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LA LLAMADA DE LOS DIOSES (libro primero)


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reyNiles
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MensajePublicado: Vie Abr 18, 2008 10:50 am    Asunto: Responder citando

Querida Alambil:

Cita:
¿Habrá algo entre Cillen y Yinoim?????



¿Algo entre Cillen y Yinoim? UUUuuuh, me temo que sí... espero que la marea roja no se vuelva tsumani...

Rey Niles

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"La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe"

"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

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FerMix
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MensajePublicado: Vie Abr 18, 2008 8:20 pm    Asunto: Responder citando

Waaaaaa!!!

No hay nada peor que leer un buen libro... por partes!

Jajaja lo siento por esta explosion de emocion. Es practicamente inevitable.

Es muy bueno lo que has hecho con el principio. Me gusta mucho la forma en que nos vas llevando a un punto donde las cosas cobran interes, en solo cuatro capitulos.

Espero con ansias la proxima entrega Sonrisa
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reyNiles
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MensajePublicado: Sab Abr 19, 2008 6:13 pm    Asunto: Responder citando

Querida FerMix:

¡Gracias! con lo de buen libro me quedo feliz por todo el fin de semana.

Y ánimo, ya pronto actualizo la entrega.

cariños

Rey Niles

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reyNiles
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MensajePublicado: Lun Abr 21, 2008 12:09 pm    Asunto: Responder citando

secretos que salen a la luz de las antorchas, heridas y rencillas familiares, y unas cuantas preguntas... seguimos viendo más del triángulo que se forma entre estos tres jóvenes , y algo más...

(continuación)

La caravana se había retirado a sus habitaciones, un pabellón ubicado detrás del altar consagrado a los Dioses De Yamherlauk. Mientras, en el espacio abierto ante el altar, muchas antorchas comenzaron a encenderse para iluminar los juegos de destreza física que tendrían lugar. Allí se reencontraron con Caneya y Yera, mientras los hermanos de Yenia acompañaban a su padre en la herrería. Ambas primas notaron de inmediato la frustración femenina que ennublecía a Yenia.
—Vieron a Cillen, ¿verdad? —habló Caneya con experiencia.
—¿Te atreviste a saludarla, Yinoim? —Yera tenía tanta experiencia como su prima, pero en discreción dejaba que desear muchísimo.
—Qué falta hizo... ¡ella vino! —gritó Yenia—. Se lució haciendo gracias montada en su keztep. ¡Qué descarada! Viene y grita el nombre de Yinoim delante de todos. ¿Cómo no le duele la boca con sonreír tanto?
—No hizo gracias —Yinoim también estaba molesto—. Sólo se paró en su keztep para hablar. Hace dos meses que no nos veíamos. A Yenia la veo todos los días.
—Pues que bien que te acuerdes —lo regañó Yera—. Que te acuerdes de quién te acompaña todos los días y tolera todas tus debilidades.
—Yinoim no tiene debilidades —Caneya se alzó fría, como una estatua de bronce, y su voz resonó como un cuerno hecho del mismo material. Yera estaba tocando lo único que Caneya no toleraba que tocara.
—Claro que sí, prima, todos los hombres las tienen. Si no, no serían hombres. Si fueras casada lo sabrías...
Yenia se puso a temblar, olvidando hasta su rabia. Su madre perdía el control de su lengua con demasiada facilidad. No medía ni pesaba lo que hablaba, y cuando empezaba a opinar, jamás pensaba en las consecuencias. Era la única que parecía no ver la furia que empezaba a crecer en tía Caneya, hasta Yinoim estaba mudo ante los ojos de hielo de su madre ante Yera, que ciega a todo lo que no fuera su propia lengua, hablaba y hablaba.
Ambos muchachos miraron con ojos que suplicaban auxilio, en dirección al único ser presente que podía darles refugio: el maestro S’torio.
S’torio a su vez, miró a Caneya, quién bajó su furia. El maestro caminó con sus pasos de bastón hacia Yera, que seguía hablando, y la pinchó en el muslo con su bastón sin ninguna sutileza.
Yera quiso dar un grito, pero no hubo sonido. Intentó hablar, pero no le salieron las palabras.
—Cuando pienso en lo que daría un animal por tener un lenguaje para decir sus pensamientos... —gruñó S’torio con más resignación que desagrado.
—Maestro, ¿le va a devolver la voz a mi mamá? —preguntó Yenia muy preocupada.
—Le volverá sola, cuando ordene sus pensamientos. Así funciona. Cuando la mente se ordena, la voz vuelve. Tranquilícense y observen los juegos de destreza física.
Los músicos ya tocaban y algunos bailarines se movían en espera de los guerreros. Los de Yilgendar fueron los primeros en salir, con sus espadas y escudos, exhibiendo movimientos de batalla en disciplinada coreografía.
Rallen, esposa del kord y madre de Cillen, observaba a los guerreros acompañada de su hija, bajo la fiel vigilancia de sus guardias. Su sonrisa era tan cristalina como la de su hija. Años de responsabilidad no la habían apagado.
—Estás más contenta que nunca, hija —sonrió.
—Yo siempre estoy feliz, mamá; siempre que me libro de las tradiciones —ambas rieron.
—Tu padre nunca baja la severidad en esos asuntos —Rallen suspiró—. Me hace feliz que eso no te afecte.
—No va a afectarme. Ya puede ponerme todas las tutoras que quiera. Todas las que conocieron “las glorias de Yilgendar” —Cillen imitó con burla el tono pomposo de sus tutoras.
Aparecieron los kergsen, desnudos hasta la cintura y descalzos, armados con largas varas que hicieron girar con habilidad.
—¡Ah mira! ¡Mamá, es Yinoim! —Cillen lo reconoció, siguiendo las luchas con verdadero interés.
—Ya me preguntaba yo la razón de tu alegría —entre madre e hija había una complicidad total—. Anda, que yo mantendré ocupado a tu padre. Sé feliz, querida.
Yenia y Yinoim se habían apartado varios metros. Mientras S’torio se había quedado junto a Caneya, Shen prefería la compañía de los jóvenes. Esta vez Cillen prefirió acercarse sin ruido, tocando a la pareja en sus hombros.
—Ya estoy aquí —sonrió, más contenta que nunca—, me costó escaparme, pero me escapé. Perdón Yenia, no alcancé a saludarte antes. Ah mírate, estás muy bella —le acarició ambas mejillas sin ningún pudor. Yenia se quedó petrificada—. ¡Qué cabello, parece cobre fino... en la fragua, claro! Que gusto verlos, a ambos..—la mirada de Cillen perforó los ojos de Yinoim, rogándole un elogio, un cumplido, un “qué hermosa estás”.
—Tú también estás muy bella —la voz de Yenia le sonó en la nuca. La pelirroja se esforzó por decir un elogio con una voz que se arrastraba por el barro.
—Es bueno tenerte de nuevo, Cillen, yo... —habló Yinoim.
—¡Miren quién está aquí! ¡Mi hijo, el Príncipe Salvaje!
Yinoim sintió que un hombro se le derrumbaba. Le había caído encima la mano del más grande guerrero ter-eol.
—¡Yilberum, guerrero ter-eol! —se presentó a sí mismo el ter-eol más fuerte y rápido de toda la tribu, y según las hembras, también el más varonil—. Mano derecha del jefe Cumayu, maestro de jóvenes y no tan jóvenes. Este chico que ven aquí, mi hijo Yinoim, es mi mejor alumno, más fuerte que tres ter-eol de su edad, gracias a mis enseñanzas guerreras.
—¿Es usted el famoso Yilberum, del que siempre habla mi padre, el kord? —preguntó Cillen con más curiosidad que admiración.
—Ese soy —dijo—, el que guió a los ter-eol contra las armaduras vivientes de Nogarev, el Rey Brujo Del Este, y salvó a miles de guerreros de Yilgendar, aquel día en que una luna cayó del cielo —hizo una pausa, levantó sobre su cabeza un arma que parecían dos espadas unidas por el mango, y empezó a moverla con maestría—. Pero nada hubiera hecho, sin la excelente waruyac que me forjó el padre de esta bella pelirroja que tenemos aquí. Caruyac, el mejor de todos los herreros.
Cillen vio que Yenia se sonrojaba. Aunque frecuentes, los elogios de un guerrero hacia un herrero eran muy apreciados, como un alto honor.
—¿No quieres participar con los guerreros ter-eol, hijo? —preguntó Yilberum a Yinoim, palmoteándole el otro hombro con más rudeza todavía.
—Me temo que no estoy listo —Yinoim trató de disimular el dolor en el hombro.
—Está bien. Entonces mira y aprende, para que saques provecho —rió el guerrero ter-eol.
Yilberum podía ser un fanfarrón a la hora de presentarse, pero lo era con motivos sólidos, ya que en verdad era el más grande guerrero ter-eol. Famoso por su valor, dueño de todas las cualidades guerreras, poseía toda la confianza del jefe Cumayu y los guerreros de la tribu, a quienes guiaba como un capitán. Era experto en el manejo de la waruyac, la temida espada doble de los ter-eol. Dos hojas unidas por una barra al medio, que servía de mango, formaban esta arma famosa por su difícil manejo, pero aterradora efectividad en manos de un experto. Cuando Yilberum la hacía girar en su mano, parecía una amenazante hélice cortante, capaz de decapitar a quien se atreviera a atacarlo.
Yilberum ocupaba ahora la plaza junto a sus guerreros escogidos. Si en descanso podía ser bien bromista, frente a sus guerreros tomaba una actitud de severidad total. Como capitán nunca bromeaba. Y sus hombres lo sabían. Su severidad en los juegos guerreros era superada por una sola cosa: su severidad en la batalla real.
—Perdóname Yinoim —habló de improviso Shen—, no pude evitar oír el problema que hubo entre tu madre y su prima Yera. ¿No era con Yilberum, que tu madre pensó en casarse?
—¿Por eso te llamó hijo? —preguntó Cillen.
—¡No lo molesten, a él no le gusta hablar de eso! —saltó Yenia—. Y a mí tampoco. Mi mamá tiene más lengua que cabeza, a veces dice cosas tan estúpidas. Qué vergüenza.
—Es mejor que se hablen las cosas —Yinoim suspiró con la mirada—. Todos saben que mi mamá nunca se casó. Cuando tuve siete años, Yilberum le declaró su amor. Mamá estaba fascinada, y el abuelo Cumayu, feliz, porque Yilberum era el mejor de todos los guerreros. Pero yo no entendía nada, y me puse a llorar y a llorar, hasta que mamá desistió de la idea de casarse.
—Desde entonces, cada vez que se enojan, tía Yera le dice que por culpa de un niño llorón se quedó soltera —Yinoim suspiró hacia las estrellas, y las estrellas brillaron en sus ojos negros, titilando en la humedad.
—¡Es injusto! —Yenia estaba muy enojada—. ¡Mi mamá es tan tonta, tan indiscreta!
Cillen le tocó el hombro a Yenia, dándole a entender con la mirada que estaba con ella. Luego tomó un brazo de Yinoim, sin que Yenia se pusiera celosa.
—No eran sus destinos ser pareja. Tal vez fue para mejor.
—Tal vez —Shen estuvo de acuerdo—. El maestro dice que la aparente injusticia nos libra de la verdadera injusticia.

(continuará)

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MensajePublicado: Sab Abr 26, 2008 9:09 pm    Asunto: Responder citando

Hay ke ponerse al corriente con todo desdpués de una larga semana...

vaya..hoy fue un día terrible en la facultad, pero al leer las historias, me animo un poco..

Y al leer este buen libro, una sonrisa se pinta en mi rostro.

*Creo ke a alguien el mounstro verde de los celos la está dominando....o, ¿me ekivoco?...

jeje besos y muxos abarazos.

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MensajePublicado: Lun Abr 28, 2008 12:29 pm    Asunto: Responder citando

Querida Alambil:

Feliz de darte algo de alegría luego de un día terrible. ¡uuf! Yo tuve días así en mi días de estudio, (todavía me acuerdo de algunos, ¿que no se han inventado pócimas del olvido?) pero ¿sabes? todo estudio vale la pena algún día, aunque el presente no lo parezca.

¿El monstruo verde de los celos? je je, que buena imagen... y sí, la pelirrojita está en llamas... Cillen por su parte parece no darse cuenta de que está prendiendo la mecha, ¿o sí lo sabe? mmmmh, ya veremos, ya veremos.

cariños y mucho ánimo

Rey Niles

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MensajePublicado: Mar Abr 29, 2008 6:43 pm    Asunto: Responder citando

Hoy no se me ocurrió ningún comentario de introducción bueno Avergonzado así que sin más introducción, que siga la historia.

(continuación)

Al son de tambores ter-eol, Yilberum hizo girar su waruyac con más fuerza que nunca. Luego los tambores se apagaron, y el altar de los dioses se iluminó.
Las llamas lanzaban luz a la imponente estatua de piedra de Ivhir, el Señor De La Creación, señor de los dioses y las criaturas mortales, al centro de las estatuas que representaban a los dioses mayores de Yamherlauk. El sumo sacerdote de Ivhir se adelantó a dejar la ofrenda a los pies de la estatua, y a continuación la gran sacerdotisa de Athenja, esposa de Ivhir y Madre De Todos, dejó la ofrenda a los pies de la estatua que representaba a una hermosa mujer de amorosa mirada. Después y a su turno fueron dejando los sacerdotes y sacerdotisas las respectivas ofrendas a los pies de los dioses a quienes servían. A Ivhinjo, primogénito de Ivhir y Athenja, Señor De Todas Las Ciencias; y Athira, su hermana menor, la Niña Eterna. Itheryo, el Artífice, era particularmente adorado por los herreros. La sacerdotisa de Chersta, semidesnuda como la diosa del Fuego De La Vida, dejó su ofrenda a los pies de la estatua de la diosa del casco alado con un rubí en medio de la frente. Se decía que el casco con el rubí era la pieza más grande de sus vestidos. A Laster, el dios músico, Señor Del Sonido Infinito, le dejaron ofrendas de música y color; mientras doncellas de largos cabellos dejaban a los pies de Kurghelor, el Señor De Los Océanos, que agitaba las olas con su látigo de tyroba, ofrendas de algas y conchas marinas. En cambio a Cikalla, la diosa de cabellos verdes, le ofrendaron los frutos de la tierra, y le rogaron por buenas cosechas. Así a su turno, pasaron todos los dioses mayores de Yamherlauk, siendo seguida la ceremonia con alto respeto por toda la multitud.
Todas las razas compartían los mismos dioses. Diferentes en lenguaje y en alfabeto, y por eso también en pensamientos, reconocían en cambio como creadores a la misma familia divina; no había ninguna nación, desde la Tierra Siempre Verde de Gelib hasta el frío Ulkrim, y hasta en el reino más allá del Ulkrim, que adorase dioses distintos. Todos se sentían agradecidos de ello, especialmente los que amaban la paz, pues nada como la fe en dioses distintos para iniciar las guerras. Leyendas antiguas contaban de una era en que cada pueblo tenía diferentes dioses, y de toda la sangre que corrió por culpa de ello, hasta que los pueblos descubrieron que adoraban a los mismos dioses, con distintos nombres.
Entonces hubo paz en los cielos y en la tierra mortal, pero por desgracia, ninguna guerra entre razas mortales se podía comparar en crueldad, con una guerra de dioses.
Yilgendar fue lento en reconocer la amenaza de Belvorum. El Reino Orgulloso confiaba demasiado en sus ejércitos, para preocuparse del minúsculo reino que crecía más allá de las Montañas de la Desesperación. Cinco reyes más tarde, el reino minúsculo era un inmenso imperio, que había convertido a ocho reinos más al culto de Ivhired. Cuando Yilgendar decidió enterrar su orgullo y buscar la alianza con los pueblos de la Llanura, era demasiado tarde. La muerte galopaba a lomos de las tres caballerías de Belvorum.
Ivhired, el Señor De La Intolerancia, parecía destinado a gobernar toda vida. Pero una batalla final de dioses y criaturas mortales lo venció, para siempre. El precio fue una luna del cielo y un reino orgulloso, pero tras la caída de Ivhired, la paz regresó. Belvorum se volvió un recuerdo cada vez más difuso, en la mente de aquellos que aún temblaban al creer oír las pisadas de los guerreros del Reino Despiadado. Aún había maldad en esta era, pero el mal estaba ahora en los mortales, no en los dioses, y los mortales recibían su castigo de los dioses al llegar el tiempo a su edad. Si en la Era Previa el poder del Castigador Del Inocente igualaba al del propio Ivhir, hoy el Señor De La Compasión reinaba sobre dioses y criaturas mortales sin ningún peso en el otro platillo de la balanza. Su voluntad
gobernaba el día y la noche, y el viaje de las estaciones; voluntad que era Amor Inmedible por toda su creación. Todos estaban felices de que la Era Previa hubiera acabado.
Los cuernos largos volvieron a sonar. Luego, en silencio absoluto, nuevas antorchas iluminaron un altar más pequeño, donde se honraba a los reyes del desaparecido Yilgendar. Sólo una estatua adornaba el altar.
—Ah, ahora viene mi papá —susurró Cillen bajito, muy bajito.
El kord apareció solo, con su traje de ceremonia, seguido por sus guerreros a muy respetuosa distancia. Se inclinó con devoción ante la estatua de Ivhir, donde permaneció en un silencio que duró casi un minuto. Luego desenvainó su espada nueva, (la espada que el padre de Yenia le había forjado) y la levantó en honor a Ivhir, inclinando la cabeza. Todos los guerreros y muchos de la multitud se inclinaron también.
Luego repitió el saludo ante la estatua de Athenja, esposa de Ivhir, continuando con el resto de los dioses mayores de Yamherlauk. El último saludo fue ante el altar de los reyes. Allí se encontraba la estatua de Yaberon, el Príncipe Sin Mancha, quien dio su vida para que miles vivieran. Su último señor natural.
—Papá dice que luchó junto al príncipe Yaberon, el día que una luna cayó del cielo —comentó Cillen—. Que fue el más justo de todos los príncipes. Mamá me contó que era muy apuesto, pero muy triste... yo también lo encuentro bellísimo, quiero decir, los retratos que quedaron de él. Tenía unos ojos tan hermosos, tiernos...
En ese momento, mientras recordaba los ojos del príncipe Yaberon, Cillen se encontró bruscamente con los ojos de Yinoim, que miraban fijos hacia la estatua, y el cielo nocturno se reflejaba en ellos. Qué coincidencia, pensó Cillen, que hayan sido los ojos de Yinoim, lo primero que la fascinó. Qué coincidencia, que su mirada se pareciera tanto a la del príncipe Yaberon.
Yinoim, por su parte, trataba de entender algo que no tenía sentido. ¿Por qué, cada vez que miraba la estatua de Yaberon, sentía en su pecho algo como unos deseos de ponerse a llorar?

(continuará)

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MensajePublicado: Mar Abr 29, 2008 9:04 pm    Asunto: Responder citando

Estan descubriendo de donde vieeeneeeenn!!!!
o no?? O_o

Muy bueno tu libro Niles, debo felicitarte!

Excelente trabajo.

Saludos y bendiciones!

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MensajePublicado: Mie Abr 30, 2008 11:58 am    Asunto: Responder citando

Pues, siiiiiiiiiii! secretos van saliendo y lazos se van atando... como dice el refrán, ¿qué es una historia épica, sin un príncipe perdido?

Gracias por tus comentarios, y bendiciones para ti también.

Rey Niles

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MensajePublicado: Jue May 01, 2008 6:10 pm    Asunto: Responder citando

reyNiles escribió:
Pues, siiiiiiiiiii! secretos van saliendo y lazos se van atando... como dice el refrán, ¿qué es una historia épica, sin un príncipe perdido?



vaya ke si...ke es una historia sin eso...???

jeje...pues, ke más decir...todo excelente como siempre.

Bendicioenes.... Guiño

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MensajePublicado: Vie May 02, 2008 11:55 am    Asunto: Responder citando

Querida Alambil:

Pues sí, gracias como siempre, y un montón de bendiciones para tí.

Rey Niles

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MensajePublicado: Vie May 02, 2008 12:36 pm    Asunto: Responder citando

Oh bueno, qué caramba... que siga la historia....

(continuación)

La ceremonia terminó y la gente se dispersó en dirección a los puestos; a comprar, a jugar o a comer alguna cosa, las horas habían corrido mucho y el olor de los puestos de comida tiraba más que la más resistente cadena. Yinoim llevaba a Yenia tomada de la mano, pero para desgracia de Yenia los hombres tienen dos manos. Cillen le había tomado la mano libre.
—¡Ah miren, dulces farlin! ¡Son tan ricos! —Cillen estaba realmente entusiasmada—. Vamos a comprar algunos, vamos, sí. Tengo monedas para comprar muchos.
—Tenemos nuestro propio dinero —Yenia sonaba fría como el acero.
Yinoim se sentía un muñeco tironeado por las dos niñas. Cillen pasó por alto la respuesta de Yenia, tras mirar el rostro de su muchacho y adivinar la situación incómoda en que lo había puesto. Fueron al puestecito farlin, donde las golosinas de azúcar o harina, de todas las frutas conocidas en Ranthenier, perfumaban el aire haciendo olvidar hasta los celos.
Cillen compró para todos, pero fue lo bastante prudente como para no morder un trozo y después darle el resto a Yinoim. Yenia tardó en decidirse. Tardó más porque Cillen quiso ayudarla, tocándola por el hombro, con ese afecto que la enervaba.
—Mira esos pastelitos de mermelada roja, ¡Son de dioses! Y esos pegatines de leche y miel. ¡Ay mira! Saladitos de glinkly, ¡me encantan!
¿Por qué Cillen tenía que ser tan amable con ella? Si al menos la tratara con soberbia, como la niña rica que era, o se le declarara abiertamente su rival y la amenazara con conquistar a Yinoim para ella, entonces podría odiarla en paz. Pero Cillen la trataba como una amiga, con un cariño tan sincero que la hacía sentirse culpable, como si fuera un crimen no compartir el amor de Yinoim con ella.
Yinoim, por su parte, comía en silencio y pensaba cosas muy diferentes.
—¿Ustedes son cazadores libres?
Yinoim reconoció la voz arrogante sin verle el rostro. Era el tagashi que había estado a punto de pelear con los cazadores libres hacía un rato.
—Somos ter-eols —respondió Yenia, desafiando.
—No les veo las colas —el tagashi ensayaba una risa, pero Yinoim se levantó. Sin decir más, el tagashi desapareció, sin revelar si había tenido miedo, o simplemente se acordó de otra cosa.
—Qué tipo desagradable —gruñó Yenia.
—Mejor ignórenlo —asintió Cillen—. ¿Por qué no comen conmigo? Esas cenas de honor son un aburrimiento tan grande cuando estoy sola.
Yinoim aceptó y Yenia no tuvo más remedio que aceptar también.

Cenas de honor les llamaban a los banquetes que ofrecían los nobles de Yilgendar a sus similares. Al kord Woodon no le hacía mucha gracia ser el anfitrión esa noche, pero tomaba el asunto como todos los demás: el honor antes que la diversión. Ya se encontraba en una tensión silenciosa sin que los cocineros llegaran a decirle de urgencia, que se había quemado uno de los platos más caros. Por suerte, su esposa era una fuente inagotable de paciencia, con un humor de ángel para darle solución al problema más complicado. ¡Y vaya que era complicado ofrecer una cena de honor! Todo, desde la comida, los cubiertos y manteles, hasta la elección de los cuadros, los músicos y las gingies exigía un ojo de ave de presa, la sensibilidad de un poeta y la mano firme de un general en batalla. Esas eran las batallas en que Rallen Woodon se sentía a sus anchas. Casi todo el castillo y más de la mitad del pueblo le debían su buena marcha a su talento. Su esposo lo sabía y daba gracias a los dioses por ello.
Ni Yenia ni Yinoim habían estado nunca en una cena de honor como las de Yilgendar. Toda la sala central del castillo anexo al altar, (en verano, los guerreros del kord Woodon lo usaban como refugio de caza, pues estaba a medio día de distancia del castillo principal y el pueblo a su alrededor) había sido decorada con tapetes bordados que colgaban del techo, representando los grandes momentos históricos del Reino Orgulloso. Llamaba la atención uno, casi a la entrada, que representaba a Ivhired chocando contra la Luna Ausente, rompiéndola en pedazos.
—Sí que fue un terrible día, ese —comentó Yenia.
—Tenemos suerte de ser jóvenes, porque no extrañamos a la Luna Ausente. Ya no estaba en el cielo mientras crecimos —fue el comentario de Yinoim, quien siempre trataba de vivir el momento de ahora.
—Uuuups, mi mamá hizo traer las mesas desde el castillo. ¡Pobres pajes! —se lamentó Cillen, pues siempre le apenaba que los pajes trabajaran tanto.
No sólo las mesas, sino también los finos manteles de Vakandla, la vajilla y los cubiertos de plata fina. La mesa mayor medía siete metros de largo y estaba destinada a los guerreros. A un lado, en una mesa triangular se sentarían sus esposas. Para los jóvenes había dos mesas redondas.
—Las esposas no se sientan con los esposos. Y yo no puedo sentarme con papá y mamá, pues como hija del kord me corresponde “presidir” la mesa de jóvenes. A esas tonterías se les llama “tradiciones”.
—¿Y esa mesa del frente, con pocas sillas? —preguntó Yenia, pues a diferencia de Cillen, encontraba fascinantes todos esos detalles.
—Allí se sentarán mamá y papá, con los invitados importantes. El mayordomo le llenará la copa con vino, papá se levantará y dará la orden de que el banquete comience.
Cillen contaba todo esto como quien cuenta cómo se va de la casa al colegio, contrastando con Yenia que se sentía excitada de emoción. Pajes entraban y salían ordenando todo, algunos músicos terminaban de afinar sus instrumentos. Una gingie pasó dando volteretas casi rozándolos al pasar.
—Esas gingies están todas locas —dijo Cillen—. A mí me aburren, pero a los guerreros parece que les gustara mucho ver a unas lolitas disfrazadas saltando y haciendo piruetas. Mientras más viejos y barbudos, más les hacen reír —otra gingie ensayaba una canción cómica, con su mejor cara de niña buena—. Pero les aprovecha bastante pasar su adolescencia haciendo chistes. Casi todas las gingies, cuando jubilan de su oficio, se casan con nobles caballeros —Cillen guiñó un ojo con picardía—. Mamá siempre dice que ella fue una gingie en su juventud, pero papá insiste en que ella lo dice para molestarlo.

El banquete comenzaría a la medianoche. Mientras esperaban al kord, (que según la tradición debía ser el último en llegar) los caballeros de Yilgendar se entretenían conversando ruidosamente. Los músicos tocaban música de fiesta, y las gingies saltaban de mesa en mesa haciendo reír con sus ocurrencias. Las damas, en la mesa triangular, conversaban con mucha más delicadeza. Los jóvenes estaban en silencio. Para muchos era su primera cena de honor.
Aunque las niñas estaban en traje de gala, Cillen ingresó al salón en traje de montar, seguida por Yinoim y Yenia. Caballeros y damas hicieron silencio para saludarla como correspondía a la kordarim, pero en silencio corrieron comentarios sobre sus vestidos y sus amistades, de las que, después de todo, no había de qué extrañarse. Todas las damas sabían que su madre la consentía en exceso, y a su padre le faltaba carácter para corregirla con severidad. No le ponían límites a la amistad que le daba a otras razas de la Llanura, y ahí estaba el resultado.
Los comentarios callaron. Sonaron tambores de bronce, que sólo los caballeros tenían derecho a tocar, anunciando la llegada del kord, que entró al salón con su esposa tomada de la mano, en gesto de protocolo. Los tambores de bronce abrieron camino hasta la mesa principal, donde el mayordomo los saludó con una profunda reverencia, tras lo cual hizo sonar su báculo contra el suelo tres veces. Tres pajes y tres doncellas acudieron, corriendo sillas, trayendo las copas de honor, trayendo el vino.
Yinoim seguía la escena con extraño interés. El kord levantó su copa con solemne dignidad hacia la mesa de los caballeros. Éstos sacaron sus dagas, que llevaban al cinto junto a la espada, y las empuñaron con la hoja hacia el cielo. El caballero más anciano la alzó y los demás le siguieron el gesto. Golpearon la mesa tres veces, dieron vuelta las dagas, las clavaron en la mesa y gritaron todos juntos: ¡PROSPERIDAD!
—Que el banquete comience —dijo el kord, y se sentó.
—Fecundidad en todos vuestros días —dijo la madre de Cillen levantándose, y luego se sentó también.
—¿Tú también tienes que pararte y decir algo? —preguntó Yenia a Cillen.
—¡Gracias a los dioses, nooo! —Cillen rió.
Yinoim empezó a comer con mucho apetito. Las amigas de Cillen estaban divididas, entre las que lo encontraban tosco (pocas) y las que lo encontraban fascinante (muchas). Haciendo conversación como aconseja la cortesía, les relató historias de los ter-eol, anécdotas de guerreros y cazadores, que las chicas seguían con más interés en su pecho de atleta que en sus palabras.
El ceño de Woodon se frunció repentinamente, pero su esposa, con suave mano, lo distrajo por unos valiosos segundos. El mayordomo respiraba más fuerte sintiendo sudor en su frente. El murmullo en la mesa de las damas comenzó a crecer a medida que el temor se achicaba, alcanzando la mesa de los caballeros, que barbudos y severos, también murmuraron. Hasta la mujer del kord, que casi nunca perdía su alegría, abrió los ojos con miedo.
Yinoim seguía conversando con las muchachas sin hacer caso de las miradas que se clavaban en él. Ignorando las costumbres del desaparecido Yilgendar, no le había dado importancia al hecho de que era el único varón en una mesa de niñas.
En la mesa de los jóvenes varones, un muchacho hijo de un caballero, no soportó más. Golpeó la mesa con su puño en un gesto de rabia inútil, se levantó y fue a encarar a Yinoim.
—¡Párate de ahí, afeminado! ¡¿Qué acaso te crees mujercita?! —su furia era tan fuerte como injustificada.
—¿Cómo te atreves? —Cillen palideció.
—¡Por mucho que sea un salvaje! ¡Por mucho que lo hayan criado animales, debe saber que hay cosas que no se hacen! —el joven estaba fuera de su medida.
Pero Yenia, mucho más temperamental que Yinoim, (que sólo estaba fulminando al joven con su mirada) se levantó con la cara más roja que su pelo.
—¡Los ter-eol no somos ni salvajes ni animales!
El joven avanzó hacia Yenia con la intención de apartarla de un manotazo, pero nunca la tocó. Yinoim apareció frente a él, con un brazo de acero y una mano cerrada sobre su chaqueta. Los pies del furioso muchacho le dijeron adiós al suelo.
—Cierra la boca mientras la tengas —la voz de Yinoim era calmada y fuerte.
Lo arrojó como un saco, haciéndolo trastabillar hacia atrás hasta caer sentado. Las niñas rieron, algunos muchachos también, pero en la mesa de los caballeros reinaba una gran tensión.
Yinoim le dio la espalda. El joven se levantó. Fuera de toda predicción, hirviendo en odio, sacó su daga buscando la espalda de Yinoim. Cillen y Yenia gritaron de terror cuando la hoja cayó sobre el cuerpo de su muchacho.
Pero Yinoim sabía lo que hacía. Su mano se cerró sobre la muñeca asesina, y dando un fuerte jalón hizo girar al joven hasta ponerlo frente a él. Entonces, con la mano libre le dio un puñetazo al mentón. El joven voló sin tocar el suelo hasta chocar con la mesa de los caballeros.
Quien no vio la escena y sólo oyó, creyó que se había partido una silla. Dos guardias corrieron a cruzar sus lanzas frente a Yinoim. El kord se había levantado de su asiento. Los dos caballeros que habían recibido al muchacho como proyectil se levantaron y se pusieron junto a los guardias, con miradas de furia. Yinoim alzó las manos ante los cuatro. No había en él ni la sombra del miedo.
Era un momento de silencio y miradas nerviosas que anunciaban una catástrofe. Cillen sólo atinaba a morderse el labio. Estaba muy asustada. Ni siquiera su madre podía ayudarla en este momento, por más que la buscara con su mirada. Sólo los dioses podían.
—¡Muy buena exhibición de lucha, pero a esta hora lo que deseo es comer! Así que si son tan amables, acaben este alboroto y señálenme mi lugar.
La figura del maestro S’torio se veía tan pequeña bajo la inmensa puerta, como grande se veía su espíritu bajo su voz de autoridad. Mientras el maestro se acercaba a su paso de bastón, el kord hizo un gesto al mayordomo para guiar personalmente al maestro al lugar más importante. Luego otro gesto, indicando a los guardias que levantaran al muchacho noqueado.
—Quítenle la capa y el escudo —ordenó, su rostro estaba pálido—, hasta que aprenda lo que significa luchar con honor.
Los guardias cumplieron la orden y se llevaron al muchacho, que gemía de desesperación. En la mesa de las damas, una mujer de alto rango se llevó las manos a la cara, y comenzó a llorar. Por el contrario, el rostro de Cillen parecía un sol de lo radiante que estaba.
El kord se derrumbó más que sentarse sobre su silla. Más frustrado que aliviado por cómo había terminado el incidente.
—Ve a tu lugar, que te lo has ganado —sonrió el maestro con paternal picardía. En la mesa todas las muchachas miraban a Cillen, unas con alegría sincera, otras con envidia, como siempre es.
Pero había otra cosa que preocupaba a Yinoim.
—¿Qué es lo que le molesta tanto al kord?
—Hoy ha llegado el día que ningún padre quiere que llegue —explicó el maestro—. El día en que el corazón de su hija, ya no es suyo.

(continuará)

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"—Las palabras no devuelven a los seres amados que perdemos —murmuró Yinoim—. ¡¡¡Así que guárdate las palabras!!!"

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MensajePublicado: Vie May 02, 2008 6:15 pm    Asunto: Responder citando

Creo ke lloraré con el final ke le diste a este cap... Llorando Llorando
vaya ke esto se pone mejor.

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Bien sabía que algo inesperado podía ocurrir; así que ni esperanza de pasar sin que sucediera alguna terrible y temeraria aventura en los inmensos picos de estas montañas con sus solitarias cumbres y valles donde ningún rey reinaba. Por fin se encontraban atravesando un desfiladero angosto a una gran altura, bordeado por el más terrible precipicio cuyo fondo desaparecía en la neblina del valle. Allí pasaron la noche arropándose con un pedazo de cobija y titiritando de frío y pavor. (The Hobbit)
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MensajePublicado: Vie May 02, 2008 7:03 pm    Asunto: Responder citando

¿llorar, Alambil? ay linda, si algo sensible te he tocado, pues te pido perdón, que lo menos que quiero en el mundo es verte triste...

Pero si te refieres a la reflexión del maestro S'torio, ha dicho una verdad. Cortar lazos de niñez siempre es difícil, caramba, dolorosamente difícil.

cariños

Rey Niles

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MensajePublicado: Vie May 02, 2008 7:14 pm    Asunto: Responder citando

descuida...es solo una expresion...jeje Muy Feliz

pero si es conmovedor akello del maestro S'torio...deja algo para pensar.

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