sonido quedó en el horizonte.
–Dejó un papel en la mesa –habló Lunalumina, y luego leyó–: “Volveré con buen tiempo en cosa de tres días. Mientras estoy ausente, encarguen sus majestades que se seleccione del dique seco un barco de acero de tamaño medio, veloz y capaz de contener todo lo necesario sin ser peso muerto. Creo que los cruceros de exploración del rey fauno Edmunus son los más apropiados, están oxidados, pero el ex rey Gimkin construyó unos cuantos que deberían estar en plena operación. Ordene que se limpie a fondo y se pinte con pintura inoxidable, a fin de aprovechar el tiempo al máximo. Recuerde las precauciones sobre la batería”.
–Bueno, comencemos a hacer todo eso, no sea que nos regañe si vuelve antes de lo previsto –se rió Susan. Lunalumina notó que las ruedas del avión estaban marcadas en la mesa, quiso limpiar, pero Susan la detuvo–. No te preocupes por eso, es lo de menos. Sólo espero que estos tres días no se me hagan muy largos. ¡Uuuf! esperar alarga el tiempo como una pasta de pan tirada por dos bueyes.

(continuará)

PS: Y con ilustración para adornar, por la espera:
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"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

El retorno de la reina dulce
La Travesía Del Capitán Scott
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Última edición por reyNiles el Mie Dic 22, 2010 11:40 am, editado 2 veces
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MensajePublicado: Mie Nov 26, 2008 6:52 pm    Asunto: Responder citando

Weee!!!
pero que linda ardillita Angel es muy tiernosita...
Que bueno que has continuado...esperemos al siguiente capitulo.

Bendiciones Risa tonta

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Bien sabía que algo inesperado podía ocurrir; así que ni esperanza de pasar sin que sucediera alguna terrible y temeraria aventura en los inmensos picos de estas montañas con sus solitarias cumbres y valles donde ningún rey reinaba. Por fin se encontraban atravesando un desfiladero angosto a una gran altura, bordeado por el más terrible precipicio cuyo fondo desaparecía en la neblina del valle. Allí pasaron la noche arropándose con un pedazo de cobija y titiritando de frío y pavor. (The Hobbit)
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